El humo de la pira aún flotaba sobre el claro, como un velo de ceniza que se resistía a desaparecer. La manada se había dispersado, algunos en silencio, otros con lágrimas secas en los ojos. Solo quedaban unos pocos reunidos en el antiguo salón del consejo, una estructura semiderruida entre los árboles, donde los alfas se reunían antes de la caída del norte.Ulva se mantuvo de pie en el centro. No tomó asiento. Su abrigo blanco seguía cubriéndola, pero ya no por respeto al duelo, sino como símbolo del poder que ahora llevaba sobre los hombros.—Tenemos que actuar antes de que Selene nos encierre con una sonrisa y una daga por la espalda —dijo con voz firme. Sus ojos recorrieron a los presentes—. El juramento no es solo mío. Es de todos los que aún creen en el legado de la luna. ─Karsen se acomodó el abrigo de cuero y se inclinó levemente hacia adelante.—Con tu permiso, Alfa. Ya he comenzado a mover algunos contactos. Los clanes errantes del este aún nos deben favores. Y los exiliados
El amanecer encontró a Ulva despierta antes que el sol saliera. Se había vestido con ropa de entrenamiento, práctica y ceñida, lista para comenzar lo que vendría. El aroma a madera húmeda y tierra se filtraba por la cabaña central del campamento, donde las primeras reuniones ya habían comenzado. Karsen estaba allí, extendiendo un viejo mapa sobre una mesa de piedra. Sus dedos marcaban rutas, puntos débiles, ubicaciones donde aún podrían encontrar antiguos aliados.—Si logramos tomar el paso de Lyr, cortamos el acceso al este. Selene perdería a uno de sus corredores principales —decía, concentrado, sin darse cuenta del silencio con el que Ulva se había acercado.—Y podríamos instalar un santuario allí mismo —añadió ella, arrodillándose junto a él. Sus hombros se rozaron al mirar el mapa. Karsen giró el rostro, apenas un segundo, para verla más de cerca.—Siempre tan rápida para pensar en futuro —le sonrió, y Ulva le devolvió la sonrisa, sin tensión, sólo complicidad. Ambos se inclinaro
La luz entraba a cuentagotas por las rendijas del tejado. Afuera, los pájaros comenzaban a cantar tímidamente, como si temieran romper la calma que aún reinaba dentro de la cabaña. Ulva despertó envuelta en calor. No solo por la manta que la cubría, sino por el cuerpo que respiraba junto al suyo, Fenrir. Su brazo rodeaba su cintura con fuerza tranquila, como si incluso dormido no quisiera soltarla. Su respiración era profunda, estable. El pecho desnudo subía y bajaba al ritmo lento de quien por fin encontró descanso.Ella lo miró en silencio. Había algo salvaje en él, incluso en la quietud. Algo que le hablaba a una parte de ella que no entendía de palabras ni razones, sólo de instinto. Deslizó los dedos por su pecho hasta su mandíbula, delineando la cicatriz que cruzaba su ceja. Él abrió los ojos justo en ese momento.—¿Siempre mirás así al amanecer? —preguntó con voz ronca.—Solo cuando el amanecer vale la pena —respondió ella, con una leve sonrisa. Fenrir la atrajo hacia él, pegand
La noche estaba espesa. El bosque, en silencio. Solo el crujir de las hojas bajo sus botas rompía el aire mientras Ulva regresaba a la cabaña. No había dado dos pasos cuando la voz de Fenrir la alcanzó.—¿Vas a seguir huyendo de mí, o por fin me vas a decir qué carajo está pasando? —Ella se detuvo, cerró los ojos y respiró hondo antes de contestar.—No estoy huyendo —dijo sin girarse.—¿Ah, no? —Fenrir se acercó hasta quedar detrás de ella, su voz grave, suave, rozándole el cuello—. Porque cada vez que te toco, tiemblas como si temienras que descubriera más. —Ulva se giró, molesta, pero esa molestia estaba hecha de miedo y deseo.—No entiendes. Esto no es un juego. Si fallo, se acaba todo. ¡Y no puedo darme el lujo de perder la cabeza por ti! —habla sin pensar.—¿Y quién dijo que tienes que perderla sola? —Fenrir dio un paso más y la tomó del brazo, suave pero firme.—Tú no estás sola, Ulva. Yo estoy aquí contigo. Te amo. Y si tengo que pelear con tus demonios, con tu pasado o con ese
