Simón esperó durante más de una hora antes de que el asistente de Natalia apareciera y finalmente le confirmara una cita para unos días después. Esta vez, llegó a la empresa con anticipación, decidido a que nada interfiriera en esa reunión. Sabía que Natalia estaba en el edificio, y aunque había hecho un esfuerzo por mantener la calma, cada minuto que pasaba sin verla aumentaba su frustración. Al llegar la hora concertada, le informaron que ella no podía atenderlo.Simón respiró hondo, pero no pudo evitar hacer un reclamo. Después de unos minutos de tensión, apareció una secretaria—La señora Huntington lo verá brevemente en recepción, señor Cáceres —comunicó la chica.—¿Por qué no en su oficina? —Simón frunció el ceño, irritado.—Son órdenes de mi jefa, señor —respondió la secretaria, en tono apenado.Simón permaneció de pie en el vestíbulo, mirando hacia la puerta de la oficina de Natalia, mientras cada segundo se alargaba en su mente. Habían pasado unos quince minutos desde que l
Simón salió de la empresa de Sara con el corazón pesado, y la frustración ardiendo en su pecho. El trato distante y hasta hostil que ella le había dado era un reflejo doloroso de lo mucho que habían cambiado las cosas entre ellos. Recordaba a Natalia de hace años, aquella mujer que, con una sonrisa tímida, lo seguía a todas partes, como si él fuera el centro de su universo. En aquellos días, cada vez que ella aparecía buscándolo, él se sentía irritado e incómodo. —¿Por qué no entiendes, Natalia? —le decía, con su voz cargada de irritación, casi como si ella fuera una molestia en su vida—. Deja de seguirme como si fuera lo único que tienes. No puedes estar detrás de mí como un cachorro abandonado.Recordaba cómo ella bajaba la mirada, herida, pero sin decir una palabra, como si él tuviera el derecho a tratarla de esa forma. Sabía que le dolía, pero también sabía que Natalia nunca alzaría la voz para defenderse. La dependencia emocional que ella había desarrollado hacia él le resulta
—Nata… Sara, yo… —Simón dudó un segundo antes de continuar—. Te propongo una colaboración. Algo que pueda beneficiarnos a ambos.Natalia entrecerró los ojos, su expresión escéptica.—¿Ahora necesitas mi ayuda? —preguntó, enarcando una ceja con un destello de ironía en su mirada—. Qué curioso, viniendo de alguien que siempre pensó que no necesitaba a nadie.Simón sintió el golpe de sus palabras, pero no dejó que su rostro reflejara su incomodidad.—Es cierto. Nunca pensé que necesitaría esto, pero… la situación ha cambiado —soltó un suspiro cansado—. No es solo mi empresa la que está en juego, sino el futuro de mucha gente.Ella lo observó en silencio, como si estuviera evaluando cada palabra, cada gesto.—¿Y por qué debería ayudarte? —preguntó con voz fría—. No tengo ningún motivo para hacerlo, ¿verdad? Después de todo… tú nunca tuviste tiempo para mí.Simón contuvo el aliento, sintiendo cómo sus propias palabras del pasado regresaban para atormentarlo. Ahora no tenía más opción que
Simón sostuvo su mirada, intentando leer en sus gestos alguna vulnerabilidad escondida, pero Natalia frunció el ceño, sorprendida, recuperando la compostura casi de inmediato. La presencia de él la repelía y, al mismo tiempo, la atraía de una forma que le resultaba inquietante.—Aléjate, Simón —le dijo con voz firme, aunque él notó que sus ojos lo evitaban, revelando un atisbo de nerviosismo.De pronto, un pensamiento peligroso cruzó la mente de Simón, de que quizás aún tenía alguna oportunidad con ella. Esa idea lo sorprendió y encolerizó al mismo tiempo, así que se apresuró a apartarlo, ya que no podía permitirse distracciones en ese momento.Los ojos de Natalia volvieron a él, esta vez cargados con una determinación impenetrable. De un empujón, lo alejó de su espacio personal, plantándose frente a él con la misma presencia imponente que lo había atraído y repelido en la gala.—No te pases de la raya…—Acepta el trato, Natalia —pidió Simón con voz suplicante, sintiéndose un poco i
