Baudilio la observó con atención.—¿Qué la entreguemos? ¿Cómo? —quiso saber Gabriel.Trini se apartó del líder y se giró hacia los guerreros buscando a Gregory. Al encontrarlo, se acercó a él y apoyó las manos en su pecho retomando su semblante ansioso.—Necesitamos herramientas para cavar un hoyo. —Él arrugó el ceño.—¿Cavar? ¿A esta hora? —indagó Ciro, aún más confundido.—En las bodegas hay suficientes herramientas —dijo Gregory en dirección a Jonathan, este asintió.—¿Dónde quieres que cavemos? —apuntó el moreno, acercándose.La chica repasó los alrededores buscando el lugar exacto donde habían visto desaparecer las partes del tazón. Vio los restos del árbol hueco que parecía humear, reconociéndolo.—Aquí —aseguró y se aproximó a él, aunque se entristeció al ver las pesadas láminas de cemento que cubrían el suelo—. Es debajo de este piso.—Puede quitarse. Tenemos el equipo para eso —garantizó Javier—. Será un trabajo duro, pero con la bestia…Los guerreros asintieron sin necesidad
Faltaban horas para la llegada del alba, aquel era un momento de paz en la selva. Los animales nocturnos mantenían su recorrido incesante en busca del alimento mientras la suave brisa marina mecía los inmensos árboles y las palmeras arrullando a los que descansaban.El centro del viejo hotel estaba alumbrado por el fulgor de los faros, mostrando los restos de lo que otrora fue una edificación llena de lujos y bellezas, sin saber que había albergado en su interior un portal sagrado, utilizado por los dioses que habían acudido al llamado indígena para desatar sobre ellos su poder.En el hoyo donde habían sacado los restos de la antigua vasija, realizaron la fogata. El nuevo tazón fue acuñado entre ramas, encima de carbones, conteniendo dentro los pedazos recuperados que estaban manchados con la sangre de los ancestros. Baudilio, Pablo y Williams entonaron viejos cantos mientras el fuego calentaba la sangre, dándoles tiempo a los guerreros para prepararse.Isabel, Jesenia, Rebeca y Mary
—¿Tan extraño te resulta? —le preguntó Trini al recostarse en la cama, a su lado.Se encontraban en una posada en el pueblo, descansando, mientras los líderes y Malena se ocupaban de dar el último adiós a los restos de la tinaja del pacto a varios kilómetros de La Costa, en medio del mar.—Nunca me había sentido tan vacío. Ni siquiera aquella vez en qué quedamos atrapados en la montaña. Esta ocasión es diferente, puedo asegurar que ella no está. Esta vez, sí nos abandonó —respondió Gregory, frotándose el pecho.Amanecía y al parecer, la bestia finalmente los había abandonado. La chica apoyó la cabeza en el pecho del joven dejando que él la cubriera con su brazo.—¿Crees que pueda sustituirla?Gregory la aferró más a él.—No serás una sustituta, sino la única. La bestia solo dominaba mis miedos y rabias, tú lo dominas todo, incluso, mi capacidad de controlarla a ella.La joven sonrió complacida y se encogió sobre su pecho.—Pero ahora, ella ya no está. Eso quiere decir, que no vas a se
El zigzagueo del auto por la empinada montaña le producía vértigo. Rebeca tenía el estómago desecho, pero no podía dejar de admirar las bellezas de aquel paraje.La selva nublada parecía engalanarse para recibirla y convencerla de quedarse.Árboles de una altura impresionante bloqueaban la mayor parte de la luz natural y convertían a la carretera en un camino sombreado, bordeado por palmeras, helechos, orquídeas y variadas hierbas de hoja ancha.Al pasar por los arroyos se intensificaban los zumbidos de los insectos, así como el chillido de los monos y el canto de los cientos de pájaros que habitaban la zona.A su lado, en el asiento del conductor, su madre no apartaba la mirada severa de la vía. Desde que habían salido de Caracas el estado de ánimo de la mujer había sido hermético, pero al sumergirse en la carretera que conducía hacia La Costa, este se volvió más irritable.Marian odiaba esa región, juró en innumerables oportunidades no regresar. Sin embargo, ahí estaba, hundida de n
