Venir a trabajar con hambre, sueño y dolor de cabeza no es la mejor manera de empezar el día. Pero aquí estoy, sirviendo café para mi gruñón jefe. ¿Qué le pasa a ese viejo amargado? Si está muy frío, lo devuelve. Si está muy caliente, también. Si está tibio, lo mismo. ¿Quiere tomar orina o qué?
Regreso a su oficina con otro café, forzando la sonrisa mientras lo dejo sobre su escritorio. Me observa a través de sus lentes de pasta oscura, toma un sorbo y, como era de esperarse, frunce el ceño. Aquí vamos de nuevo. —Sabe horrible —dice con calma, y me da un tic en el ojo—. Tráeme otro. Estoy segura de que me odia. Sí, eso debe ser. Tranquila, Tess, respira. —Con todo respeto, señor, pero ya van cinco cafés con este… —¿Me estás cuestionando? —se quita los lentes, y eso solo significa que quiere pelear—. ¿Además de incompetente, atrevida? —Es solo un café. Todo el tiempo que he perdido en esto podría haberlo invertido en trabajo, señor —sueno tan harta que ni me esfuerzo en disimularlo. —Ah, ¿hablamos de tiempo? —se ríe, divertido—. Muy bien, señorita Tess, ya que le preocupa tanto, ¿qué le parece hacer horas extras? —No, espere, señor, lo que quise decir… —Mañana a primera hora quiero todo este papeleo listo, sin errores —arrastra una pila de documentos hacia mí—. Sin objeciones, o le redacto su carta de despido. Aprieto los labios con fuerza y quiero llorar de puro coraje. No he dormido en días, no he desayunado, y anoche mi cena fue un sándwich frío que llevaba días en la nevera. Y ahora, horas extras. ¿Por qué este desgraciado me odia tanto? Tomo los papeles de mala gana y regreso a mi puesto de trabajo, tragándome el nudo en la garganta. Se desquita conmigo solo para inflar su asqueroso ego de superioridad, simplemente porque lo rechacé cuando se me insinuó. Puedo estar muriéndome de hambre con este mísero sueldo, pero mi dignidad no está en venta. Paso el día frente a la pantalla del ordenador. Cuando llega la hora del almuerzo y me invitan a comer, me niego. No puedo darme el lujo de gastar. Cada centavo cuenta para pagar las deudas que dejó mi padre cuando se largó con otra mujer. Por su abandono, mamá se quitó la vida y me dejó sola con toda esta carga. Me pregunto qué pecado estaré pagando. Llega la noche y mis compañeros ya se han marchado. No me queda más remedio que recoger mis cosas y volver a mi estrecha y fría casa, cargando estos documentos que debo terminar para mañana. Al llegar, lo primero que hago es buscar algo de comer. Mi nevera está casi vacía. Lo único que encuentro es agua y otro sándwich frío. No he hecho la compra porque no quiero gastar lo poco que me queda, dinero que he reservado para los deudores. Y ni siquiera alcanza para nada. —¡Tess! —un grito me sobresalta y mi cena cae al suelo—. ¡Abre la puerta, te vi llegar! Maldigo entre dientes por mi mala suerte y por haber perdido mi cena. Cierro la nevera con rabia y voy a abrir la puerta. Sé quiénes son. Otra vez esos tipos, viniendo a pedir dinero antes del día estipulado. —¿Ahora qué? —les espeto en la cara al abrir—. ¡Hoy no es el día de pago! —¿Y eso qué? Necesitamos dinero —responde uno de los dos hombres musculosos frente a mi puerta—. Danos algo, aunque sea. —No tengo mucho —suspiro—. ¿Creen que produzco dinero por arte de magia? Tienen que esperar. —Te dijimos que nos des algo —el más alto me agarra del cabello. Quisiera darle una patada en la entrepierna, pero son dos, y sé que quien perdería sería yo—. Anda, Tess, eres una chica buena. He tenido un día de m****a y ahora esto. No tengo paz, no tengo dinero, no tengo nada. ¿Hasta cuándo tendré que vivir así? —Está bien —me rindo, y ellos sonríen con satisfacción. Voy a mi habitación, saco lo poco que he logrado ahorrar y se los entrego. Aunque es una miseria, lo aceptan sin quejarse. De seguro lo gastarán en vicios, como siempre. Cierro la puerta y miro mi cena desparramada en el suelo. Ni siquiera me molesto en recogerla. En lugar de eso, me siento frente a mi pequeña oficina improvisada y me pongo a trabajar. Pasada la medianoche, la fatiga me golpea con fuerza. Me siento mareada, con falta de sueño y con un dolor de cabeza insoportable. Lo único que quiero son unas vacaciones, pero sé que nunca podré permitírmelas. ¿Por qué no nací rica? ¿Era tan difícil? La pantalla de mi ordenador se vuelve borrosa. Un vértigo repentino me deja sin aire y, antes de que pueda reaccionar, mi cabeza choca contra el escritorio. Todo se vuelve oscuridad. Si muero, quiero ir