E
El fuego crepitaba suavemente en el centro del pequeño claro. La noche había caído, y el aire estaba fresco, con la luna brillando con intensidad sobre sus cabezas. Ulva estaba sentada en una roca, con las piernas cruzadas y los brazos alrededor de sus rodillas, observando las llamas con el ceño fruncido. No lograba entender lo que le estaba pasando.
Desde que había despertado su poder, su cuerpo ya no se sentía el mismo. Sus sentidos eran demasiado agudos, incluso para una licántropa normal. El viento le traía olores que antes no distinguía. Podía escuchar el susurro de un ratón moviéndose entre las hojas secas a varios metros de distancia. Y su piel… su piel ardía en ciertos puntos, como si algo intentara manifestarse en ella. Suspiró y apretó las manos contra su rostro.
Era frustrante sentir y no saber cómo usar ese poder y lo peor era que sabía que estaba cerca su celo y no sabía cómo podría controlarlo o si este también sería más fuerte.
Desde que cumplió sus dieciocho años, su celo se había intensificado. Descubrió el placer de la mano de su prometido y cómo cuidarse para no tener hijos antes del matrimonio, pero ahora todo era un problema. Tenía miedo de no poder controlar su poder y que este terminará haciéndole más daño que bien. Cómo y con quién pasaría su celo no era su prioridad, pero también la perturbaba, pues en su interior había una loba y ella sí iba a desear calmar su deseo.
El viento cambió, trayéndole el olor de Fenrir. Involuntariamente, sus sentidos se afilaron. Su aroma era terroso, con un matiz de madera y algo más… algo salvaje. Se obligó a apartar ese pensamiento de inmediato.
—Bueno, al menos ya no pareces lista para desplomarte. —comentó Fenrir sacándola de sus cavilaciones. Ulva alzó la vista y vio a Fenrir recostado contra el tronco de un árbol, con las manos detrás de la cabeza. Su tono desenfadado le arrancó un tic en el ojo.
—¿Y qué se supone que significa eso? —preguntó con tono seco. Fenrir abrió un ojo y sonrió con aire burlón.
—Que la última vez que te vi, parecía que ibas a desmayarte a cada paso. —Ulva entrecerró los ojos. Desde que lo conoció, Fenrir no había dejado de burlarse de ella de alguna manera. Y lo peor… es que su tono nunca era completamente ofensivo. Era el tipo de sarcasmo que invitaba a una pelea verbal y Ulva nunca había sido buena ignorando una provocación.
—Bueno, perdona si estar desterrada y descubrir que toda mi vida fue una mentira me dejó un poco desorientada. —Fenrir chasqueó la lengua.
—Excusas, excusas. —¡Oh, qué ganas de arrojarle una piedra! Respiró hondo y apartó la mirada. No iba a caer en su juego. El hombre la irritaba más de lo que quería reconocer.
El silencio entre ellos se extendió por unos segundos, y fue entonces cuando Ulva sintió la incomodidad. Su piel reaccionaba de manera extraña a su cercanía. Su respiración se volvió más consciente, su temperatura corporal aumentó ligeramente. Un escalofrío recorrió su espalda cuando Fenrir se movió, con la agilidad de un depredador.
—¿Puedo hacerte una pregunta? —cuestionó Fenrir de repente. Ulva le lanzó una mirada de advertencia.
—Depende. —Fenrir se encogió de hombros.
—¿Qué sientes ahora? —Su pregunta la tomó desprevenida.
—¿Cómo qué siento? ¿Además de querer matarte? —Ulva frunció el ceño al escuchar la famosa pregunta. Fenrir negó divertido.
—Digo, después de todo lo que pasó. La visión, el despertar de tu poder… algo debe haber cambiado en ti. —Ulva exhaló, dejando que sus hombros se relajaran un poco.
—Todo. —Fenrir levantó una ceja, como animándola a continuar.
—Es como si mi cuerpo estuviera… diferente. —movió los dedos con inquietud—. Siento cada fibra de mi piel, cada músculo, cada sonido. Todo es más nítido, más fuerte… pero también confuso.
