Un nudo grueso se concibió en la garganta seca de Adalia, no creyó que hubo lugar para comentar nada al respecto de esas palabras, pues con el miedo que sabía que sus ojos reflejaban, era suficiente para reflejar su condición interna, aunque por su cabeza el impulso de lanzar una queja pasó, rápido y casi de manera incauta como si incluso a pensar por sí misma temiera, decidió no decir nada, no comentar nada ante lo que, como una orden Derek había decretado, incluso bajó su mirada, para que este no fuese capaz de leérsela, aunque suponía que ya lo había hecho.
Él, por su lado, sintió un poco de sorpresa, aunque este fue un sentimiento mínimo, casi nulo, su cuerpo se sentía extraño al tenerlo, pues no era mucha la frecuencia con la que Derek solía sorprenderse. Esperó de ella una queja, una objeción, aunque sea, uno de esos frecuent
Por completo ajenos a lo que ocurría en la otra habitación, si habiendo escuchado el disparo, pero pasándolo por alto justo como pasaban por alto cada grito e imploración que se escuchaban resonar en el aire, los torturadores de Kenzo continuaban, siguiendo las órdenes que les habían aplicado, no tener clemencia de su víctima, y, solo era necesario ver los ojos rojos y agónicos de Kenzo para saber que la misión impuesta se estaba llevando a cabo de la mejor manera.El grupo de torturadores se trataban de ocho sujetos, cuyas características físicas eran dignas de ser descritas, para tal vez así, poder crearse un dibujo mental de estos infames.El primero, que era el líder el grupo era un hombre de piel preciosa y morena, color canela apasionante, ojos oscuros, aunque no tanto como lo era su corazón, era el único del grupo que no tenía ningún tatuaje, su
Su rostro se frunció, en él se dibujó una mueca de confusión. Adonis, el infame mayor de aquel grupo de maleantes, elevó su rostro, aunque luego este descendió, dirigiéndose hacia su reloj; habían transcurrido ya, una media hora desde que Derek le había dicho que enseñaría a Adalia a disparar. Recordaba con exactitud las palabras de Derek, le había dicho este que no tardaría más de veinte minutos en regresar, conociendo Adonis, lo detallista y obsesivo que Derek podía llegar a ser con el tiempo, le parecía un tanto extraño que no estuviese a tiempo. Seguro se ha dedicado a hacer otras cosas, supuso, restándole importancia.—Se ha tardado como una hora, ¿no crees que deberías ir a buscarlo? —preguntó Ojo Gris a Adonis.—No —negó el infame—. No son mis asuntos. Si él no ha llegado en
El arma se resbaló de sus dedos, el sonido que causó al impactar contra el sucio suelo de aquel lugar fue uno seco, con un eco horrendo que retumbó dentro de ella, ayudando a que los nervios que apresaban a sus palpitantes extremidades se hicieran todavía más corpulentos.Entre gruñidos Derek llevó su mano izquierda a su hombro derecho y cayó sentado al suelo, su rostro se tiñó de un aterrador color rojo, desde la distancia que los separaba, podía con claridad ver las venas que en su frente se dibujaban, con toda la velocidad que su pierna herida le permitió, intentó colocarse de pie, supo que iba a caer, y aunque, entre susurros escuchaba a la voz de su razón advertirle que intentar caminar no era una buena idea, ignoró por completo aquella voz molesta y lo intentó hacer, intentó ponerse de pie, cayéndose al suelo, aunque viéndolo venir. Pero n
Tenía las manos y los pies atados. Estaba herido desde los pies hasta la cabeza, no había fracción de su cuerpo en donde no residiera bosquejado, como mínimo, un rasguño o una cuchillada ligera: sus labios rotos, por la deshidratación y los golpes, su lengua descalabrada, sangre había saliendo de ella, sus ojos abultados, su nariz quebrada, sus brazos golpeados, de la misma manera su estómago, piernas arañadas por cortes de cuchillos y ni hablar de sus genitales, ¿cómo podría imaginar que su depravación tendría un precio tan elevado? Tan doloroso… tan cruel… tan merecido…Desde la distancia, Kenzo observaba a Adalia hablar con Derek, o, dicho de una forma más precisa, a Derek hablar con Adalia, porque no veía que la boca de la muchacha se abriera en ningún instante, o al menos no lo había visto en el tiempo en que permanecía
