Deibi abrió los ojos pudiendo observar solo sombras. Se fijó en la curvatura de la espalda arqueada de Gregory, sintiendo alivio al saber que aún el chico estaba con vida, sentado frente a él con una pose de derrota.Llevaban dos días encerrados en aquellas interminables grutas, cansados de buscar una salida. Todas las cuevas estaban tapiadas por enormes rocas y paredes gruesas de tierra y ellos no tenían la fortaleza para escarbar.Sus cuerpos experimentaban dolores por las múltiples heridas sufridas, y habían perdido a la bestia, en el momento en que más la necesitaban.Aquel hecho, además de frustrarlos, los confundía. No sabían cómo actuar siendo simples seres humanos. Nunca les había ocurrido tal cosa, a pesar de que siempre lo desearon.Él y su hermano se hallaban en un cuarto ensombrecido y encharcado. Al otro lado de una pared de tierra se hallaban Javier, Gabriel y Jonathan.Los tres igual de débiles que ellos. Se comunicaban a través de gritos de dolor y de rabia, por un peq
Luego de casi una hora de arduo trabajo, la tierra que mantenía apartados a Gregory y a Deibi cedió. Un cúmulo de piedras y barro rodó por el suelo abriendo un boquete lo bastante grande como para que pasara una persona, aunque encorvada.La cara de semblante enloquecido de Ray apareció al disiparse el polvo. El moreno llevaba un casto de minero puesto en la cabeza, con una linterna encendida.—¿Se alegran de verme? —les preguntó con sorna. Gregory miró a Deibi con escepticismo.—¿Tengo que responder con honestidad a eso? —bromeó el chico.Deibi se envaró y mostró una media sonrisa.—Imagina que es Taylor Swift —alegó, poniéndose de pie con ayuda del muchacho y quejándose por los dolores en su cuerpo.Sin embargo, antes de dar un solo paso, alguien empujó a Ray estrellándolo contra la pared para pasar por el boquete hacia donde ellos se encontraban.Mary se quitó el casco de la cabeza y caminó con premura hacia Deibi. Su cara y su cuerpo estaban sucios, llenos de tierra, barro y sudor
El trinar de los pájaros se hizo sentir de nuevo sobre los viejos techados. La brisa marina hacía danzar a las gigantescas palmeras cargadas de cocos, que se erguían majestuosas por encima de las copas de los árboles.El calor del sol hacía mella en el asfalto polvoriento que en algunos lugares podía verse rasgado por culpa de los terremotos. Largas grietas atravesaban las desoladas calles de La Costa, hiriendo a paredes y columnas de las casas.Las viviendas, cuyas bases se vieron más afectadas por la agitada onda, fueron marcadas por los miembros de los equipos de seguridad con grandes equis rojas.En pocos días serían demolidas en su totalidad, ya que mantenerlas en pie significaría un alto riesgo para los habitantes. Maquinarias pesadas fueron traídas de la capital a través del mar para comenzar las labores de reconstrucción.La sociedad étnica, así como otros empresarios de la región, decidieron invertir para ayudar al gobierno local y nacional en el rescate de aquella zona, ante
Al llegar a una bifurcación, Mary se extrañó al verlo tomar otro sendero de tierra, franqueado por espesa vegetación.A varios metros se toparon con un portón abierto, que él cruzó sin detenerse. Ella redujo la velocidad, sin saber por qué él entraba en aquella propiedad.Llegaron a un enorme patio salpicado de plantas frutales y adornado en cada rincón con pequeños jardines llenos de color.Al fondo se divisaba una casa de una planta, amplia, de paredes de ladrillo rústico y techo machihembrado. Con unos enormes ventanales precedidos por cuidados jardines de hierbas.Lo vio detenerse cerca de la entrada y apagar su moto. Se ubicó junto a él haciendo lo mismo.—¿Qué hacemos aquí?Deibi se quitó el casco revelando la alegría que invadía sus facciones.—¿Qué te parece?Ella dio un repaso a la fachada de la casa con las cejas arqueadas.—Es hermosa.—¿De verdad te gusta?—Sí —respondió con sinceridad, y bajó de la moto quitándose el casco— ¿Quién vive aquí?—Yo.—¿Tú? —consultó sorprendi
