Ulva despertó con el pecho encogido y la garganta seca, como si el aire de la cueva hubiese sido drenado durante la noche. El calor del cuerpo de Kaelion aún la envolvía, pero la luna… ya no estaba o al menos no como antes. Se sentó lentamente, con la marca en su cuello palpitando como un tambor ancestral. La cueva, antes cálida, tenía ahora una energía distinta, silenciosa, amenazante.La bruma que cubría la entrada se movía sola, como si tuviera vida. Ulva se acercó envuelta en la manta de piel, con los pies descalzos sobre la piedra húmeda. Cerró los ojos, buscando la conexión con la luna, pero en lugar de claridad… encontró ruido.—¿Qué es esto…? —murmuró, llevándose una mano al pecho. Un dolor leve, punzante, comenzó a irradiar desde la marca. No era físico, era mágico. El juramento ardía.—Ulva —la voz de Kaelion llegó desde atrás, ronca pero alerta. Ella se giró. Lo vio ya vestido, con los ojos dorados brillando en la penumbra. Sabía, lo sentía también.—Nos está atacando —dijo
Ulva no pudo quedarse quieta. Apenas se recuperó de la visión impuesta por Selene, salió de la cueva de piedra con la manta de piel aún sobre los hombros. El aire seguía cargado de tensión, pero había claridad en su corazón. Cada paso que daba hacia el bosque era una declaración de guerra. La luna, aunque oculta, palpitaba en su pecho. Su juramento estaba intacto. La marca en su cuello brillaba con destellos dorados cada vez que su pensamiento se cruzaba con Kaelion, sentía su fuerza, su sacrificio, su amor y eso la mantenía de pie.Ulva se detuvo frente al claro donde habían celebrado antiguamente los rituales lunares. El lugar estaba contaminado por un aura oscura. El suelo agrietado, los árboles doblados hacia atrás como si una fuerza invisible los hubiese empujado y en medio del desastre: Cael.—Llegaste rápido —dijo Ulva, sin sorpresa. Cael sonrió, aunque su mirada estaba cargada de una culpa que no sabía ocultar.—Sabía que vendrías. Selene ya no puede controlar lo que siento po
La grieta en el techo del templo dejaba entrar una luz tenue, pero viva. El murmullo de la oración de Ulva resonaba como un eco antiguo, reverberando en cada piedra, como si el templo mismo sintiera el poder que despertaba en ella. De pronto, el suelo vibró. Cael se puso de pie, con la daga en alto. Selene se tensó, los ojos entrecerrados. Las tres hechiceras interrumpieron su canto, como si algo fuera de su control se hubiera activado. La marca de Ulva brilló con un destello cegador. Un vínculo se activó más allá del plano terrenal.—Algo viene —susurró Cael, retrocediendo.Del centro del altar, las piedras comenzaron a separarse como si un corazón latiera bajo ellas. Un resplandor azulado surgió de la grieta, y un viento cálido, inesperado, recorrió la sala. No era una amenaza. Era una presencia. Ulva se puso de pie, el cuerpo tenso, la respiración entrecortada. Sentía el juramento vibrar, pero también algo más, un llamado familiar.Un susurro cruzó el aire:—Faeine… —La voz la heló
La oscuridad en la torre de hojas se estremecía con el sonido de una carcajada. Selene, con sus labios manchados de veneno y poder, había dejado de fingir. Las hadas le habían susurrado lo que nunca quiso oír, pero también lo que no estaba dispuesta a permitir.—Se marcaron. —La palabra salió como un escupitajo. Su risa murió al instante, sustituida por un rugido de furia. De un zarpazo, destrozó el espejo encantado que flotaba frente a ella. Los fragmentos quedaron suspendidos en el aire, girando como cuchillas bajo un conjuro que no necesitaba ser pronunciado.—La luna y el eclipse... no pueden ser uno. No lo permitiré. —Con una mezcla de sangre de lobo, polvo de huesos y un mechón del cabello plateado que una vez robó de Ulva, Selene comenzó el ritual. Trazó un círculo con fuego negro, y sus labios recitaron una lengua antigua, prohibida incluso entre los suyos.—Romperé su cordón de destino. Desde adentro. Desde donde es más vulnerable: su alma.En el centro del círculo, una image
