Estaba sentado en su amplia oficina ejecutiva, con el codo asentado en el reposabrazos de su silla giratoria, mientras su mirada vacía y distante se perdía en el horizonte urbano que se extendía más allá de los cristales polarizados. Sus ojos, anteriormente penetrantes y calculadores, vagaban sin propósito entre los edificios corporativos que conformaban el paisaje, una vista que en otros tiempos habría admirado con satisfacción por ser parte de ese selecto mundo empresarial.La ciudad que alguna vez representó sus ambiciones, sueños y el imperio que había construido, ahora le parecía un conjunto de estructuras sin alma ni carácter. Aquellos días en que contemplaba el horizonte urbano visualizando nuevas conquistas corporativas y planeando estrategias para expandir su dominio empresarial habían quedado sepultados bajo una pérdida que había alterado el curso de su existencia, transformándolo en una sombra de lo que alguna vez fue.Ya no había luz ni vitalidad en su mirada penetra
«Cuando Marina consiguió escapar del vehículo arrastrado a Gael, utilizando las últimas fuerzas que poseía, tomó la decisión de no volver a formar parte de la existencia de Sebastián Arteaga. Sabía que era el momento perfecto, quizás el único que tendría para liberarse de ese matrimonio que nunca debió existir, una unión forzada que solo le había traído sufrimiento y humillación durante los años que duró.Los fragmentos de su pasado olvidado regresaron a su conciencia, uniéndose con los elementos de su presente, formando una imagen completa de la vida que había vivido sin recordar. Las memorias llegaron como un torrente: ella entregándose a Sebastián aquella noche, un encuentro que él jamás recordaría, pero que para ella significó la entrega de su virginidad. Recordó a su abuela maltratándola brutalmente al descubrir su “deshonra”, golpeándola sin misericordia y enviándola a un cabaret donde pretendían prostituirla, y aquel momento en que el hombre encargado de transportarla
Sebastián se estaba impacientando mientras la mujer de información revisaba la lista de pacientes, sintiendo un impulso casi incontrolable de arrebatarle el listado para examinarlo él mismo con sus propios ojos. La ansiedad recorría cada centímetro de su cuerpo como una corriente eléctrica, mientras observaba con atención cada movimiento de aquella mujer que, con aparente calma, deslizaba su dedo índice por la interminable lista de nombres. Había recorrido kilómetros, gastado recursos y incontables horas a esta búsqueda que consumía cada pensamiento de su mente, y ahora, tan cerca de una posible respuesta, sentía que cada segundo de espera era una tortura insoportable que alimentaba su ya desbordante frustración.—Señor Arteaga, ¿qué sorpresa encontrarlo aquí? —Anderson y Mayra aparecieron repentinamente, como salidos de la nada, con expresiones que intentaban ocultar su nerviosismo, para evitar que Sebastián continuara indagando en el listado de pacientes.Sus rostros, aunque pre
Sebastián revisó el celular de Mayra, encontrando este completamente vacío, desprovisto de cualquier mensaje, carente del más mínimo registro de llamadas recientes o antiguas. La frustración se apoderó de cada centímetro de su ser mientras buscaba algún indicio, alguna pista que pudiera revelarle lo que tanto ansiaba descubrir. Se sintió furioso, indignado por no encontrar nada en aquel dispositivo que parecía haber sido limpiado para ocultar cualquier evidencia. La rabia comenzó a bullir en su interior como agua hirviendo, tensando cada músculo de su cuerpo mientras apretaba el aparato entre sus dedos.De pronto, interrumpiendo aquel silencio, un mensaje ingresó, lo que alertó su corazón de inmediato, provocando que el órgano vital saltara dentro de su pecho como si quisiera escapar de su cavidad torácica. La adrenalina se disparó por sus venas al ver la pantalla iluminarse.«No te lo dije para no dañar tu luna de miel, pero he regresado, estoy en Colombia», rezaba el texto
