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Capítulo 4, Ecos del Pasado

Ulva permaneció de rodillas sobre la tierra húmeda, su respiración aún entrecortada por el peso de la visión que acababa de experimentar. Su mente estaba atrapada entre el presente y el pasado, entre lo que creía saber y la verdad que acababa de revelarse.

No era solo la hija del Alfa Darian. No solo era la futura líder de la manada Silvermoon. NO! Era nada más y nada menos que la heredera de un linaje antiguo, uno que todos creían extinto.

El anciano guardián la observaba en silencio, con la paciencia de quien ha esperado mucho tiempo por este momento. Sus ojos brillaban como si en su interior escondieran la luz misma de la luna.

—Tu madre lo sabía, Ulva. —dijo con voz pausada—. Sabía que su hija no era una simple licántropa. —Ulva sintió un escalofrío recorrerle la espalda.

—¿Por qué nunca me dijo nada? ─El anciano dejó escapar un suspiro y comenzó a caminar alrededor del santuario. Su silueta se fundía con la bruma, como si formara parte de ella.

—Porque no tuvo tiempo. ─Las palabras fueron un golpe seco en su pecho. Ella recordaba muy poco sobre su madre. Había muerto cuando Ulva era apenas una niña, y su padre… nunca hablaba de ella.

Ahora entendía por qué.

—¿Por qué murio? ─ El anciano se detuvo y la miró con gravedad.

—No lo entenderias. ─Un nudo se formó en la garganta de Ulva. No era una sorpresa, pero oírlo en voz alta hacía que la herida se sintiera más profunda.

—Si no me lo dices mucho menos entendere. ─ El anciano bajó la mirada por un momento, como si dudara en responder. Pero finalmente, sus ojos se clavaron en los de ella.

—Murio por ti, Ulva, murio para protegerte y proteger el linaje de sus ancestros. —concluye el hombre con dolor, sabiendo que todo era un sacrificio. Selene sabía que la madre de Ulva era más que una alfa, pero no sabía hasta donde llegaba su poder y mucho menos podia conocer que Ulva era la última heredera de la sangre de la luna.

Un nuevo escalofrío recorrió su espalda. De pronto, su mente se vio arrastrada nuevamente a los recuerdos que había reprimido durante años. Fragmentos de su infancia se deslizaron en su mente como un río indomable para dar paso nuevamente a la vision más clara.

<<El eco de una risa suave. El aroma a jazmines en la brisa nocturna. Un par de brazos cálidos rodeándola con ternura y luego, el terror.

El grito de su madre perforó su memoria como un puñal. La vio caer al suelo, su túnica blanca manchada de rojo. Vio las sombras danzar alrededor de ella, y en medio de todo, unos ojos fríos observándola con indiferencia.

Selene.

El corazón de Ulva retumbó contra su pecho.

Su madre no solo había sido asesinada. Selene la había asesinado>>.

Ya no era una suposicion o tal vez un delirio de su cansancio, todo fue real. Las piezas del rompecabezas comenzaron a encajar. El destierro de Ulva no había sido un error. Habían planeado cada movimiento con mucha astusia—. Selene. —susurró su nombre con veneno en la voz. El anciano asintió lentamente.

—Tu madrastra no siempre fue parte de la manada. Llegó después de la muerte de tu madre… y poco a poco, se aseguró de ocupar su lugar. ─Ulva sintió la rabia burbujear en su interior. Siempre había sentido que algo estaba mal con Selene, pero su padre…

—¿Mi padre estaba involucrado? —preguntó con voz ronca. El anciano negó con la cabeza.

—Darian fue manipulado. Su dolor por la muerte de tu madre lo cegó. ─Ulva cerró los puños. No sabía qué dolía más, la verdad sobre Selene o la debilidad de su propio padre. Había permitido que su esposa fuera asesinada. Había permitido que su hija fuera traicionada y ahora… Ulva estaba completamente sola o tal vez no.

—Si mi madre tenía este linaje… ¿Qué significa eso para mí? —preguntó, su voz ahora más firme. El anciano sonrió levemente.

—Significa que llevas la sangre de la luna en tus venas. ─Ulva no era solo una licántropa. Era algo más y eso lo cambiaba todo.

El guardián extendió su bastón y señaló el altar de piedra.

—Si quieres descubrir quién eres realmente, debes despertar ese poder. ─Ulva dio un paso atrás instintivamente. Ya había experimentado cambios en su cuerpo desde que fue desterrada.

Sus sentidos eran más agudos. Su fuerza se sentía diferente. Su herida cicatrizaba desde adentro, la luna la llamaba con una intensidad que nunca antes había sentido. Observó el cielo y entendió que estaba próxima a ser luna llena y lo que eso conlleva.

—¿Cómo lo despierto? —preguntó con cautela. El anciano la miró con seriedad.

—Debes enfrentarte a la noche. ─dicho eso el viento se levantó con más fuerza a su alrededor, y Ulva sintió que algo en el ambiente cambiaba. La luna, alta en el cielo, comenzó a brillar con una intensidad antinatural. De repente, un gruñido bajo resonó en la oscuridad. Ulva giró rápidamente y vio cómo las sombras comenzaban a moverse entre los árboles. No eran lobos, eran algo peor. Criaturas deformes, de piel oscura y garras afiladas, emergieron de entre los troncos. Sus ojos eran como pozos sin fondo, sin vida.

—Son bestias de la oscuridad. —dijo el anciano con calma—. Criaturas que se alimentan del miedo. ─Ulva sintió un escalofrío. Sabía que no podía enfrentarlos como lo haría con un enemigo común.

—¿Qué tengo que hacer? ─El anciano la miró con expectativa.

—Escucha a la luna. ─Ulva sintió su lobo interior rugir, exigiendo libertad. Pero algo le decía que no debía transformarse todavía. Las criaturas se acercaban. Podía oler el hedor de la muerte en sus cuerpos. Podía oír sus movimientos, pero también podía sentir otra cosa. Algo dentro de ella, algo poderoso. Cerró los ojos y respiró hondo.

El poder de su madre, el poder de su sangre. La luna pulsó sobre ella. Sintió su energía recorrerle la piel, caliente, vibrante, como un fuego plateado que la cubría por completo. Las criaturas gruñeron, como si sintieran el cambio. Ulva abrió los ojos, eran dorados. No como los de su padre.

No como los de cualquier licántropo. Eran los ojos de la luna. Las criaturas se detuvieron un segundo antes de lanzarse hacia ella, pero Ulva ya no era la presa. Con un rugido, alzó una mano y sintió cómo la energía se manifestaba. Un destello plateado explotó desde su palma y una ráfaga de luz la envolvió. Las bestias chillaron. El impacto las hizo retroceder. El poder la recorrió como una corriente imparable. Su piel ardía, pero no de dolor, sino de fuerza. Se lanzó hacia adelante. La luna estaba de su lado.

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