*—Antonella:Después de que Max se alejó, Antonella no pudo evitar sumergirse en un torbellino de pensamientos. La culpa la invadía, haciéndola revivir cada palabra que había dicho, cada gesto que pudo haber arruinado el ambiente entre ellos.«¿Por qué tuve que ser tan estúpida?», se reprochó, sintiendo un nudo en el estómago por haber tocado un tema tan delicado. Decidida a enmendar las cosas, se preparó para disculparse cuando lo vio regresar. Max llevaba dos refrescos en las manos, caminando con esa calma característica que siempre parecía tener. Los colocó sobre la mesa sin prisa y se sentó frente a ella, como si nada hubiera pasado, aunque el ligero fruncimiento en su ceño decía lo contrario.Max, al otro lado de la mesa, abrió su refresco y tomó un largo sorbo antes de hablar. Sus ojos se posaron en ella con una mezcla de seriedad y algo que parecía resignación.—Siento no responderte antes. Es que… —comenzó, deteniéndose un momento como si buscara las palabras adecuadas—. No vo
*—Max:Había sido una mañana hermosa.Max nunca había llevado a nadie al refugio. Era su lugar seguro, un espacio donde podía ser él mismo sin las máscaras que usaba en el trabajo o en la vida social. Sin embargo, cuando se encontró con Antonella por casualidad en el supermercado, algo en su interior se agitó. La idea de invitarla surgió casi sin pensarlo; tenía una invitación pendiente, sí, pero en el fondo, solo quería pasar tiempo con ella, lejos de la oficina y de los amigos. Solo ellos, compartiendo un momento único, rodeados de seres inocentes y diferentes.La mañana fue perfecta. Antonella, con su dulzura natural, parecía iluminar cada rincón del refugio. Su ternura al interactuar con las mascotas le mostró una faceta de ella que lo tenía completamente embelesado. Durante todo ese tiempo, su corazón había latido como loco, cada sonrisa suya enviándole una nueva ola de emociones que apenas podía controlar. No había duda: estaba enamorado de Antonella.Y ese era el problema.Cuan
*—Max:Llegaron al pequeño cuarto privado que Max solía usar. Era un refugio de las tensiones del club, y ahora, era el lugar donde las palabras no podían seguir siendo ignoradas. Cuando la puerta se cerró tras ellos, Max la soltó, pero su mirada nunca abandonó a Antonella.Ella dio un paso atrás, tocándose la muñeca, donde su piel se marcaba por el roce del agarre. Max la observó, sintiendo una punzada de arrepentimiento por la forma en que había lastimado sus sentimientos, pero también se dio cuenta de que ella no habría estado allí por su propia voluntad si no le importara.Antonella lo miró, su fuego interior reflejándose en sus ojos.—Vuelvo y pregunto, ¿estás bebido? ¿Por qué estás actuando así? —exigió saber, pero Max, imperturbable, se acercó un paso más, reduciendo aún más la distancia entre ellos. Antonella retrocedió, pero la puerta la bloqueó.Max la observó detenidamente, notando cómo sus mejillas se sonrojaban levemente, cómo sus labios se entreabrían ligeramente, como s
*—Max:Decidido a continuar tocando a su amada, Max la tocó. Sus manos se deslizaron por las curvas de ella, desde sus caderas hasta la parte baja de su espalda. Con una de ellas, levantó el vestido hasta amontonarlo en su cintura, dejando sus muslos desnudos al aire. La visión de su piel suave lo hizo jadear, pero lo que lo desarmó fue descubrir que llevaba una tanga, una prenda mínima que apenas cubría lo esencial. Sonrió con picardía al recordar su comentario anterior sobre Camila.—Parece que tienes un gusto interesante por la ropa interior, Ellie —Su voz era un ronroneo mientras sus manos recorrían los bordes de la tela con delicadeza, tentándola.Antonella soltó una risita nerviosa, pero el sonido se convirtió rápidamente en un jadeo cuando Max deslizó sus manos para acariciar sus nalgas desnudas. No eran particularmente voluminosas, pero para él eran perfectas. Su suavidad y la forma en que respondían a su toque lo volvieron loco. Con cada caricia, Antonella se movía más rápido
