Mary e Isabel atravesaron a gran velocidad los valles tapiados de vegetación, superando las depresiones y las empinadas colinas que se hallaban entre las montañas.Isabel iba colgada de la espalda de la rubia, escondiendo, en ocasiones, su rostro entre sus cabellos para soportar el vértigo. Mary, poco habituada a aquellas aventuras, intentó escalar por los lugares menos peligrosos. Nunca lo había hecho con carga.Cuando subían la cuesta que las llevaría hasta la cima, cayó al suelo arrodillada al sentir un insoportable dolor en el vientre. Isabel se precipitó al suelo, molesta porque la rubia se había detenido.—¡¿Qué pasa?! ¡Debemos llegar pronto! —El viento helado le azotaba la cara y los cabellos y la hacía estremecer.—¡No puedo! —exclamó Mary entre gemidos lastimeros, retorciéndose sobre la tierra rocosa con sus dos manos sobre su vientre.Isabel observó confundida los ojos amarillentos de la chica, que parecían cambiar de tonalidad a un color cobrizo. Se puso de pie y miró con a
A Mary y a Isabel les faltaba varios metros para llegar a la cima. La falta de oxígeno y el esfuerzo las afectaba, y el viento helado las empujaba a los lados haciéndoles más difícil la escalada.Sin embargo, ninguna se detuvo, mucho menos Isabel, que era movida por una poderosa sensación de ansiedad que estaba a punto de enloquecerla.Se sostuvieron con fuerza de las piedras al sentir un agitado temblor. La tierra se movía como si fuera las olas del mar, retumbando desde su interior.Grandes piedras se desprendían y caían al vacío, pasando junto a ellas, pero ambas pudieron sortearlas aunque no se salvaron de ser golpeadas por algunas.Mary volvió a ovillarse cuando fue de nuevo azotada por un intenso dolor en el vientre, justo en el momento en que el temblor cesó.—¡¿Estás bien?! —gritó Isabel aferrada a unas rocas, temiendo resbalar.Mary respiraba con dificultad y su rostro estaba comprimido en una mueca de dolor.—¡Sigue! ¡Luego te alcanzo! —recomendó la rubia sin poder levantars
Baudilio salió del centro de salud con una marcada cojera. La dolencia en su cadera se intensificaba cuando su mente se embotaba con dudas y preocupaciones.Se frotó el rostro con ambas manos y avanzó con rapidez para llegar al pasillo techado que dirigía hacia el cafetín. La lluvia le empapaba los cabellos.—La tormenta no para —habló un hombre tras su espalda. Al girarse, sonrió con desánimo hacia Carmelo.—Pensé que estabas en Chivacoa.—¿Y perderme todo el espectáculo? —alegó el moreno con una sonrisa tosca. Alcanzaron el pasillo y continuaron con paso cansado hacia el área de las mesas, que se hallaba desolada—. Desde que fuiste a visitarme, los espíritus no me dejan en paz —reconoció reacomodándose el gorro blanco santero que llevaba en la cabeza—. Nos quieren aquí.—¿Y qué piensan hacer?—Rituales de sanación y ofrendas en la selva. —Baudilio lo observó con el ceño fruncido mientras se sentaba en una de las mesas. Gimió cuando su cuerpo agotado descansó sobre el incómodo alumin
Deibi abrió los ojos pudiendo observar solo sombras. Se fijó en la curvatura de la espalda arqueada de Gregory, sintiendo alivio al saber que aún el chico estaba con vida, sentado frente a él con una pose de derrota.Llevaban dos días encerrados en aquellas interminables grutas, cansados de buscar una salida. Todas las cuevas estaban tapiadas por enormes rocas y paredes gruesas de tierra y ellos no tenían la fortaleza para escarbar.Sus cuerpos experimentaban dolores por las múltiples heridas sufridas, y habían perdido a la bestia, en el momento en que más la necesitaban.Aquel hecho, además de frustrarlos, los confundía. No sabían cómo actuar siendo simples seres humanos. Nunca les había ocurrido tal cosa, a pesar de que siempre lo desearon.Él y su hermano se hallaban en un cuarto ensombrecido y encharcado. Al otro lado de una pared de tierra se hallaban Javier, Gabriel y Jonathan.Los tres igual de débiles que ellos. Se comunicaban a través de gritos de dolor y de rabia, por un peq