—Señora Huntington, ¿desea que me detenga? —preguntó el chofer, dudoso.—Solo baja la velocidad un poco, Javier —respondió ella, viendo cómo él continuaba corriendo a pesar de que el auto seguía andando.Simón no estaba dispuesto a rendirse. Corrió tras el auto que apenas había bajado la velocidad, acelerando hasta que finalmente lo alcanzó.Se sentía humillado, pero más allá de eso, una parte de él seguía negándose a aceptar que todo estuviera perdido.No podía simplemente marcharse. No después de todo lo que había pasado entre ellos, y menos cuando su empresa estaba a punto de caer en picada. Ella era su única esperanza, aunque odiara depender de ella de esta manera.—Dame otra oportunidad —suplicó, tratando de sonar firme, pero incapaz de ocultar la nota de desesperación en su voz—. Por favor, sólo una.Natalia se giró hacia él, y sus ojos lo taladraron con una frialdad implacable. Aún detrás del vidrio, su mirada era tan dura que Simón sintió cómo cada una de sus palabras moría e
Aceleró su auto y siguió al de Natalia a una distancia prudente, cuidando de no perderla de vista. Las calles se sucedían bajo las ruedas mientras Simón intentaba calmar su respiración agitada. No había anticipado cuánto le afectaría verla de nuevo, y mucho menos cuánto desearía ver a Nathan. Su «hijo», la palabra le resonaba en la cabeza, tan familiar y a la vez tan lejana.Finalmente, vio cómo el auto de Natalia giraba en la entrada de una casa de estilo contemporáneo, de líneas limpias y modernas, situada en una zona tranquila de la ciudad. Simón aparcó a unos metros de distancia, observando cómo Natalia bajaba del auto. Miró las ventanas, buscando un atisbo del niño. Y entonces lo vio, la pequeña figura de Nathan detrás de la ventana, observándolo con una mezcla de curiosidad y recelo. Simón alzó la mano en un gesto de saludo, pero apenas un segundo después, esos ojos grises idénticos a los suyos se agrandaron de miedo y Nathan desapareció de la vista, como si su sola presenci
Nathan se quedó en el umbral de la sala, abrazando a su peluche desgastado, pero con los ojos fijos en la puerta por donde ese hombre casi desconocido había salido. Lo recordaba de la oficina y aunque al principio pensó que era mudo, el hombre había hablado de una manera nerviosa y atropellada que lo dejó algo confuso, pero curioso.Simón. Así le había dicho su mamá que se llamaba. Nathan frunció el ceño, sintiendo un revoltijo extraño en el pecho, una mezcla de curiosidad y algo que no sabía cómo nombrar. Natalia, todavía con el ceño fruncido, se dio cuenta de que el pequeño la observaba en silencio. —Nathan, cariño, ven aquí —dijo, forzando una sonrisa. Pero Nathan no se movió. Dio un paso atrás, aferrando más fuerte su peluche. —¿Por qué estaba él aquí? —preguntó con su vocecita firme, sus ojos grises la escrutaron como si pudiera ver a través de sus palabras. Natalia suspiró, poniéndose de rodillas frente a él. —Es complicado, Nathan. No quiero que te preocupes por c
El día de Isabella no podía empeorar más. Tras el escándalo en el club Ébano y Marfil, donde sus “amigas” se habían deleitado viendo cómo perdía los estribos, terminó siendo escoltada fuera del recinto por un empleado con expresión de lástima contenida. Mientras caminaba tambaleándose hacia su auto, intentó marcar el número de sus padres, sus únicos aliados incondicionales desde siempre. Ellos estaban en alguna parte del mundo, disfrutando de sus interminables viajes, pero Isabella no pensó en eso. Necesitaba hablar con ellos, necesitaba que le dijeran que todo lo que había escuchado era mentira, que Natalia no había regresado triunfal como todos aseguraban. —¿Hola? —respondió su madre con voz pausada desde un lugar, donde el ruido de copas y risas se escuchaba de fondo. Isabella comenzó a balbucear palabras sin sentido, entre sollozos y respiraciones agitadas: —Mamá... Natalia... ella está viva... Simón… ella... ¡¿Por qué?! Su madre, claramente confundida, intentó calmarl