Capítulo 6

Mi boca se entreabre, tengo tantas cosas atravesadas en la garganta que quiero gritarle a la cara, pero no me sale ninguna. Su sola presencia es odiosa, antipática; y su mirada engreída, además de muy abrumadora. Su lengua se asoma un poco repasando sus dientes blancos hasta que una sonrisa lobuna se refleja en su cara.

¡Qué carajos!

Me sacudo el estupor de encima.

―¿Q-Qué hace aquí? ―inquiero agitada.

Él, y apenas hace una seña hacia el cubículo luego de guiñarme un ojo.

¡Qué le pasa!

―No hagamos ruido aquí afuera ―dice tan calmado que me hace apretar los puños.

―No le he dicho que va a entrar allí conmigo.

―Seguro que sí ―repone caminando hacia donde he dejado caer la llave. La recoge del piso y es quien abre mi cubículo―, entra, tenemos que hablar ―añade en un tono grave y reposado que me hace rabiar.

―No tengo nada que hablar con usted.

―Yo creo que sí, bonita.

―Deje de decirme bonita. Mi nombre es Claire.

Todo lo digo apretando los dientes porque, aunque quiero gritar, tiene razón en que estamos en una biblioteca, el único lugar donde se respeta el silencio y donde se viene solo a estudiar.

―Claire Bonnet, un nombre de ñoña que te va perfecto.

Sus palabras me hacen resoplar. Ese hombre sí que me ofusca, así que me quedo mirándole inmóvil, mostrándole que no haré nada de lo que diga y se dé por vencido, aunque algo me dice que eso no va a ocurrir. Me quedo allí hasta veo que es él quien toma mi pila de libros y se adentra en mi pequeño espacio de estudio e investigación.

Maldigo por dentro, porque quiero y no hacer lo que dice. Tal vez solo debería dejarle allí y marcharme; él es quien está invadiendo mi espacio, además, tiene mi cartera y lo más sensato es que deba reclamársela. No me queda más remedio que mirar a todos lados por si alguien ha visto este espectáculo que jamás creí hacer en una biblioteca, además que no sería extraño si alguien viene a supervisar si algo inusitado me ocurre. Él no es alguien que parezca visitar a menudo estos lugares, reservado en su mayoría para estudiosos e intelectuales. En el fondo, deseo que suceda, y tampoco no, porque, ¿Cómo explicaría esta situación? 

Entro y cierro y aislado de sonido para hacer el estudio más inmersivo. Es privado, pero, la puerta es transparente y eso me da tranquilidad. Sin embargo, mi única compañía de estudios ocasional es Gustav, y él no tiene nada parecido a mi compañero, que es reservado y muy tranquilo.

―Si sabe mi nombre es porque ha mirado mi cartera, y es tan amable que vino a devolvérmela después de robarla, ¿verdad? ―expongo con mucha seriedad, apoyando mis manos en la mesa, encarándolo.

―Parece que te gustó el pequeño jueguito que tuvimos.

¿Qué?

―No me gustó nada ―murmuro enojada, cayendo en cuenta de lo que habla.

Él apoya el codo sobre la mesa y el mentón en su mano, inclinándose hacia adelante. Me retraigo un poco.

―Yo creo que sí.

―Yo creo que se está haciendo ideas bastante erradas.

―¿Quieres saber algo?

―No quiero saber nada ni de usted ni de nadie, así que devuélvame mi cartera.

―Te lo diré de todos modos, así como escucharás cada cosa que diga de ahora en adelante. Así que presta mucha atención.

―¿¡Qué!?

―Me interesas, y he decidido que vas a ser mi mujer.

¿Su mujer?

―¡Qué! ¿Está loco? ―exclamo cuando proceso lo que dice.

―Eso dicen algunos, y como no estoy acostumbrado a que me digan que no, vas a complacer mi capricho.

―¡Ni muerta! ―mascullo espantada, poniéndome en pie; sin embargo, mi expresión de rechazo ha causado una especie de ensombrecimiento en su mirada.

