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Capítulo 8, Guerra desde las sombras

El fuego crepitaba suavemente en el centro del pequeño claro, pero sus llamas menguaban, dejando solo brasas incandescentes que resplandecían en la oscuridad. El aire fresco de la madrugada se colaba entre los árboles, pero Ulva sentía que su cuerpo ardía por dentro. La luna brillaba con fuerza sobre sus cabezas, implacable, recordándole que su ciclo estaba cerca.

Fenrir seguía recostado contra el tronco del árbol, su mirada fija en ella. Había notado su cambio desde hacía horas. Su aroma se había vuelto más intenso, más embriagador. Su energía vibraba en el aire, acariciando su piel como si quisiera arrastrarlo con ella. No era la primera vez que Fenrir se encontraba con una loba en celo, pero esta vez… había algo distinto. Algo que lo hacía mantenerse alerta.

Ulva cruzó los brazos sobre su pecho, como si eso bastara para contener la inquietud que la invadía. Su piel hormigueaba, el pulso le latía con más fuerza en la garganta. Sentía que su cuerpo no le pertenecía por completo. No ahora. No bajo esa luna.

—Vas a hacer algo estúpido, ¿verdad? —Fenrir rompió el silencio, con un tono que delataba más su propio nerviosismo que la burla. Necesitaba alejarse de ese aroma, de esa energía, pero Ulva no se lo hacía fácil.

Ella alzó la mirada, su ceño fruncido.

—¿Tú qué crees? —murmuró con sequedad. Su voz sonó más ronca de lo usual, y Fenrir lo notó.

—Déjame adivinar. Vas a infiltrarte en el territorio de tu antigua manada para descubrir qué están tramando. —Fenrir ladeó la cabeza con una sonrisa ladina.

—Tal vez. —se encogió de hombros, desviando la mirada.

—Ajá. Y cuando te capturen, ¿qué? ¿Les explicarás amablemente que solo estabas de visita? —Ulva apretó los dientes.

—No me van a capturar. —sentenció.

Fenrir soltó una risa baja, pero no había diversión en ella. Se incorporó, avanzando lentamente hasta quedar justo frente a Ulva. Ella sintió su calor incluso antes de que estuviera tan cerca. Su piel se erizó de inmediato.

—Eres una mujer con un resplandor plateado en la piel. ¿Exactamente cómo planeas pasar desapercibida? —preguntó en un susurro. Su voz fue como una caricia involuntaria en sus sentidos. Ulva tragó saliva y bajó la mirada a sus manos. Seguían brillando tenuemente, como si la luna las reclamara. Sabía que no podía quedarse de brazos cruzados, pero tampoco podía ignorar lo que su cuerpo comenzaba a sentir.

La tensión se volvió sofocante. Fenrir la observó, y por primera vez en mucho tiempo, ella no supo cómo reaccionar. Su respiración se volvió más errática, su lobo interior rugía, exigiendo algo que ni siquiera ella quería nombrar.

—Necesito pruebas. —murmuró, aferrándose a su propósito. Pero su voz ya no tenía la misma firmeza. Fenrir entrecerró los ojos.

—¿Pruebas de qué? —inclinó la cabeza, su tono más grave.

Ulva intentó responder, pero en ese momento una ráfaga de viento los envolvió, trayendo consigo la esencia más intensa de su deseo contenido. Fenrir sintió un golpe de calor recorrerle la espalda. Su mandíbula se tensó.

—Por la luna… —susurró, maldiciendo en su mente.

La luna llena. Su luz era más fuerte esa noche. El aire vibraba con una energía que los envolvía a ambos en un hilo invisible de atracción y necesidad.

Ulva parpadeó, intentando procesarlo, pero cuando volvió a levantar la mirada, Fenrir ya estaba demasiado cerca. Demasiado.

El calor entre sus cuerpos era palpable. La respiración de Ulva se entrecortó. Fenrir no se movió ni un centímetro más, pero la forma en la que sus ojos verdes la devoraban hizo que su pulso se disparara. No era solo él quien se contenía. Ella también lo hacía.

—¿Ulva…? —La voz de Fenrir sonó más ronca de lo habitual. Un llamado de advertencia. O quizás de rendición.

La loba dentro de ella tembló. Se inclinó apenas hacia él, sin darse cuenta. O tal vez sí.

Y entonces sucedió.

Fenrir no supo quién se movió primero, pero sus labios se encontraron en un roce indeciso, en una prueba silenciosa de algo que ambos estaban sintiendo. No fue un beso dulce. Fue un choque de electricidad, de necesidad contenida, de peligro y deseo en la misma medida. Las manos de Ulva se cerraron en su camisa sin pensarlo, y Fenrir gruñó contra su boca.

Pero antes de que se descontrolaran, fue ella quien se apartó, jadeante. Sus ojos brillaban dorados, su pecho subía y bajaba con violencia.

—Esto… no es buena idea. —susurró, con un hilo de voz.

Fenrir pasó una mano por su rostro, intentando recuperar la compostura. No, no lo era.

—No lo es. —confirmó, pero su mirada seguía atrapada en la de ella. La luna brillaba sobre ambos, implacable.

El aire a su alrededor estaba cargado de algo que ninguno de los dos podía ignorar. Pero aún no. No ahora.

—Vamos. —murmuró Ulva, apartándose completamente. Necesitaba moverse, alejarse de esa sensación antes de que la luna la dominara por completo. Fenrir asintió, sin decir más.

Ambos retomaron el camino, pero la tensión entre ellos no desapareció. Ahora, cada roce accidental, cada mirada sostenida demasiado tiempo, se sentía como una provocación peligrosa.

El celo lunar estaba cerca.

Y ambos lo sabían.

💖💖💖

El territorio de Silvermoon era extenso, rodeado de bosques densos y con caminos ocultos entre los árboles. Ulva conocía cada sendero, cada atajo o al menos, solía conocerlos. Fenrir y ella se movían en silencio, avanzando por la espesura como sombras.

Cada vez que Fenrir pasaba cerca de ella, su piel se erizaba. Cada movimiento parecía una excusa para que sus cuerpos se rozaran, aunque ninguno decía nada al respecto. El aire estaba cargado de algo más peligroso que cualquier enemigo: tensión no resuelta.

—¿Hay algún punto débil en la seguridad? —susurró Fenrir, su aliento rozándole la oreja al acercarse más de lo necesario. Ulva inhaló con fuerza, controlando su impulso de apartarse, o quizás, de acercarse aún más.

—La vieja cabaña de cazadores. No la patrullan con frecuencia. —murmuró, desviando la mirada.

—Entonces por ahí entraremos. —Pero cuando llegaron… La cabaña estaba custodiada. Dos guardias patrullaban la entrada, sus ojos brillaban en la oscuridad. Lobos en su forma humana, armados y atentos. Ulva apretó los dientes.

—Antes esto no estaba tan vigilado. —Fenrir inclinó la cabeza.

—Bueno, probablemente porque tu madrastra sabe que no estás muerta. —Ulva sintió un escalofrío. Tenía razón.

El ambiente se volvió más denso. Fenrir se acercó para susurrarle un plan, y su aliento caliente le rozó la piel. Ulva sintió un estremecimiento recorrerle la espalda.

—Vamos a divertirnos un poco. —murmuró Fenrir con una sonrisa torcida antes de lanzar la piedra.

Ulva no sabía si odiarlo o besarlo otra vez.

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