El viento aullaba con una intensidad inusual aquella noche, como si la misma luna llorara por lo que estaba a punto de suceder. En lo profundo del bosque, la Gran Manada de Silvermoon se reunía en un círculo solemne, sus miradas cargadas de tensión y expectativa. Al frente, de rodillas sobre la fría tierra, estaba Ulva Aldebarán, la legítima heredera del trono de los licántropos. Su vestido de ceremonia, ahora rasgado y cubierto de barro, contrastaba con la majestuosidad de su presencia.
Los ojos dorados de Ulva brillaban con rabia y desconcierto. Jamás habría imaginado que la noche en la que ascendería como Alfa sería también la noche de su sentencia de muerte.
Alrededor de ella, la manada la observaba en un silencio sepulcral. Rostros conocidos y desconocidos, algunos con temor, otros con desprecio. Un escalofrío recorrió su espalda cuando sus ojos se cruzaron con los de Darian, su padre, el Alfa Supremo. Su expresión era impasible, pero en su mirada había algo peor que la furia: decepción.
—Padre… —susurró con la voz entrecortada—. No puedes creer esto.
Su corazón golpeaba con fuerza contra su pecho, una mezcla de incredulidad y angustia. Esperaba furia, dolor, incluso un castigo… pero no su silencio. El anciano juez se adelantó un paso, su bastón resonó contra la piedra con un eco solemne, y con una voz grave pronunció:
—Ulva Aldebarán, hija del Alfa Darian, eres acusada de traición a la manada y conspiración contra tu propio linaje.
Un murmullo recorrió la multitud. Algunos lobos bajaron la mirada, incapaces de enfrentarla, mientras que otros la observaban con satisfacción. Ulva notó cada uno de esos rostros. Betas y guerreros a los que había liderado, compañeros con los que había crecido. Todos la estaban condenando.
—Esto es un error. —Su voz, aunque firme, llevaba la sombra de la desesperación—. Yo nunca traicionaría a mi manada. Jamás atentaría contra mi padre. ¡Todo esto es una mentira! —grita tratando de que alguien escuche sus palabras, pero a nadie parecio importarle.
—Silencio. —El anciano golpeó el suelo con su bastón, su tono implacable—. Las pruebas son irrefutables. —Dos betas de la manada trajeron un pergamino y lo desenrollaron ante todos. Era una carta con su firma, dirigida a los cazadores humanos, pidiendo una alianza para derrocar a su padre, pero ella jamás había escrito tal cosa. Ulva sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Sus labios temblaron de rabia. No podía creer lo que veía.
—¡Esto es una falsificación! —rugió, con la loba dentro de ella rugiendo enardecida—. ¡No me creen capaz de semejante traición! —Pero nadie la escuchaba. Su supuesto crimen había sido cuidadosamente planeado. Alguien la había traicionado. Su mirada recorrió la multitud y encontró los ojos de Cael, su prometido. Su expresión era indescifrable, pero no había rastro de la devoción que antes le juraba.
—Cael… —susurró, la garganta seca—. Dime que esto es un error. —El Beta de la manada no la miró. Su mandíbula se tensó antes de hablar.
—Lo siento, Ulva. —Su tono era suave, casi un susurro—. Pero el destino de la manada es más importante que cualquier sentimiento. —Un escalofrío la recorrió. No podía ser verdad. Él la había entregado. Sus piernas temblaron, pero no permitiría que la vieran débil. Si iba a morir, moriría con honor. Levantó el rostro y se giró hacia su padre.
—Padre, dime que no crees en esto. —Su voz era apenas un susurro, desgarrada por el dolor—. Yo no te traicioné. —Darian no dijo nada. Sus ojos la miraban como si no la reconociera. Ulva sintió que el suelo se abría bajo sus pies.
—No… —susurró. El anciano juez alzó su bastón.
—Ulva Aldebarán, serás desterrada y marcada como traidora. Si vuelves a pisar estas tierras, tu vida será arrebatada.
—¡Prefiero morir a ser desterrada! —rugió Ulva, sintiendo que su loba interior luchaba por liberarse. Su rabia, su furia, su desesperación… todo explotó dentro de ella, pero antes de que pudiera transformarse, sintió un golpe seco en la nuca. Su mundo se volvió negro.
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Ulva despertó en el suelo del bosque, el frío de la noche calándole los huesos. Su cuerpo dolía, su respiración era errática, pero no tenía tiempo para lamentarse. La arrastraban sin piedad, la obligaban a caminar. La luna llena brillaba sobre ella, testigo silenciosa de su caída.
