Anderson salió del quirófano sudando, con la tensión acumulada en cada músculo de su cuerpo. El agotamiento físico y mental se manifestaba en cada gota que resbalaba por su frente mientras se dirigía apresuradamente hacia su espacio personal.Apenas había logrado cruzar el umbral de la puerta cuando sintió la presencia de su compañero, quien ingresó después de él.—Como se te ocurre agregarla a la cirugía, sabiendo perfectamente los problemas que tenemos —espetó Anderson, con la voz cargada de un reproche.—Ya te lo dije, no había más asistente de emergencia disponible en todo el hospital. Buscamos en todos los departamentos, llamamos a los médicos de guardia, pero nadie podía acudir con la rapidez que requería la situación —respondió su compañero, manteniendo la calma a pesar de la evidente hostilidad que emanaba de Anderson.—¿Me quieres ver la cara de estúpido? —le fulminó con la mirada, sus ojos inyectados en sangre por el cansancio y la furia—. Sabes perfectamente que no podemos
Sebastián apartó a Mariana, experimentando una sensación de incomodidad que le recorría el cuerpo entero, convencido de que no era honorable tocar la mujer de otro, porque Mariana no formaba parte de su vida. Además, reconocía que no sentía por ella ni la más mínima fracción del deseo que experimentaba por su esposa.Al alejarse, Sebastián giró sobre sus talones, manteniendo su espalda erguida como un muro entre ambos, y pronunció con voz grave que no dejaba lugar a réplicas.—Por favor, vístete —las palabras salieron como una orden educada, a la vez cargada de una autoridad.—Sebastián —ella, sin rendirse ante la evidente negativa, se aproximó nuevamente, intentando persuadirlo con técnicas que había empleado exitosamente con otos, convencida de que él, al igual que tantos otros hombres con los que había compartido relaciones íntimas a lo largo de su vida, sucumbiría a sus encantos físicos por ser débil y carecer del control necesario sobre sus impulsos hormonales; no obstante,
Anderson observaba a su hermano fijamente mientras este daba la versión de los hechos sobre su atentado. Mientras escuchaba no podía dejar de pensar en lo ilógico que era todo lo que decía, como si cada palabra fuera una pieza mal encajada en un rompecabezas. Las luces del hospital parecían intensificar cada gesto, cada parpadeo nervioso de su hermano, haciendo que las mentiras resultaran aún más evidentes para Anderson.El silencio ocasional entre las palabras de su hermano solo servía para amplificar la sensación de falsedad que impregnaba toda la escena, como si hasta el aire mismo supiera que estaba siendo testigo de una elaborada farsa.Anderson sabía que, desde siempre, su hermano menor estaba involucrado en bandas criminales, y era eso lo que lo había llevado a ser herido, una consecuencia de las decisiones que había tomado a lo largo de una vida dedicada a transitar por los márgenes de la legalidad. No era la primera vez que Mario terminaba lastimado por sus actividades
Marina abrió los ojos de golpe al sentir esa sensación extraña en su parte inferior, un cosquilleo inexplicable que la sacó abruptamente del profundo sueño en el que estaba sumergida. Con un movimiento rápido levantó las cobijas de algodón que cubrían su cuerpo, encontrándose con la mirada penetrante e intensa de Sebastián, quien permanecía allí contemplándola con una expresión de cariño. Él le sonrió curvando apenas un lado de sus comisuras, creando ese hoyuelo que aparecía en su mejilla derecha cuando estaba complacido, y con un movimiento la acercó más a su rostro, arrastrándola bruscamente desde los muslos con sus manos firmes sobre la tela del pijama.Marina casi se sienta por la sensación inesperada que experimentó, un estremecimiento que recorrió su columna vertebral como una corriente eléctrica. Su corazón comenzó a latir aceleradamente mientras trataba de orientarse en la habitación iluminada por los rayos matutinos que se filtraban a través de las cortinas.Segundos
