Ulva jadeaba. Sus manos apoyadas en el suelo temblaban como si una corriente invisible la recorriera desde el centro del pecho. Fenrir se arrodilló a su lado, tomándola con firmeza por los hombros.—¿Ulva? ¿Qué viste? ¿Qué fue eso? —Ella levantó el rostro. Tenía los ojos abiertos de par en par, pero estaban nublados, como si aún viera más allá de este mundo.—No era solo un reflejo. Era un… aviso. Un fragmento de lo que seré. De lo que puedo ser. Y no sé si es una advertencia… o una amenaza. —Fenrir se giró hacia el espejo, ya no brillaba, pero las runas del marco seguían calientes, vivas, como si esperaran algo más.—Este lugar no se abrió solo para mostrarte un espejo. —Se puso de pie y caminó alrededor del marco, palpando la piedra—. Aquí hay más.Ulva se levantó con algo de dificultad. El pulso aún le martillaba en los oídos, pero el zumbido en su pecho se había calmado. Solo quedaba una sensación: el tirón suave de algo que la invitaba a avanzar.Como si la cueva… la llamara.Ent
La piedra se cerró con un golpe seco. No había rastro. No había huellas. Nada más que el eco de un poder que no les pertenecía. Los hombres de Selene, exhaustos y frustrados, emergieron uno por uno de la entrada de la cueva, cubiertos de polvo y con los ojos aún irritados por la energía que impregnaba el lugar. —No están. —gruñó uno de ellos, apretando los dientes—. Es como si la cueva se los hubiera tragado. —¿O los hubiera protegido? —dijo otro, más bajo, como si el solo pensarlo le diera escalofríos. Esperaban un castigo inmediato. Una descarga de magia, un aullido, un grito, pero lo que encontraron fue peor. Silencio. Y luego, el aroma. El aire se llenó de un perfume metálico, dulce y violento. Un viento que cortaba como cuchilla, que anunciaba que ella se acercaba. Selene apareció entre los árboles como una sombra que no tocaba el suelo. Su cabello oscuro flotaba tras ella como una cortina de humo, y sus ojos —una mezcla de violeta y negro— ardían con furia contenida. Los hom
El aire cambió en cuanto salieron de la cueva. El bosque los recibió con un silencio denso, húmedo, como si supiera lo que había ocurrido en su interior. Como si la energía de Ulva ya no pudiera ocultarse de nada ni de nadie. Ulva levantó la mirada. La luz del mediodía atravesaba las hojas como lanzas doradas. Sentía el cuerpo más liviano, pero el alma… más pesada. Las palabras del libro, el espejo, la vibración de su pecho… todo comenzaba a entrelazarse en su mente como piezas de un rompecabezas que apenas había empezado a comprender. —Hay más que tenemos que encontrar —murmuró—. Pistas, fragmentos, esto no se trata solo de una profecía… es un camino trazado.—Fenrir caminaba a su lado, en silencio. Su mirada no abandonaba los árboles, atento, protector, pero había algo más. Algo en la forma en que la observaba de reojo. En cómo sus dedos la rozaban cuando creía que ella no lo notaba. El celo no había cedido. Si algo, estaba empeorando. Las pulsaciones de Ulva se volvían erráticas cua
Las mazmorras estaban ocultas bajo la antigua fortaleza del norte, donde las piedras respiraban humedad, y el eco de los lamentos se mezclaba con el goteo constante del agua cayendo por las grietas. Nadie bajaba allí sin orden directa de Selene. Y nadie que bajaba, salía con el alma intacta.La puerta de hierro se abrió con un chillido largo.Selene descendió los escalones lentamente, vestida de negro, con una capa que arrastraba sombras a su paso. No llevaba guardias. No los necesitaba.El aire estaba impregnado de un olor metálico, mezcla de sangre seca y magia dormida.—Vaya, vaya… aún estás vivo —murmuró con sorna.En la celda más profunda, encadenado por los brazos y el cuello con grilletes encantados, estaba él: Darian, el último Alfa del norte. El padre de Ulva.Sus ojos, antes dorados y llenos de liderazgo, eran ahora más oscuros, más cansados. Pero seguían teniendo brillo. La locura que fingía había desaparecido desde la última luna llena, y con ella, el velo del hechizo que
