EPILOGO IAdalia se apartó de la ventana de manera acompasada. El gélido viento parecía querer fragmentar sus huesos.La lluvia caía con violencia, gotas colisionaban contra el asfalto de manera estrepitosa; los ruidos fuertes eran su peor pesadilla, se recordaban a todos los gritos del monstruo.Se dejó caer sobre la cama, respirando de manera agitada: otra pesadilla la había atacado, peor que todas las anteriores. Algo le decía que sus diarias pesadillas serían como los golpes que Derek le propinaba: estaba acostumbrada a ellos, pero aún así no dejaban de doler.Su mirada cayó por unos instantes en el espejo: su cabello corto se dejó relucir. Lo había cortado porque le recordaba a Derek, así como cada parte de sí misma le recordaba al monstruo. Más de una vez había querido fragmentarse, para así deshacerse de los besos ácidos del hombre, que de alguna forma, parecían estar todavía tatuados en su piel.Había contado los instantes para regresar a su país, con su familia, aquella que e
La lluvia no cesaba. Cada vez era mucho más atronadora, le daría miedo, pero cuando estaba al lado de Chad, nada tenía el suficiente poder de aterrarla, al menos no hasta el grado en el que se perdiera en sí misma como le había pasado en anteriores ocasiones, en su casa, en aquella que compartía con su madre y hermanos… en la cual no se sentía cómoda por alguna razón.Adalia se sentó en el sofá del hombre, mirándole desde los pies hasta la cabeza. Él se asomó por la ventana.—Los noticieros dijeron que hoy habría lluvia violenta todo el día —le murmuró a la rubia, que empezó a comer sus uñas de manera ansiosa.Violenta… como la pasión de Derek.—¿No dijeron cuando pasaría?—No. —Chaddiel la miró; odiaba lo diferente que ella lucía, no lo odiaba porque no se viera hermosa, lo odiaba porque todo era culpa de un monstruo. Aquellos lentes de contacto ocultaban el verdadero color de sus ojos, su cabello no era largo, se veía preciosa, pero preciosa desde el dolor; lo odiaba, todos aquellos
Mil gracias por leer hasta el final esta intensa historia que espero que haya despertado uno que otro sentimiento en ustedes. Fue muy especial para mí escribirla y siempre será una de mis historias favoritas. Lloré un poco escribiendo algunas partes. Fue algo difícil hacer un personaje tan completo como Derek, pero me siento orgullosa de este libro.Como saben, y si no saben les diré, este libro forma parte de una saga llamada "pasiones violentas" todos los libros de la saga son INDEPENDIENTES. Aunque en el libro de Dominick, primo de Derek —sí, tendrá un libro, aunque creo que lo dije antes—, quizás aparecerá Derek. Esa también será una historia muy intensa, así que no se la pueden perder. La publicaré en el 2023, no sé la fecha específica, pero en ese año conocerán a Dominick más a fondo. El libro de Dominick no estará en esta plataforma. Aún no sé en cual estará. Ya veremos. Pueden seguirme en i g, cuevasb09, ahí daré más info del libro de Dominick. No se lo pierdan. Nos despedimos
Ella se envolvió en su mente, se adhirió a cada uno de sus pensamientos y se marcó permanente ahí, volviéndose su obsesión, su eterna y enferma obsesión. Ésta es la historia de un roce de labios que desató un infierno, de una bestia oculta bajo una apariencia hermosa y de una obsesión que sobrepasa la locura, demostrando que tan enfermizo puede llegar a ser un sentimiento y que tanta crueldad puede guardar un corazón. Ésta es la historia de Derek Wood y de su enloquecida obsesión por Adalia Blake. Traumas, violencia, acción, sufrimientos, muertes y angustias. ¿Hasta qué punto se puede extremar la locura de un obsesionado? ¿Hasta qué punto se puede extremar la locura de Derek Wood? «Cuando los deseos nublan los sentidos, la locura sale a flote y los hombres se transforman en bestias».  