La mujer salió de ahí, con lágrimas desbordándose por sus mejillas enrojecidas y un dolor punzante en su pecho que apenas le permitía respirar, puesto que él, con su mirada gélida y palabras cortantes como navajas, la había humillado sin piedad delante de esa maldita mujer de aspecto sereno y mirada triste, que, para colmo de males, resultaba ser íntima amiga de su examiga.Llegó a casa de su hermana completamente destrozada por lo que había ocurrido, con el maquillaje corrido formando surcos negros en sus mejillas pálidas, el cabello despeinado como si hubiera atravesado una tormenta, y los hombros caídos bajo la humillación que acababa de experimentar.Al cruzar el umbral de la puerta, sintió que las últimas fuerzas que la mantenían en pie la abandonaban por completo, dejándola vulnerable y expuesta ante los ojos que la recibieron sin sorpresa.—Ya no puedo continuar, ya no puedo seguirme humillando como una mendiga que ruega por migajas de afecto que nunca llegarán. Él no me ama, n
Gael sacudió la mano de esa mujer con fuerza contenida, provocando que el líquido caliente y los fideos rápidos cayeran sobre el grupo de estudiantes cercanos, salpicando en todas direcciones como una lluvia inesperada, menos sobre Marina, quien observaba la escena con ojos aterrados y confundidos.El movimiento brusco e imprevisto hizo que la joven agresora se tambaleara hacia atrás, perdiendo momentáneamente el equilibrio mientras intentaba procesar lo que acababa de ocurrir.Los murmullos comenzaron a elevarse como un zumbido entre los estudiantes que pasaban, algunos deteniéndose para observar el altercado, otros acelerando el paso para evitar verse involucrados en una situación que claramente escalaba en tensión con cada segundo que transcurría.—Tú, ¿quién te crees para...? —comenzó a protestar la joven, mientras intentaba recuperar la compostura y limpiar los restos de comida que ahora manchaban su costosa blusa, furiosa por la intervención inesperada de aquel extraño.—¡No te
Sebastián se encontraba impaciente en el coche, esperando que Marina saliera de la casa de Mayra. La espera era una de sus peores carencias, un defecto que arrastraba desde su niñez. Aquellos recuerdos amargos de su infancia siempre regresaban como fantasmas cada vez que se veía obligado a esperar más de lo previsto. El reloj de su mano marcaba minutos que parecían horas, mientras él tamborileaba sus dedos sobre el volante. La tensión crecía en su interior como una olla a presión a punto de estallar, y el sudor comenzaba a perlar su frente. Había acompañado a Marina a visitar a Mayra, pero desde hace ya diez minutos que su esposa había ingresado y, nada que salía. Observaba constantemente la puerta de aquella casa, esperando ver aparecer la silueta de Marina. Estuvo en dos ocasiones a punto de salir del coche e ir a tocar la puerta, para sacarla de ahí y llevarla a casa, no obstante, su autocontrol hizo que descartara esas ideas, y esperara por quince más. Sus nudi
Este ultimátum atacaba directamente el punto más vulnerable de su esposo: la necesidad de un heredero que continuara el legado de los Arteaga. El abogado había dejado claro, que la principal función de Marina era proporcionarle un heredero varón, que perpetuara el apellido y heredara el imperio familiar. Al amenazar con negar este aspecto fundamental del contrato matrimonial, Marina estaba utilizando la única forma de poder real que poseía en esta relación. El impacto del mensaje fue inmediato y visible en cada músculo del rostro de Sebastián, que se fue levantando lentamente, y sus ojos normalmente fríos, calculadores, se encontraron con los de Marina en un contacto visual cargado de intensidad. La mirada que le dirigió contenía: sorpresa, incredulidad, ira y, un destello de respeto ante la audacia de su jugada. Marina sintió un escalofrío recorrer su columna vertebral al enfrentarse a esa mirada penetrante, pero se mantuvo firme, sosteniendo el contacto visual con una