Sebastián tensó la mandíbula mientras observaba a esos dos hombres que, como murallas de carne y músculo, impedían su paso hacia ella. La sangre le hervía en las venas, pulsando con fuerza en sus sienes, mientras sus puños se cerraban a ambos lados de su cuerpo, blanqueando los nudillos por la presión ejercida. Sus ojos, oscurecidos por la rabia, intentaban buscar un hueco, una fisura entre aquellos cuerpos para poder vislumbrar aunque fuera por un instante el rostro de la mujer que por siete meses había creído perdida. El ambiente en aquella habitación se había vuelto denso, casi irrespirable, cargado de tensión y de una electricidad invisible que parecía manifestarse en cada uno de sus movimientos. Los guardias, entrenados para situaciones como esta, mantenían una postura defensiva, con las piernas ligeramente separadas y los brazos extendidos, creando una barrera humana.—¡Quítense de mi camino! —rugió con una voz grave que parecía emerger desde lo más profundo de sus entr
El abogado salió, y presenció una violenta pelea que se desarrollaba en el extenso jardín frente a la mansión familiar. Los entrenados hombres de Sebastián combatían ferozmente contra los guardaespaldas de Stella, moviéndose entre los arbustos y estatuas que adornaban el lugar. Era notorio, que los hombres de Sebastián, con su ventaja numérica estaban ganando terreno minuto a minuto. La brutal pelea involucraba puños, patadas y algunos improvisados bastones tomados del jardín, mientras los gritos de esfuerzo y dolor rompían la tranquilidad del vecindario.Sebastián, con el rostro amoratado y un hilo de sangre descendiendo por su barbilla, apenas comenzaba a recuperarse de la paliza que había recibido apenas unos segundos atrás. Respiraba con dificultad, sentía un dolor en las costillas, y su camisa de diseñador, antes impecable, ahora mostraba manchas de tierra.A pesar del dolor físico que nublaba sus pensamientos, estaba determinado a ingresar a la mansión que consideraba
Sebastián Arteaga ingresó a la habitación de Marina de Arteaga, su esposa, mientras la luz del atardecer se filtraba por las cortinas de seda blanca.Llevaban dos años casados, pero nunca había estado a solas con ella en la habitación, menos con ella envuelta en una toalla que dejaba ver sus hombros delicados.Un exquisito y misterioso aroma a jazmín y vainilla se apoderó de las fosas nasales de Sebastián, una fragancia que hizo sentir un inexplicable calor recorrer su cuerpo.Marina, con una dulce sonrisa en sus labios rosados, le invitó a pasar, pero él, firme en su posición junto al marco de la puerta de roble tallado, negó mientras extendía la carpeta de cuero marrón que sostenía.—El abuelo ha muerto, por lo tanto, ya no podemos seguir casados —ante esas palabras crueles y cortantes, el corazón de Marina se apretó como si una mano invisible lo estrujara— Quiero que firmes el divorcio, que tomes tu parte de la herencia y desaparezcas de mi vida para siempre —cada palabra pronuncia
Hace años atrás, Sebastián bebió del líquido ambarino que su amigo Adolfo le había entregado con insistencia. Se encontraban en un establecimiento nocturno bastante concurrido, donde artistas presentaban espectáculos de variedad mientras los clientes disfrutaban de sus bebidas en la penumbra del local.Sebastián, un joven de principios firmes y mentalidad tradicional, nunca había sido partidario de frecuentar estos lugares de entretenimiento nocturno, pero ese día particular celebraba sus veinticuatro años y su mejor amigo desde la infancia había sido persistente en llevarlo allí para festejar.De manera repentina e inexplicable, una sensación abrasadora comenzó a recorrer cada centímetro de su cuerpo, como si un fuego interno lo consumiera desde sus entrañas. La temperatura de su piel aumentaba con cada segundo que transcurría, provocándole un malestar indescriptible.Siendo un hombre perspicaz y de razonamiento agudo, Sebastián comprendió inmediatamente que algo no andaba bien. Su c