Simón alzó una ceja, observando a Natalia con una mezcla de desdén y burla. El silencio entre ambos era denso, cargado de resentimientos no dichos.
—Hasta para fingir dignidad tienes talento —soltó con voz cortante, mientras su mirada la recorría de pies a cabeza. Las palabras cayeron como un golpe inesperado, pero Natalia apenas parpadeó. Estaba harta de esos juegos crueles. Mantuvo su mirada firme, evitando mostrarle cuánto la afectaban sus comentarios. —Piensa lo que quieras, Simón —respondió con frialdad, su voz era firme pero cansada. No valía la pena discutir más. Había decidido no seguir atada a esa toxicidad. Sin esperar su reacción, se dio la vuelta, mientras se alejaba de él con el cuerpo tenso. El auto lujoso la esperaba en la entrada, con el chofer Roger al volante, encendiendo el motor en el frío de la noche. Natalia bajó las escaleras con la cabeza en alto y las maletas pesadas en cada mano, como si con ellas llevara el peso de los últimos años. Cuando vio el auto, frunció el ceño. —¿No había otro? —preguntó, casi con desprecio. El coche parecía una declaración de opulencia que no encajaba con lo que ella sentía en ese momento. Roger la miró con una leve inclinación de cabeza. —Fueron órdenes del señor Simón, señora. Natalia negó con la cabeza, incrédula. “¿Por qué este gesto?”, pensó con disgusto. Después de todo el desprecio, ¿por qué hacer que la despidieran en un auto tan caro? No entendía su proceder, pero ya no importaba. Sacó su teléfono y llamó a su amigo Daniel, uno de los pocos hombres en los que aún confiaba. Él contestó rápidamente, como si estuviera esperando su llamada. —Daniel, necesito un favor —dijo con voz tensa—. Quiero que redactes un acuerdo de divorcio. Pídele a Simón 200 millones y Villa Azul. Daniel guardó silencio por unos segundos, sorprendido. —¿200 millones? ¿Estás segura, Natalia? —su voz sonaba dudosa. Ella asintió, aunque sabía que él no podía verla. Le parecía poco por los malos tratos durante tantos años, pero ya tenía destinado parte ese dinero para una buena causa. —Sí, estoy segura. También te daré parte de esa cantidad para que me ayudes a investigar algo —dijo decidida. Daniel no dudó en aceptar. —Cuenta conmigo. ¿Qué quieres investigar? Natalia apretó los labios, recordando las palabras de Isabella. “Había pasado años en el extranjero tratando una enfermedad coronaria” ¿Cómo podía estar tan segura de que eso era cierto? Algo en todo esto no le olía bien y estaba decidida a investigarlo. —Quiero que investigues si realmente existe esa enfermedad del corazón que Isabella dice tener —dijo con determinación—. Algo no me cuadra, Daniel. Al menos Simón debería saber la verdad. Daniel entendió de inmediato y prometió empezar la investigación de inmediato. Mientras tanto, Natalia se subió al coche, mirando por la ventana la mansión Cáceres desvanecerse tras ella. Sabía que nunca volvería, pero esta vez, la sensación de huida no era de derrota, sino de lucha. El frío de la noche no se comparaba con el calor de la determinación que ahora ardía en su pecho. … Natalia llegó a la puerta del apartamento de Daniel, con el corazón pesado. No había querido quedarse en el hotel que Simón había pagado para ella, como si fuera una simple transacción. Apretó los labios, llena de rabia contenida. “Mete a su amante en la casa, y a mí me manda a un hotel”, pensó con disgusto, mientras golpeaba la puerta. Daniel abrió al instante, su rostro estaba iluminado por una sonrisa cálida. La abrazó con fuerza, como si quisiera protegerla del mundo. —Ya comencé con la investigación —dijo en cuanto la soltó—. ¿De verdad quieres desenmascarar a tu hermana? Natalia lo miró a los ojos, con una determinación fría. —Sí —respondió sin dudar—. Esa mujer ha mentido y manipulado a todos durante demasiado tiempo. Daniel frunció el ceño, curioso. —¿Esperas que Simón se arrepienta? Natalia negó con la cabeza, soltando un suspiro cansado. —Ya no espero nada de él. Lo que haga o deje de hacer ya no es mi problema. Daniel asintió, entendiendo el dolor detrás de esas palabras. Caminó hacia la cocina y empezó a preparar la cena. El aroma del pescado empezó a llenar el aire, pero cuando lo sirvió en la mesa, Natalia frunció el ceño. —No se me antoja —dijo, apartando