Natalia apretó los puños, intentando no dejarse llevar por las lágrimas.—No quiero volver contigo —respondió con la voz tensa, luchando por contener las lágrimas—. Solo te estoy diciendo la verdad…—¡Por favor! —Simón la interrumpió, bufando con desdén—. Es obvio que sí lo quieres. Estás tan desesperada que has inventado esto para engañarme. Natalia lo miró fijamente, resignada. Sus ojos mostraban una tristeza profunda, pero también una determinación que no había tenido antes.—No quiero nada de ti —repitió en un susurro, agotada—. Solo cumplía con decirte.Simón la miró con una sonrisa cruel.—Siempre fuiste una excelente actriz —dijo en tono bajo, acercándose de nuevo con una presencia amenazante—. Pero ya aprendí a leerte. Solo estás jugando a la víctima para que me apiade de ti.Natalia no respondió de inmediato, sintiendo el peso de su desprecio. —Yo no soy Isabella… —¿Qué quieres decir con eso? —la interrumpió, cortante.—Piensa lo que quieras, Simón —dijo Natalia con tono m
Simón se apresuró hacia Isabella, con un instinto protector que lo dominaba.—¡¿Qué ocurrió?! —le preguntó, su voz temblaba con preocupación mientras sus manos buscaban heridas.—Ella me golpeó —acusó Isabella, su voz temblaba de emoción y dolor—. ¡Natalia me golpeó en el vientre! Mi bebé… “Esto funcionará”, pensó, mientras una risa silenciosa se formaba en su mente.Atónita, Natalia negó con la cabeza, luchando por encontrar palabras en medio del caos.—¡No es cierto! —exclamó, sacudiendo la cabeza con efusividad—. ¡No le hice nada!Simón la interrumpió, sintiendo que su paciencia se agotaba.—¡Cállate de una vez! —gritó, mientras levantaba a Isabella en brazos con una determinación palpable—. ¡Necesitamos un médico! —gritó, y su voz resonó en el pasillo.Natalia sintió que su corazón se saldría de su pecho.Mientras Simón llamaba al médico, ella tomó su teléfono y marcó el número de Daniel, mientras su mente giraba en un torbellino de desesperación.—Daniel, necesito tu ayuda. Isab
3 años atrás…Simón se encontraba en el altar, nervioso, pero lleno de amor y esperanza. Hoy se casaría con Isabella, su primer amor, la única mujer con quien siempre se imaginó pasando el resto de su vida. El salón estaba lleno de familiares y amigos, todos esperando ese momento tan anhelado. Sin embargo, un murmullo incómodo comenzaba a recorrer la multitud. Los minutos pasaban, y no había señales de Isabella.Con el ceño fruncido, miró a su padre, que se acercaba con expresión seria. Su padre, don Emilio Cáceres, lo tomó por el brazo y lo llevó a un rincón apartado. Simón sintió cómo la inquietud se convertía en temor.—Hijo —le susurró su padre—, Isabella no va a aparecer.Simón sintió que el suelo se movía bajo sus pies. Intentó entender, procesar. ¿Cómo que no aparecería? Había esperado este momento toda su vida.—No puede ser... papá, tiene que haber una explicación —dijo con el rostro demudado—. ¿Dónde está Isabella?Don Emilio evitó su mirada, y en su voz había una mezcla de
Tiempo actual. Días después…Isabella caminaba por la habitación de su casa, con su elegante vestido de seda rozando el suelo con cada paso nervioso. La amplia sala estaba bañada por la suave luz de la tarde, reflejándose en las delicadas cortinas de lino que adornaban las ventanas. Pero la calma exterior no lograba apaciguar la tormenta interna que se gestaba en su mente. Aunque había conseguido lo que tanto deseaba —Simón estaba finalmente de su lado, desconfiando completamente de Natalia— un nudo de incertidumbre seguía atormentándola.Se detuvo frente al espejo de cuerpo entero, observándose. Sabía que era hermosa, la mujer que había logrado conquistar a Simón, pero ¿por cuánto tiempo? Apretó los labios, sintiendo una punzada de inseguridad. Simón estaba cegado ahora, sí, por la pérdida de ese hijo que nunca nació, un hijo que ella nunca habría dejado que naciera. Pero, ¿y si esa ceguera no duraba? ¿Y si en algún momento se daba cuenta de la verdad? Sacudió la cabeza, intentan
