Ante los ojos de muchos, él se podía comparar con un hombre atrapado en el cuerpo de un niño. Tal vez lo era.
Se encontraba plácidamente sentado en un aparatoso sillón de aquella empresa propiedad de su padre, el cuerpo del muchacho de tan solo trece años se hallaba elegantemente enfundado por un traje oscuro ceñido a su cuerpo, enjuto de carnes desde nacimiento, vestimenta que lo hacía lucir mayor, adicionándole a eso su descomunal estatura, para tan corta edad, parecía estar ya dentro de la etapa de la adolescencia.
Derek, era un muchacho de aspecto saludable, dientes desiguales desde muy pequeña edad y personalidad algo pesimista para ser tan joven. Sus ojos, adosados recorrían cada margen de aquella oficina, sus pupilas eran inquietas, muy rápidas.
La mirada de Derek era una insondable, sus ojos eran ruines y recónditos, tan recónditos, que quien lo mirase podría sentir como estos le franqueaban el espíritu, tan malvados desde temprana edad que se sabía que nada bueno acarrearía su futuro.
—Ya no quiero estar aquí —se quejó, para luego apearse de su asiento de manera brusca, ubicándose de pie, dispuesto a irse de la empresa hacía su hogar, el cual no se encontraba muy apartado de allí. Derek no estaba seguro de saber llegar a la casa por sí mismo, pero se disponía a irse, y le firmeza se reflejó en su joven rostro, hasta que la puerta empezó a agitarse, como si alguien quisiera entrar—. ¿Estas esperando a alguien, padre?
—Sí —respondió el hombre, elevando la mirada de un cúmulo de papeles que se hallaban dispersos sobre el costoso escritorio, la mirada impasible de Derek no le inmutó, estaba acostumbrado a aquel comportamiento. Su padre, era un hombre que, pese a no ser joven, estaba bien conservado, de buen talle, caminar firme y piel pobremente arrugada—. Un señor, un posible cliente importante, tiene una hija, creo que me dijo que vendría con ella, tal vez te deje jugar con la niña si te comportas, tal vez así se te quite el aburrimiento.
Tal vez se iría el aburrimiento, pero algo mucho peor llegaría: la obsesión. Y para aquello no había alguna cura.
Al escuchar aquello Derek no se notó entusiasmado: no le agradaba jugar con niñas, seguía sin comprender por qué eran tan sensitivas, era incapaz de comprender por qué lloraban hasta que sus ojos se matizaran de rojo cada vez que Derek las golpeaba. Su manera de jugar era una que ninguna niña parecía entender, por lo cual desde aquella edad tan temprana, había sido la soledad su único acompañante de juegos.
Era intolerante al rechazo de cualquiera, especialmente de una niña. A lo largo de los años, las experiencias y los halagos habían ido alimentado su egolatría: nadie podía rechazarlo, él era Derek Wood, hijo de Matthew Wood, en su sangre corría la riqueza, la elegancia… la locura.
Fue extraído pronto de sus cavilaciones cuando la puerta a la que él se dirigía, se abrió de par en par y a la enorme oficina de su padre ingresó un señor, de pelo rubio, con algunos cuarenta años sobre él y ojos matizados de un color azul penetrante, detrás de él no venía nadie, por tal razón, Derek resopló, desinteresado, alistándose para caminar fuera del sitio.
No se mintió a sí mismo, un poco de decepción se vio despierta en él al ver a aquel hombre rubio entrando sin alguna compañía, aunque aquello no era algo que le afectaría mucho. Si el hombre traía a su hija o no. Todo eso pensaba... hasta que la vio.
A ella.
Una pequeña niña de algunos diez o nueve años, de pelo rubio fastuoso y piel como el invierno, pequeña, muy delgada y frágil, que sostenía entre sus manos a un oso de felpa color pajizo, y una paleta acaramelada en la otra, entró detrás de aquel hombre y empezó a contemplar todo el sitio con mucha curiosidad destilando de sus pupilas.