el plato con un gesto de desagrado. —Es tu favorito, siempre te ha gustado —replicó Daniel, sorprendido. —Hoy no. Solo quiero una copa de vino —sonrió con un tono de disculpa—. No tengo hambre. Daniel le sirvió una copa, mirándola de reojo. —Natalia... Cuando estuviste con Simón, ¿te cuidaste? Ella lo miró en silencio durante unos segundos antes de responder con voz apagada. —No... No lo hice. Daniel la observó con una mezcla de preocupación y cautela, pero decidió no decir nada más. El silencio entre ellos quedó suspendido, cargado de incertidumbre.El eco de la noticia de la separación entre Natalia y Simón Cáceres no tardó en correr como pólvora entre los círculos sociales. Los rumores sobre el regreso de Isabella, el antiguo amor de Simón, avivaban más el fuego, convirtiendo el escándalo en algo casi incontrolable.Algunos internautas se apresuraron a cuestionar a Natalia. Se decían tantas cosas: que había sido una cazafortunas, que había manipulado a Simón para casarse, que era una mujer inescrupulosa. Pero como bien sabía Natalia, las apariencias podían ser engañosas, y pronto, la verdad cambiaría esa narrativa.Al día siguiente, Simón llegó puntualmente al juzgado. Su presencia, siempre impecable, lo hacía destacar entre el bullicio: traje oscuro, corbata perfectamente anudada, rostro inescrutable. A pesar de la tormenta mediática, se mantenía como una fortaleza inquebrantable. Al entrar, sus ojos se encontraron con Natalia, quien ya estaba allí sentada con una expresión serena, aunque su mirada lo seguía con una mezcl
La noche caía sobre la ciudad, y las luces del restaurante brillaban con una calidez engañosa. Natalia se sentó en una de las mesas junto a la ventana, mientras el aire fresco entraba por el cristal, contrastando con el tumulto emocional que la consumía. Cuando Delia llegó, la abrazó con tanta fuerza que Natalia sintió que podría romperse. Era un abrazo que decía más que mil palabras, un refugio en medio de la tormenta.—No voy a preguntarte si estás bien —dijo Delia, separándose para mirar a Natalia a los ojos—. Se nota que estás cansada.Natalia esbozó una sonrisa triste y dejó escapar un suspiro. —Estoy cansada emocionalmente. Pero pronto saldré de esto —respondió, buscando en sus palabras la convicción que le faltaba.Delia, siempre la más persuasiva, se sentó frente a ella y apoyó los codos en la mesa, acercándose un poco.—¿Qué tal si tomamos algo de alcohol? —sugirió, como si el licor pudiera borrar todos los males de su amiga—. Necesitas relajarte y divertirte.Natalia sacu
—Pronto seré una mujer libre —dijo con firmeza—. Te regalo a Simón Cáceres con moño y todo. Yo me quedaré con lo que me pertenece.Isabella se tensó, y su sonrisa desapareció al instante. Dio un paso hacia adelante, con sus ojos llenos de rabia.—¿De verdad fuiste tan maldita como para pedirle Villa Azul a Simón? —espetó entre dientes, con el veneno destilando en cada palabra.Natalia soltó una carcajada sin humor, su mirada era desafiante.—La abuela Rebeca me dijo que esa propiedad me pertenecía —respondió, disfrutando de ver la frustración arder en los ojos de Isabella—. Por eso la pedí en el acuerdo de divorcio.Isabella apretó los puños con tanta fuerza que sus nudillos se pusieron blancos.—Lo sabías. Sabías que yo quería Villa Azul y por eso manipulaste a Simón. ¡Eres una maldita arpía! —le acusó, con su voz temblando de furia contenida.Antes de que Natalia pudiera responder, Isabella lanzó una mirada hacia la barra, donde Simón había comenzado a llamarla. De repente, Isabella
Isabella observó cómo los paramédicos subían a Natalia a la ambulancia con la misma expresión de hastío con la que miraba a su hermana desde hacía años. Cruzó los brazos, suspirando con fastidio, mientras Delia terminaba de dar las indicaciones para que llevaran a Natalia al hospital.—A Natalia siempre le gusta llamar la atención —murmuró, sin preocuparse de que la escucharan. La frialdad de su tono resonó en el silencio incómodo que había dejado la sirena de la ambulancia al apagarse.Simón, que había estado observando todo a distancia, se levantó de la silla en la que estaba sentado, como si algo en su interior lo empujara a seguir a la ambulancia. Isabella, al notar su movimiento, arqueó una ceja y lo detuvo con la mirada.—¿A dónde vas? —preguntó con desgano, como si no esperara una respuesta.Simón señaló hacia la ambulancia, que comenzaba a alejarse lentamente por la calle.—¿No piensas acompañar a tu hermana? —preguntó, su voz estaba cargada de una preocupación que lo tomó