Gregory descargó toda su energía en aquel golpe, pero, a pesar de lograr que la bolsa de arena se doblara, no llegó a moverla muchos centímetros en la barra de hierro donde se hallaba colgada.Había perdido la fuerza sobrenatural que nació con él. Esa que durante su adolescencia lo había vuelto un paria, tanto en su familia como en la sociedad que lo rodeó. Esa fuerza que siempre debió esconder como si se tratara de una enfermedad infecciosa y mortal y que lo mantuvo apartado de los demás para que nadie descubriera que era un «bicho raro» que había heredado un demonio del infierno.Esa misma fuerza lo llevó a La Costa, a conocer unas tierras que le habían sido vetadas. A bañarse en las tibias aguas caribeñas y ver nacer indetenibles los frutos sobre una tierra oscura, llena de vida. En aquel paraje pudo dejar libre al espíritu que llevaba dentro, aprendió a correr con él y amar al mundo con su corazón salvaje. Halló nuevos familiares, todos amigos sinceros que lo guiaron y rieron con
Entró a las carreras en su habitación apartando de un manotazo la cortina que fungía de puerta. Su respiración estaba agitada y sus ojos brillaban por el miedo. Pensó que no sería capaz de hacerlo y en realidad, no sabía de dónde había sacado el valor para acercarse a ese joven. El aura que lo rodeaba era tan oscura y densa que le producía terror. Algo muy oscuro vivía en su alma y lo hacía peligroso.—Espero estés satisfecho —reclamó con rabia hacia la imagen del arcángel Miguel que descansaba sobre un altar ubicado junto a su cama. La figura de cerámica se hallaba rodeada de flores y velones blancos.La chica caminaba de un lado a otro estrujándose las manos entre sí, recordando la mirada furiosa del sujeto que había asediado y las imágenes que volaron por su mente cuando él la tocó. Apretó los ojos con fuerza mirando de nuevo las diversas facetas de su rostro en su mente: temeroso, furioso, preocupado, alegre, e incluso, ahogado por el deseo. Sentía aquellas emociones parte de sí,
La azotea del edificio donde estaba ubicado el gimnasio de Paolo De Sousa, el tío de Gregory, poseía un espacio techado donde él había asentado su residencia. Unos pocos muebles y una cama era su único mobiliario, no tenía televisión, ni otro tipo de comodidad. Solo se distraía con su teléfono móvil, con el que podía escuchar música, jugar o navegar por internet aprovechando el WiFi libre que ofrecía el café ubicado en la planta baja. Si debía utilizar el baño, tenía que ir al gimnasio. Arriba solo contaba con el placer de la soledad, ya que nadie, a excepción de su tío, subía a esa planta.Prefirió quedarse allí y no en la casa de su familia, que también le pertenecía al ser el único hijo de su madre, porque deseaba estar solo para enfrentar sus penas y desdichas. Su tío había tenido una familia numerosa y todos lo trataban con diferencia por los cambios que él había experimentado en su adolescencia. Más aún, luego de la muerte de su madre, ya que no había nadie que lo protegiera y l
Despertó agitada antes de que llegara el alba y luego de haber corrido con desesperación para escapar del demonio que la perseguía en sueños. Trini se limpió el sudor del rostro y se sentó en el borde de la cama tratando de sosegar sus temblores. Aquella pesadilla la había sentido tan real que le dolían las muñecas y la piel le ardía.Había estado en una selva, la misma que le había mostrado su ángel protector, pero en esa ocasión estaba en medio de una construcción en ruinas, cubierta por hollín y aún humeante, desprendiendo un vapor maloliente que la asfixiaba. La rodeaban fantasmas, nunca había visto a tantos y tan sufrientes, pero lo que más la desesperó fue haberlo encontrado allí, tumbado en el suelo y con el rostro húmedo por el llanto, de cara al cielo. Era el joven de la familia De Sousa, el del aura oscura.Sufría, su dolor era tan amargo que parecía llegarle a ella a través de la distancia. Notó que su pena la afectaba porque sintió lágrimas bajarle por el rostro y un vacío