Epílogo.

Narra Jeremiah:

Levanto la mirada para ver a Teresa parada en la puerta, con un vaso de café en la mano y una bolsa de donuts en la otra. Le sonrío sin mucho ánimo y se acerca hasta mí.

—Hola, pequeño. ¿Cómo estás? —pregunta, haciendo entrega de su ofrenda comestible, la cual agradezco mucho.

—Ahí vamos, el doctor ha dicho que despertaría en cualquier momento, pero lleva casi veinticuatro horas inconsciente —digo, preocupado.

Ella me pone la mano en el hombre y me masajea suavemente para darme ánimos. Sabe que mi vida entera está en esta habitación de hospital y si Adriana no logra rebasar esto, no podré reponerme nunca de su pérdida. Le doy un sorbo al café, más por necesidad que por deleite, dado que no como desde ayer.

—Se va a recuperar. Ella no es de las que se rinden —me asegura.

—Eso espero, Tere. No sé vivir sin ella —confieso y los ojos se me llenan de lágrimas.

Cuando la encontré en ese furgón en el muelle, sentí que mi corazón volvió a la vida, sin embargo, tras ver las h
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