Ella se envolvió en su mente, se adhirió a cada uno de sus pensamientos y se marcó permanente ahí, volviéndose su obsesión, su eterna y enferma obsesión. Ésta es la historia de un roce de labios que desató un infierno, de una bestia oculta bajo una apariencia hermosa y de una obsesión que sobrepasa la locura, demostrando que tan enfermizo puede llegar a ser un sentimiento y que tanta crueldad puede guardar un corazón. Ésta es la historia de Derek Wood y de su enloquecida obsesión por Adalia Blake. Traumas, violencia, acción, sufrimientos, muertes y angustias. ¿Hasta qué punto se puede extremar la locura de un obsesionado? ¿Hasta qué punto se puede extremar la locura de Derek Wood? «Cuando los deseos nublan los sentidos, la locura sale a flote y los hombres se transforman en bestias».  
Ante los ojos de muchos, él se podía comparar con un hombre atrapado en el cuerpo de un niño. Tal vez lo era. Se encontraba plácidamente sentado en un aparatoso sillón de aquella empresa propiedad de su padre, el cuerpo del muchacho de tan solo trece años se hallaba elegantemente enfundado por un traje oscuro ceñido a su cuerpo, enjuto de carnes desde nacimiento, vestimenta que lo hacía lucir mayor, adicionándole a eso su descomunal estatura, para tan corta edad, parecía estar ya dentro de la etapa de la adolescencia. Derek, era un muchacho de aspecto saludable, dientes desiguales desde muy pequeña edad y personalidad algo pesimista para ser tan joven. Sus ojos, adosados recorrían cada margen de aquella oficina, sus pupilas eran inquietas, muy rápidas. La mirada de Derek era una insondable, sus ojos eran ruines y recónditos, tan recónditos, que quien lo mirase podría sentir como estos le franqueaban el espíritu, tan malvados desde temprana edad que se sabía que nada bueno acarrearí
Ambos niños habían llegado al jardín, este yacía siempre solitario por los empleados que se hallaban en la empresa en horarios como aquel. Derek solía ir solo a aquel lugar apartado, lo hacía cuando no quería permanecer en la empresa, él era intolerante al ruido, por eso iba allí, solo, pero aquel día fue distinto, pues a su lado tenía la compañía de aquella hermosa rubia, solo ellos dos estaban en aquel desierto jardín, solo ellos dos… de una manera tal vez no tan metafórica, la víctima y el verdugo. La rubia tomó asiento en un pequeño banquillo color blanco, mientras apretujó su suave oso de felpa y relamió una vez más aquella paleta acaramelada, Derek también tomó asiento, muy cerca de ella, demasiado cerca, podría cargarla con facilidad si lo quisiera, ella era y siempre sería mucho más pequeña que él, no era alguien que hablase demasiado, ella odiaba mantener contacto visual con alguien, pero él lo amaba. La miraba como solo un demente lo haría. —¿Cuántos años tienes, Adalia?