al cielo. Es mi único deseo. [***] —¡Zara! —Por Dios, ¿está muerta acaso? —No, seguramente se desmayó de la emoción… Abro los ojos de par en par, con las pupilas casi saliéndose de las órbitas. En mi campo de visión hay muchas caras desconocidas que suspiran de alivio al verme incorporarme. Me duele la cabeza como nunca y siento un ligero malestar en el pecho. ¿Dolor? Sí, algo así. Mi cuerpo se siente pesado y, cuando me miro, descubro que llevo puesto un vestido de novia enorme, hermoso y elegante. ¿Qué es esto? —¡Qué alivio que hayas despertado! —me dice alguien a quien no conozco. A mi alrededor todo es puro lujo. Una habitación de ensueño, de esas que jamás en mi vida de pobre habría podido tener. Mujeres vestidas de forma elegante me rodean, algunas parecen del servicio, y entre ellas hay un hombre mayor con un maletín. Parece un doctor. —¿Se encuentra bien, señorita? Le haré un chequeo —dice el hombre, y yo lo miro confundida. ¿Estoy soñando? Si es así, esto se está volviendo raro. Mientras ese señor me revisa, intento aclarar mi mente. Estoy perdida, demasiado perdida. ¿No estaba frente a un ordenador muriéndome? Entonces… no morí, sino que estoy soñando, ¿verdad? —Qué extraño —comenta el tipo de repente—. No encuentro ninguna anomalía. Todo parece estar en orden. —Quizás fue un simple desmayo por la presión, doctor —añade alguien más—. Qué bueno que no fue nada grave. Todos en la habitación parecen haberse calmado, pero yo no. Me levanto de un salto abrupto de la cama y todas las miradas se fijan en mí con sorpresa. Mi cuerpo no me duele, tampoco siento ese horrible malestar que cargaba por el hambre. Más bien… me siento sana. ¿Esto es real? —¿Zara? —pregunta alguien al verme moverme hacia un espejo sobre un mueble. Aparto a la gente de mi camino y me miro en el reflejo. Me quedo atónita. Soy hermosa, increíblemente hermosa. Cabello negro, ojos azules como zafiros, piel blanca, suave y delicada. Además… mi figura es perfecta. ¿Quién demonios es ella? ¿Soy yo? —¡Dios mío, es tardísimo! —chilla alguien—. ¡Hay que darse prisa, todos están esperando! Me jalan de la mano, apartándome del espejo. Me ponen recta y las mujeres de antes comienzan a darme retoques en el cabello, colocan un velo, maquillaje y adornos. Yo nunca me maquillo. Todo se siente irreal, y el miedo a hablar me deja en estado de shock. En un abrir y cerrar de ojos, estoy dentro de un auto con mujeres gritando aquí y allá, insistiendo en que vamos tarde. ¿Tarde a dónde? Me pellizco el brazo y suelto un quejido. Duele. No parece un sueño, pero tiene que serlo. ¿O es un lado distorsionado del cielo donde pedí ir? Alguien habla por teléfono y dice que estamos por llegar, que hubo un retraso. Se ven nerviosas, y por alguna razón, yo también lo estoy. Cuando llegamos al destino, todas las mujeres que vienen conmigo se bajan del auto y el chófer me abre la puerta. Estoy frente a una iglesia. Hay mucha gente dentro, y los flashes de las cámaras golpean mi rostro, obligándome a fruncir el ceño. ¿Me voy a casar? —Apresúrate, Zara —dice alguien entre risas emocionadas. ¿Quién es Zara? ¿Yo? No… yo soy Tess. Una melodía empieza a sonar mientras me posicionan para caminar por una larga alfombra roja. La gente murmura a mi alrededor, sus caras son desconocidas, sus ropas son lujosas, y la decoración de la iglesia es impresionante. ¿Este es mi último regalo antes de morir? ¿Casarme por todo lo alto? Mis ojos encuentran unos orbes negros en cuanto llego al altar. No sé cómo, pero he llegado. Me recorren de pies a cabeza y frunce el ceño. ¡Es muy guapo! Pero… ¿por qué me mira con tanto odio? Miro detrás de mí, tratando de distinguir a alguien conocido, pero la verdad es que no logro reconocer a nadie. Me sobresalto cuando el cura, que parecía estar esperando, inicia una oración. ¿Esto va en serio? ¿Debería correr? Estoy asustada, no entiendo qué está pasando. Quiero despertar, porque con cada segundo esto se vuelve más real. —¿Señorita Zara? —la voz del padre me saca de mis pensamientos. Lo miro, parpadeando confundida.