—Sigue caminando. —Una voz cruel la empujó hacia adelante. Su cuerpo estaba débil, su mente nublada, pero aún tenía fuerzas para levantar la cabeza. A su lado, dos guerreros de su manada la escoltaban hasta la frontera del territorio. Antes de cruzar, una figura emergió de las sombras. Su madrastra, Selene.
—Oh, qué pena me das, Ulva. —murmuró con una sonrisa falsa—. Una Alfa que ahora no es más que una sombra. —Ulva quiso responder, pero su cuerpo temblaba de rabia y agotamiento. Sabía que Selene estaba detrás de esto. La mujer sacó un hierro al rojo vivo y lo alzó.
—Para que todos sepan quién eres. —El metal ardiente tocó su piel, Ulva gritó. No por el dolor, por la humillación de que le habían arrebatado todo.
—Juro que volveré. Juro que haré pagar a todos los que me han traicionado. Juro que la luna verá mi venganza. —juro antes de cruzar la frontera, sin saber que era lo que encontraria.
—Se acabó, Ulva. —La voz fuerte de Cael la paralizó. Frente a ella, con un arco en mano y una mirada helada, estaba el hombre que una vez le prometió un futuro. Selene sonrió desde las sombras. La traición estaba completa, pero Ulva aún no había dado su última batalla.
Ulva comenzo a correr entre los árboles, su respiración entrecortada se mezclaba con el silbido del viento nocturno. El frío de la madrugada le calaba los huesos, pero no podía detenerse. El bosque susurraba a su alrededor, como si las sombras se burlaran de su desesperación. El aullido de un lobo resonó a lo lejos y su corazón latió con más fuerza. No estaba sola. Los traidores la seguían.
La traición de su propia manada aún le ardía en el pecho, un dolor tan profundo como la herida en su costado. No entendía por qué su pueblo la había condenado, por qué Selene, su madrastra, la mujer que estuvo todo el tiempo a su lado, había apoyado su expulcion y su padre el hombre, su héroe, no habia movido un dedo para defenderla. Sus piernas temblaban de agotamiento, pero no podía detenerse. Si lo hacía, moriría de la mano del hombre que una vez juró amarla para toda la vida, y esa no podia ser opcion para Ulva, no moriria al menos no esa noche.
Un crujido a su derecha la alertó. Se giró en el último segundo y vio una sombra moverse entre los arbustos. Su instinto la obligó a lanzarse hacia adelante, rodando sobre el suelo cubierto de hojas húmedas. Apenas se levantó, una flecha pasó rozando su mejilla y se clavó en el tronco de un árbol.
—¡No la dejen escapar! —rugió una voz detrás de ella.
El miedo le apretó el pecho, pero no le permitiría controlarla. Apretó los dientes y siguió corriendo. Sus pies descalzos se hundían en el fango, su aliento era un eco de su desesperación. Sus pensamientos volaban con rapidez, buscando una ruta de escape, alguna oportunidad de sobrevivir.
El sendero se estrechaba, llevándola hasta un risco. Se detuvo al borde, mirando la oscuridad que se extendía debajo. No tenía otra salida. Detrás de ella, los cazadores se acercaban. Sus ojos dorados reflejaban la luz de la luna y la furia de quienes la querían ver muerta.
—Se acabó, Ulva —la voz de Cael, su amor, el unico hombre que ha conocido, el que le prometió una familia unida, la heló más que el frío nocturno. Ella se giró lentamente. Cael sostenía un arco, con otra flecha lista para ser disparada. Su mirada estaba llena de algo que no reconocía, algo que la hacía sentir más indefensa que nunca.
—¿Por qué? —cuestionó en un susurró, su voz quebrada por la traición.
Cael no respondió, pero cuando apartó la vista por un breve segundo, Ulva lo entendió todo. Selene estaba allí, a unos metros de distancia, observando con una sonrisa fría en el rostro. Y entonces, Cael le devolvió la mirada. No fue una mirada de arrepentimiento, ni de duda. Fue un intercambio silencioso, un acuerdo sellado con los ojos. Un pacto de traición. El impacto de la verdad la golpeó con más fuerza que cualquier herida. Selene y Cael estaban juntos en esto. La traición era más profunda de lo que había imaginado. La risa de Selene la envolvió en una burla cruel.
