Te amaba.
El silencio en el auto de Anderson era ensordecedor, opresivo como una niebla que se filtraba por cada rincón del vehículo.

Parecía un cementerio abandonado, dónde ni las almas hacían ruidos, donde incluso el aire permanecía inmóvil, temeroso de perturbar aquella quietud que se había establecido entre ambos.

El suave ronroneo del motor era lo único que interrumpía aquella atmósfera cargada de tensión y palabras no dichas, de reproches silenciosos que flotaban como fantasmas invisibles, acechando cada pensamiento.

Las luces del tablero proyectaban sombras inquietantes sobre el rostro tenso de Anderson, revelando las profundas líneas de preocupación que marcaban su frente, testigos silenciosos de noches sin sueño y recuerdos persistentes que se negaban a desvanecerse con el tiempo. Habían transcurrido años, desde su divorcio, pero la herida parecía tan fresca como si hubiera ocurrido ayer, manteniendo vivo aquel dolor que ambos habían intentado enterrar.

Mayra se había sentad
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