Por un momento parece que va a estallar, mientras me pregunto qué parte de mi queja le ha molestado; sin embargo, así como se formó, también desapareció y vuelve a verse su habitual expresión cínica.

¡Pero qué coños!

―Siéntate.

―Le dije que no va a decirme lo que tengo que hacer, y olvídese que haré lo que usted quiera.

―¿Entonces prefieres que te dome como a una gatita traviesa?

¡Este hombre!

―Definitivamente, está loco, a mí nadie me da órdenes.

―Quizás haya una primera vez.

―¡Dame mi cartera y vete!, y me olvidaré toda esa tontería que ha estado diciéndome.

―Parece que aún no lo entiendes.

―No entiendo qué.

―Que cuando alguien me gusta soy bastante insistente ―arguye poniéndose en pie.

―Y eso a mí que me importa ―repongo, molesta.

No dice nada, y lo siguiente que hace es tomar el primer libro que está en la pila y abrirlo. Es Orgullo y prejuicio. Pasa las hojas con fingido interés y luego lo cierra, después se pone en pie.

―Esperaré a que salgas, te llevaré a dar un paseo.

―Le dije que no haré nada de lo que diga…

―Estoy seguro de que querrás recuperar tu cartera y este valioso libro, ¿verdad? ―aduce metiéndolo en el bolsillo interno de su chaqueta, después abre la puerta y se lo lleva ante mi mirada espantada.

Me quedo allí mirando flipada como desaparece con un libro de la colección de Jane Austin, propiedad de la biblioteca Berinni.

¿Qué acaba de hacer en mis narices?

―¿Claire?

Gustav se asoma a la puerta y me pregunto si ha venido porque ha visto a ese hombre. Me espabilo.

―S-Sí, ¿Qué pasa?

―Me preguntaba si te quedarías un rato aquí, o ya te ibas.

Gustav habla, pero yo solo estoy pensado en que ese villano de apariencia atractiva y abrumadora se llevó el libro, y tiene mi cartera. Al final tenía razón en que me la había quitado. Empiezo a recoger todo y guardarlo en el cajón, tomo la llave que la dejó sobre la mesa y salgo del cubículo cerrándolo. Ahora no tengo ganas de mirar ninguno porque el maldito tiene razón, no puedo dejar que se quede ni con el libro ni mi cartera. Gustav sigue mirándome con gesto preocupado. Largo un suspiro.

―Lo siento, recordé que tengo que hacer algo urgente, dejaré el estudio para otra tarde ―hablo―, salúdame a tu esposa ―añado.

―Va…le ―dice mirándome extrañado.

Sin más demora me voy de allí. En la recepción firmo el vale por los libros prestados que tengo en el cubículo y me apresuro para salir. Afuera miro a todos lados hasta que le veo en la acera opuesta recostado como un rufián en su auto, mientras todo pasa a su alrededor como si fuera invisible y a la vez captara toda la atención. Camino con pasos furiosos hacia allá y apenas me ve llegar, se recoge la manga mirando en su reloj, dejándome ver ese tatuaje y después sube al auto y abre la otra puerta.

―Sabía que no demorarías, sube, bonita ―dice asomándose a la ventana.

―No voy a subir, devuélveme mis cosas ―chillo apretando los dientes asomándome a su ventana.

El condenado solo ríe y señala el puesto vacío a su lado encendiendo el motor.

«No, no, no, no voy a ir con él», me digo, pero luego me doy por vencida, porque parece que lo único que quiere demostrar es que puede más que yo.

«¡Infeliz!», mascullo para mis adentros, porque esto que ahora percibo como un duelo de voluntades, parece que empieza a ganarlo él; sin embargo, ya le demostraré que se metió con la persona equivocada.

A regañadientes me subo al auto, mientras me observa con la mueca de una sonrisa petulante apenas curvando los labios, y de inmediato lo pone en marcha.

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