—Siempre fuiste demasiado ingenua, mi querida hijastra. —Las fuerzas de Ulva comenzaron a flaquear. Su visión se nubló, sus piernas cedieron y su cuerpo cayó de rodillas sobre la tierra húmeda. Su aliento era un jadeo débil, su conciencia se desvanecía. Pero antes de perderse en la oscuridad, su vista captó la última imagen que quedaría grabada en su mente: Cael y Selene, de pie, observándola como si fuera un animal moribund y sin más se desvanecio.
La oscuridad la envolvía como un manto helado. El sonido del agua corriendo fue lo primero que percibió antes de sentir el frío abrasador en su piel. Ulva abrió los ojos de golpe, su cuerpo sacudido por un espasmo de dolor. Su garganta ardía, su cabeza latía con fuerza y cada fibra de su ser gritaba por el daño recibido.Estaba en un río.El agua helada la rodeaba, arrastrándola suavemente entre las rocas. Se obligó a moverse, a luchar contra la corriente, pero su cuerpo no respondía de inmediato. Sus extremidades se sentían pesadas, entumecidas. La sangre se mezclaba con el agua, tiñendo la corriente de un rojo oscuro.Entonces, los recuerdos la golpearon como una embestida feroz.Cael. Selene. La traición.Un dolor punzante en su abdomen la hizo jadear. Intentó moverse, y la agonía la envolvió. Su costado estaba desgarrado, su piel ardía con una herida profunda. La verdad se reveló en su mente con brutal claridad: Cael la había herido gravemente y la habían lanzado al río, esperando
El viento helado cortaba su piel como cuchillas invisibles, pero Ulva apenas lo sentía. El dolor de su cuerpo y el de su herida, era nada comparado con el vacío en su pecho. Lo había perdido todo. El honor, su hogar, su padre y lo peor, había perdido el derecho a ser quien era, todo por la ambicion de los inescrupulosos y traidores de Selene y Cael.Cada paso que daba era un eco en la oscuridad. Estaba sola. La idea la golpeó como un puñetazo en el estómago. La soledad era más cruel que el destierro. ¿Cómo se sobrevive sin identidad? La marca ardiente de su destierro en su piel latía con cada latido de su corazón, el recordatorio de su deshonra, la herida que poco a poco comenzaba a cicatrizar era la prueba de la traicion. La luna brillaba sobre ella, inmensa y radiante. Ulva alzó la vista, con el pecho ardiendo de rabia.—¿Por qué? —su voz fue apenas un susurro, pero la luna no respondió. Solo la observó, inmutable, como lo había hecho su padre. Un sollozo le subió por la garganta. N
Ulva permaneció de rodillas sobre la tierra húmeda, su respiración aún entrecortada por el peso de la visión que acababa de experimentar. Su mente estaba atrapada entre el presente y el pasado, entre lo que creía saber y la verdad que acababa de revelarse.No era solo la hija del Alfa Darian. No solo era la futura líder de la manada Silvermoon. NO! Era nada más y nada menos que la heredera de un linaje antiguo, uno que todos creían extinto.El anciano guardián la observaba en silencio, con la paciencia de quien ha esperado mucho tiempo por este momento. Sus ojos brillaban como si en su interior escondieran la luz misma de la luna.—Tu madre lo sabía, Ulva. —dijo con voz pausada—. Sabía que su hija no era una simple licántropa. —Ulva sintió un escalofrío recorrerle la espalda.—¿Por qué nunca me dijo nada? ─El anciano dejó escapar un suspiro y comenzó a caminar alrededor del santuario. Su silueta se fundía con la bruma, como si formara parte de ella.—Porque no tuvo tiempo. ─Las palabr
Ulva jadeaba, con las manos temblorosas y la piel cubierta de un sudor frío. El poder que había brotado de su interior seguía vibrando en sus venas, ardiente como la luz de la luna. Frente a ella, los restos de las criaturas de la oscuridad se desvanecían en el viento. Había ganado, pero no se sentía victoriosa. Su cuerpo temblaba. Sus piernas estaban al borde de ceder. Su mente aún no comprendía qué había pasado.¿Qué era esa energía que había surgido de ella? ¿Desde cuándo podía hacer eso? Miró sus manos con horror. Ya no eran solo las de una licántropa. Algo más dormía en su interior, algo que nunca antes había sentido. El anciano guardián la observaba con atención, pero no dijo nada. Esperaba que ella hablara primero, pero Ulva no tenía palabras.>La luna brillaba sobre su cabeza, más intensa que nunca. Era como si estuviera observándola, evaluándola. Un nudo se formó en su pecho. No podía seguir ignorándolo. Algo dentro de ella estaba despertando y no sabía si