*—Antonella:Que alguien la pellizcara, porque Antonella sentía que todo esto era un maldito sueño.Había pasado otro fin de semana que parecía salido de un cuento, pero este tenía un desenlace mucho más inesperado. El recuerdo de lo ocurrido el sábado con Max en el club aún la tenía en un vaivén emocional. Había ido con Camila al lugar con la intención de distraerse, de perderse un poco entre risas y música para intentar dejar atrás los sentimientos que Max había despertado en ella.En la entrada del club, las sorpresas no tardaron en llegar. Se encontraron con Carlos, el hermano mayor de Camila, quien estaba acompañado de un amigo, y poco después con Seth. El grupo se formó espontáneamente, y entre charlas y bromas, habían decidido disfrutar juntos de la noche.Camila no perdió el tiempo lanzando indirectas hacia Antonella, sugiriendo que dejara que Carlos coqueteara abiertamente con ella. Según su amiga, era evidente que él estaba atraído, y además, era una gran oportunidad para qu
*—Antonella:La semana transcurrió sin sobresaltos. Max y Antonella habían trabajado en armonía, y la tensión que antes marcaba sus interacciones parecía haberse desvanecido. Ambos lo sabían: la mejora en su relación laboral no era casualidad, sino resultado de los momentos secretos que compartían, donde la adrenalina y el deseo les robaban el aliento.Cada mañana, al llegar Max a la oficina, él encontraba la manera de invitarla a su despacho. Apenas cruzaban la puerta, Max la tomaba entre sus brazos, como si no pudiera esperar un segundo más para tenerla cerca. Su oficina, libre de cámaras, era el único refugio donde podían ser ellos mismos, y Max lo aprovechaba al máximo. La besaba con intensidad, sus manos recorriendo su cuerpo sin reparos. No era raro que, en esos instantes de pasión, él dejara escapar sus deseos más íntimos: “No sabes cuánto quiero hacerte mía, Antonella”, le susurraba al oído mientras acariciaba su rostro.Antonella disfrutaba esos momentos, aunque una parte de
*—Antonella:—¿Es así como tratas a mi acompañante? —dijo Max cuando se detuvo frente a ellos, viendo a Chris con una expresión de ira, pero este, solo levantó una ceja, sin mostrar arrepentimiento alguno.—Solo estaba ayudándola a entender que este no es su lugar —respondió con una sonrisa que pretendía ser inocente, pero que destilaba veneno.Max no necesitó más. En un movimiento rápido, cruzó el espacio que lo separaba de ellos y le arrancó los billetes de la mano a Antonella. Sin dudarlo, se los lanzó a Chris con una fuerza que lo tomó por sorpresa.—La única persona fuera de lugar aquí eres tú —espetó Max, su voz cargada de autoridad y desprecio—. Si no tienes nada mejor que hacer que comportarte como un idiota, te sugiero que te largues antes de que pierda la paciencia.Chris frunció el ceño, claramente molesto, pero no agregó nada más. Con un bufido de desdén, pisoteó los billetes que yacían en el suelo y se dio la vuelta con brusquedad, alejándose sin mirar atrás.Max esperó e
*—Max:Tenía una rutina clara los fines de semana, y una de las cosas que más odiaba era cuando su padre lo llamaba de improviso e irrumpía dichas actividades. Estas reuniones inesperadas eran impredecibles: a veces hablaban de negocios, otras compartían momentos familiares jugando ajedrez o charlando, y en el peor de los casos, lo arrastraba a un interminable juego de golf. Aunque Max entendía que su padre a veces se sentía solo, no podía evitar sentir frustración. Todos tenían responsabilidades, incluido él, y este fin de semana había planeado algo especial: pasar tiempo de calidad con Antonella, visitando el refugio y, después, llevándola a su apartamento para presentarle a sus “pequeños”, los que ansiaba que ella conociera, pero no se pudo dar. Sin embargo, su padre había interrumpido sus planes con sus insistentes llamadas. Max tuvo que posponer todo y llamar a Antonella para explicarle que no podrían verse. Ella había entendido, como siempre, pero él seguía molesto. Tal vez, de