Fenrir la observó con atención. Su mirada intensa la hizo estremecerse, y una tensión extraña comenzó a formarse en el ambiente. Se sentía vulnerable bajo sus ojos, como si él pudiera ver más allá de su piel, hasta sus propios temores.
—Muéstrame tus manos. —Ulva frunció nuevamente el ceño, pero obedeció. Extendió sus palmas hacia él, y justo cuando la luz del fuego iluminó su piel, notó algo extraño. Un leve resplandor plateado cubría el dorso de sus manos. No era un reflejo. Era algo que provenía de su propia piel. Fenrir dejó escapar un leve silbido.
—Eso es nuevo. —Ulva tragó saliva.
—Dime que esto no es permanente. —Fenrir ladeó la cabeza.
—¿Y si lo es? —Ella le lanzó una mirada fulminante.
—Entonces me haré una ermitaña. —Fenrir soltó una carcajada.
—No creo que funcione. Destacas demasiado. —Ulva bufó y bajó las manos, sintiendo el leve hormigueo en su piel. Las sensaciones se intensificaban.
La conversación se tornó más seria cuando Fenrir mencionó a Selene. Ulva sintió cómo la rabia se encendía en su pecho. Pero su lobo interior también reaccionó cuando él se acercó un poco más. El calor entre ambos era tangible. Sus respiraciones estaban demasiado sincronizadas, como si algo más primitivo tirara de ellos.
—Cael está con ella. —dijo Fenrir en un tono más bajo. Ulva sintió que su corazón se detenía por un instante.
—No. —Susurró con incredulidad.
—Sí. Y no solo eso. Parece que no está completamente convencido de que esto sea lo correcto. —Fenrir ladeó la cabeza con una sonrisa torcida.
Ulva apretó los puños, sintiendo la traición quemarle la garganta. Pero también sintió algo más… algo nuevo. Su piel ardió, y su lobo rugió en su interior. La cercanía de Fenrir no ayudaba. Su aroma la envolvía, y su postura relajada pero atenta la desconcertaba.
—¿Y por qué me importa lo que él sienta? —preguntó con la voz más ronca de lo normal. Fenrir la observó con intensidad.
—No lo sé. Pero los hombres que se arrepienten de sus errores suelen ser un problema. —Ulva bufó.
El fuego crepitó entre ellos, iluminando sus rostros. El silencio se extendió, pero no era incómodo. Era denso. Pesado. Cargado de algo que Ulva no quería nombrar. Fenrir bajó la mirada a su cuello, y ella sintió su piel erizarse.
—Selene quiere eliminarte. Pero si fallan, Cael es su plan de respaldo. —dijo finalmente, rompiendo la atmósfera entre ellos.
Ulva sintió un escalofrío recorrerle la espalda, pero no solo por sus palabras, sino por la sensación de que algo más se avecinaba. Algo más fuerte. Algo inevitable. Y aunque no quería admitirlo… su lobo comenzaba a sentirlo también.
—¿No entiendo como Cael va a servirle de respaldo, intentara matarme otra vez? —cuestiona pero Fenrir niega.
—Segun escuche, si te capturan viva, como unico te perdonarian la vida es que él te lleve lejos de la manada y te mantega lejos de todos. —Ulva bufa.
—Están dementes si creen que me voy a dejar coger y mucho menos voy a dejar que Cael haga conmigo lo que desee, ya no soy la Ulva que ellos expulsaron, ahora soy Ulva, la heredera de la sangre de la luna, y haré que se cumpla la leyenda. —Fenrir sonríe travieso.
—Me gusta escuchar eso. —le guiña un ojo.
Las palabras de Fenrir le sirvieron de aliciente y por primera vez en dias siente que no está sola.
