Oferta peligrosa.

Narra Adriana:

Llego a casa con la mente y el cuerpo hechos un caos, resultado de las emociones provocadas por el señor Jeremiah Johnson, pero tratando de disimular mi exaltación para no alarmar a mi madre. Mis manos tiemblan y mi siento alterada por ese beso y su solicitud tan atrevida. Seguro que estará acostumbrado a mujeres que se le brinden a la primera, pero ese no es mi caso, mi vida es tremenda anarquía como para sumarle una aventura con un hombre como él. Suspiro cansada y me quito el abrigo y los zapatos, dejándolos en el perchero junto a la puerta. El apartamento está a oscuras, y estoy segura de que mi mamá debe de estar dormida. Echo un vistazo y el lugar está un desastre, así que comienzo a recoger el desorden: hay vasos y tazas por doquier, botes de medicinas abiertas y un par de platos con restos de comida en la mesita frente al sofá. De pronto, escucho que me llama entre quejidos.

—¡Adri! ¿Eres tú, hija?

—Sí, ma — grito desde la sala, llevando la basura a la cocina, donde el fregadero está repleto de platos sucios.

Pienso lavarlos, sin embargo, el sonido de una arcada me sorprende y corro a la habitación para ayudarla. La encuentro en el baño, con la cabeza sumergida en el retrete, de rodillas en el suelo y vomitando con brío.

—¿Estás bien, mami? — la llamo por el apodo que he usado toda mi vida.

Me agacho junto a ella para recoger su pelo, igual al mío, excepto porque el suyo es más corto y tiene una que otra cana. Niega con la cabeza, pidiéndome con la mano que me vaya, pero no le hago caso, me quedo a su lado, sosteniendola hasta que su cuerpo expulsa todo lo que causa malestar. En silencio, la ayudo a levantarse, llevándola hasta la cama.

—Lo siento, hija, yo… Lo he intentado — y rompe a llorar.

—¿Qué es lo que dices? — intento calmarla porque no me gusta verla llorar.

—He tratado de ordenar las cosas, pero tan pronto me he puesto de pie, mi mundo ha comenzado a dar vueltas y …

—Shh, shh, no pasa nada — acaricio su pelo y me acuesto junto a ella, secando sus lágrimas — Sabes que no tienes que hacerlo. Ya lo hago yo al volver. ¿Te has tomado tus medicinas?

—Sí, hija, pero es que tú tienes demasiado sobre tus hombres, yo no quiero ser una carga — se disculpa y toma mi mano entre las suyas.

—Basta, mamá. ¿O acaso si fuera al revés, no harías tú lo mismo por mí?

—Por supuesto, querida. Yo lo solo…

—Tú nada, lo único que debes hacer es ponerte bien.

La beso en la frente para terminar esta conversación y me quedo abrazada a ella hasta que las drogas que toma la arrastran a un sueño profundo. Mi mamá es la única familia que poseo, con quien he vivido toda mi vida. Siempre hemos sido solo ella y yo, dado que mi padre desapareció tan pronto llegamos a Estados Unidos, cuando yo era apenas una bebita. Ella sola logró conseguir residencia, trabajar como camarera y estudiar a la vez, hasta graduarse como maestra en la universidad estatal, de ahí mi inspiración a ser maestra también. Las cosas marchaban bien en casa, pero cuando fue diagnosticada con insuficiencia renal hace tres años, nuestras vidas se han vuelto un verdadero infierno. Con diálisis cada semana, medicamentos que no podíamos pagar con mi único salario de la escuela y la asistencia de un enfermo que vine a evaluarla una hora al día, nos hemos visto muy apretadas con el dinero. Esa fue la razón que me arrastró a buscar otra opción. Traté de ser mucama, trabajar en la zona franca y hasta en un restaurante de comida rápida, todo para conseguir dinero extra, pero en todos los sitios pasaba lo mismo, no me contrataban por mi puesto de maestra, ya que pensaban que cobraría más la hora.

Así fue como un día, mientras navegaba en G****e vi el anuncio de que buscaban una bailarina exótica para presentar shows en las noches. La paga no era tan mala, por lo que acepté. Es algo que hago de manera clandestina, porque primero, la gente no me tomaría en serio si se enterara de ello y segundo, la primera que sufriría sabiéndolo es mi madre, por eso le digo que salgo a dar clases en las noches, y ella se lo ha creído, aunque igual se siente mal por todo lo que trabajo.