Ante los ojos de muchos, él se podía comparar con un hombre atrapado en el cuerpo de un niño. Tal vez lo era. Se encontraba plácidamente sentado en un aparatoso sillón de aquella empresa propiedad de su padre, el cuerpo del muchacho de tan solo trece años se hallaba elegantemente enfundado por un traje oscuro ceñido a su cuerpo, enjuto de carnes desde nacimiento, vestimenta que lo hacía lucir mayor, adicionándole a eso su descomunal estatura, para tan corta edad, parecía estar ya dentro de la etapa de la adolescencia. Derek, era un muchacho de aspecto saludable, dientes desiguales desde muy pequeña edad y personalidad algo pesimista para ser tan joven. Sus ojos, adosados recorrían cada margen de aquella oficina, sus pupilas eran inquietas, muy rápidas. La mirada de Derek era una insondable, sus ojos eran ruines y recónditos, tan recónditos, que quien lo mirase podría sentir como estos le franqueaban el espíritu, tan malvados desde temprana edad que se sabía que nada bueno acarrearí
Ambos niños habían llegado al jardín, este yacía siempre solitario por los empleados que se hallaban en la empresa en horarios como aquel. Derek solía ir solo a aquel lugar apartado, lo hacía cuando no quería permanecer en la empresa, él era intolerante al ruido, por eso iba allí, solo, pero aquel día fue distinto, pues a su lado tenía la compañía de aquella hermosa rubia, solo ellos dos estaban en aquel desierto jardín, solo ellos dos… de una manera tal vez no tan metafórica, la víctima y el verdugo. La rubia tomó asiento en un pequeño banquillo color blanco, mientras apretujó su suave oso de felpa y relamió una vez más aquella paleta acaramelada, Derek también tomó asiento, muy cerca de ella, demasiado cerca, podría cargarla con facilidad si lo quisiera, ella era y siempre sería mucho más pequeña que él, no era alguien que hablase demasiado, ella odiaba mantener contacto visual con alguien, pero él lo amaba. La miraba como solo un demente lo haría. —¿Cuántos años tienes, Adalia?
El placer no se lograba distinguir en su mirada a la par que observaba a aquella prostituta introducirse su m iembro en la boca. Sus ojos estaban más vacíos de lo usual, perdidos en recuerdos que se empeñaba en olvidar, acción que siempre resultaba ineficaz, el tiempo pasaba con una rapidez asombrosa, le resultaba casi absurdo el creer que habían pasado diez años completos desde que había probado aquellos dulces labios teñidos de rosa como la más exquisita fresa. Incapaz era de creer que ella no había vuelto jamás a la empresa de su padre. Era una tortura para él y para su mente que la mayor parte del tiempo esta permaneciera totalmente perdida en recuerdos y ofuscaciones, pensando en ella, en lo agraciada que estaría con el trayecto de los años, con sus hermosos ojos de color azul, los recordaba calados de pánico cuando él había besado sus minúsculos labios; eran recuerdos que jamás se borrarían de su mente, deseaba ver de nuevo esa reacción de horror, una y otra vez, repetirla como
Y la más hermosa muchacha que sus ojos alguna vez habían contemplado, se hallaba a escasos metros de él. Su preciosura era tanta que parecía dejar un rastro de luminiscencia cada vez que se movía. Su cabello parecía ser luz, podía sobresalir entre la multitud, única entre todas, podían ponerse mil hombres delante de ella y él seguiría distinguiéndola. No estaba preparado para verla, aunque lo deseo por largos años, no estaba preparado, por un momento, se sintió a sí mismo como un niño inmaduro, aquella emoción ansiosa en su interior con el acarreo de cada segundo solo conseguía dilatarse, no lo asimilaba, no lograba hacerlo, sus cejas se hallaban elevadas, sus ojos aún dilatados, no daba crédito a lo que veía, aun así, podrían pasar cincuenta años y él se aseguraba a si mismo que lograría reconocer su pequeño rostro desde la distancia que fuese, era ella, no había espacio para la duda en su interior. No recordaba la última vez que hubiese sentido unos nervios tan violentos atravesar