Simón sostuvo su mirada, intentando leer en sus gestos alguna vulnerabilidad escondida, pero Natalia frunció el ceño, sorprendida, recuperando la compostura casi de inmediato. La presencia de él la repelía y, al mismo tiempo, la atraía de una forma que le resultaba inquietante.—Aléjate, Simón —le dijo con voz firme, aunque él notó que sus ojos lo evitaban, revelando un atisbo de nerviosismo.De pronto, un pensamiento peligroso cruzó la mente de Simón, de que quizás aún tenía alguna oportunidad con ella. Esa idea lo sorprendió y encolerizó al mismo tiempo, así que se apresuró a apartarlo, ya que no podía permitirse distracciones en ese momento.Los ojos de Natalia volvieron a él, esta vez cargados con una determinación impenetrable. De un empujón, lo alejó de su espacio personal, plantándose frente a él con la misma presencia imponente que lo había atraído y repelido en la gala.—No te pases de la raya…—Acepta el trato, Natalia —pidió Simón con voz suplicante, sintiéndose un poco i
—Señora Huntington, ¿desea que me detenga? —preguntó el chofer, dudoso.—Solo baja la velocidad un poco, Javier —respondió ella, viendo cómo él continuaba corriendo a pesar de que el auto seguía andando.Simón no estaba dispuesto a rendirse. Corrió tras el auto que apenas había bajado la velocidad, acelerando hasta que finalmente lo alcanzó.Se sentía humillado, pero más allá de eso, una parte de él seguía negándose a aceptar que todo estuviera perdido.No podía simplemente marcharse. No después de todo lo que había pasado entre ellos, y menos cuando su empresa estaba a punto de caer en picada. Ella era su única esperanza, aunque odiara depender de ella de esta manera.—Dame otra oportunidad —suplicó, tratando de sonar firme, pero incapaz de ocultar la nota de desesperación en su voz—. Por favor, sólo una.Natalia se giró hacia él, y sus ojos lo taladraron con una frialdad implacable. Aún detrás del vidrio, su mirada era tan dura que Simón sintió cómo cada una de sus palabras moría e
Aceleró su auto y siguió al de Natalia a una distancia prudente, cuidando de no perderla de vista. Las calles se sucedían bajo las ruedas mientras Simón intentaba calmar su respiración agitada. No había anticipado cuánto le afectaría verla de nuevo, y mucho menos cuánto desearía ver a Nathan. Su «hijo», la palabra le resonaba en la cabeza, tan familiar y a la vez tan lejana.Finalmente, vio cómo el auto de Natalia giraba en la entrada de una casa de estilo contemporáneo, de líneas limpias y modernas, situada en una zona tranquila de la ciudad. Simón aparcó a unos metros de distancia, observando cómo Natalia bajaba del auto. Miró las ventanas, buscando un atisbo del niño. Y entonces lo vio, la pequeña figura de Nathan detrás de la ventana, observándolo con una mezcla de curiosidad y recelo. Simón alzó la mano en un gesto de saludo, pero apenas un segundo después, esos ojos grises idénticos a los suyos se agrandaron de miedo y Nathan desapareció de la vista, como si su sola presenci
Nathan se quedó en el umbral de la sala, abrazando a su peluche desgastado, pero con los ojos fijos en la puerta por donde ese hombre casi desconocido había salido. Lo recordaba de la oficina y aunque al principio pensó que era mudo, el hombre había hablado de una manera nerviosa y atropellada que lo dejó algo confuso, pero curioso.Simón. Así le había dicho su mamá que se llamaba. Nathan frunció el ceño, sintiendo un revoltijo extraño en el pecho, una mezcla de curiosidad y algo que no sabía cómo nombrar. Natalia, todavía con el ceño fruncido, se dio cuenta de que el pequeño la observaba en silencio. —Nathan, cariño, ven aquí —dijo, forzando una sonrisa. Pero Nathan no se movió. Dio un paso atrás, aferrando más fuerte su peluche. —¿Por qué estaba él aquí? —preguntó con su vocecita firme, sus ojos grises la escrutaron como si pudiera ver a través de sus palabras. Natalia suspiró, poniéndose de rodillas frente a él. —Es complicado, Nathan. No quiero que te preocupes por c
