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—Señora Huntington, ¿desea que me detenga? —preguntó el chofer, dudoso.

—Solo baja la velocidad un poco, Javier —respondió ella, viendo cómo él continuaba corriendo a pesar de que el auto seguía andando.

Simón no estaba dispuesto a rendirse. Corrió tras el auto que apenas había bajado la velocidad, acelerando hasta que finalmente lo alcanzó.

Se sentía humillado, pero más allá de eso, una parte de él seguía negándose a aceptar que todo estuviera perdido.

No podía simplemente marcharse. No después de todo lo que había pasado entre ellos, y menos cuando su empresa estaba a punto de caer en picada.

Ella era su única esperanza, aunque odiara depender de ella de esta manera.

—Dame otra oportunidad —suplicó, tratando de sonar firme, pero incapaz de ocultar la nota de desesperación en su voz—. Por favor, sólo una.

Natalia se giró hacia él, y sus ojos lo taladraron con una frialdad implacable. Aún detrás del vidrio, su mirada era tan dura que Simón sintió cómo cada una de sus palabras moría e
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