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Un encuentro inesperado

El restaurante en el que la hermana de Andrés ha concordado la cita queda al otro extremo de la ciudad, por lo que he tenido que salir una hora antes de las siete. Luego de una hora y media de tránsito insoportable, llego solo cinco minutos después de las ocho. No está tan mal. Salgo del auto apresurado, porque si lo pienso mucho, terminaré arrepintiéndome de toda esta farsa y regresaré a mi casa. En cualquier otro escenario, no me habría importado en lo más mínimo involucrarme en una noche de aventura con una desconocida, es más: esa es mi naturaleza. Sin embargo, desde que he recibido la tremenda noticia de mi abuelo, tengo que andar con paso fino, porque tengo poco tiempo como para estar tonteando con cualquiera. Necesito a alguien dispuesta a hacer negocios conmigo. Por otro lado, está el hecho de que la maestra es amiga de la hermana de mi amigo… En conclusión, es complicado, porque cuando hay allegados de por medio, las cosas nunca marchan bien. Exhalo profundamente, negando con la cabeza al mismo tiempo, mientras me encamino hacia el restaurante. 

El lugar es exquisito. Se nota que Stacey tiene muy buen gusto, porque ha escogido nada más y nada menos que La Barca, uno de los mejores sitios de comida metropolitana de la zona. El menú es variado, el diseño es moderno y fresco, y la decoración hace alusión a lo marino. Todo el espacio cuenta con grandes ventanales que dejan ver la ciudad desde el interior, así como una enorme pared al fondo con un diseño tipo fondo de mar que es muy relajante. Me gusta, al menos podré comer algo rico, en caso de que salgan mal las cosas. No sé porqué tengo tan pocas esperanzas en esta cita a ciegas.

—Buenas noches, tengo una reserva para dos a nombre de Andrés Mccabe — saludo a la recepcionista de la puerta.

La dama de la puerta me saluda con una sonrisa y me invita a pasar. Atravesamos las enormes puertas acristaladas y los acordes de un piano sonando suavemente me reciben. Eso, más el delicioso aroma y exquisitez del lugar, en donde hasta los empleados van debidamente uniformados de blanco y negro, donde todo es prolijo y muy bien distribuido, me hacen sentir cómodo.

Como es lunes, el lugar está un poco flojo, pero de todos modos, hay mucho espacio entre una mesa y otra, lo que da cierto grado de privacidad para conversar.

—Esta es su mesa, señor Mccabe, su acompañante aún no ha llegado.

Asiento con la cabeza y ocupo una de las sillas sin brazos de la mesa. No me molesto es corregirla, porque de todos modos, no me interesa entrar en detalles sobre mi verdadero nombre y la razón por la que estoy aquí. Tomo la servilleta del plato y la coloco sobre mi regazo como bien me enseñó mi institutriz. Al menos no he sido el último en llegar, pienso mientras doy un trago al agua que me ha servido el camarero. No sé porqué estoy tan nervioso. Pareciera que esta es la primera vez que salgo con una mujer.

En realidad, lo de llegar primero tiene su desventaja, porque en caso de que mi acompañante resulte ser una anciana cincuentona, no podré darme cuenta, sino estoy atado a esperarla y descubrirlo cuando se presente, sin escapatoria. Además, este no es mi modus operandi. Generalmente llevo a las chicas a un bar y no a una cena. Este tipo de citas no es lo mío. Doy otro sorbo de agua y miro mi reloj. Son las ocho y cuarto. La profe está retrasada. Quizás sea a mí a quien deje plantado. Juego con mi barba espesa mientras espero.

Me flojo el último botón de mi camisa, empezando a impacientarme. Esta noche mi atuendo lo compone unos pantalones color crema de vestir, unos zapatos clásicos a juego con mi cinturón café y una camisa azul oscura junto a una chaqueta un tono más oscuro. Sé que no me veo mal, no como para que la dichosa profesora haya aparecido y al verme, se hubiese retractado.

Cuando mi reloj color plata marca las ocho y veinticinco, decido desistir. Busco al camarero con la mirada, para ordenar algo de cenar, ya que, si conduje hasta acá y esperé tanto rato, no pienso irme con el estómago vacío. No logro encontrarlo, pero sigo buscando con la mirada, hasta que mis ojos se cruzan con la imagen más inesperada de mi vida.

En la puerta, junto a la recepcionista, envuelta en un vestido rojo hasta la rodilla y de tirones anchos, está ella. La chica de mis sueños. La mujer que me robó el aliento hace semanas en aquel extraño centro de bailes al que Andrés me llevó. Mi instinto me lleva a ponerme de pie, para abordarla. Aunque no tengo ni idea de lo que podría decir, ni loco pienso dejarla escapar. Solo es verla para olvidarme de la razón por la que estoy aquí. Una vez más estoy hechizado, flechado por su mera presencia. Doy unos pasos hasta alcanzarla, pero mi corazón se acelera cuando veo que la recepcionista se encuentra conmigo a mitad de camino.

—Señor Mccabe, ¿Se marcha ya? Esta es su acompañante y justo la llevaba hasta su mesa.

Mis ojos no se apartan de los suyos ni un instante. ¡No puedo creer que esta sea la maestra que llevo media hora esperando! De todas las personas que podría haber esperado, de todas las mujeres que imaginé entrarían por esa puerta, nunca, nunca creí que la chica de los bailes sería ella. ¡Si llevo más de un mes tratando de contactarla, de por lo menos averiguar su nombre! Y ahora está aquí, frente a mí, mirándome con el mismo asombro que siento yo. De verdad que el cielo me ha hecho una muy buena jugada, y yo, tan sorprendido y complacido, sé que será una maravillosa noche. 

                                                                     ADRIANA.