El amanecer bañaba el bosque con un resplandor dorado, pero Ulva no estaba de humor para apreciar su belleza. Después de la prueba con el anciano, había despertado con un dolor en cada músculo de su cuerpo. Todo le dolía, sentía sensaciones que no entendía, impulsos y deseos fuertes. Su piel resplandecía mientras experimentaba las nuevas sensaciones y efectos.Caminaba con pasos torpes, sintiendo como si una manada de bisontes le hubiera pasado por encima. Tal vez usar la energía de la luna no era tan fácil como parecía.—Podrías haberme dicho que casi mueres la primera vez que usas tu poder. —murmuró para sí misma, frotándose los hombros. El anciano solo le había sonreído con esa calma desesperante suya antes de despedirse."Sobreviviste. Eso es lo único que importa."—¡Oh, claro! Porque casi explotar en energía lunar era completamente normal. —Bufó y siguió caminando, sintiendo que sus piernas eran dos troncos pesados. ¿En qué momento se había metido en todo esto?Ah, cierto, cuando
EEl fuego crepitaba suavemente en el centro del pequeño claro. La noche había caído, y el aire estaba fresco, con la luna brillando con intensidad sobre sus cabezas. Ulva estaba sentada en una roca, con las piernas cruzadas y los brazos alrededor de sus rodillas, observando las llamas con el ceño fruncido. No lograba entender lo que le estaba pasando.Desde que había despertado su poder, su cuerpo ya no se sentía el mismo. Sus sentidos eran demasiado agudos, incluso para una licántropa normal. El viento le traía olores que antes no distinguía. Podía escuchar el susurro de un ratón moviéndose entre las hojas secas a varios metros de distancia. Y su piel… su piel ardía en ciertos puntos, como si algo intentara manifestarse en ella. Suspiró y apretó las manos contra su rostro.Era frustrante sentir y no saber cómo usar ese poder y lo peor era que sabía que estaba cerca su celo y no sabía cómo podría controlarlo o si este también sería más fuerte.Desde que cumplió sus dieciocho años, su
El fuego crepitaba suavemente en el centro del pequeño claro, pero sus llamas menguaban, dejando solo brasas incandescentes que resplandecían en la oscuridad. El aire fresco de la madrugada se colaba entre los árboles, pero Ulva sentía que su cuerpo ardía por dentro. La luna brillaba con fuerza sobre sus cabezas, implacable, recordándole que su ciclo estaba cerca.Fenrir seguía recostado contra el tronco del árbol, su mirada fija en ella. Había notado su cambio desde hacía horas. Su aroma se había vuelto más intenso, más embriagador. Su energía vibraba en el aire, acariciando su piel como si quisiera arrastrarlo con ella. No era la primera vez que Fenrir se encontraba con una loba en celo, pero esta vez… había algo distinto. Algo que lo hacía mantenerse alerta.Ulva cruzó los brazos sobre su pecho, como si eso bastara para contener la inquietud que la invadía. Su piel hormigueaba, el pulso le latía con más fuerza en la garganta. Sentía que su cuerpo no le pertenecía por completo. No a
La cabaña de cazadores se alzaba frente a ellos, vieja y desgastada por el tiempo, pero su estructura aún se mantenía firme. Ulva podía oler la madera húmeda mezclada con el hierro oxidado de las trampas antiguas que los cazadores solían usar en la zona. Todo estaba en calma, pero la energía que vibraba en el aire no lo estaba. No para ellos.Tras escabullirse en el interior, sus pasos eran ligeros, apenas audibles sobre la vieja madera del suelo. La luz de la luna se filtraba por los resquicios de las ventanas, iluminando el polvo en el aire. La tensión entre ellos era densa, tangible, como un hilo invisible que se estiraba con cada segundo que pasaba.Ulva avanzó hasta una mesa en el centro de la habitación y sus ojos se clavaron en los documentos dispersos. Mapas, registros de prisioneros y, en el centro, una lista de nombres. Su aliento se detuvo cuando vio el primero: **Ulva Aldebarán.**Su sangre se heló, pero lo que hizo que el suelo también pareciera abrirse bajo sus pies fue