Capítulo 3

―¿¡Qué le pasa!? ¡Bájeme maldito! ―chillo pataleando y golpeando con mis puños su espalda dura como una roca, pero no se detiene.

Sigue caminando conmigo a cuestas pese a mi queja. No oye. No entiende, como si pusiera en claro su posición de: no acepto un no por respuesta.

Estoy tan espantada e indignada con la arbitrariedad de ese hombre que apenas he visto, que me quedo bloqueada. Mi reacción es lenta porque estoy tratando de discernir lo que está haciendo, es algo que nunca en mi vida me ha pasado.

Sigo pataleando cuando veo que nos mete a ambos en una habitación que está a oscuras. Solo cuando estamos dentro me baja y cierra la puerta antes de que corra hacia ella, dejando fuera toda posibilidad de luz.

―¿Qué cree que hace? Déjeme salir ―grito tratando de ubicarme, la oscuridad es profunda, no veo nada, ni siquiera donde está él, que de seguro se está burlando de mí, porque esto debe ser una broma bastante pesada.

Sigo tratando de ubicarme a tientas con mis manos extendidas para no tropezar cuando se enciende una luz, haciendo que busque su ubicación. Ha sido él quien ha encendido una pinche cerilla dejando ver un atisbo de su rostro, su mentón barbado, y su mirada algo siniestra, por como la luz de la pequeña llama, cae sobre él.

Sin embargo, no puedo evitar notar el peligroso y sexi atractivo que eso le da.

―¿Cómo te llamas? ―pregunta.

Su voz es como un estallido grave de feromonas que se impregnan en la piel, no obstante, no puedo evitar resoplar con la boca abierta. Voy a replicar, antes que decirle quién soy cuando la llama se apaga y el cerillo muere dejándonos otra vez en la oscuridad.

―No voy a contestar y vas a dejarme salir de aquí de una buena vez ―protesto en su lugar.

―Tu nombre, dámelo.

Vuelve con la pregunta de nuevo haciendo oídos sordos a mi queja.  Eso me descoloca, pongo los ojos en blanco, la llama se apaga de nuevo y la oscuridad vuelve a cubrirnos.

―¿¡Qué demonios quieres!? ―increpo, exasperada y molesta pensando en Iv, y en sí estará buscándome, luego de todas las advertencias que me hizo cuando no me encuentre en la barra.

―Tu nombre, bonita. Eso quiero ―habla luego de encender una nueva cerilla.

Resoplo por su desfachatez y le miro con fijeza, mostrándole mi enojo por arrogancia, y encima su arbitrio por saber cómo me llamo.

―Eso no te importa. No suelo darles mi nombre a desconocidos ―mascullo, y lo único que escucho es su risa cuando la llama se apaga otra vez.

―¿Crees que soy un desconocido?

La pregunta vuelve con la llama de otra cerilla y ahora está más cerca, casi en mi frente. No me he movido porque no tengo idea de que hay en la habitación, pero cada que enciende un cerillo vislumbro que es un lugar casi vacío y solo percibo que hay alguna especie de sillón.

―Por supuesto, no tengo idea de quién cuernos eres o por qué haces esto ―mascullo y aunque no me gusta decir groserías, está haciendo que diga todo lo que he aprendido a las malas de Iv.

Su risa vuelve cuando la oscuridad nos arropa y la agitación se apodera de mi cuerpo en el momento en que percibo el sonido de sus pasos.

―Eres demasiado bonita para decir malas palabras.

―¡Que te den! ―grito mirando hacia todos lados.

Esta vez no hubo otro cerillo que iluminara la habitación y lo siguiente que siento es que tropiezo mi espalda con su cuerpo. Se ha puesto detrás de mí, y antes de que pueda correr a algún lado y escapar debido a la oscuridad, lleva su mano a mi cuello. Me horrorizo pensando lo que piensa hacer cuando presiona sus dedos con fuerza.

¿Acaso va a matarme?

Mi boca se abre buscando aire, y aunque no es lo suficiente para estrangularme, es lo que pareciese.

―Eso quiero yo hacer contigo.

―Suéltame.

―No, solo dame tu nombre.

―Olvídalo.

―Nunca me olvido de lo que me interesa.

―¿No me digas que te intereso cuando apenas me has visto? ―gruño empujando mis codos hacia atrás para golpearle.

Me detiene tomando mis dos brazos con una mano y luego esquiva mi patada cuando intento darle en donde creo que está su ingle.

―Es obvio y ya veo que sabes defenderte, bonita, eso me gusta ―agrega riéndose.

Eso me enerva.

―Suéltame, infeliz ―exijo tratando de zafarme, y lejos de liberarme me aferra a él, haciéndome sentir su cuerpo grande, fornido y duro en una parte especifica a la que no me le acercaría en mi vida normal.