El fuego crepitaba suavemente en el centro del pequeño claro, pero sus llamas menguaban, dejando solo brasas incandescentes que resplandecían en la oscuridad. El aire fresco de la madrugada se colaba entre los árboles, pero Ulva sentía que su cuerpo ardía por dentro. La luna brillaba con fuerza sobre sus cabezas, implacable, recordándole que su ciclo estaba cerca.Fenrir seguía recostado contra el tronco del árbol, su mirada fija en ella. Había notado su cambio desde hacía horas. Su aroma se había vuelto más intenso, más embriagador. Su energía vibraba en el aire, acariciando su piel como si quisiera arrastrarlo con ella. No era la primera vez que Fenrir se encontraba con una loba en celo, pero esta vez… había algo distinto. Algo que lo hacía mantenerse alerta.Ulva cruzó los brazos sobre su pecho, como si eso bastara para contener la inquietud que la invadía. Su piel hormigueaba, el pulso le latía con más fuerza en la garganta. Sentía que su cuerpo no le pertenecía por completo. No a
La cabaña de cazadores se alzaba frente a ellos, vieja y desgastada por el tiempo, pero su estructura aún se mantenía firme. Ulva podía oler la madera húmeda mezclada con el hierro oxidado de las trampas antiguas que los cazadores solían usar en la zona. Todo estaba en calma, pero la energía que vibraba en el aire no lo estaba. No para ellos.Tras escabullirse en el interior, sus pasos eran ligeros, apenas audibles sobre la vieja madera del suelo. La luz de la luna se filtraba por los resquicios de las ventanas, iluminando el polvo en el aire. La tensión entre ellos era densa, tangible, como un hilo invisible que se estiraba con cada segundo que pasaba.Ulva avanzó hasta una mesa en el centro de la habitación y sus ojos se clavaron en los documentos dispersos. Mapas, registros de prisioneros y, en el centro, una lista de nombres. Su aliento se detuvo cuando vio el primero: **Ulva Aldebarán.**Su sangre se heló, pero lo que hizo que el suelo también pareciera abrirse bajo sus pies fue
El alba aún no había tocado el cielo cuando Ulva sintió el peso de un brazo fuerte sobre su cintura. Su cuerpo se tensó por un instante, pero no porque quisiera apartarse. Sino porque aún sentía el calor de la noche anterior recorriéndole la piel. La respiración de Fenrir era lenta y profunda. Su pecho subía y bajaba con un ritmo tranquilo, pegado a su espalda.Demasiado cerca, demasiado cálido. Ulva cerró los ojos un momento. Sabía que no debía moverse, sí se giraba…Sí se permitía mirar sus ojos…No saldrían de esa cabaña, pero entonces, Fenrir despertó.Ella lo sintió antes de que él siquiera se moviera. Su cuerpo cambió, su respiración se volvió más profunda, sus dedos se tensaron sutilmente contra su piel y entonces su aliento caliente le rozó el cuello. Un escalofrío la recorrió.No fue miedo, no fue frío, fue deseo.La boca de Fenrir rozó su hombro desnudo. Un roce apenas perceptible, como si estuviera probando si podía acercarse más. Ulva sintió cómo su corazón martilleaba co
Ulva se lanzó sobre él con una fiereza que no nacía del pensamiento, sino de algo más profundo. Fenrir apenas tuvo tiempo de abrir los brazos antes de que ella lo empujara contra la roca, sus labios colisionando con los suyos, sus manos aferrándose a su cuello como si lo necesitara para respirar.Él respondió al beso con la misma intensidad. Sus bocas se buscaron, se devoraron. No había dulzura en ese gesto. Era hambre. Hambre de piel, de conexión, de lo que habían negado durante demasiado tiempo.Fenrir deslizó sus manos por su espalda, empapada y tensa, hasta tomarla por la cintura y alzarla con facilidad. Ulva rodeó su cuerpo con las piernas, sin dejar de besarlo. Sus pechos apretados contra su torso desnudo lo hacían perder el control. Cada gemido que escapaba de su garganta era un golpe directo a su voluntad. Ella mordió su labio inferior, lo arrastró con los dientes antes de soltarlo.—No pienses —susurró—. Solo… Siénteme.Fenrir gruñó, como un lobo al borde de la transformación