Hay días que son un completo desastre. Hoy ha sido uno de ellos. Para empezar, la torrencial lluvia de esta mañana y el delicioso clima que eso conlleva, hizo que se me pegaran las sábanas, llegando media hora tarde a la escuela. Como si eso no fuera poco, al terminar el día de clases, mi auto decidió averiarse justo a la hora de salir. No puedo culparlo, era de mi abuela y ella no lo cuidaba muy bien que digamos, además de que la inversión que hago en él es mínima. Para ser un Camry del noventa y ocho, mucho ha resistido.

Tuve que llamar una grúa para remolcarlo hasta un taller y luego esperar horas hasta que repararan el carburador y no sé cuántas piezas más, pero ese desajuste me costó quinientos dólares, un gasto enorme en mi muy limitado presupuesto. Ya a las siete de la noche, llegué a casa muerta de hambre, y lo último que quería hacer era salir y menos en una cita a ciegas, pero al final, contra todos mis deseos de meterme en la cama y disfrutar mi única noche libre de la semana, me he presentado, con media hora de retraso, para colmo. Del armario tomé lo primero que encontré, un vestido rojo que no había que planchar, el pelo me lo he dejado suelto, como de costumbre, y para complementar el atuendo, me he puesto unas zapatillas doradas a juego con mi bolso de mano. Igual, mis expectativas de esta cita son mínimas, así que no me siento en ánimos de deslumbrar.

Llegar al restaurante me tomó un poco de tiempo y cuando finalmente lo encontré, esperaba que en el fondo, ya mi acompañante se hubiese marchado. Por eso, con la mejor de las sonrisas, me acerco a la señora de la recepción y pregunto por el nombre de Andrés Mccabe.

—Bienvenida, buenas noches. Acompáñeme, por favor.

Muy cordialmente, me dirige hacia el interior del restaurante. Yo mascullo una maldición en español, idioma que solo hablo con mis familiares mexicanos, ya que en Atlanta casi no hay hispanohablantes. No sé porqué soñaba con la idea de que Andy se habría marchado, pero no me queda de otra más que enfrentarlo.

Dentro del restaurante, los comensales disfrutan su cena distraídos, mis ojos estudian el lugar, pero me quedo de piedra cuando un alto sujeto, más guapo que los que salen en las revistas de playboy, se acerca a nosotros. Todo su porte es elegante, con una gracia natural al andar y de pronto, me doy cuenta de quién es él: ¡el tipo que estaba en mi show de hace unas semanas y que me habían dicho que había regresado preguntando por mí muchas veces!

Quiero que la tierra me trague aquí y ahora, pero la suerte no está de mi lado, porque no solo me ha reconocido, sino que se detiene frente a mí, devorándome con la mirada.

—Señor Mccabe, ¿Se marcha ya? Esta es su acompañante y justo la llevaba hasta su mesa.

La recepcionista nos presenta, pero él queda mudo, sus ojos clavados en los míos. Yo tampoco respondo, sorprendida e incapaz de pronunciar palabra. Nunca creí que Andrés no vendría y el guapísimo sujeto que tengo en frente, nada tiene que ver con la idea de hermano menor.

—¿Señor Mccabe? — vuelve a preguntar la señora.

Él se disculpa y alega que se levantaba para ir al baño sin despegar su mirada de la mía. ¿Quién es este hombre y por qué está aquí? La sola idea de que sepa de mi segundo empleo me carcome el alma, pero a la vez, su mera presencia me excita de una manera inexplicable.

Bien ganado te lo tienes, por haber roto las reglas y bajado de la tarima aquella noche. Una voz recriminadora retumba en mi cabeza. Trabajo como bailarina para una compañía que monta shows en diferentes lugares por toda la ciudad. Usualmente no repito el mismo lugar con frecuencia, por eso, nunca he tenido problemas con clientes molestos. Sin embargo, el día que fui a Macy’s y lo vi sentado justo en frente mío, sentí una conexión con él que me llevó a hacer lo que nunca había hecho: acercarme y dejarle ver mi rostro de lleno. Claro que, no creí que volvería a verle otra vez y menos en una situación tan embarazosa como una cita a ciegas.

 —Siéntate, por favor — me pide, abriéndome la silla de la mesa, ahora que la señora de recepción se ha marchado.

Obedezco, nerviosa, sin saber por dónde empezar. Lo contemplo embelesada, porque a pesar de todo, no puedo negar que me gusta y me gusta mucho. Tiene rostro duro y perfilado, cubierto por una barba muy bien cuidada que le da un aspecto súper sensual.  Su mirada canela me hipnotiza, y eso, además del cuerpo musculoso que se percibe bajo la chaqueta azul, me roban el aliento. Todo en él emana seguridad, confianza y poder. Se nota que es un hombre adinerado. ¿Quién será este hombre y por qué está aquí?

—Quisiera disculparme con mi amigo Andrés, él ha tenido un percance y no pudo venir, pero tampoco quiso cancelar, así que… — me explica con una voz igual de grave a como la recordaba cuando me gritó que le diera mi nombre.

Me aclaro la garganta y doy un sorbo al vaso de agua frente a mí.

—Descuida, no hay problema — respondo cohibida.

—Jeremiah Johnson — me extiende la mano a modo de presentación.

Yo, que me he quedado absorta en la sonrisa sensual que cubre su rostro y en un par de labios carnosos que invitan a ser besados, tomo un par de segundos para procesar la presentación.

—¡Oh! Perdona — me disculpo al no haberle respondido a tiempo — Adriana Rodríguez.

Cuando su mano enorme y cálida envuelve la mía, siento un extraño escalofrío por mi espalda, tanto así, que me tomo más de lo usual en retirar la mano. Él me mira enarcando una ceja y sonríe.

—Encantado de conocerte… Otra vez.

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