—¿Acepta a Cole Harrington como su esposo para amarlo y respetarlo todos los días de su vida hasta que la muerte los separe? Abro la boca sin saber qué responder. Mis ojos vuelven al guapísimo hombre frente a mí, que parece como si quisiera matarme con la mirada. Yo no soy Zara, soy Tess, pero si Zara se está casando y yo estoy en su cuerpo… ¿debería decir que sí? No, espera, esto suena raro. —Zara —gruñe el tipo entre dientes. —Ah… sí, acepto —respondo de forma mecánica. Me llevo las manos a la boca al notar que mi voz suena distinta. Más refinada, dulce, con una melodía perfecta. El cura le hace la misma pregunta al tal Cole, y él responde igual que yo, pero con una voz forzada y ácida. ¿Qué le pasa? ¡Yo al menos lo dije de buena gana! —Entonces, el novio puede besar a la novia —declara el anciano. Mi expresión se transforma en puro horror. Ni de broma. Nadie me va a besar. —¿Qué demonios te pasa? —la voz del hombre frente a mí es helada. —¿Pasar qué? El tipo frunce el ceño y me observa como si estuviera loca. Yo tampoco entiendo nada. Cuando pedí ir al cielo, no me refería a esto. Si es un sueño, necesito despertar ya. —¿Puedes comportarte ya? —gruñe el hombre frente a mí, acercándose. Uy, huele a colonia cara… y deliciosa—. Deja este estúpido juego y quédate quieta. —¿Quieta para qué…? —Las palabras mueren en mi boca cuando él se inclina y me besa los labios. Abro los ojos de par en par y, por puro instinto, lo aparto de un empujón. Luego, sin pensarlo, le suelto una bofetada. ¡Qué irrespetuoso! Entonces, el silencio se apodera del lugar. Se oyen murmullos de asombro y los flashes de las cámaras se intensifican. El hombre frente a mí se queda inmóvil, con la cabeza girada hacia un lado, atónito. Yo, por mi parte, me llevo las manos a la boca. ¿Qué acabo de hacer? No sé qué decir, qué hacer… ¿Quién es él? No lo conozco. Más bien, no conozco a nadie aquí. ¿Dónde demonios estoy metida?.—L-lo siento —tartamudeo—. Es que… me tomaste por sorpresa, ¿sí? Vamos, hombre, eso no se le hace a una dama.El tipo se gira y me mira, confundido, pero también furioso. Por un instante, creo que va a pegarme, porque su expresión lo dice todo. Pero en lugar de eso, me sujeta la muñeca con fuerza y se inclina hacia mi oído.—Te has vuelto completamente loca, Zara —susurra. Mi cara debe ser un poema ahora mismo —. Vas a pagar por la humillación que me hiciste pasar hoy, ¿entiendes? Ahora ponte recta y sonríe. Es lo único que queda después del espectáculo que montaste.Quiero responder, pero él me toma de la mano y me obliga a mirar al frente. Lo hago, aunque entrecierro los ojos por la incomodidad de los flashes que no dejan de cegarnos.De repente, la gente empieza a aplaudir y a darnos felicitaciones que, en lugar de emocionarme, me hacen sentir incómoda.Sí, esto es, sin duda, una puta boda. Me acabo de casar. Acabo de dar el "sí". Y no tengo la menor idea de cómo pasó, si lo últim
No puedo creer lo que ven mis ojos. Mi mandíbula casi se desprende al ver la inmensa residencia de lujo frente a mí. ¿Esta es mi casa? ¿La de Zara y Cole?Mi esposo se baja del auto sin molestarse en abrirme la puerta, como hicieron esas amables y desconocidas personas frente a la iglesia. Simplemente ajusta su impecable traje y camina hacia la entrada.¿Con qué tipo de gusano te has casado, Zara? Bajo por mi cuenta, porque no necesito a un bastardo para resolver problemas como este. Sin embargo, termino cayendo al suelo cuando tropiezo con el vestido y los tacones. Es tan grande e incómodo. ¡Qué malditos gustos!—¡Oye! —le grito a Cole— ¿No puedes echarme una mano?Él se voltea y me mira. Con esa expresión de desprecio, parece decirme desde arriba que soy un insecto que debería ser aplastado por su zapato en este mismo instante.—No te mandé a usar ese ridículo vestido —escupe, antes de continuar su camino, dejándome atrás.«Vale, con que esas tenemos. Ya verás.»Me levanto como pue
Me he quedado dormida. Por todos los santos, caí en un sueño de mil años. Ni siquiera me he quitado el vestido de novia, y la oscuridad en la ventana me indica que ya es de noche.Miro a mi alrededor. Sigo aquí, atrapada en un cuerpo que no es mío, en una vida que no me pertenece. ¿Acaso nunca volveré a mi estado original?Me incorporo con desgana, tentada a seguir disfrutando de la suavidad de la cama, pero tengo cosas que averiguar. Me dirijo al baño, inmenso y lujoso, con una bañera gigante, un espejo imponente, una amplia ducha y jabones con lociones de todos los aromas imaginables.Paso una eternidad en el agua, zambulléndome y saliendo a la superficie, jugando con la espuma como una niña con juguetes nuevos.¡Esto es vida!Media hora después, envuelta en una toalla, abro el armario y dejo que mi dedo elija al azar entre los exquisitos vestidos. Debo admitir que Zara tiene un gusto impecable: prendas elegantes, atrevidas y sofisticadas, dignas de una dama de la alta sociedad. Me