El alba aún no había tocado el cielo cuando Ulva sintió el peso de un brazo fuerte sobre su cintura. Su cuerpo se tensó por un instante, pero no porque quisiera apartarse. Sino porque aún sentía el calor de la noche anterior recorriéndole la piel. La respiración de Fenrir era lenta y profunda. Su pecho subía y bajaba con un ritmo tranquilo, pegado a su espalda.Demasiado cerca, demasiado cálido. Ulva cerró los ojos un momento. Sabía que no debía moverse, sí se giraba…Sí se permitía mirar sus ojos…No saldrían de esa cabaña, pero entonces, Fenrir despertó.Ella lo sintió antes de que él siquiera se moviera. Su cuerpo cambió, su respiración se volvió más profunda, sus dedos se tensaron sutilmente contra su piel y entonces su aliento caliente le rozó el cuello. Un escalofrío la recorrió.No fue miedo, no fue frío, fue deseo.La boca de Fenrir rozó su hombro desnudo. Un roce apenas perceptible, como si estuviera probando si podía acercarse más. Ulva sintió cómo su corazón martilleaba co
Ulva se lanzó sobre él con una fiereza que no nacía del pensamiento, sino de algo más profundo. Fenrir apenas tuvo tiempo de abrir los brazos antes de que ella lo empujara contra la roca, sus labios colisionando con los suyos, sus manos aferrándose a su cuello como si lo necesitara para respirar.Él respondió al beso con la misma intensidad. Sus bocas se buscaron, se devoraron. No había dulzura en ese gesto. Era hambre. Hambre de piel, de conexión, de lo que habían negado durante demasiado tiempo.Fenrir deslizó sus manos por su espalda, empapada y tensa, hasta tomarla por la cintura y alzarla con facilidad. Ulva rodeó su cuerpo con las piernas, sin dejar de besarlo. Sus pechos apretados contra su torso desnudo lo hacían perder el control. Cada gemido que escapaba de su garganta era un golpe directo a su voluntad. Ella mordió su labio inferior, lo arrastró con los dientes antes de soltarlo.—No pienses —susurró—. Solo… Siénteme.Fenrir gruñó, como un lobo al borde de la transformación
El silencio que siguió a la desaparición del anciano fue espeso, pesado como el aire antes de una tormenta. Ulva se quedó de pie frente a la inscripción aún brillante en el altar, sin moverse. Sentía el corazón golpearle el pecho con una fuerza desmedida, pero no era solo por el susto.Era por algo más.Algo que comenzaba a cambiar dentro de ella. Fenrir dio un paso hacia el altar, observando con desconfianza los restos de luz que chispeaban sobre la piedra. La frase seguía ahí, grabada como si hubiese sido tallada con fuego:“Cuando la luna caiga… el lobo decidirá su destino.”—No me gusta esto. —dijo en voz baja—. Esto es antiguo. Más antiguo que Selene, más antiguo que nosotros.Ulva apenas podía escucharlo. El zumbido en sus oídos iba en aumento, como un eco interno que latía con cada pulso. Se llevó una mano al pecho. Su respiración se volvió más corta, más profunda. No era dolor… era energía. Una que no reconocía.—Ulva… —Fenrir se giró hacia ella. Ella levantó la mirada, y en s
El viento aullaba con una intensidad inusual aquella noche, como si la misma luna llorara por lo que estaba a punto de suceder. En lo profundo del bosque, la Gran Manada de Silvermoon se reunía en un círculo solemne, sus miradas cargadas de tensión y expectativa. Al frente, de rodillas sobre la fría tierra, estaba Ulva Aldebarán, la legítima heredera del trono de los licántropos. Su vestido de ceremonia, ahora rasgado y cubierto de barro, contrastaba con la majestuosidad de su presencia.Los ojos dorados de Ulva brillaban con rabia y desconcierto. Jamás habría imaginado que la noche en la que ascendería como Alfa sería también la noche de su sentencia de muerte.Alrededor de ella, la manada la observaba en un silencio sepulcral. Rostros conocidos y desconocidos, algunos con temor, otros con desprecio. Un escalofrío recorrió su espalda cuando sus ojos se cruzaron con los de Darian, su padre, el Alfa Supremo. Su expresión era impasible, pero en su mirada había algo peor que la furia: de
