235.

Era amargo para Adalia haber escuchado a Derek pronunciar las mismas palabras que en su carta ella había escrito.

Ambos estaban destinados a ser una tragedia, lo eran desde ya.

Aquellos, eran pensamientos particulares para una muchacha que se encontraba arrojada en la parte trasera del asiento de un carro en el que la habían obligado a estar.

Por sus ojos se destilaba su alma en forma de gotas.

No tenía el vigor suficiente para intentar nada que la liberara del que parecía que sería su destino.

En la cabeza de Adalia empezó una guerra sin algún final.

Cada llanto, cada golpe, cada grito habían apagado los colores de su alma.

Solo podía caminar entre la oscuridad, con la esperanza de que en la otra vida, pudiera aferrarse a una partícula de luz.

En la oscuridad a la que aquel hombre de pelo castaño la había sometido, y la sometería, quizás para siempre.

Pero, ¿qué era para siempre?

Quizás un instante.

Cada intento de Adalia por salir de aquel auto, era erradicado con un golpe.

Las mano
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