El silencio que siguió a la desaparición del anciano fue espeso, pesado como el aire antes de una tormenta. Ulva se quedó de pie frente a la inscripción aún brillante en el altar, sin moverse. Sentía el corazón golpearle el pecho con una fuerza desmedida, pero no era solo por el susto.Era por algo más.Algo que comenzaba a cambiar dentro de ella. Fenrir dio un paso hacia el altar, observando con desconfianza los restos de luz que chispeaban sobre la piedra. La frase seguía ahí, grabada como si hubiese sido tallada con fuego:“Cuando la luna caiga… el lobo decidirá su destino.”—No me gusta esto. —dijo en voz baja—. Esto es antiguo. Más antiguo que Selene, más antiguo que nosotros.Ulva apenas podía escucharlo. El zumbido en sus oídos iba en aumento, como un eco interno que latía con cada pulso. Se llevó una mano al pecho. Su respiración se volvió más corta, más profunda. No era dolor… era energía. Una que no reconocía.—Ulva… —Fenrir se giró hacia ella. Ella levantó la mirada, y en s
El viento aullaba con una intensidad inusual aquella noche, como si la misma luna llorara por lo que estaba a punto de suceder. En lo profundo del bosque, la Gran Manada de Silvermoon se reunía en un círculo solemne, sus miradas cargadas de tensión y expectativa. Al frente, de rodillas sobre la fría tierra, estaba Ulva Aldebarán, la legítima heredera del trono de los licántropos. Su vestido de ceremonia, ahora rasgado y cubierto de barro, contrastaba con la majestuosidad de su presencia.Los ojos dorados de Ulva brillaban con rabia y desconcierto. Jamás habría imaginado que la noche en la que ascendería como Alfa sería también la noche de su sentencia de muerte.Alrededor de ella, la manada la observaba en un silencio sepulcral. Rostros conocidos y desconocidos, algunos con temor, otros con desprecio. Un escalofrío recorrió su espalda cuando sus ojos se cruzaron con los de Darian, su padre, el Alfa Supremo. Su expresión era impasible, pero en su mirada había algo peor que la furia: de
La oscuridad la envolvía como un manto helado. El sonido del agua corriendo fue lo primero que percibió antes de sentir el frío abrasador en su piel. Ulva abrió los ojos de golpe, su cuerpo sacudido por un espasmo de dolor. Su garganta ardía, su cabeza latía con fuerza y cada fibra de su ser gritaba por el daño recibido.Estaba en un río.El agua helada la rodeaba, arrastrándola suavemente entre las rocas. Se obligó a moverse, a luchar contra la corriente, pero su cuerpo no respondía de inmediato. Sus extremidades se sentían pesadas, entumecidas. La sangre se mezclaba con el agua, tiñendo la corriente de un rojo oscuro.Entonces, los recuerdos la golpearon como una embestida feroz.Cael. Selene. La traición.Un dolor punzante en su abdomen la hizo jadear. Intentó moverse, y la agonía la envolvió. Su costado estaba desgarrado, su piel ardía con una herida profunda. La verdad se reveló en su mente con brutal claridad: Cael la había herido gravemente y la habían lanzado al río, esperando
El viento helado cortaba su piel como cuchillas invisibles, pero Ulva apenas lo sentía. El dolor de su cuerpo y el de su herida, era nada comparado con el vacío en su pecho. Lo había perdido todo. El honor, su hogar, su padre y lo peor, había perdido el derecho a ser quien era, todo por la ambicion de los inescrupulosos y traidores de Selene y Cael.Cada paso que daba era un eco en la oscuridad. Estaba sola. La idea la golpeó como un puñetazo en el estómago. La soledad era más cruel que el destierro. ¿Cómo se sobrevive sin identidad? La marca ardiente de su destierro en su piel latía con cada latido de su corazón, el recordatorio de su deshonra, la herida que poco a poco comenzaba a cicatrizar era la prueba de la traicion. La luna brillaba sobre ella, inmensa y radiante. Ulva alzó la vista, con el pecho ardiendo de rabia.—¿Por qué? —su voz fue apenas un susurro, pero la luna no respondió. Solo la observó, inmutable, como lo había hecho su padre. Un sollozo le subió por la garganta. N