Luego de casi una hora de arduo trabajo, la tierra que mantenía apartados a Gregory y a Deibi cedió. Un cúmulo de piedras y barro rodó por el suelo abriendo un boquete lo bastante grande como para que pasara una persona, aunque encorvada.La cara de semblante enloquecido de Ray apareció al disiparse el polvo. El moreno llevaba un casto de minero puesto en la cabeza, con una linterna encendida.—¿Se alegran de verme? —les preguntó con sorna. Gregory miró a Deibi con escepticismo.—¿Tengo que responder con honestidad a eso? —bromeó el chico.Deibi se envaró y mostró una media sonrisa.—Imagina que es Taylor Swift —alegó, poniéndose de pie con ayuda del muchacho y quejándose por los dolores en su cuerpo.Sin embargo, antes de dar un solo paso, alguien empujó a Ray estrellándolo contra la pared para pasar por el boquete hacia donde ellos se encontraban.Mary se quitó el casco de la cabeza y caminó con premura hacia Deibi. Su cara y su cuerpo estaban sucios, llenos de tierra, barro y sudor
El trinar de los pájaros se hizo sentir de nuevo sobre los viejos techados. La brisa marina hacía danzar a las gigantescas palmeras cargadas de cocos, que se erguían majestuosas por encima de las copas de los árboles.El calor del sol hacía mella en el asfalto polvoriento que en algunos lugares podía verse rasgado por culpa de los terremotos. Largas grietas atravesaban las desoladas calles de La Costa, hiriendo a paredes y columnas de las casas.Las viviendas, cuyas bases se vieron más afectadas por la agitada onda, fueron marcadas por los miembros de los equipos de seguridad con grandes equis rojas.En pocos días serían demolidas en su totalidad, ya que mantenerlas en pie significaría un alto riesgo para los habitantes. Maquinarias pesadas fueron traídas de la capital a través del mar para comenzar las labores de reconstrucción.La sociedad étnica, así como otros empresarios de la región, decidieron invertir para ayudar al gobierno local y nacional en el rescate de aquella zona, ante
Al llegar a una bifurcación, Mary se extrañó al verlo tomar otro sendero de tierra, franqueado por espesa vegetación.A varios metros se toparon con un portón abierto, que él cruzó sin detenerse. Ella redujo la velocidad, sin saber por qué él entraba en aquella propiedad.Llegaron a un enorme patio salpicado de plantas frutales y adornado en cada rincón con pequeños jardines llenos de color.Al fondo se divisaba una casa de una planta, amplia, de paredes de ladrillo rústico y techo machihembrado. Con unos enormes ventanales precedidos por cuidados jardines de hierbas.Lo vio detenerse cerca de la entrada y apagar su moto. Se ubicó junto a él haciendo lo mismo.—¿Qué hacemos aquí?Deibi se quitó el casco revelando la alegría que invadía sus facciones.—¿Qué te parece?Ella dio un repaso a la fachada de la casa con las cejas arqueadas.—Es hermosa.—¿De verdad te gusta?—Sí —respondió con sinceridad, y bajó de la moto quitándose el casco— ¿Quién vive aquí?—Yo.—¿Tú? —consultó sorprendi
Gregory descargó toda su energía en aquel golpe, pero, a pesar de lograr que la bolsa de arena se doblara, no llegó a moverla muchos centímetros en la barra de hierro donde se hallaba colgada.Había perdido la fuerza sobrenatural que nació con él. Esa que durante su adolescencia lo había vuelto un paria, tanto en su familia como en la sociedad que lo rodeó. Esa fuerza que siempre debió esconder como si se tratara de una enfermedad infecciosa y mortal y que lo mantuvo apartado de los demás para que nadie descubriera que era un «bicho raro» que había heredado un demonio del infierno.Esa misma fuerza lo llevó a La Costa, a conocer unas tierras que le habían sido vetadas. A bañarse en las tibias aguas caribeñas y ver nacer indetenibles los frutos sobre una tierra oscura, llena de vida. En aquel paraje pudo dejar libre al espíritu que llevaba dentro, aprendió a correr con él y amar al mundo con su corazón salvaje. Halló nuevos familiares, todos amigos sinceros que lo guiaron y rieron con