La observo dormir y trago en seco. Su rostro ahora huesudo, se va desgastando cada día, y ahora no es ni parecida a la mujer vigorosa que era. Sus facciones son las mismas que las mías, solo que yo soy más corpulenta que ella. Tras un largo rato, me levanto de la cama con suavidad y retomo las labores que había empezado al llegar. Es cerca de la media noche, pero no puedo acostarme todavía, porque debo preparar la comida para el día siguiente y limpiar todo el desastre. Así que, con el ánimo en el suelo y muerta de cansancio, me pongo manos a la obra.

Una vez he sacado la basura, lavado los platos, aspirado la casa, que por suerte es toda de alfombra, aseado el baño y preparado pasta con ensalada para el día de mañana, decido que es hora de ir a la cama. El reloj marca que es la una y media de la mañana. Antes de irme a la cama, decido poner en orden mis cosas para llevarme a la escuela mañana, así me evito llegar tan tarde a la escuela. Sobre la mesa, veo una receta de la farmacia que me llama la atención. Es una cotización de las pastillas para regular las náuseas y el monto al final de la página me saca todo el aire: setecientos dólares.

¿Cómo se supone que podré pagar esto, si ya estoy cubierta y debo mis dos tarjetas de crédito? Sin la respuesta y afligida por todos los eventos del día, me voy a la cama. Antes de dormirme, tomo mi celular para poner la alarma, cuando un mensaje de un número que no conozco, me deja boquiabierta:

“Señorita Rodriguez, espero que haya llegado sana y salva a casa.

Tengo una oferta para hacerle, así que dígame a qué hora podemos vernos mañana. Y créame que no le conviene negarse.

J.”

Pero qué demonios… No doy crédito a lo que ven mis ojos. ¿Cómo consiguió mi número y más aún, qué es lo que se cree este tonto al decirme un mensaje como este? Sin esperar ni un instante, le devuelvo el mensaje, ahora más segura que antes de que un hombre como él no me conviene.

Señor J.,

Gracias por su preocupación. Sí, he llegado en perfectas condiciones a mi casa. Agradezco su interés en volver a verme, pero estoy muy ocupada esta semana y eso no podrá ser, quizás más adelante.

Dulces sueños,

Adriana.

¡Hala! Tómate esa y no me molestes. Podré ser pobre, sencilla y de una posición económica inferior a la suya, pero eso no me hace menos persona, como para tener que acudir a sus demandas de buenas a primeras. Dejo el teléfono encima de la mesita de noche y decido que es hora de dormirme ya. Me deshago del vestido y de la ropa interior y lo sustituyo por una vieja camisola de algodón. Con la casa en orden y todo listo para mañana, creo que ya me merezco un descanso, ha sido demasiadas emociones. Tan pronto mi cabeza choca contra la almohada, el zumbido de mi teléfono me espanta. Pienso mucho antes de leer el mensaje o no, sé que es él, pero no estoy segura de si debo seguir dándole largas a esto. Es obvio que no me conviene, por mucho que me atraiga, pero al final, la curiosidad me puede más y cedo a ver qué ha dicho.

 “Querida Adriana,

Creo que deberías darme la oportunidad de presentarte mi oferta, porque podrías salir ganando una gran remuneración económica. Estaré disponible todo el día, tú dime la hora y el lugar para que hablemos, estoy seguro de que te interesará la oferta.

Y créeme que mis sueños serán dulces porque estarás en ello con ese vestido rojo y lo que ocultas debajo de él.

J. J.”

Mis ojos releen el mensaje una y otra vez. La frase remuneración económica llama mi atención, porque parece ser la respuesta a todas mis problemas, aunque no me da buena espina. ¿Qué clase de oferta podría ser esa? Quisiera responderle de inmediato y decirle que sí, que quiero saber más, sin embargo, no quiero verme como una interesada. Es obvio que necesito el dinero extra, es más, dinero es lo que más necesito ahora mismo, porque, en caso de conseguir un donante de riñón para mi mamá, tendría que buscar el dinero para la cirugía y a penas consigo lo básico para sobrevivir el día a día. Me muerdo el labio, insegura, hasta que finalmente decido que lo mejor será dejarlo para mañana. Necesito descansar y pensar con claridad antes de tomar una decisión apresurada.

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