Isabel dejó a Jesenia en la casa de Jonathan antes de seguir a la de los Aldama.

La chica entró en el anexo del guerrero ansiosa por encontrarlo, agitada por la emoción de creer que estaba resolviendo el difícil acertijo que azotaba a la sociedad étnica y por la efervescencia que el licor había dejado en su organismo.

De las tres, ella había sido quién había bebido más, aunque no lo suficiente para que su conciencia quedara fuera de juego. Estaba feliz porque la antigua pediatra de Máximo le había confirmado lo que tanto habían temido.

Las pruebas de sangre del niño jamás llegaron a la Clínica en Caracas. Desaparecieron, al igual que lo hizo el cuerpo sin vida del pediatra meses atrás.

Alguien robó la sangre y con seguridad lo hizo para experimentar con ella en rituales de brujería.

—¡Joni! —pronunció subiendo las escaleras. Así le decía con cariño a Jonathan cuando quería algo romántico de él.

—¡Aquí! —respondió él desde la habitación, con su característica voz ronca y severa. Esa qu