La primera luz del alba se filtraba entre las rocas de la cueva, pero no traía paz. Ulva despertó envuelta en el calor del cuerpo de Kaelion, su rostro contra su pecho, su mano enredada en la suya. Durante horas habían sido solo uno, protegiéndose del mundo. Pero ahora... algo había cambiado. Su marca palpitaba. No como antes, sin dolor, sino con una extraña claridad. Como si dentro de ella resonara un eco antiguo, un susurro que cruzaba generaciones. Cerró los ojos y escuchó: voces femeninas, suaves, cantando una melodía que no comprendía, pero que la estremecía.—La luna canta cuando el eclipse se entrega... —dijeron, casi al unísono.—Ulva… —La voz de Kaelion la sacó del trance. Él ya estaba despierto, mirándola como si su mundo comenzara y terminara en sus ojos.—Estás... diferente. —Ella asintió, apoyando su frente contra la de él.—Lo siento, dentro de mí es como si la luna me estuviera hablando. Como si... ¡Kaelion, esto es real!—Lo es. —Su voz era grave, firme, pero cargada d
La partida se realizó con el primer rayo de sol. El campamento, aunque reducido, se movía con orden: los exploradores al frente, los niños y ancianos protegidos en el centro, los guerreros cerrando la marcha. El camino hacia el claro de los siete robles fue silencioso, tenso, vigilante, pero cuando llegaron, algo ocurrió.El cielo, despejado hasta ese momento, se cubrió de nubes plateadas. Un haz de luz lunar, imposible a esa hora, cayó justo sobre Ulva. Todos se detuvieron. Los más cercanos cayeron de rodillas. Los lobos aullaron sin razón aparente. Ulva cerró los ojos. La marca en su cuello ardía. La luna no estaba llamándola: la estaba convocando.—Es hora... —susurró. Kaelion la sostuvo por la cintura, con respeto y orgullo.—¿Lo sabes? —Ulva asintio un poco asustada por nosaber que esperar.—Lo siento, es hora de enfrentarla, de terminar esto. —Cael, quien había marchado en silencio desde el amanecer, se acercó. Tenía el rostro pálido, pero determinado.—Yo conozco el camino al C
La bruma se espesaba en los pasillos superiores del Castillo de Hojas. El eclipse artificial, convocado por Selene, giraba lentamente sobre la cúpula del salón central como un ojo celeste observándolo todo. Las raíces que colgaban del techo vibraban como cuerdas de un instrumento afinándose para la tragedia. En lo alto de la torre mayor, Selene caminaba en círculos. Su capa negra, tejida con hilos de sombra y plumas de cuervo, arrastraba un leve silbido cada vez que se movía. Estaba sola, pero no en silencio. Las voces antiguas la rodeaban. Espíritus de hechiceras caídas, de amantes vengativas, de madres sin hijas, todas susurrando al unísono:—¡Hoy se cumple tu deseo! ¡Hoy se rompe la luna!Selene cerró los ojos y alzó las manos. Frente a ella, un espejo de obsidiana mostraba el cuerpo inconsciente de Ulva, tendida en el suelo del laberinto. A su lado, Kaelion intentaba estabilizarla, ignorando que ya era demasiado tarde. La herida no era física. Era espiritual.—Se desmorona desde d
El viento aullaba con una intensidad inusual aquella noche, como si la misma luna llorara por lo que estaba a punto de suceder. En lo profundo del bosque, la Gran Manada de Silvermoon se reunía en un círculo solemne, sus miradas cargadas de tensión y expectativa. Al frente, de rodillas sobre la fría tierra, estaba Ulva Aldebarán, la legítima heredera del trono de los licántropos. Su vestido de ceremonia, ahora rasgado y cubierto de barro, contrastaba con la majestuosidad de su presencia.Los ojos dorados de Ulva brillaban con rabia y desconcierto. Jamás habría imaginado que la noche en la que ascendería como Alfa sería también la noche de su sentencia de muerte.Alrededor de ella, la manada la observaba en un silencio sepulcral. Rostros conocidos y desconocidos, algunos con temor, otros con desprecio. Un escalofrío recorrió su espalda cuando sus ojos se cruzaron con los de Darian, su padre, el Alfa Supremo. Su expresión era impasible, pero en su mirada había algo peor que la furia: de