5

Simón alzó una ceja, observando a Natalia con una mezcla de desdén y burla. El silencio entre ambos era denso, cargado de resentimientos no dichos.

—Hasta para fingir dignidad tienes talento —soltó con voz cortante, mientras su mirada la recorría de pies a cabeza.

Las palabras cayeron como un golpe inesperado, pero Natalia apenas parpadeó. Estaba harta de esos juegos crueles.

Mantuvo su mirada firme, evitando mostrarle cuánto la afectaban sus comentarios.

—Piensa lo que quieras, Simón —respondió con frialdad, su voz era firme pero cansada.

No valía la pena discutir más. Había decidido no seguir atada a esa toxicidad.

Sin esperar su reacción, se dio la vuelta, mientras se alejaba de él con el cuerpo tenso.

El auto lujoso la esperaba en la entrada, con el chofer Roger al volante, encendiendo el motor en el frío de la noche.

Natalia bajó las escaleras con la cabeza en alto y las maletas pesadas en cada mano, como si con ellas llevara el peso de los últimos años.

Cuando vio el auto, frunció el ceño.

—¿No había otro? —preguntó, casi con desprecio. El coche parecía una declaración de opulencia que no encajaba con lo que ella sentía en ese momento.

Roger la miró con una leve inclinación de cabeza.

—Fueron órdenes del señor Simón, señora.

Natalia negó con la cabeza, incrédula.

“¿Por qué este gesto?”, pensó con disgusto.

Después de todo el desprecio, ¿por qué hacer que la despidieran en un auto tan caro? No entendía su proceder, pero ya no importaba.

Sacó su teléfono y llamó a su amigo Daniel, uno de los pocos hombres en los que aún confiaba. Él contestó rápidamente, como si estuviera esperando su llamada.

—Daniel, necesito un favor —dijo con voz tensa—. Quiero que redactes un acuerdo de divorcio. Pídele a Simón 200 millones y Villa Azul.

Daniel guardó silencio por unos segundos, sorprendido.

—¿200 millones? ¿Estás segura, Natalia? —su voz sonaba dudosa.

Ella asintió, aunque sabía que él no podía verla. Le parecía poco por los malos tratos durante tantos años, pero ya tenía destinado parte ese dinero para una buena causa.

—Sí, estoy segura. También te daré parte de esa cantidad para que me ayudes a investigar algo —dijo decidida.

Daniel no dudó en aceptar.

—Cuenta conmigo. ¿Qué quieres investigar?

Natalia apretó los labios, recordando las palabras de Isabella. “Había pasado años en el extranjero tratando una enfermedad coronaria”

¿Cómo podía estar tan segura de que eso era cierto? Algo en todo esto no le olía bien y estaba decidida a investigarlo.

—Quiero que investigues si realmente existe esa enfermedad del corazón que Isabella dice tener —dijo con determinación—. Algo no me cuadra, Daniel. Al menos Simón debería saber la verdad.

Daniel entendió de inmediato y prometió empezar la investigación de inmediato. Mientras tanto, Natalia se subió al coche, mirando por la ventana la mansión Cáceres desvanecerse tras ella.

Sabía que nunca volvería, pero esta vez, la sensación de huida no era de derrota, sino de lucha. El frío de la noche no se comparaba con el calor de la determinación que ahora ardía en su pecho.

Natalia llegó a la puerta del apartamento de Daniel, con el corazón pesado.

No había querido quedarse en el hotel que Simón había pagado para ella, como si fuera una simple transacción. Apretó los labios, llena de rabia contenida.

“Mete a su amante en la casa, y a mí me manda a un hotel”, pensó con disgusto, mientras golpeaba la puerta.

Daniel abrió al instante, su rostro estaba iluminado por una sonrisa cálida. La abrazó con fuerza, como si quisiera protegerla del mundo.

—Ya comencé con la investigación —dijo en cuanto la soltó—. ¿De verdad quieres desenmascarar a tu hermana?

Natalia lo miró a los ojos, con una determinación fría.

—Sí —respondió sin dudar—. Esa mujer ha mentido y manipulado a todos durante demasiado tiempo.

Daniel frunció el ceño, curioso.

—¿Esperas que Simón se arrepienta?

Natalia negó con la cabeza, soltando un suspiro cansado.

—Ya no espero nada de él. Lo que haga o deje de hacer ya no es mi problema.

Daniel asintió, entendiendo el dolor detrás de esas palabras. Caminó hacia la cocina y empezó a preparar la cena.

El aroma del pescado empezó a llenar el aire, pero cuando lo sirvió en la mesa, Natalia frunció el ceño.

—No se me antoja —dijo, apartando el plato con un gesto de desagrado.

—Es tu favorito, siempre te ha gustado —replicó Daniel, sorprendido.

—Hoy no. Solo quiero una copa de vino —sonrió con un tono de disculpa—. No tengo hambre.

Daniel le sirvió una copa, mirándola de reojo.

—Natalia... Cuando estuviste con Simón, ¿te cuidaste?

Ella lo miró en silencio durante unos segundos antes de responder con voz apagada.

—No... No lo hice.

Daniel la observó con una mezcla de preocupación y cautela, pero decidió no decir nada más. El silencio entre ellos quedó suspendido, cargado de incertidumbre.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo