Narra Jeremiah:
Los acordes de la canción Titanium, de Sia, resuenan en los audífonos que traigo puestos mientras corro a toda prisa en la caminadora del gimnasio que suelo frecuentar. Me encanta la rudeza de la voz de la cantante, por lo que se ha vuelto una de mis favoritas para ejercitarme. Efectivamente las letras me definen: soy de titanio y eso lo demuestro poniendo mi cuerpo al límite en el entrenamiento. Solo cuando siento que mis pulmones van a estallar y mis músculos están ardiendo por el esfuerzo, decido detenerme, pulsando el botón de pare de la máquina. Me bajo de un salto y trato de recuperar el aliento.
—¡Vaya, vaya! Cuánto ánimo tenemos esta mañana. ¿Tan bien te fue anoche?
La voz de Andy se escucha por encima de la música y una sonrisa de tonto se dibuja en su rostro.
—¡Ja, ja, ja! — replico con sarcasmo mientras me quito los audífonos y agarro mi termo de agua.
No me sorprende que esté aquí tan temprano ya que, usualmente nos ejercitamos juntos varias veces en la semana, y muchas veces, es el único tiempo en el que compartimos juntos. Sin embargo, sé que hoy se ha esmerado en venir temprano para saber cómo estuvo la cita.
—Vamos, no te hagas del rogar y cuenta cómo te fue con la profe — me mira secándose el sudor tras levantar pesas durante un rato.
Ahora es mi turno de burlarme y decido torturarlo un poco antes de revelarle la tremenda noticia.
—Debo decir que la maestra fue… — pongo mi cara de póquer para hacerle creer mi descontento.
—¿Vieja? ¿Fea? — inquiere alarmado — En verdad lo siento, hombre, Stacey me ha dicho que era muy guapa y bueno, yo…
Mi carcajada sonora interrumpe su disculpa, haciendo que me mire con confusión.
—¿De qué te ríes, tonto? Estoy tratando disculparme — parece ofendido, así que trato de controlar mi risa, para poder hablar.
—Andrés, soy yo quien debe estar agradecido contigo — le doy dos palmaditas en la espalda y me mira sin entender.
—Ok, hombre. Tienes que contarme de una vez qué ha pasado.
—La maestra es la bailarina — digo con una sonrisa despampanante.
—¡NOOO! — grita sorprendido, mientras me sigue a las duchas.
—¡SÍ! Ni yo mismo lo podía creer cuando la vi acercarse a mi mesa — le cuento triunfante.
—Pero… ¿Cómo puede ser maestra y bailarina? Es una locura.
—No sé y no parece ser algo que quiere que se sepa. De todos modos, no me importa.
—Así que… ¿anoche te la llevaste a la cama?
—No, para nada. Huyó de mí sin dejarme explicarme, pero conseguí su contacto en internet y le he mandado un mensaje para que nos veamos hoy otra vez. QU
—¡Vaya! Se nota que la chica te gusta si estás tan dispuesto a volver a verla y solo por un beso.
Me encojo de hombros quitándole peso. La mujer me fascina, aunque no tiene nada que ver con romance, quiero hacerla mía y volverla loca de placer, lo que siento es físico y nada más.
—No solo eso, Andy — me quedo viéndolo mientras saco una toalla de mi casillero.
—¡Lo sabía, lo sabía! — choca su puño contra mi hombro y se echa a reír.
—Sí, amigo, tenías razón. Ella es la candidata que estaba buscando.
*********
El resto del día lo paso en mi oficina con un aburrimiento mortal. No es que me falte trabajo, porque con la ausencia de mi abuelo, eso es lo que más sobra. Sin embargo, he perdido la cuenta en el número de veces que he entrado a revisar en mi bandeja de mensajes, en busca de una respuesta de parte de la señorita Rodríguez. Es obvio que ella se siente tan atraída por mí como lo estoy yo por ella, pero parece que no está tan dispuesta a admitirlo. Todo en ella me resulta intrigante, seductor y sensual… Al punto de que me puso a rogarle a que se acostara conmigo, cosa que no he hecho en mucho tiempo. Ahora con su desplante de ayer, no ha hecho sino alentarme a este desafío en el que quiero demostrarle que puedo llevarla a niveles de placer que no se imagina.
Además, creo que es la mujer perfecta para el puesto de esposa que necesito llenar. Es bonita, sencilla, ama a los niños y sé que mi abuelo estaría encantado con ella. Lo poco que sé de ella, me parece perfecto y eso, junto al hecho de que es una genia en la pista de baile, me hacen desearla con más intensidad. Solo de mencionar su nombre y una larga lista de ideas eróticas me llega a la mente, así que, antes de darme cuenta, estoy llamando a Andy.
—¿Cuál es el nombre de la escuela de tu sobrino? — suelto de sopetón.
—¿Para qué quieres saber? — pregunta y le escucho teclear del otro lado de la línea.
—Tengo que verla.
—Amigo, estás loco. Déjala que te responda.
—No, le he dado todo el día y no lo ha hecho, así que dime el nombre o lo conseguiré por otro lado.
Resopla con fuerza y tras varios segundos finalmente dice:
—South Valley, en la calle 52.
Le cuelgo sin darle las gracias y salgo a toda prisa, esperando alcanzarla antes de que termine la jordana de clases. Escucho a Teresa llamarme mientras me dirijo al ascensor, hablando de reuniones y otros asuntos.
—Cancela todo, Tere. No sé si regrese esta tarde.
Llego al estacionamiento subterráneo del edificio y subo a mi auto. Por suerte, la escuela está cerca de aquí y el tránsito está de mi lado, así que llego quince minutos antes de la de las cuatro. El frente de la escuela es el típico de todas las escuelas públicas: ladrillos rojos y varios escalones en la entrada que dan a enormes puertas color crema. Hay pocos autos estacionados afuera, asumo que ningún maestro se ha ido. Desde el interior de mi coche, observo todo el perímetro impaciente y a las cuatro en punto, el timbre suena, haciendo que, minutos después, una ola de pequeños comience a salir a toda prisa.
Me siento un tanto incómodo ahora que he bajado del auto, porque no siento esa ternura que la mayoría de la gente dice sentir por los niños y no sé cómo lidiar con ellos. Así que, con mis gafas de sol oscuras y mi teléfono en la mano, me apoyo en la puerta de mi coche esperando por Adriana. Como pasan diez minutos y no hay rastro de ella, decido llamarla.
Uno, dos, tres timbrazos.
—¿Hola? — su voz se escucha nerviosa.
—Buenas tardes, señorita Rodríguez. ¿Ya ha pensado en mi oferta? — como siempre, directo al grano.
Se queda callada durante unos minutos y una sonrisa se dibuja en mi rostro cuando la veo salir de la escuela y bajar las escaleras.
—En realidad, lo he pensado y quisiera saber de que se trata.
¡BINGO! Mi corazón se alegra porque finalmente ha demostrado algo de interés.
—Muy bien, en ese caso, levanta la mirada, estoy aquí.
Le cuelgo y camino hacia ella, que se ha quedado boquiabierta en el último peldaño de las escaleras. Lleva puesto una falda de tela gris que le queda como Dios manda y una camisa de seda amarilla junto a unos zapatos de tacón, viéndose más sexy que las dos veces anteriores que la he visto, en caso de ser posible.
—¿Qué haces aquí? — pregunta apretando sus libros contra su pecho.
—He venido por una respuesta.
Me mira sorprendida y no devuelve la sonrisa que le brindo.
—Bien, aquí cerca hay una cafetería donde podemos hablar, sígueme — ordena y yo obedezco encantado de verla.
—Permíteme ayudarte, por favor — ofrezco señalando los libros, y aprovechándome para fijarme en esos pechos deliciosos debajo de la blusa.
—Gracias — me los tira y me sorprende de los pesados que son.
—¡Vaya, sí que pesan! — exclamo mientras caminamos hacia la calle de enfrente.
Ella me sonríe por primera vez desde que nos hemos visto y eso es suficiente para sentirme más seguro. La cafetería está justo cruzando la calle, por lo que llegamos en un minuto.
El lugar es muy bonito, varias sillas en la acera y en el interior, se ven varias vitrinas repletas de postres de todo tipo.
—Puedes tomar asiento, voy a ordenar algo. ¿Qué quieres? —pregunta tomando su bolso.
—Por favor, déjame a mí — digo tratando de ser un caballero, mientras coloco sus libros en una mesita.
—¿Qué, no puede una chica invitarte un café? — dice riendo.
