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Capítulo 30 – Dos lunas salvajes

El portal de eclipse se cerró con un destello sordo, dejando atrás los gritos de la Torre de Hojas y el aroma denso a savia púrpura y muerte. El bosque al otro lado era distinto. Silencioso, encantado. Como si no perteneciera del todo a este mundo.Kaelion aterrizó con firmeza, las botas hundiéndose en el suelo suave y húmedo del claro. Ulva seguía en sus brazos, pero apenas él tocó tierra, ella comenzó a forcejear.

—¡Suéltame! —gritó, con los ojos encendidos por la furia.

—Estás herida —respondió él, sin inmutarse.

—¡Te dije que me sueltes, carajo!

Kaelion apretó la mandíbula, pero no discutió. Se agachó y la colocó con firmeza sobre una piedra cubierta de hojas. No la soltó con rudeza, pero tampoco con ternura.

—Ahí tienes. Haz lo que quieras. Pero no estoy aquí para complacerte. —Ulva se quedó sentada un momento, respirando rápido. Sus piernas temblaban. Su piel estaba marcada por las raíces vivas, y las heridas ardían como fuego. Pero lo que más le dolía no era eso.

Era no haberlo
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