La noche había caído con furia tras la emboscada. Ulva y Fenrir encontraron refugio en una gruta oculta entre rocas antiguas, donde el viento no podía alcanzarlos y la magia de Selene no penetraba. El lugar olía a piedra, a musgo y a tiempo. Era un escondite olvidado… o quizá uno que los esperaba. El cuerpo de Ulva temblaba aún por la batalla. No de miedo. De exceso de energía contenida, de necesidad. Fenrir colocó su abrigo sobre ella, y luego se sentó a su lado, sin decir nada. El silencio entre ambos era denso.—Pudo habernos matado —dijo él, al fin—. Si realmente lo quería, Selene habría ido en persona.—Quería que supiera que sabe —respondió Ulva, con la voz baja—. Y que no tenemos escapatoria. —Fenrir la miró.—Pero la tenemos. Porque seguimos vivos. —Ulva giró el rostro hacia él. La luz de la luna, filtrándose entre las ramas, delineaba su rostro cansado, marcado por la tierra, el sudor y la sangre seca. Y aún así… era hermoso, feroz… suyo.—¿Cómo lo haces? —murmuró ella—. ¿Cóm
El castillo del norte emerge entre la niebla como un monstruo dormido. Sus torres recortan el cielo gris, y las murallas respiraban un silencio tan pesado que ni los pájaros se atrevían a sobrevolarlo. Allí, entre la raíz de la torre más antigua, una losa de piedra esperaba. Lúgubre, sellada por siglos, hasta ahora. Ulva se agachó frente a la entrada oculta. La marca en su palma comenzó a arder.—Aquí es —susurró.Karsen sacó una pequeña piedra envuelta en tela. Al desenrollarla, reveló una runa tallada en obsidiana. Fenrir permanecía de pie detrás de ellos, cubriendo la retaguardia con los sentidos aguzados.—¿Estás segura? —preguntó Karsen.Ulva asintió. Con decisión, apretó su palma sangrante contra la piedra. La runa brilló al unísono. Un leve crujido resonó bajo tierra.La losa comenzó a moverse.Un susurro de aire viciado emergió del interior, arrastrando con él el olor a magia vieja… y a muerte.Fenrir arrugó la nariz.—Hermoso lugar. ¿Podemos entrar ya? ─Ulva le lanzó una mira
El humo de la pira aún flotaba sobre el claro, como un velo de ceniza que se resistía a desaparecer. La manada se había dispersado, algunos en silencio, otros con lágrimas secas en los ojos. Solo quedaban unos pocos reunidos en el antiguo salón del consejo, una estructura semiderruida entre los árboles, donde los alfas se reunían antes de la caída del norte. Ulva se mantuvo de pie en el centro. No tomó asiento. Su abrigo blanco seguía cubriéndola, pero ya no por respeto al duelo, sino como símbolo del poder que ahora llevaba sobre los hombros. —Tenemos que actuar antes de que Selene nos encierre con una sonrisa y una daga por la espalda —dijo con voz firme. Sus ojos recorrieron a los presentes—. El juramento no es solo mío. Es de todos los que aún creen en el legado de la luna. ─Karsen se acomodó el abrigo de cuero y se inclinó levemente hacia adelante. —Con tu permiso, Alfa. Ya he comenzado a mover algunos contactos. Los clanes errantes del este aún nos deben favores. Y los exil
El amanecer encontró a Ulva despierta antes que el sol saliera. Se había vestido con ropa de entrenamiento, práctica y ceñida, lista para comenzar lo que vendría. El aroma a madera húmeda y tierra se filtraba por la cabaña central del campamento, donde las primeras reuniones ya habían comenzado. Karsen estaba allí, extendiendo un viejo mapa sobre una mesa de piedra. Sus dedos marcaban rutas, puntos débiles, ubicaciones donde aún podrían encontrar antiguos aliados.—Si logramos tomar el paso de Lyr, cortamos el acceso al este. Selene perdería a uno de sus corredores principales —decía, concentrado, sin darse cuenta del silencio con el que Ulva se había acercado.—Y podríamos instalar un santuario allí mismo —añadió ella, arrodillándose junto a él. Sus hombros se rozaron al mirar el mapa. Karsen giró el rostro, apenas un segundo, para verla más de cerca.—Siempre tan rápida para pensar en futuro —le sonrió, y Ulva le devolvió la sonrisa, sin tensión, sólo complicidad. Ambos se inclinaron