Jesenia llegó trastabillando con Isabel a la casa de Baudilio. Ambas estaban angustiadas, pero más aún Jesenia, que podía presentir que algo malo había ocurrido y temía por la vida de Jonathan.Hablaba a los gritos, con severidad, retando a todo el que se le atravesaba, y sin poder detener a las lágrimas que escapaban de sus ojos para empapar sus mejillas.El líder intentó serenarla obligándola a beber un brebaje caliente elaborado con diversas hierbas que colgaban en manojos secos en su cocina, así como otras ya trituradas que guardaba en frascos de vidrio.—¿Qué es? —le preguntó Isabel al ver que la pócima funcionaba, logrando tranquilizar un poco a su amiga. Ya no gritaba, solo hablaba con ella misma y lloraba sin parar como si hubiera sido drogada.—Es lo que uso para calmar los dolores de los guerreros cuando están muy heridos y necesitan sosiego para regenerarse. Es la misma dosis que les doy a ellos. Jesenia debería dormir por veinticuatro horas como mínimo —expresó mirando imp
Rebeca guardaba apresurada en una pequeña maleta las pertenencias de Máximo. Gabriel le había dado instrucciones muy precisas y ella no podía volver a fallarle.Había cometido el error de contrariarlo con el tema del pediatra y ahora, por culpa de ello, la sociedad étnica entera podría estar en riesgo.Su madre, desde la capital, la había llamado minutos antes para notificarle que la esperaría en casa. Debía salir de La Costa lo antes posible, para que su hijo estuviera seguro.Sin embargo, al llegar a la cochera arrastrando la maleta, fue interceptada por dos sujetos encapuchados que con facilidad la inmovilizaron colocándole en el rostro un paño impregnado con algún químico de olor fuerte.Pateó intentando zafarse, pero le fue imposible. En segundos perdió la coordinación de su cuerpo quedando casi desmayada en el suelo.Escuchó el llanto de su hijo en la lejanía. Lo había dejado en su cuna mientras subía al auto la maleta. La inconciencia le impidió seguir oyéndolo y sentir angusti
Mary e Isabel atravesaron a gran velocidad los valles tapiados de vegetación, superando las depresiones y las empinadas colinas que se hallaban entre las montañas.Isabel iba colgada de la espalda de la rubia, escondiendo, en ocasiones, su rostro entre sus cabellos para soportar el vértigo. Mary, poco habituada a aquellas aventuras, intentó escalar por los lugares menos peligrosos. Nunca lo había hecho con carga.Cuando subían la cuesta que las llevaría hasta la cima, cayó al suelo arrodillada al sentir un insoportable dolor en el vientre. Isabel se precipitó al suelo, molesta porque la rubia se había detenido.—¡¿Qué pasa?! ¡Debemos llegar pronto! —El viento helado le azotaba la cara y los cabellos y la hacía estremecer.—¡No puedo! —exclamó Mary entre gemidos lastimeros, retorciéndose sobre la tierra rocosa con sus dos manos sobre su vientre.Isabel observó confundida los ojos amarillentos de la chica, que parecían cambiar de tonalidad a un color cobrizo. Se puso de pie y miró con a
A Mary y a Isabel les faltaba varios metros para llegar a la cima. La falta de oxígeno y el esfuerzo las afectaba, y el viento helado las empujaba a los lados haciéndoles más difícil la escalada.Sin embargo, ninguna se detuvo, mucho menos Isabel, que era movida por una poderosa sensación de ansiedad que estaba a punto de enloquecerla.Se sostuvieron con fuerza de las piedras al sentir un agitado temblor. La tierra se movía como si fuera las olas del mar, retumbando desde su interior.Grandes piedras se desprendían y caían al vacío, pasando junto a ellas, pero ambas pudieron sortearlas aunque no se salvaron de ser golpeadas por algunas.Mary volvió a ovillarse cuando fue de nuevo azotada por un intenso dolor en el vientre, justo en el momento en que el temblor cesó.—¡¿Estás bien?! —gritó Isabel aferrada a unas rocas, temiendo resbalar.Mary respiraba con dificultad y su rostro estaba comprimido en una mueca de dolor.—¡Sigue! ¡Luego te alcanzo! —recomendó la rubia sin poder levantars