Un día después, madre e hija ya estaban instaladas en una casa de alquiler cerca del mar. A Rebeca le correspondía ese día terminar de organizar los mostradores con las prendas de orfebrería que ellas mismas habían elaborado y abrir la tienda.Por suerte, llegaron a La Costa en época de vacaciones escolares, era común ver a turistas ansiosos por hundirse en las templadas aguas del mar Caribe, posibles clientes que las ayudarían a mantener el trabajo que las hacía sentirse independientes.Sin embargo, ambas eran conscientes de que la mayor fuente de ingresos con la que contaban provenía de la cosecha de cacao de la que su padre había sido socio, pero Marian no quería sentirse atada a ese dinero, pretendía simular que teniéndolo o no, igual podían subsistir.Rebeca la apoyaba para evitar que la mujer volviera a caer en una depresión causada por el estrés, aun sabiendo que si no recibían ese beneficio sus finanzas entrarían en serios problemas.Como ocurría en ese momento. Por eso acepta
Los días siguieron sucediéndose de manera rutinaria. Marian no paraba de reunirse con los líderes, dejando sola a Rebeca atendiendo la tienda.Ella intentaba concentrarse en el trabajo para evitar salir y volver a suscitar una situación inquietante, pero cada segundo que pasaba en ese lugar sentía una poderosa necesidad por acercarse a la cultura de su padre y averiguar los motivos de su muerte.Los aromas marinos y el sonido del mar la atraían como la abeja a la miel.Mientras hacía un esfuerzo por controlar sus ansiedades recogía las cajas vacías que habían quedado desperdigadas después de reorganizar la mercancía, para apilarlas en la trastienda, pero al divisar a través de los cristales del negocio que una camioneta Nissan Patrol se estacionaba al frente, tuvo que detener lo que hacía.Una creciente curiosidad la obligó a mantener la mirada en el vehículo.Un hombre alto, de cabellos castaños y largos hasta los hombros, se bajó con una carpeta entre las manos.Quedó fascinada con
Al llegar el sábado, Rebeca esperó a que cayera el crepúsculo para cerrar la tienda e informarle a su madre que iría a caminar por la playa. Dentro de casa se sentía como prisionera.Se apresuró a cruzar la calle, la brisa fresca le hacía volar la larga cabellera y los aromas marinos que esta transportaba le inundaban las fosas nasales.Subió con rapidez las escaleras de piedra que precedían al malecón y admiró desde él al mar.Observó embelesada el cielo estrellado que comenzaba a mostrarse sobre el agua a medida que se escondía el sol, y las olas apaciguadas por los rompeolas que creaban junto con el viento una melodía acogedora, capaz de conmoverla.Anduvo por la plaza amurallada con una sonrisa dibujada en los labios. Aquel lugar la hacía sentirse libre y la llenaba de calma.Se alejó de la plaza y se dirigió con pasos lentos al borde del mar. Se quitó los zapatos, permitiendo que los dedos de los pies se le hundieran en la arena suave y la acariciara, produciéndole sensaciones pl
Durante las primeras horas de la mañana del domingo —y después de una tensa despedida por el carácter arisco que tuvo Marian al no aprobar su salida hacia la cosecha—, Rebeca se subió a la brillante Toyota Land Cruiser de chasis largo de Javier, impresionada por los gustos automovilísticos que se daban los miembros de la sociedad étnica.Salieron del pueblo y se internaron en la selva por caminos de tierra hasta llegar a los terrenos.A su alrededor se erguían plantas cacaoteras, junto a otras de mayor tamaño con diversidad de flores y frutos.—Pensé que la cosecha era exclusivamente de cacao —expresó sin dejar de admirar los alrededores.—Y lo es, solo que el producto se da mejor en la sombra, por eso sembramos plantas más altas entre ellas. Esos árboles no solo evitan que las alcancen los rayos del sol, sino que además sus frutos, hojas y semillas ayudan a enriquecer el abono que utilizamos para la siembra.—¿Por eso este cacao es tan bueno?—En parte —señaló él con orgullo—. A cada