La contemplo embelesado, su sonrisa pintada de rojo resalta unos labios carnosos que quiero volver a probar. Levanto las manos en señal de derrota y ella se marcha a buscar los cafés. Tomo asiento y me quito los lentes, guardándolos en el interior de mi chaqueta, atuendo propio de un día de trabajo en la oficina.
—Listo — dice al volver, dejando frente a mí un café y un plato con dos pastelillos.
—Esta es la primera vez que una mujer me invita un café — digo tomando la taza y dando un sorbo, está delicioso.
—¿En serio? — pregunta incrédula.
—Sí, no tengo muchas amigas — finjo inocencia.
—¡Ja, ja! — dice enarcando una ceja y dándole un mordisco al muffin — Asumo que no es eso lo que te ha traído hasta aquí, así que dirás qué es esa oferta que tienes en mente.
—¿Eres siempre así de directa? — pregunto sorprendido.
—Generalmente, sobretodo porque no tengo tiempo para perder.
—¿Tienes presentación hoy? — indago con curiosidad.
Su rubor no tarda en llegar y la contemplo incomodarse en la silla. Tiene el pelo rizado recogido en un moño flojo que a penas logra contener su melena.
—Creí que anoche fui bastante clara al respecto — dice cortante, mientras se toca el cuello.
—Disculpa… No he querido importunarte.
Asiente con la cabeza y da un sorbo a su café.
—Bien, tú dirás…
Se nota que está nerviosa, por lo que decido ir directo al grano. Tomo una larga respiración y finalmente le digo lo que me ha rondado la mente desde que la vi:
—Adriana, quiero que seas mi esposa.
Narra Adriana: Me atraganto con el sorbo de café frío que le he ordenado al chico de la cafetería y la impresión que siento es tan grande, que el café me sale por la nariz y empiezo a toser.—¿Estás bien? — escucho a Jeremiah preguntarme preocupado, haciendo ademán de levantarse para socorrer.—No… no — logro articular entre la tos y la vergüenza, mientras me cubro la boca con una servilleta.Sin embargo, él no me hace caso y se levanta para buscar una botella de agua en el interior del negocio. Aprovecho el momento a solas para recomponerme y cuando regresa, estoy ya secándome las lágrimas, sintiéndome mucho mejor.—Aquí tienes un poco de agua.—Gracias — digo antes de darme un sorbo.Lo observo tomar asiento frente a mí con una sonrisa pícara, seguro
El sol cae detrás de mí mientras conduzco mi auto por la autopista ochenta y dos, de regreso a casa, repasando los eventos del día de hoy. En la radio suena la canción Can’t stop the feeling y efectivamente así me siento, no puedo controlar la emoción. Que Adriana haya aceptado la oferta ha sido la mejor noticia que me han dado en mucho tiempo y todo gracias a mi amigo Andrés. Me conoce demasiado bien, ya que ha sido mi mejor amigo desde que nos conocimos en la universidad. Nuestro encuentro no fue el más prometedor de todos: el primer día de clases nos peleamos porque a ambos nos ubicaron en la misma habitación. Yo había llegado primero y tenía marcado mi territorio, pero él quería la cama que ya había escogido para mí. Al principio nos dijimos un par de insultos, y llegamos al punto de iniciar una pelea, propio de las hormonas e inmadurez de la edad,
Narra Adriana: Luego de una jornada escolar dura, donde no tuve más que media hora de receso en todo el día, he llegado a casa a continuar trabajando. Por suerte, esta noche me han cancelado el show que tenía agendado y aunque, haré menos dinero, me complace saber que por lo menos no tendré que estar bailando hasta las tantas. Mi madre por suerte ha mejorado luego de su episodio de ayer y ahora está descansando en su habitación, dado que las pastillas la han ayudado mucho. Cierro la puerta de su habitación con cuidado de no despertarla. Me cambio la ropa de trabajo por una vieja camiseta de la universidad con unos shorts que parecen más ropa interior, me recojo el pelo en un moño desordenado y con mis audífonos puestos, empiezo la tarde de limpieza. En mi lista de reproducción hay de todo así que las canciones van desde las más viejitas y lentas, hasta las más movidas y modernas. En vista de mi apretada agenda, generalmente limpio dos o tres
Narra Jeremiah: Me anudo la corbata roja frente al espejo de cuerpo completo de mi habitación para ver qué tal me queda con el traje gris que he escogido para esta noche, pero el resultado no me gusta el y decido dejarla sin importar que no cumpla la regla de la formalidad. Miro mi aspecto y asiento con aprobación, me veo bien. Mi cabello está húmedo y alborotado tras secarlo con la toalla, pero me gusta cómo se ve, así que, tras peinarme la barba con las manos salgo de mi habitación en dirección al estacionamiento de mi edificio. He quedado con Adriana de que la recogería a las siete en punto y como vive al otro lado de la ciudad, debo salir una hora antes de casa para que lleguemos a tiempo a la cena. Esta noche es el inicio de lo que podría ser toda una aventura, porque, aunque no me gusta la idea del matrimonio, estoy seguro de que este acuerdo puede tener sus beneficios placenteros, como la oportunidad de meterla en mi cama. No es que
Narra Jeremiah: —Daniela, ¿Qué haces aquí? — pregunto sorprendido porque después de nuestra aventura hace más de un año, no nos vemos más que una que otra vez en las oficinas. —Buenas noches, Jemmy — me sonríe y no me pasa desapercibido el escaneo visual que me hace — ¿Por qué tan arisco? He venido a traerle unos documentos a tu abuelo. ¿Está por aquí? —Perdona, es que no creo que sea buen momento, estamos algo ocupados. —¿Por qué no? Prometo que seré breve, pero como no ha estado en la oficina estos días y tú te fuiste temprano ayer y hoy, he tenido que pasar por aquí para poder recibir la aprobación del presupuesto de nómina. Suspiro y me aparto para dejarla pasar, en parte porque es mi culpa y sé que faltan dos días para la fecha de pago, si algo es serio en nuestra empresa, son los empleados. Entramos y sus tacones repican en el suelo mientras ella me sigue con gracia. No me hace falta verla para saber qu
Narra Adriana:Nunca se me ha dado bien ocultar mis emociones, de hecho, desde pequeña mi madre podía leer a través de mis ojos cómo me sentía, cuándo esta triste o asustada, sin necesidad de abrir la boca y eso no cambió con el tiempo. Por eso, al tener a Jeremiah de rodillas frente a mí, con un semejante pedrusco entre las manos y una pedida de mano que parece sacada de una novela empalagosa, no puedo fingir el asombro. Con los ojos abiertos de par en par, me quedo viéndole, pasmada.Sí, habíamos hablado de que nos casaríamos, sí, habíamos hablado de que de ahora en adelante nos tendríamos que dejarnos ver en público y sí, digamos que esta “al tanto” de lo que iba a suceder, pero una cosa es con violín y otra con guitarra. Todo ha ocurrido tan deprisa entre nosotros dos que a penas he tenido tiempo para di
Narra Jeremiah:La mañana en la oficina pasa volando, ajetreado con los afanes del fin de semana. No sé en qué va ello, pero cuando llega el viernes todo el mundo tiene cierta prisa para hacer todos los pendientes que no se lograron durante la semana, haciendo que el estrés y la presión aumenten descomunalmente. En mi caso, no es diferente, dado que ahora a cargo de todo, la responsabilidad es mucho mayor, aunque debo admitir que eso me gusta.Sin embargo, cuando mi estómago se queja a eso de las dos de la tarde, es que me caigo en cuenta en que no he comido y estoy muriendo de hambre. Dejo el ordenador a un lado y decido bajar al comedor. Como iniciativa de mi abuelo, en las oficinas administrativas, así como en cada una de las sucursales de los supermercados, hay disponible un comedor para los empleados, así las personas tienen la seguridad de estar bien alimentados, sin importar la hor
Narra Adriana:Mi madre y yo hemos pasado un sábado intenso entre citas médicas y análisis. Como los sábados no tengo clases y ya no estoy trabajando como bailarina, he dispuesto de todo el día para estar con ella y llevarla al hospital. Las noticias han sido no muy alentadoras, pero no perdemos la esperanza. Tengo fe de que, siguiendo los tratamientos al pie de la letra y con algo de suerte, ella pronto podrá recibir la llamada de que hay un donante para ella. Ahora estamos en casa, son casi las seis, así que empiezo a alistarme para la cita de esta noche. Soy una cobarde, porque en todo el día a su lado, acompañándola, haciéndole reír en la diálisis, no he sido capaz de decirle lo que traigo entre manos, ni siquiera me he atrevido a decirle de la existencia de Jeremiah y no sé qué espero para contarle, dado que pronto estará aquí y