Las primeras semanas de matrimonio para Natalia fueron un tormento silencioso. La casa, que siempre había imaginado llena de amor y momentos compartidos, ahora se sentía más grande y vacía que nunca. Simón solo llegaba al anochecer, cuando el cansancio lo vencía y no le quedaba más opción que compartir el mismo techo que ella, aunque solo para encerrarse en el despacho o en la habitación de invitados. El desprecio en sus ojos era palpable, una daga que atravesaba a Natalia cada vez que cruzaban miradas, aunque fuera por breves segundos. —No hace falta que intentes ser amable, Natalia. No soy un hombre que olvida tan fácil —le había dicho una noche, cuando ella trató de servirle la cena en un intento por hacer de esa casa algo parecido a un hogar.Ella bajó la mirada, tragando el dolor que sus palabras le causaban.—Simón, no quiero que te sientas obligado a nada. Solo… quería ayudarte a sentirte cómodo aquí.Simón soltó una risa amarga, y sus ojos reflejaron una dureza que la hizo
La luz tenue del apartamento apenas iluminaba el rostro de Natalia, quien respiraba entrecortadamente, envuelta en una crisis de nervios que la sacudía sin cesar. Había llamado a Delia con una voz quebrada y temblorosa, buscando en su amiga un poco de apoyo mientras sentía cómo la soledad le pesaba hasta el punto de ahogarla. Delia, sentada junto a ella, le acariciaba la espalda en un intento de calmarla, aunque sus propios pensamientos parecían empañados por el miedo que Simón había sembrado en todas partes.—Natalia, necesitas tratar de calmarte —dijo Delia en un tono suave, pero firme—. Si te dejas consumir por esto, le estás dando a Simón más poder sobre ti. Sabes que es lo que él quiere.—¿Calmarme? —Natalia se giró hacia ella, con el rostro enrojecido por las lágrimas y la angustia—. Delia, tengo un nudo en el pecho… sube hasta mi garganta y apenas puedo respirar cuando pienso en las amenazas de Simón. Cada vez que cierro los ojos, veo su maldita sonrisa, convencido de que va
Daniel apretó los puños con fuerza, tratando de controlar la ira que lo consumía. Sacó su teléfono y marcó un número que solo usaba en situaciones delicadas. La voz de uno de sus hombres respondió al instante, grave y segura.—Necesito que te encargues del asunto que te dije cuanto antes —dijo Daniel en un tono bajo y decidido—. Tengo que darle un respiro cuanto antes, no puedo permitir que esto se salga más de control.—Puedo hacerlo, pero debemos tener cuidado —respondió el hombre, con confianza en su voz—. Un movimiento en falso y él se enterará.Daniel suspiró comprendiendo los riesgos, pero sin dudar.—Sé que estamos sobre la cuerda floja, pero no tenemos tiempo que perder —dijo decidido—. Si Simón sigue hostigándola, llegará a un punto sin retorno. No voy a permitir que Natalia siga atrapada en este juego enfermo.—Entendido —dijo el hombre, luego de un breve silencio—. Me pondré en marcha de inmediato.Daniel colgó, sintiendo que tomaba el control por primera vez en semanas. A
Natalia despertó lentamente, sintiendo el peso de su cuerpo como si hubiera estado bajo agua durante horas. A su lado, Daniel la observaba con una mezcla de alivio y preocupación en sus ojos.—¿Cómo te sientes? —preguntó suavemente, tomando su mano entre las suyas.Ella asintió con debilidad, pero las palabras que salieron de su boca fueron casi un susurro. —Aún siento que todo esto me va a devorar —suspiró pesadamente—. Simón no se detendrá por una denuncia. Lo conozco, Daniel, buscará la forma de seguir presionando.Daniel apretó suavemente su mano, tratando de transmitirle fuerza a través del contacto.—Si lo intenta, lo meteré preso —dijo con voz decidida—. No estás sola en esto, Natalia. No tienes que enfrentarlo todo por tu cuenta.Pero el temor en los ojos de ella no desaparecía. Sabía bien cómo funcionaba la mente de Simón, y por más que quisiera creer que estaba protegida, el miedo se enroscaba en su pecho como una serpiente.—Sé que lo intentas, Daniel, pero… me asusta lo