Hermandad

La policía llegó al lugar, encontrándose con una recién nacida abandonada y con un niño que no dejaba de observarla como si fuese la cosa más fascinante del mundo.

—Cielos, ¿quién pudo hacer una cosa tan terrible?—se lamentó Amelia ante el abandono de la niña.

A sus ojos era una criatura preciosa, de cachetes sonrojados y de una ternura que no había podido apreciar en ningún otro bebé.

Los días pasaron rápidamente luego de aquel hallazgo, Amelia no había sido capaz de desentenderse del caso de la niña, su corazón necesitaba asegurarse de que aquella inocente criatura tuviese un buen futuro.

—Es muy probable que la lleven a algún orfanato de la zona—había comentado la enfermera que la atendía.

—¿Orfanato?

—Así es, es lo que se hace comúnmente en este tipo de casos.

Amelia no pudo procesar de buena manera aquellas palabras, para ella un orfanato era un sitio frío, oscuro, para nada acogedor. Simplemente, no era el lugar adecuado para que una criatura tan preciosa viviese sus primeros años de vida.

Pero no era solamente ella la que pensaba de esa manera, habían dos niños en la sala que compartían su mismo punto de vista. Alexander había decidido que no quería marcharse con su madre hasta saber cuál sería el futuro de aquella bebé a la que le habían pedido que ayudara.

El futuro de Hazel parecía estar escrito y ya todos lo conocían, pero nadie se atrevía aún a exteriorizarlo. Hasta que Amelia decidió que era el momento de dar el paso, y aquella noche lo consultó con su marido.

—James, es una niña preciosa—dijo Amelia con una gran sonrisa—. Es justamente la esperanza que tanto necesitábamos para finalmente unir a nuestra familia.

—En verdad, ¿lo crees?

—Sí, tú no lo has visto, pero Alexander parece ser otro con ella. Estoy convencida de que será un hermano mayor muy protector. Hagámoslo, cariño, será la mejor decisión, te lo aseguro.

—Está bien, nos hará bien tener a una pequeña niña correteando por aquí.

Y de esa manera, Hazel pasó a formar parte de la familia Miller. Creció como una niña consentida a la que su familia no dejaba de demostrar su amor. Alexander no siempre estuvo a su lado, hubo temporadas donde tuvo que permanecer al lado de su madre, aunque ya él tuviese un lugar favorito.

—Me iré por una temporada—había dicho Alexander aquella mañana.

—¿Te irás?

Hazel de tan solo once años se mostró muy triste ante la idea, su hermano terminaría su preparatoria en una prestigiosa escuela en Madrid al lado de su madre y luego optaría por un cupo universitario en Harvard.

—Pero prometo llamarte siempre—la voz de Alexander se suavizó ante la tristeza de su hermanita.

—¿Lo prometes?

—Lo prometo—y se acercó para darle un delicado beso en la frente, que representaba el sello de aquella promesa que de ninguna manera pensaba romper.

Hazel no era únicamente su hermanita, era aquella persona a la que debía amar y proteger hasta con su propia vida.

Alexander cumplió con su promesa de llamarla todos los días, pero esos días fueron convirtiéndose en semanas y luego en meses. Pero no era Alexander el causante de esa cada vez más nula comunicación, no, él quería saber constantemente de Hazel, era ella la que estaba atravesando una nueva etapa en su vida: la adolescencia.

Hazel comenzó a salir más con sus amigas, a conocer a chicos de su edad que mostraban cierto interés en su persona, hasta que un día el amor fluyó de manera inesperada. Hermann era un muchacho apuesto de piel pálida, sus cabellos dorados brillaban con el sol y tenía una sonrisa encantadora que había cautivado por completo a la jovencita.

Se conocieron en una tarde de cine, era el vecino de su buena amiga Emma. El muchacho era nuevo en la ciudad y casi no tenía amigos, fue de esa manera que el flechazo ocurrió. Hermann parecía ser un chico bueno y estudioso, aunque no siempre las cosas eran lo que parecían. Pero el amor es ciego y eso Hazel lo comprobó en esos meses compartidos.

—¿Cómo es posible que no esté?—preguntó Alexander furioso al teléfono. Eran las nueve de la noche y su madrastra le decía que su hermanita aún no llegaba a casa.

—Ya te lo dije, Alexander, salió con sus amigas.

—Le das demasiadas libertades, es una niña, no debería estar sola en la calle a estas horas—y sin más el hombre colgó la llamada.

Alexander esa noche entendió una verdad elemental, los años pasaban y las cosas no volverían a ser igual. Resignándose ante la idea, decidió darle el espacio necesario a su hermanita. No hizo más llamadas por los meses siguientes, pero sí mantuvo la esperanza de que fuese Hazel la que lo llamara, sin embargo, eso tampoco ocurrió.

Siempre había sido un muchacho inteligente que se sumergía únicamente en sus estudios, pero esa noche dándose cuenta de la realidad de su vida, de que por muchos años todo en su mundo giró únicamente en torno a Hazel, concluyó que era el momento de darle un rumbo diferente a su existencia.

Esa noche fue a una fiesta, conoció a una mujer y tuvo sexo como no lo había tenido nunca antes en su vida. Era un hombre de veintidós años que no podía seguir negándose a la posibilidad de disfrutar, de sentir como cualquier otro mortal.

Cuando finalmente llegó el momento de regresar, no sabía exactamente qué esperar. Se había comprometido con su padre en ayudarlo a sacar adelante la empresa que recién construía, ¿pero quería volver? ¿Realmente quería regresar? Una parte de él, sentía que no era necesario, que su vida estaba mejor así, sin embargo, quería verla, quería escuchar su voz nuevamente, comprobar la dulzura en su mirada café y despertar aquella conexión que los habia unido en el pasado. Porque era su hermanita y nunca la dejaría de querer…

Aunque ella lo olvidará, aunque ella decidiera que tenía mejores cosas que hacer que llamarlo, no podía ser indiferente.

Alexander vio la última foto que su padre le había enviado, en la misma podía observar a una joven de diecisiete años que sonreía alegre a la cámara. Usaba un vestido celeste que le daba un aire mucho más tierno, Hazel siempre le había parecido bonita, pero en ese momento comprobaba que lo era mucho más.

Y de pronto, sintió el deseo de verla nuevamente, de abrazarla con fuerza, y también de castigarla por haberse olvidado de él…

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