Sé lo que significa; y, sin embargo, no se insinúa. Mi cuerpo se tensa cuando siento su aliento en mi cuello y su barba raspando mi delicada piel. Sin esperármelo me hace abrir la boca cuando toma mis muñecas con una mano y vuelve a poner la otra en mi cuello inmovilizándome. Deja mis piernas libres podría patearlo, no lo hago y mi atención se concentra en la mano que tiene en mi cuello que empieza a bajar tanteándome el pecho.

Me muevo, sé lo que hará. No quiero que me toque, y a la vez sí, y esa contradicción me vuelve loca porque mi cuerpo reacciona de formas que no imaginaba, cuando mete su mano dentro de mi escote amacizándolo tanto que me hace abrir la boca lanzando un jadeo, luego un chillido cuando aprieta fuerte.

Estoy tratando de asimilar lo que está sucediendo y como he terminado dejándome seducir por este arbitrario que no conozco, y que me hace experimentar sensaciones en mi cuerpo que no creí, eran propias de mí cuando una vibración retumba en la oscuridad.

Le escucho lanzar una maldición y cuando saca su teléfono del bolsillo y nos ilumina con la luz de la pantalla, yo debería aprovechar para zafarme y escapar, pero me quedo allí, como tonta esperando que conteste la llamada.

Reacciono y quiero golpearme en la cabeza cuando del otro lado sale una voz diciendo cosas en un idioma que no alcanzo a entender.

―Claro que interrumpes, imbécil. Bien, no hagan nada. Voy para allá ―habla como si diera una orden y nadie pudiera contradecirle, como si se sintiera poderoso para decir y hacer lo que le diera la gana―. No dudes que continuaremos esto después, así que ni pienses en olvidarte de mí, bonita ―añade y antes de que pueda replicar, por enésima vez, me libera alejándose.

―Olvídalo, ¡esto no va a volver a pasar! ―chillo indignada, escuchando sus pasos fuertes hasta que se detienen y la puerta se abre, llenando la habitación con la luz de afuera, iluminando mi posición y la suya.

―Te buscaré y te encontraré, ya lo verás ―declara y antes de que pueda reaccionar otra vez, se marcha dejándola abierta.

«¡Olvídalo!», repito en mi cabeza, sin embargo, no para mis adentros. Y lo más estúpido es que una parte de mí quiere que lo haga en verdad.

Después que desaparece, es que la realidad de ese pensamiento y lo que ha sucedido viene a mi cabeza, horrorizándome por pensar así; y es una total contradicción. Debería estar molesta con su arbitrariedad y espantada con lo que hubiera pasado.

Y pasó, y lo cruel es que aún puedo sentir sus manos metiéndose en mi escote tocándome, su aliento acariciándome y su barba raspando la piel de mi cuello. Siento algo húmedo entre las piernas y estoy de no creerme lo excitada que me puse, recordando su rostro vil y atractivo en la claridad de una cerilla, haciendo la diferencia entre la luz y la oscuridad.

Me abofeteo mentalmente porque tengo olvidar todo eso que pasó e irme rápido de allí, no sea que vuelva.

¿Y si vuelve?

“Así que ni pienses en olvidarte de mí, bonita”.

Mi cuerpo se agita con esa presunción y antes de seguir por ese espinoso sendero me arreglo el escote y voy hasta la puerta con algo de sigilo. Me asomo y afuera no hay nadie, así que corro de allí hasta encontrar un pasillo más transitado.

Camino casi que, trastabillando, ahora me tiemblan las piernas y las personas que hay por allí me miran con curiosidad; sin embargo, nadie me dice nada ni se acerca, así que me recompongo y enderezando mi postura sigo caminando, guiándome con el sonido de la música hasta que llego al rellano de la segunda planta. Me asomo a la valla y para mi sorpresa veo a Ivette acompañada con el mismo chico que le invitara a bailar. Me hace señas y cuando ve que la he pillado viene corriendo hacia donde estoy.

―¿Dónde estabas metida? Te he estado buscando como loca por todo el club ―exclama tomándome por los hombros.

―No vas a creerme lo que pasó ―digo.

―Pues vas a tener que decírmelo, conociéndote, creí que te habías marchado, fui por tu saco y allí estaba, así que he estado buscándote, ¿por qué no me llamaste? ―me reclama, y eso me hace resoplar.

No es extraño que piense eso. Me habría ido si me sentía aburrida, pero no hubo tiempo para pensarlo, ni para escapar y me pregunto si lo he hecho, después de lo que dijo, como si lo pudiera todo.

Te buscaré y te encontraré, ya lo verás.

Sin embargo, ha dicho algo sensato, no la he llamado, aunque tampoco tuve oportunidad y es allí cuando descubro que ya no llevo mi bolso cruzado y ni siquiera sé en qué momento lo perdí.

¡Qué rayos!

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