¿Cuál es el sentido de acudir a una batalla que se sabe de antemano que se perderá? Era lo único que podía preguntarse Kenzo mientras con una dificultad lamentosa intentaba correr, sus extremidades querían rendirse y entre gritos pedían clemencia, entre gritos clamaban a su dueño que hacia un lado echase el orgullo y que solo se dejara vencer, que solo se dejase morir, que su cuerpo dejase caer en la apasionante negrura que conlleva la muerte, no soportaba más un segundo de persecución, y apenas esta daba la apariencia de haber comenzado, su piel, ajena al sudor de la carrera que había mantenido, revelaba lo que su mente ya sabía: apenas había empezado a correr y ya estaba exhausto, parecía una aglomeración flácida que corría por simple afán. Tropezaba con las ramas, las piedras se incrustaban en sus pies descalzos, insectos caminaban por sus muslos, sentía frío, e imploraba a que se tratara del frio de la muerte. El silencio que había en aquel lugar, era el augurio más terr
Lo observó con cierta perplejidad esbozada en sus pupilas, y al poco tiempo se burló de sí misma y de sus propios pensamientos por esperar algo mejor de él… de aquel hombre que la había de tantas formas torturado, ¿acaso esperaba que él sintiera la suficiente clemencia por ella como para detener aquel auto, cuando él le había previamente advertido que sostuviera el arma bien? Era evidente que no, y si detenía el vehículo, sería solo para llenarla de reproches, si era que tenía suerte, esos reproches no se transformarían en golpes.Giró su cabeza hacia la ventana, luego recordó las palabras de él… con rapidez llevó las manos hacia su boca, acallando a un sollozo que quería salir de aquel lugar, su cuerpo estaba herido de todas las formas imaginables y también las inimaginables, cuando creía que se recuperaba del da&nti
En su pecho se esparció un fuerte dolor, sintió sus pulmones apretujados, su corazón roto de manera literal, sus ojos se dilataron como si buscaban salir, su boca se abrió el dolor, luego su espalda se arqueó, y no logró pronunciar nada más que jadeos intermitentes, pero, de alguna forma que ni ella misma era capaz de comprender, el odio y la furia de los recuerdos, consiguieron darle la fuerza que necesitaba para no dejarse vencer por el dolor.Escuchó tras ella los pasos de Derek acercándose, alarmado corriendo hacia ella, la habían golpeado en el pecho, en una parte que él tanto amaba de su cuerpo, era evidente que se alarmaría. Se maldecía a sí mismo por haberla metido en aquel juego, ¿y si moría por aquel golpe?, se culpó, paranoico.Derek elevó su arma y disparó nueve veces seguidas entre los árboles, dispuesto a herir a muer
El saber que todo dependía de una bala era la peor de las torturas para la mente angustiada de Adalia, era muy pobre el refuerzo que tenía, pues si esa bala era mal empleada todo se volvería oscuro para ella. Jamás, ni tras su muerte la cual decía anhelar, se perdonaría que su hermana resultara herida a causa de sus imprudencias.No se atrevía a decir nada, a quejarse en absoluto, sus labios parecían sellados por cemento, solo sentía los impactos que su cuerpo sufría debido a la alta velocidad con la que Derek manejaba el auto, su cuerpo se remeneaba de una esquina para otra, como salmones en una lata a medio llenar. Era evidente que él estaba enfadado, solo que no decía nada. Lo cual era extraño, pues él no era la clase de personas que se tragara su furia, al contrario, la revelaba de las peores maneras habidas.Como una Cheetah en busca de una Gacela, Derek miraba hacia