La celda estaba en silencio, rota solo por el sonido de un cubo de agua goteando lentamente sobre la piedra. Ulva entró sin escolta. Sus botas resonaban en el suelo húmedo como tambores de guerra. Cael estaba despierto, más lúcido. Sus ojos tenían la calma de alguien que ya no temía morir, pero aún tenía algo que decir.—¿Listo para hablar? —preguntó ella sin rodeos.—Depende —respondió él, recostado contra la pared—. ¿Listos para escuchar algo que no van a querer oír? —Ulva no se inmutó.—Empieza. —Cael se sentó con dificultad y respiró hondo.—Selene no quiere solo destruir tu linaje. Quiere absorberlo, todo. Tu sangre, tu marca… tu esencia. —Ulva frunció el ceño.—¿Cómo?—Hay un ritual prohibido. Muy antiguo. Fue sellado hace generaciones porque requería sacrificar el alma de una heredera lunar durante la luna negra. —Cael la miró directamente—. Y tú eres la última heredera. —Ulva sintió cómo el aire se espesaba. Su estómago se tensó, pero su rostro seguía firme.—¿Y qué tiene que
Fenrir se despertó con el cuerpo pesado, los músculos adormecidos y el alma envuelta en bruma. Estaba encadenado en una habitación hecha de madera viva, como si las paredes respiraran. No había ventanas, sólo un techo cubierto de hojas que no dejaba pasar ni un solo rayo de luna. La puerta se abrió. Selene entró, vestida de negro y oro. Su mirada era afilada, pero su sonrisa… dulce como veneno.—Qué hermoso es verte dormir —dijo, caminando alrededor de él—. Eres más resistente de lo que imaginé, pero eso solo hace todo más interesante.—¿Dónde estoy? —gruñó él, tironeando de las cadenas.—En la Torre de Hojas. Un lugar fuera del tiempo. Aquí la luna no canta… y tu loba no puede encontrarte.—¿Ulva…? —su voz se quebró apenas. —Ella ya cree que estás muerto —susurró Selene, acercándose al oído—. Le dejé un pequeño regalo. Un corazón. Una nota. Nada más poético que romper el alma de un Alfa por dentro. —Fenrir rugió, pero el hechizo lo contuvo como una mordaza invisible.—No vas a poder
El amanecer no trajo paz. Solo determinación.Ulva salió de la tienda con el rostro endurecido, los ojos encendidos con la furia de una loba herida… pero no rota. La niebla aún cubría el campamento como una piel espesa, húmeda, silenciosa. No importaba. Con cada paso, los guerreros abrían camino, inclinando la cabeza con respeto.Karsen la esperaba junto al fuego, con el mapa desplegado y la mirada clavada en el este. Tenía los nudillos blancos de tanto apretar los puños. La tensión era palpable, como electricidad antes de la tormenta.—¿Todo está listo? —preguntó Ulva, sin apartar la vista del horizonte, donde la oscuridad se escondía entre los árboles.—La mitad de los guerreros te acompaña por los canales —respondió Karsen—. El resto cubrirá la retaguardia. Cael irá al frente. Aún encadenado, pero útil.Ulva asintió una sola vez. Entonces alzó la voz, clara, firme, cortando el aire como una hoja afilada.—¡Escúchenme! —gritó, y el campamento entero se detuvo—. Hoy no caminamos por
El cielo comenzó a teñirse de un gris violeta que no pertenecía al día ni a la noche. Era un color intermedio, una brecha entre mundos. El tipo de tono que anunciaba que algo antiguo y poderoso estaba despertando. Las nubes se agrietaban en franjas púrpuras, como si el cielo mismo se estuviera desgarrando para dejar pasar a la luna.Aún oculta, ella se abría paso. No como un astro... sino como una reina que venía a reclamar su trono. Ulva avanzaba por los canales como una sombra entre sombras. Iba de pie, en la proa de una de las barcas de guerra. El agua golpeaba con suavidad el casco de madera, pero su sonido parecía más fuerte de lo normal. Como si el mundo entero hubiera decidido guardar silencio para escuchar solo eso: el lento y metódico avance de los hijos de la luna.A su alrededor, la niebla danzaba entre los remos como un velo encantado. Las antorchas se negaban a prender del todo. Las sombras eran más densas. Las criaturas del pantano no se atrevían a cantar. El bosque esta