Cuando le miró, Derek entreabrió sus labios, completamente atónito, observándola con una fascinación que jamás nadie había visto que su rostro expresara. Era hermosa, sencillamente adorable, sus ojos azules eran enormes y radiantes, su piel era blanca lechosa, porcelánica, sin ninguna pequeña mancha, de ella desprendía un aura de fragilidad tan puro, que quien la mirase quería protegerla a toda cosa.
Cerró por un momento sus ojos porque era tan hermosa que no parecía real. Y cuando los abrió, ella continuaba ahí, aquella pequeña muñeca dotada de una inigualable belleza seguía ahí.
—Hijo, este es el señor Blake y esta es su pequeña hija, Adalia —los presentó el padre de Derek colocándose de pie y saludando a hombre rubio con un cordial abrazo, después se agachó un poco y observó a la chiquilla—. Hola, pequeña Ada, soy Matthew, él es mi hijo Derek. —Señaló al muchacho quien hasta el momento palabra alguna no había dicho.
La niña le miró, mas no le respondió. Observó a Derek, pero descarrió su mirada en un segundo, luego observó a su padre sin comprender mucho de la situación en la que se encontraba.
—Saluda, Adalia, no seas maleducada —reprochó el señor Blake tomando a su hija por el brazo con poca fuerza, motivando a que esta sea el foco de atención y todas las miradas cayeran sobre ella, en especial la perversa mirada de Derek que parecía querer desmenuzarla con los ojos, no la había dejado de observar, y como si estuviese clavado en aquel sitio, ni siquiera se había movido un milímetro, jamás en su vida sus sentidos habían apreciado semejante belleza como la que poseía aquella diminuta figura de aspecto frágil, era hermosa, era demasiado hermosa, parecía irreal su pequeña belleza—. Discúlpenla, a veces le gusta hablar, otras veces, no —se excusó el padre esbozando una sonrisa y acariciando el pelo de la niña atado en dos pequeñas coletas; desde la escasa distancia, Derek consiguió apreciar la sedosidad de su melena.
—No hay problema, todos los niños suelen ser así a esa edad, mi hijo Derek es bueno sacando conversación, es amable con las niñas y sus juegos son muy divertidos, es muy maduro, le aseguro que en un segundo se hará buen amigo de Adalia, ¿verdad, Derek? ¿Te portaras bien con la niña? —indagó el padre y sin esperar respuesta del chico que se hallaba sumido en un océano de entusiasmo ante la delicadeza de aquella niña, añadió—: hijo, ve afuera con la chiquilla, yo y el señor Blake hablaremos sobre temas de adultos. Tan solo tardaremos unos pocos minutos, ¿bien?
Y decir aquellas palabras fue uno de los peores errores que cometió aquel hombre en toda su vida, pero en ese instante no lo sabía. Y sería muy tarde cuando se diera cuenta.
Derek salió de su ensimismamiento y precisó la mirada en su padre quien de manera disimulada elevaba sus cejas a modo de advertencia, sabía que su hijo era un poco agresivo y solo suplicaba en su mente que este no hiciera ninguna necedad con aquella niña, no quería recibir una queja más. “Derek golpeó a mi hija” “Derek abofeteó a Lucia” “¿Qué le sucede a tu hijo? ¡Golpeó a mi pequeña!”, los reclamos que Matthew había tenido que tragar por causa de Derek, daban vueltas por los pasadizos de su mente.
—Claro, padre —respondió Derek, aproximándose a la niña mientras sonreía enormemente, su padre lo notó, notó que en su mirada y en su sonrisa había una miscelánea de sentimientos que no eran identificables a simple vista, solo se podía asegurar que ninguno de aquellos sentimientos que Derek manifestaba eran buenos, nada en aquel chico lo era ni nunca lo sería—. Estaría encantado de jugar con Adalia en el jardín. Muy encantado, demasiado. —Al decir esto último, Derek le tendió la mano a la pequeña Adalia que, calada de inocencia, después de repasarlo con los ojos, la tomó y se dirigió con él hasta la puerta de la oficina.
Y aquel fue su error, aquel fue su perdición, su martirio, su tragedia; nunca debió de haber tomado su mano, nunca debió ir con él, debió haberse negado, si aquella frágil pequeña, poseyera una idea de todo lo que ocurriría en el futuro, hubiese corrido muy lejos de él, pero para ese entonces, ella era muy inocente para estar al tanto de la maldad que poseía la mente de aquel niño. Ella era muy inocente para saber que él la haría pasar por el peor infierno de su vida.
Ambos niños habían llegado al jardín, este yacía siempre solitario por los empleados que se hallaban en la empresa en horarios como aquel. Derek solía ir solo a aquel lugar apartado, lo hacía cuando no quería permanecer en la empresa, él era intolerante al ruido, por eso iba allí, solo, pero aquel día fue distinto, pues a su lado tenía la compañía de aquella hermosa rubia, solo ellos dos estaban en aquel desierto jardín, solo ellos dos… de una manera tal vez no tan metafórica, la víctima y el verdugo. La rubia tomó asiento en un pequeño banquillo color blanco, mientras apretujó su suave oso de felpa y relamió una vez más aquella paleta acaramelada, Derek también tomó asiento, muy cerca de ella, demasiado cerca, podría cargarla con facilidad si lo quisiera, ella era y siempre sería mucho más pequeña que él, no era alguien que hablase demasiado, ella odiaba mantener contacto visual con alguien, pero él lo amaba. La miraba como solo un demente lo haría. —¿Cuántos años tienes, Adalia?
El placer no se lograba distinguir en su mirada a la par que observaba a aquella prostituta introducirse su m iembro en la boca. Sus ojos estaban más vacíos de lo usual, perdidos en recuerdos que se empeñaba en olvidar, acción que siempre resultaba ineficaz, el tiempo pasaba con una rapidez asombrosa, le resultaba casi absurdo el creer que habían pasado diez años completos desde que había probado aquellos dulces labios teñidos de rosa como la más exquisita fresa. Incapaz era de creer que ella no había vuelto jamás a la empresa de su padre. Era una tortura para él y para su mente que la mayor parte del tiempo esta permaneciera totalmente perdida en recuerdos y ofuscaciones, pensando en ella, en lo agraciada que estaría con el trayecto de los años, con sus hermosos ojos de color azul, los recordaba calados de pánico cuando él había besado sus minúsculos labios; eran recuerdos que jamás se borrarían de su mente, deseaba ver de nuevo esa reacción de horror, una y otra vez, repetirla como
Y la más hermosa muchacha que sus ojos alguna vez habían contemplado, se hallaba a escasos metros de él. Su preciosura era tanta que parecía dejar un rastro de luminiscencia cada vez que se movía. Su cabello parecía ser luz, podía sobresalir entre la multitud, única entre todas, podían ponerse mil hombres delante de ella y él seguiría distinguiéndola. No estaba preparado para verla, aunque lo deseo por largos años, no estaba preparado, por un momento, se sintió a sí mismo como un niño inmaduro, aquella emoción ansiosa en su interior con el acarreo de cada segundo solo conseguía dilatarse, no lo asimilaba, no lograba hacerlo, sus cejas se hallaban elevadas, sus ojos aún dilatados, no daba crédito a lo que veía, aun así, podrían pasar cincuenta años y él se aseguraba a si mismo que lograría reconocer su pequeño rostro desde la distancia que fuese, era ella, no había espacio para la duda en su interior. No recordaba la última vez que hubiese sentido unos nervios tan violentos atravesar
El pelo rubio de ella fulguraba de entre la negrura que ahogaba a aquella ciudad, la luz de la luna la adornaba, impactaba contra sus mechones y les daba una apariencia de oro. La chica estaba de espaldas, sentada en el jardín sin cuidado alguno de manchar su vestido, pues ya este lo estaba. Sus piernas estaban flexionadas cerca de sus pechos, ni siquiera tenía deseos de estar ahí, en aquella fiesta llena de personas que parecían marionetas, ni siquiera sabía porque había aceptado ir a aquel país, dejarse llevar por las emociones la mayoría de las veces solo tiene un nombre: fallar. Ella extrañaba a Chad. Lo extrañaba con todas sus fuerzas y quisiera poder verlo de nuevo, ya no le guardaba rencor por dejarla, solo lo extrañaba. —Adalia. —La gruesa voz de Derek causó en Adalia un sobresalto, giró sobre su eje con rapidez y alzó su cuello observando al castaño—. Perdón, no quería asustarte —se disculpó, tomando asiento también en el césped al lado de ella y observándola por unos largos
Llenaba sus pulmones de aire, luego lo dejaba salir, pero aquello no tenía resultado alguno, se sentía inquieto de la furia, sus manos temblaban a causa de un asfixiante cólera. Sentía como la furia le estaba quemando el pecho, le tomaba todo su esfuerzo no destruir todo lo que le rodeaba, le estaba tomando mucho esfuerzo no golpear a su padre, que no terminaba de entender sus palabras. —¡Tan solo eso te pido! —exclamó Derek por cuarta vez, con voz insistente. Daba vueltas por toda la sala de estar y comprimía sus puños con fuerza. No había método de relajación que pudiese dominar a sus nervios hambrientos—. ¡Jamás te pido nada! —Mi respuesta sigue siendo no. —El hombre le ofreció una mirada de reproche, acarició la parte media de sus ojos, ni siquiera sabía para que se molestaba en decir no, era claro que Derek buscaría la manera de lograr su cometido—. Te estás excediendo, Derek. —¡Sé que ella me mintió! ¡Me dejó plantado, solo en aquel estúpido restaurante, sentí vergüenza de mí
Adalia escuchó como el timbre de su casa era tocado por alguien. Su ceño se frunció en algo de sorpresa, no esperaba a nadie, y su padre no estaba en casa. ¿Quién sería? Se preguntaba dejando a un lado el tazón con bollería que estaba comiendo y poniéndose de pie algo vacilante. Eran más de las nueve de la noche, tenía miedo de que de fuese algún ladrón. Aunque siendo algo sensata un ladrón no tocaría su puerta si quisiera robarle.La chica se aproximaba a la puerta recelosa, de repente todo era silencio y solo se escuchaba el iterativo y fastidioso cantar de los grillos, los pitidos atiborraban la atmosfera y tal vez buscaban advertir a la presa acerca del monstruo que estaba de caza; un timbrazo más hizo que la fémina se sobresaltara. Soltó una exhalación estremecida y tomó lo primero que vio y su mente relacionó con un arma, un duro jarrón de arcilla.—¿Qu-ien es? —la pregunta salió discontinua de sus labios palpitantes.La chica
Derek subió las escaleras con la exasperada fémina sostenida entre sus hombros como si estas fuese una muñequilla, el arma descansando en el bolsillo trasero de su pantalón sobresalía a la vista de Adalia que trataba inútilmente de alcanzarla y una cuerda permanecía aferrada en su mano izquierda de él; con sus ojos salpicados en entusiasmo buscó la habitación de Adalia que venturosamente era la principal del pasillo, eso lo supo al ver una A enorme bosquejada en dicha puerta; el castaño dio una enérgica patada y esta se abrió originando un atronador eco que escucharían los vecinos, si hubieran.Una vez ambos estaban en la habitación, Derek colocó el seguro a la puerta.—Linda habitación—habló él con impudor colocando a Adalia en el suelo, de rodillas, la fémina quiso ponerse de pie, pero de inmediato Derek le apuntó con su arma—. Linda igual que su dueña, aunque nada se coteja co
4 días después.Adalia estaba en la empresa sentada en la mesa de cristal, llevaba un vestido que cubría su cuello y brazos; nuevamente en otra junta a la que había estado obligada a ir, no por su padre.Si no por Derek.Los recuerdos de aquella violación no le habían permitido conciliar el sueño, unas enormes ojeras sobresalían debajo de sus ojos que se apreciaban menos esplendentes. Aquella noche él no se había conformado con haberla violado tan solo una vez, lo había hecho casi hasta el amanecer, ultrajando horrendamente su cuerpo de todas formas en las que su mente ingeniaba, y luego tan solo se había colocado de pie, había depositado un descarado beso en su mejilla y se había ido como si lo que acababa de hacer no hubiese sido despojar de manera desfachatada la virginidad de una pobre ch