Tiempo después, el médico salió por la puerta de la sala de emergencias con paso firme, llevando un clipboard en la mano y mirando alrededor en busca de alguien.—¿Familiares de Natalia Benavides? —preguntó con voz grave y autoritaria.Simón y Daniel saltaron casi al mismo tiempo, y sus miradas chocaron como un desafío silencioso.Ambos fruncieron el ceño, con el aire tenso entre ellos. Simón apretó los puños instintivamente, sin saber por qué ese hombre lo provocaba tanto, mientras Daniel mantenía la calma, pero sus ojos mostraban una preocupación auténtica.El médico los observó con curiosidad, confundido por la presencia de ambos.—¿Quién es familiar? —insistió, notando la tensión.Isabella dio un paso hacia adelante, abriendo la boca para intervenir, pero Delia se adelantó, su voz clara y firme.—Nosotros somos familiares. Él —dijo señalando a Daniel—, es el hermano de Natalia, y yo soy una amiga muy cercana. —La mentira salió de sus labios sin vacilación, cortando cualquier inten
Natalia estaba sentada con las manos entrelazadas en su regazo, intentando calmarse. Sabía que algo andaba mal desde el primer momento en que empezó a sentirse mareada, pero el resultado de los exámenes superaba cualquier cosa que hubiese imaginado. Miró al doctor, aún incapaz de procesar las palabras que acababa de escuchar.—Estás embarazada, Natalia —dijo el médico en tono sereno, como si no acabara de lanzar una bomba sobre su vida.El corazón de Natalia pareció detenerse por un segundo. Era la última cosa que esperaba escuchar. Sintió las manos de Daniel sobre las suyas, cálidas, firmes, intentando brindarle apoyo.—¿Embarazada? —repitió, su voz apenas un susurro. Las palabras se sintieron extrañas al salir de su boca.Daniel, sentado a su lado, la miraba con una mezcla de sorpresa y preocupación.—¿Es de Simón? —preguntó, aunque ya parecía saber la respuesta.Natalia asintió lentamente, aún en estado de shock. Sus pensamientos volvieron a esa única noche en la que había estad
Natalia apretó los puños, intentando no dejarse llevar por las lágrimas.—No quiero volver contigo —respondió con la voz tensa, luchando por contener las lágrimas—. Solo te estoy diciendo la verdad…—¡Por favor! —Simón la interrumpió, bufando con desdén—. Es obvio que sí lo quieres. Estás tan desesperada que has inventado esto para engañarme. Natalia lo miró fijamente, resignada. Sus ojos mostraban una tristeza profunda, pero también una determinación que no había tenido antes.—No quiero nada de ti —repitió en un susurro, agotada—. Solo cumplía con decirte.Simón la miró con una sonrisa cruel.—Siempre fuiste una excelente actriz —dijo en tono bajo, acercándose de nuevo con una presencia amenazante—. Pero ya aprendí a leerte. Solo estás jugando a la víctima para que me apiade de ti.Natalia no respondió de inmediato, sintiendo el peso de su desprecio. —Yo no soy Isabella… —¿Qué quieres decir con eso? —la interrumpió, cortante.—Piensa lo que quieras, Simón —dijo Natalia con tono m
Simón se apresuró hacia Isabella, con un instinto protector que lo dominaba.—¡¿Qué ocurrió?! —le preguntó, su voz temblaba con preocupación mientras sus manos buscaban heridas.—Ella me golpeó —acusó Isabella, su voz temblaba de emoción y dolor—. ¡Natalia me golpeó en el vientre! Mi bebé… “Esto funcionará”, pensó, mientras una risa silenciosa se formaba en su mente.Atónita, Natalia negó con la cabeza, luchando por encontrar palabras en medio del caos.—¡No es cierto! —exclamó, sacudiendo la cabeza con efusividad—. ¡No le hice nada!Simón la interrumpió, sintiendo que su paciencia se agotaba.—¡Cállate de una vez! —gritó, mientras levantaba a Isabella en brazos con una determinación palpable—. ¡Necesitamos un médico! —gritó, y su voz resonó en el pasillo.Natalia sintió que su corazón se saldría de su pecho.Mientras Simón llamaba al médico, ella tomó su teléfono y marcó el número de Daniel, mientras su mente giraba en un torbellino de desesperación.—Daniel, necesito tu ayuda. Isab