CAPÍTULO 18

La tarde pasó sin que volviera a ver a Sebastiano, y la noche también. No escuché sus pasos en el pasillo hasta que la madrugada irrumpió en el silencio de la habitación. La puerta se abrió suavemente y él entró con un aire agotado y ausente. Apreté los ojos, intentando no pensar en ello, en volver a dormir, pero, de repente, una serie de maldiciones ahogadas y gruñidos provinieron del baño.

Rodé los ojos y suspiré, preguntándome qué tanto drama podría causar. Al final, no pude evitar levantarme para ver qué ocurría.

—¿Por qué tanto ruido? —pregunté.

Al abrir la puerta del baño, lo encontré peleando torpemente con los botones de su camisa, visiblemente frustrado. Su brazo herido no le permitiría moverse con facilidad; estaba pagando las consecuencias de no haber usado el cabestrillo durante el día, especialmente después de cargarme.

Él levantó la vista, sus ojos tensos suavizándose un poco al verme.

—Lo siento por despertarte, no era mi intención —respondió entre dientes, tratando de
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