Capítulo 2

Me miro al espejo y no puedo evitar pensar que me veo como una furcia. Ivette no solo se ríe de mí porque ha logrado que le acompañe, sino porque he terminado aceptando ponerme el vestido. Debo admitir que soy algo mojigata para estas cosas y es la razón por la que me cuesta salir de mi cascarón.

―Esto no me gusta.

―Ay, ya deja de quejarte, te ves preciosa y diría que matadora. Deberías ponerte vestiditos así más seguido.

Podría, mientras nada se me salga del escote.

―Es demasiado atrevido ―expongo.

―No exageres ―ella se burla de mí.

Por fortuna la parte de arriba se ajusta bien, pero sigue dando la sensación de que van a rebotar si medio doy un salto.

―Tonta.

―Bien, déjalo que no se van a salir.

―Me siento desnuda.

―Te ves radiante, ya pareces de veinticuatro y no una vieja amargada de sesenta.

―Ahora te odio más.

Iv no hace más que reírse de mí, ya que ella siempre está cómoda con lo que se pone.

―Bien, vamos, llegaremos en la mejor hora ―anuncia tomando su cartera.

Tomo mi bolso cruzado y el gabán que me cierro hasta arriba el último botón. Y desearía que fuera más largo, por lo menos hasta debajo de las rodillas y no encima de ellas. No me siento cómoda, pero ella tiene razón, me veo diferente porque no usaría algo así en mis cabales; sin embargo, ya tengo experiencia acompañándola y no la he pasado bien porque en serio me aburro mientras ella baila como un trompo hasta el sudor. Tiene bastante pega con los hombres y nunca le falta quien la invite. Eso sí, no se va a la cama con ninguno, tiene sus reglas, y al día siguiente amanece que no puede ni caminar de tanto bailar en tacones.

Y es que Ivette es tan abierta e independiente que, si no le acompaño yo, lo hace sola. Yo no sería capaz. No tengo esa personalidad tan arrolladora como la suya.

Salimos de la casa que compartimos en su auto de lujo porque sabe que no voy a beber, además que una de las dos debe mantenerse cuerda, y yo solo voy a observar. Al final me ha sonado eso de inspirarme y es que en las discos ves de todo. Aparte prefiero estar alerta por si algo pasa.

El lugar al que vamos se llama Night blues, es el club que más le gusta frecuentar porque dice que hay mayor variedad de especímenes y el ambiente es increíble. No puedo decir lo mismo, pero para ella es así. Es exclusivo y ella obtuvo su membresía. Eso la hizo la persona más feliz del mundo, por eso no duda en asistir, los viernes, la mayoría de las veces, aunque también lo hace jueves y sábados.

Al llegar ella estaciona en su aparcamiento exclusivo y de inmediato nos saltamos la cola de la entrada yendo directo a la vip. El hombretón en la entrada verifica su membresía y luego de su escrutinio sobre nosotras, levanta la cadena y dos deja entrar.

Ella entra a sus anchas, se adelanta, contoneándose y saludando a quien encuentra en el vestíbulo. Yo le sigo detrás rezagada hasta que llegamos a los casilleros donde podemos dejar nuestros abrigos.

Allí, me niego a quitarme el mío, tanto que ella tiene que arrancarme el gabán.

―¡Se me ven!

―Deja de ser tan modosa, te ves increíble y no se ve nada, solo lo sexi que eres.

―Bien, lo que digas. ―Como siempre se ríe de mí cuando ve que me echo el cabello hacia adelante para taparme lo más que puedo―, me quedo en la barra, vale ―advierto y ella abre sus ojos haciendo una mueca de desagrado.

―De acuerdo, y no olvides lo que viniste a hacer.

―La verdad es que ahora que estoy aquí, no le encuentro sentido a tu lógica.

―Solo diviértete y ya verás como fluye la musa ―farfulla. Ivette me hace reír a desgano. Después saca su teléfono y sin esperármelo toma una selfi―. Sonríe o saldrás fea ―me reclama y yo hago lo contrario, pongo cara de aburrida.

Me hace enfurruñar cuando la sube rápido a su red social. Finalmente, ella sale bien y yo con cara de ogro, después guarda su teléfono y toma mi mano arrastrándome hasta la barra que por fortuna tiene bancos libres. Ambas nos sentamos, aunque ella lo hará hasta que divise a su primera pareja para la pista.