Baudilio salió del centro de salud con una marcada cojera. La dolencia en su cadera se intensificaba cuando su mente se embotaba con dudas y preocupaciones.Se frotó el rostro con ambas manos y avanzó con rapidez para llegar al pasillo techado que dirigía hacia el cafetín. La lluvia le empapaba los cabellos.—La tormenta no para —habló un hombre tras su espalda. Al girarse, sonrió con desánimo hacia Carmelo.—Pensé que estabas en Chivacoa.—¿Y perderme todo el espectáculo? —alegó el moreno con una sonrisa tosca. Alcanzaron el pasillo y continuaron con paso cansado hacia el área de las mesas, que se hallaba desolada—. Desde que fuiste a visitarme, los espíritus no me dejan en paz —reconoció reacomodándose el gorro blanco santero que llevaba en la cabeza—. Nos quieren aquí.—¿Y qué piensan hacer?—Rituales de sanación y ofrendas en la selva. —Baudilio lo observó con el ceño fruncido mientras se sentaba en una de las mesas. Gimió cuando su cuerpo agotado descansó sobre el incómodo alumin
Deibi abrió los ojos pudiendo observar solo sombras. Se fijó en la curvatura de la espalda arqueada de Gregory, sintiendo alivio al saber que aún el chico estaba con vida, sentado frente a él con una pose de derrota.Llevaban dos días encerrados en aquellas interminables grutas, cansados de buscar una salida. Todas las cuevas estaban tapiadas por enormes rocas y paredes gruesas de tierra y ellos no tenían la fortaleza para escarbar.Sus cuerpos experimentaban dolores por las múltiples heridas sufridas, y habían perdido a la bestia, en el momento en que más la necesitaban.Aquel hecho, además de frustrarlos, los confundía. No sabían cómo actuar siendo simples seres humanos. Nunca les había ocurrido tal cosa, a pesar de que siempre lo desearon.Él y su hermano se hallaban en un cuarto ensombrecido y encharcado. Al otro lado de una pared de tierra se hallaban Javier, Gabriel y Jonathan.Los tres igual de débiles que ellos. Se comunicaban a través de gritos de dolor y de rabia, por un peq
Luego de casi una hora de arduo trabajo, la tierra que mantenía apartados a Gregory y a Deibi cedió. Un cúmulo de piedras y barro rodó por el suelo abriendo un boquete lo bastante grande como para que pasara una persona, aunque encorvada.La cara de semblante enloquecido de Ray apareció al disiparse el polvo. El moreno llevaba un casto de minero puesto en la cabeza, con una linterna encendida.—¿Se alegran de verme? —les preguntó con sorna. Gregory miró a Deibi con escepticismo.—¿Tengo que responder con honestidad a eso? —bromeó el chico.Deibi se envaró y mostró una media sonrisa.—Imagina que es Taylor Swift —alegó, poniéndose de pie con ayuda del muchacho y quejándose por los dolores en su cuerpo.Sin embargo, antes de dar un solo paso, alguien empujó a Ray estrellándolo contra la pared para pasar por el boquete hacia donde ellos se encontraban.Mary se quitó el casco de la cabeza y caminó con premura hacia Deibi. Su cara y su cuerpo estaban sucios, llenos de tierra, barro y sudor
El trinar de los pájaros se hizo sentir de nuevo sobre los viejos techados. La brisa marina hacía danzar a las gigantescas palmeras cargadas de cocos, que se erguían majestuosas por encima de las copas de los árboles.El calor del sol hacía mella en el asfalto polvoriento que en algunos lugares podía verse rasgado por culpa de los terremotos. Largas grietas atravesaban las desoladas calles de La Costa, hiriendo a paredes y columnas de las casas.Las viviendas, cuyas bases se vieron más afectadas por la agitada onda, fueron marcadas por los miembros de los equipos de seguridad con grandes equis rojas.En pocos días serían demolidas en su totalidad, ya que mantenerlas en pie significaría un alto riesgo para los habitantes. Maquinarias pesadas fueron traídas de la capital a través del mar para comenzar las labores de reconstrucción.La sociedad étnica, así como otros empresarios de la región, decidieron invertir para ayudar al gobierno local y nacional en el rescate de aquella zona, ante