El placer no se lograba distinguir en su mirada a la par que observaba a aquella prostituta introducirse su m iembro en la boca. Sus ojos estaban más vacíos de lo usual, perdidos en recuerdos que se empeñaba en olvidar, acción que siempre resultaba ineficaz, el tiempo pasaba con una rapidez asombrosa, le resultaba casi absurdo el creer que habían pasado diez años completos desde que había probado aquellos dulces labios teñidos de rosa como la más exquisita fresa. Incapaz era de creer que ella no había vuelto jamás a la empresa de su padre. Era una tortura para él y para su mente que la mayor parte del tiempo esta permaneciera totalmente perdida en recuerdos y ofuscaciones, pensando en ella, en lo agraciada que estaría con el trayecto de los años, con sus hermosos ojos de color azul, los recordaba calados de pánico cuando él había besado sus minúsculos labios; eran recuerdos que jamás se borrarían de su mente, deseaba ver de nuevo esa reacción de horror, una y otra vez, repetirla como
Y la más hermosa muchacha que sus ojos alguna vez habían contemplado, se hallaba a escasos metros de él. Su preciosura era tanta que parecía dejar un rastro de luminiscencia cada vez que se movía. Su cabello parecía ser luz, podía sobresalir entre la multitud, única entre todas, podían ponerse mil hombres delante de ella y él seguiría distinguiéndola. No estaba preparado para verla, aunque lo deseo por largos años, no estaba preparado, por un momento, se sintió a sí mismo como un niño inmaduro, aquella emoción ansiosa en su interior con el acarreo de cada segundo solo conseguía dilatarse, no lo asimilaba, no lograba hacerlo, sus cejas se hallaban elevadas, sus ojos aún dilatados, no daba crédito a lo que veía, aun así, podrían pasar cincuenta años y él se aseguraba a si mismo que lograría reconocer su pequeño rostro desde la distancia que fuese, era ella, no había espacio para la duda en su interior. No recordaba la última vez que hubiese sentido unos nervios tan violentos atravesar
El pelo rubio de ella fulguraba de entre la negrura que ahogaba a aquella ciudad, la luz de la luna la adornaba, impactaba contra sus mechones y les daba una apariencia de oro. La chica estaba de espaldas, sentada en el jardín sin cuidado alguno de manchar su vestido, pues ya este lo estaba. Sus piernas estaban flexionadas cerca de sus pechos, ni siquiera tenía deseos de estar ahí, en aquella fiesta llena de personas que parecían marionetas, ni siquiera sabía porque había aceptado ir a aquel país, dejarse llevar por las emociones la mayoría de las veces solo tiene un nombre: fallar. Ella extrañaba a Chad. Lo extrañaba con todas sus fuerzas y quisiera poder verlo de nuevo, ya no le guardaba rencor por dejarla, solo lo extrañaba. —Adalia. —La gruesa voz de Derek causó en Adalia un sobresalto, giró sobre su eje con rapidez y alzó su cuello observando al castaño—. Perdón, no quería asustarte —se disculpó, tomando asiento también en el césped al lado de ella y observándola por unos largos
Llenaba sus pulmones de aire, luego lo dejaba salir, pero aquello no tenía resultado alguno, se sentía inquieto de la furia, sus manos temblaban a causa de un asfixiante cólera. Sentía como la furia le estaba quemando el pecho, le tomaba todo su esfuerzo no destruir todo lo que le rodeaba, le estaba tomando mucho esfuerzo no golpear a su padre, que no terminaba de entender sus palabras. —¡Tan solo eso te pido! —exclamó Derek por cuarta vez, con voz insistente. Daba vueltas por toda la sala de estar y comprimía sus puños con fuerza. No había método de relajación que pudiese dominar a sus nervios hambrientos—. ¡Jamás te pido nada! —Mi respuesta sigue siendo no. —El hombre le ofreció una mirada de reproche, acarició la parte media de sus ojos, ni siquiera sabía para que se molestaba en decir no, era claro que Derek buscaría la manera de lograr su cometido—. Te estás excediendo, Derek. —¡Sé que ella me mintió! ¡Me dejó plantado, solo en aquel estúpido restaurante, sentí vergüenza de mí
Adalia escuchó como el timbre de su casa era tocado por alguien. Su ceño se frunció en algo de sorpresa, no esperaba a nadie, y su padre no estaba en casa. ¿Quién sería? Se preguntaba dejando a un lado el tazón con bollería que estaba comiendo y poniéndose de pie algo vacilante. Eran más de las nueve de la noche, tenía miedo de que de fuese algún ladrón. Aunque siendo algo sensata un ladrón no tocaría su puerta si quisiera robarle.La chica se aproximaba a la puerta recelosa, de repente todo era silencio y solo se escuchaba el iterativo y fastidioso cantar de los grillos, los pitidos atiborraban la atmosfera y tal vez buscaban advertir a la presa acerca del monstruo que estaba de caza; un timbrazo más hizo que la fémina se sobresaltara. Soltó una exhalación estremecida y tomó lo primero que vio y su mente relacionó con un arma, un duro jarrón de arcilla.—¿Qu-ien es? —la pregunta salió discontinua de sus labios palpitantes.La chica