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Simón sintió un escalofrío cuando el niño, con una mirada curiosa e inquisitiva, lo observó detenidamente.

Sin saber por qué, dio un paso adelante, como si algo lo empujara a acercarse y conocer más de ese pequeño desconocido.

—¿Quién eres? —preguntó el pequeño, con una curiosidad genuina que dejó a Simón sin palabras.

Abrió la boca para responder, pero las palabras no le salieron. “¿Qué te pasa?”, se dijo a sí mismo, sintiéndose tonto por quedarse sin palabras frente a un niño.

—¿Eres mudo o algo así? —Nathan lo miraba con el ceño fruncido.

—N-no, claro que no —balbuceó Simón, incómodo. Se aclaró la garganta y logró responder con algo más de seguridad—. ¿Y tú, cómo te llamas?

—Nathan. ¿Trabajas aquí? —preguntó el niño, mirándolo de arriba abajo, evaluándolo con esos ojos inquisitivos que parecían ver más de lo que Simón estaba dispuesto a mostrar.

Simón negó con la cabeza, todavía sintiéndose extraño. El nombre había provocado algo en su interior, un nudo en el estómago, una sensaci
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