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Capítulo 3: La Sangre de la Luna

El viento helado cortaba su piel como cuchillas invisibles, pero Ulva apenas lo sentía. El dolor de su cuerpo y el de su herida, era nada comparado con el vacío en su pecho. Lo había perdido todo. El honor, su hogar, su padre y lo peor, había perdido el derecho a ser quien era, todo por la ambicion de los inescrupulosos y traidores de Selene y Cael.

Cada paso que daba era un eco en la oscuridad. Estaba sola. La idea la golpeó como un puñetazo en el estómago. La soledad era más cruel que el destierro. ¿Cómo se sobrevive sin identidad? La marca ardiente de su destierro en su piel latía con cada latido de su corazón, el recordatorio de su deshonra, la herida que poco a poco comenzaba a cicatrizar era la prueba de la traicion. La luna brillaba sobre ella, inmensa y radiante. Ulva alzó la vista, con el pecho ardiendo de rabia.

—¿Por qué? —su voz fue apenas un susurro, pero la luna no respondió. Solo la observó, inmutable, como lo había hecho su padre. Un sollozo le subió por la garganta. No. No lloraría. Las lágrimas eran para los débiles y ella no lo es, pero debe reconocer que duele. Su mente le susurró lo que su orgullo se negaba a aceptar. Sí, dolía. Como si le hubieran arrancado el alma, pero no podía permitirse caer.

Y entonces, un susurro lejano penetró en su mente, un eco de una voz que no escuchaba desde que era niña.

—Ulva… —Su corazón se detuvo.

Cerró los ojos con fuerza y un torrente de imágenes se deslizó en su mente sin control.

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<<El fuego rugía en la noche, las sombras danzaban entre los cuerpos caídos. Ulva no veía a través de los ojos de una guerrera, sino de una niña pequeña, una niña que sollozaba entre los brazos de una mujer de cabello plateado y ojos llenos de pánico.

—Mamá… —su vocecita tembló, su manita se aferró con fuerza a la tela ensangrentada.

—No tengas miedo, mi estrella —susurró la mujer, su respiración era errática, su mirada viajaba entre la niña y algo detrás de ella.

Un destello de plata. Un puñal ensangrentado. Unos ojos fríos y crueles.

—Selene… —susurró Ulva, su conciencia atrapada en la visión.

La mujer de cabello oscuro y mirada helada avanzó entre los cuerpos, con una sonrisa maliciosa. El miedo en el rostro de su madre se convirtió en pura determinación. Con un último esfuerzo, la depositó en el interior de un círculo de piedras cubiertas de runas.

—Recuerda quién eres… —susurró con su último aliento.

El puñal descendió y todo se volvió negro>>.

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Ulva despertó con un grito ahogado. Se llevó la mano al pecho, sintiendo los latidos desenfrenados de su corazón. Jadeó, su cuerpo temblaba con la intensidad de la visión.

“Selene”.

Ella no solo la había desterrado. Había matado a su madre.

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El bosque cambió sin previo aviso. El aire se volvió más espeso, más antiguo. El aroma a tierra húmeda y corteza era más fuerte, pero también había otro olor… algo metálico, viejo, casi eléctrico. Sus pies la guiaron sin que tuviera que pensar en ello. Como si algo en su sangre reconociera este lugar y entonces lo vio.

Más allá de la colina, oculto entre la espesura, se alzaba un círculo de piedras cubiertas de runas antiguas. Algunas estaban agrietadas, otras derrumbadas, pero todas susurraban historias de un tiempo olvidado. El corazón de Ulva se detuvo un instante. Había visto estos símbolos antes. Los había estudiado en los viejos pergaminos de la Gran Biblioteca de la manada. Historias sobre la Sangre de la Luna.

Un linaje que se creía extinto. ¿Qué hacía esto aquí? ¿Por qué su instinto la había traído hasta este lugar?

Sus pasos fueron cautelosos cuando se acercó al altar central, una piedra ennegrecida por el tiempo. Había algo sagrado en este sitio, algo que le erizaba la piel. Levantó una mano temblorosa y acarició las runas talladas en la piedra. El contacto le envió un escalofrío por la espalda.

—Es un lugar sagrado. —Ulva se giró de golpe. Su corazón martilló contra su pecho. De entre la bruma emergió un hombre mayor. Su cabello era plateado como la luz de la luna y sus ojos brillaban como estrellas antiguas. Se apoyaba en un bastón de madera oscura, tallado con las mismas runas del altar. Su presencia era imponente, pero no amenazante.

—¿Quién eres? —preguntó Ulva, con voz cautelosa. El anciano la observó con calma. No había hostilidad en su mirada, solo curiosidad… y reconocimiento.

—Soy el guardián de este santuario. Y tú… eres la última descendiente del Juramento de la Luna. —Ulva sintió que el suelo se movía bajo sus pies. No entendía lo que significaba, pero algo dentro de ella lo reconoció.

—No sé de qué hablas. —El anciano inclinó la cabeza, como si hubiera esperado esa respuesta.

—Tu sangre lo sabe. —Antes de que pudiera preguntar a qué se refería, el anciano golpeó su bastón contra la piedra. El aire vibró. Ulva sintió una corriente eléctrica recorrerle la piel. Una fuerza la empujó hacia atrás, pero no con violencia. Era como si la luna misma la estuviera tocando. Su visión se nubló y entonces, vio.

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<<Un grito desgarró el aire. Ulva vio un campo de batalla cubierto de cuerpos licántropos. El cielo estaba teñido de rojo. La luna llena brillaba con un fulgor sobrenatural, bañando el campo en un resplandor fantasmal. En el centro de la batalla, un hombre de ojos dorados luchaba con fiereza.

—¡Protéjanla! —Su voz resonó como un trueno.

Ulva sintió un estremecimiento. Ese hombre… lo conocía, pero su atención se desvió cuando vio a una mujer de cabello largo y plateado, vestida con una túnica blanca manchada de sangre. Sus ojos eran los mismos que los suyos.

Era su madre.

Ulva sintió que su respiración se detenía. Su madre no era solo la compañera del Alfa Darian. Era una guerrera. Pero entonces, la vio correr hacia una figura más pequeña. Un bebé envuelto en un manto blanco.

El estómago de Ulva se contrajo. Era ella.

Su madre la abrazó con desesperación y la escondió en el interior de un círculo de piedras idéntico al santuario donde ahora estaba.

—Recuerda quién eres… —El susurro se filtró en su mente como un eco del pasado y la visión desapareció>>.

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Ulva cayó de rodillas, jadeando. El anciano la observaba en silencio. Entonces la frase “Recuerda quien eres” comenzo a tener sentido para Ulva.

—Ahora entiendes. —Ulva alzó la vista, sintiendo el pulso acelerado. Las piezas comenzaban a encajar. No fue un accidente. No fue una simple traición. Alguien sabía quién era realmente y la querían fuera del camino. Ulva cerró los ojos. Su destino ya no estaba atado a su pasado. Estaba ligado a su futuro y no pensaba huir de él. Había nacido con un propósito y la luna sería testigo de su ascenso.

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