Siempre me dice que le gusta porque hay más hombres disponibles, aunque me advierte que algunos se hacen pasar por solteros cuando están casados u otros terminan siendo gay y su competencia. Explicación que me resulta graciosa. Pedimos dos mimosas y una vez nos las sirven ella empieza a tomar la suya de una.

Yo me tomo mi tiempo con la mía y la tomo de a sorbitos, haciéndole caso, observando el lugar. Luce muy concurrido y sí que hay un equilibrio entre mujeres y hombres. Entonces me fijo en la razón por la que le gusta vestir así, y es que debes hacerlo. La mayoría parece competir en quién se exhibe más. Me miro al escote y sonrío porque por lo menos estoy acorde al lugar.

―¿De qué te ríes? ¿Ya tuviste tu epifanía?

―Muy graciosa.

Ella se alza de hombros y se calma cuando su mirada capta al hombre que se acerca a nosotras. Va elegante, se ve bien y ella parece conocerlo.

―¿Iv? ―pregunta él hacia ella y mi amiga sonríe.

―Sí, hola de nuevo Gary. Pensé que no te vería hoy.

―Ya ves, he venido a probar la suerte de encontrarte y ha sucedido ―dice el hombre algo galante―, ¿bailas?

―Eso no se pregunta ―mi amiga no se hace de rogar, y debe conocerle muy bien para aceptar de buenas a primeras―. Este es nuestro punto de referencia, no aceptes bebidas ni aceptes nada de desconocidos y no te pierdas ―me advierte antes de marcharse a la pista como si yo fuera una niña inexperta.

Aunque lo segundo lo soy en ciertas actividades que no van conmigo, como ir a divertirme a clubes nocturnos.

―Vale ―digo para que se vaya tranquila, y me agrada que no se despreocupe de mí.

Ella no lo hace esperar más y se van conversando, y entre lo que hablan le escucho que él pregunta sobre mí, y espero que no le diga que soy la amiga aburrida a la que sacó a bailar. Me vuelvo a mi trago y bebo despacio. Está rica y helada. Así que me entretengo con ella y me vuelvo en el banco giratorio hacia donde está la diversión, preguntándome que podría inspirarme.

Largo un suspiro y decido hacerle caso. Doy un rodeo por el lugar para volver allí mismo, y así cuando regrese ella ya ha terminado de bailar. Los tacones son un poco más altos de lo que suelo usar, así que voy con cuidado.

Hay una segunda planta y decido ir allí. Se ve menos concurrida. El lugar es bastante grande y llama mucho la atención. Al subir me topo con diferentes grupos o parejas, hablando y bebiendo. Sigo caminando hasta que me encuentro con una zona de pasillos con puertas cerradas, desierto, y entonces pienso que debo devolverme por donde entré. En esas estoy cuando al darme la vuelta para volver sobre el camino me tropiezo con una dura musculatura.

―Disculpe ―digo apenada y luego la pena crece cuando me doy cuenta con quién me he tropezado.

No es nada parecido al chico que invitó a bailar a Ivette. Es bastante alto, razón por la que me topé con su pecho y no le vi el rostro. Me hace tragar grueso el solo verlo y sentir alguna especie de rara angustia. He visto hombres, muchos, sin embargo, no como él. Intimidante.

Lo retrata su forma de mirarme directo al escote. Me hace sentir que se escapó algo quedándome desnuda sin saberlo. No es nada que haya experimentado antes. Eso me asusta.

―Disculpada ―dice y su voz de tono grave parece que acariciara la palabra.

Eso me hace reaccionar.

―Lo siento ―digo abrumada e intento irme de allí, pero me corta el paso―. ¿Me dejas pasar?

―No ―responde y eso me hace resoplar.

―¿Por qué no?

―Porque no te dejo pasar, es más, vas a venir conmigo a tomarte una copa.

―No gracias. No bebo con desconocidos.

―Entonces eso quiere decir que me vas a conocer ―arguye y no sé cómo reaccionar a su osadía.

―Dije que no.

―Ninguna hasta ahora me ha dicho que no.

―Tal vez soy la primera, así que disculpe.

―Bueno, nunca hay una primera ―arguye y lo siguiente que hace es echarme sobre su hombro haciéndome lanzar un eufórico gritito.

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