El día de Isabella no podía empeorar más. Tras el escándalo en el club Ébano y Marfil, donde sus “amigas” se habían deleitado viendo cómo perdía los estribos, terminó siendo escoltada fuera del recinto por un empleado con expresión de lástima contenida. Mientras caminaba tambaleándose hacia su auto, intentó marcar el número de sus padres, sus únicos aliados incondicionales desde siempre. Ellos estaban en alguna parte del mundo, disfrutando de sus interminables viajes, pero Isabella no pensó en eso. Necesitaba hablar con ellos, necesitaba que le dijeran que todo lo que había escuchado era mentira, que Natalia no había regresado triunfal como todos aseguraban. —¿Hola? —respondió su madre con voz pausada desde un lugar, donde el ruido de copas y risas se escuchaba de fondo. Isabella comenzó a balbucear palabras sin sentido, entre sollozos y respiraciones agitadas: —Mamá... Natalia... ella está viva... Simón… ella... ¡¿Por qué?! Su madre, claramente confundida, intentó calmarl
Isabella continuó sollozando mientras él permanecía inmóvil, luchando por calmar la tormenta de pensamientos que le asaltaban. La discusión con Natalia, el arrepentimiento por Nathan, el miedo a perder lo que había construido junto a Isabella... Todo parecía desmoronarse frente a él.Isabella siguió gritando hasta que, finalmente, sus palabras se convirtieron en algo más oscuro, algo que hizo que Simón sintiera un estremecimiento en su interior.—Si sigues haciéndome esto... si sigues haciéndome sentir así... —sus ojos se desorbitaron, y su voz se quebró—, me voy a hacer daño. No puedo soportarlo, Simón... No puedo vivir así. Quiero morir… En un acto instintivo, se agachó junto a Isabella, tomando sus hombros con firmeza, forzándola a mirarlo.—¡Basta! ¡Cálmate, Isabella! —le dijo con voz firme—. ¿Has perdido la razón?, no puedes estar pensando en esas cosas.—Pero Simón…—¿Qué es lo que quieres? —bufó, exasperado—. ¿Que me quede aquí llorando contigo? ¡Tienes que calmarte! Es que N
Natalia se llevó el teléfono al oído y escuchó la voz tranquila de Daniel, aunque esta vez había una nota de seriedad que no podía ignorar. —¿Qué ocurrió? —preguntó él al otro lado de la línea, percibiendo de inmediato la tensión en su respiración. —Simón estuvo aquí —confesó Natalia, sin preámbulos—. Vino a ver a Nathan. Un silencio pesado cayó entre ambos. Daniel dejó escapar un suspiro audible, como si intentara contener su irritación. —¿Y qué quería? —preguntó finalmente, su tono más frío de lo habitual. —Dice que quiere estar presente en la vida de Nathan —respondió Natalia, intentando que su voz no temblara—. Pero no sé si creerle. Daniel resopló, una mezcla de incredulidad y desagrado. —¿No sería más fácil si nos casáramos de verdad? —propuso de pronto, con una firmeza que Natalia no esperaba. La pregunta la tomó por sorpresa. Su corazón dio un vuelco, y sintió cómo la sangre se le helaba en las venas. —¿Qué? —murmuró, como si no hubiera entendido bien. —Si
Simón cruzó los brazos, su expresión era tensa mientras observaba a sus suegros, quienes habían perdido el habla. Parecían bastante nerviosos y eso lo inquietaba aún más.—¿Y bien? ¿Qué hacen aquí? —preguntó con voz tensa, al notar que nadie se atrevía a hablar. Isabella se mordió el labio, luchando por encontrar una excusa convincente, pero antes de que pudiera hablar, Graciela tomó la palabra. —Estamos aquí porque necesitamos saber si es verdad lo que dijo Isabella —declaró, con una mezcla de incredulidad y ansiedad—. ¿Natalia… en verdad está viva? La declaración cayó como una bomba. Simón dirigió su mirada hacia Isabella, quien mordió su labio inferior, evitando sostenerle la mirada. —¿Se los contaste? —preguntó Simón con voz baja, contenida, pero lo suficientemente afilada como para hacer que Isabella retrocediera ligeramente. Antes de que ella pudiera responder, Roberto interrumpió, indignado. —¿Tú lo sabías? —su tono era de reproche e indignación—. ¿Sabías que Natali