La oscuridad la envolvía como un manto helado. El sonido del agua corriendo fue lo primero que percibió antes de sentir el frío abrasador en su piel. Ulva abrió los ojos de golpe, su cuerpo sacudido por un espasmo de dolor. Su garganta ardía, su cabeza latía con fuerza y cada fibra de su ser gritaba por el daño recibido.Estaba en un río.El agua helada la rodeaba, arrastrándola suavemente entre las rocas. Se obligó a moverse, a luchar contra la corriente, pero su cuerpo no respondía de inmediato. Sus extremidades se sentían pesadas, entumecidas. La sangre se mezclaba con el agua, tiñendo la corriente de un rojo oscuro.Entonces, los recuerdos la golpearon como una embestida feroz.Cael. Selene. La traición.Un dolor punzante en su abdomen la hizo jadear. Intentó moverse, y la agonía la envolvió. Su costado estaba desgarrado, su piel ardía con una herida profunda. La verdad se reveló en su mente con brutal claridad: Cael la había herido gravemente y la habían lanzado al río, esperando
El viento helado cortaba su piel como cuchillas invisibles, pero Ulva apenas lo sentía. El dolor de su cuerpo y el de su herida, era nada comparado con el vacío en su pecho. Lo había perdido todo. El honor, su hogar, su padre y lo peor, había perdido el derecho a ser quien era, todo por la ambicion de los inescrupulosos y traidores de Selene y Cael.Cada paso que daba era un eco en la oscuridad. Estaba sola. La idea la golpeó como un puñetazo en el estómago. La soledad era más cruel que el destierro. ¿Cómo se sobrevive sin identidad? La marca ardiente de su destierro en su piel latía con cada latido de su corazón, el recordatorio de su deshonra, la herida que poco a poco comenzaba a cicatrizar era la prueba de la traicion. La luna brillaba sobre ella, inmensa y radiante. Ulva alzó la vista, con el pecho ardiendo de rabia.—¿Por qué? —su voz fue apenas un susurro, pero la luna no respondió. Solo la observó, inmutable, como lo había hecho su padre. Un sollozo le subió por la garganta. N
Ulva permaneció de rodillas sobre la tierra húmeda, su respiración aún entrecortada por el peso de la visión que acababa de experimentar. Su mente estaba atrapada entre el presente y el pasado, entre lo que creía saber y la verdad que acababa de revelarse.No era solo la hija del Alfa Darian. No solo era la futura líder de la manada Silvermoon. NO! Era nada más y nada menos que la heredera de un linaje antiguo, uno que todos creían extinto.El anciano guardián la observaba en silencio, con la paciencia de quien ha esperado mucho tiempo por este momento. Sus ojos brillaban como si en su interior escondieran la luz misma de la luna.—Tu madre lo sabía, Ulva. —dijo con voz pausada—. Sabía que su hija no era una simple licántropa. —Ulva sintió un escalofrío recorrerle la espalda.—¿Por qué nunca me dijo nada? ─El anciano dejó escapar un suspiro y comenzó a caminar alrededor del santuario. Su silueta se fundía con la bruma, como si formara parte de ella.—Porque no tuvo tiempo. ─Las palabr
Ulva jadeaba, con las manos temblorosas y la piel cubierta de un sudor frío. El poder que había brotado de su interior seguía vibrando en sus venas, ardiente como la luz de la luna. Frente a ella, los restos de las criaturas de la oscuridad se desvanecían en el viento. Había ganado, pero no se sentía victoriosa. Su cuerpo temblaba. Sus piernas estaban al borde de ceder. Su mente aún no comprendía qué había pasado.¿Qué era esa energía que había surgido de ella? ¿Desde cuándo podía hacer eso? Miró sus manos con horror. Ya no eran solo las de una licántropa. Algo más dormía en su interior, algo que nunca antes había sentido. El anciano guardián la observaba con atención, pero no dijo nada. Esperaba que ella hablara primero, pero Ulva no tenía palabras.>La luna brillaba sobre su cabeza, más intensa que nunca. Era como si estuviera observándola, evaluándola. Un nudo se formó en su pecho. No podía seguir ignorándolo. Algo dentro de ella estaba despertando y no sabía si