La oscuridad la envolvía como un manto helado. El sonido del agua corriendo fue lo primero que percibió antes de sentir el frío abrasador en su piel. Ulva abrió los ojos de golpe, su cuerpo sacudido por un espasmo de dolor. Su garganta ardía, su cabeza latía con fuerza y cada fibra de su ser gritaba por el daño recibido.
Estaba en un río.
El agua helada la rodeaba, arrastrándola suavemente entre las rocas. Se obligó a moverse, a luchar contra la corriente, pero su cuerpo no respondía de inmediato. Sus extremidades se sentían pesadas, entumecidas. La sangre se mezclaba con el agua, tiñendo la corriente de un rojo oscuro.
Entonces, los recuerdos la golpearon como una embestida feroz.
Cael. Selene. La traición.
Un dolor punzante en su abdomen la hizo jadear. Intentó moverse, y la agonía la envolvió. Su costado estaba desgarrado, su piel ardía con una herida profunda. La verdad se reveló en su mente con brutal claridad: Cael la había herido gravemente y la habían lanzado al río, esperando que la corriente terminara el trabajo sucio por ellos.
No querían que su muerte pareciera un asesinato de la manada. Querían que pareciera obra de los cazadores.
Ulva apretó los dientes, la rabia burbujeando en su pecho como fuego líquido. No moriría allí, no así. Su cuerpo se retorció de dolor cuando usó su última fuerza para sujetarse a una roca y arrastrarse fuera del agua. Sus pulmones ardían con cada jadeo, su piel se erizaba por el frío, pero su voluntad era más fuerte.
Cayó sobre la tierra húmeda, temblando violentamente. La luna la observaba desde lo alto, su única testigo. Sentía la muerte acechándola en cada sombra, en cada susurro del viento, pero se negó a ceder.
El frío mordía su piel como colmillos invisibles. Cada paso que Ulva daba en el bosque parecía arrastrarla más y más hacia el abismo. La marca ardiente en su hombro aún le provocaba espasmos de dolor, pero no tanto como el peso de la traición que cargaba en su pecho.
Su padre. Cael. Su propia manada. Todos la habían abandonado.
La luna brillaba sobre ella, testigo silenciosa de su desgracia. Sus piernas temblaban, pero no podía detenerse. La ley licántropa era clara: si la atrapaban en territorio de la manada después del destierro, sería ejecutada sin piedad.
No podía permitirse morir. No aún.
El bosque se volvía más denso con cada paso. Las raíces sobresalen del suelo como garras tratando de atraparla, la niebla se enredaba en sus piernas, el aire era más pesado, más helado. No sabía cuánto tiempo llevaba caminando, pero su cuerpo estaba al borde del colapso.
El agotamiento la venció.
Sus rodillas cedieron y cayó al suelo con un golpe seco. La respiración le ardía en la garganta. Su piel estaba cubierta de arañazos y lodo, su vestido de ceremonia apenas se mantenía entero.
Cerró los ojos, tratando de calmar su mente. Pero no había calma. Solo rabia. Dolor. Soledad. Y entonces, lo sintió. Los aullidos. Su sangre se heló.
Abrió los ojos de golpe y se incorporó como pudo. El sonido de ramas crujiendo alertó sus instintos. Su lobo interior rugió en advertencia. No estaba sola.
Aullidos resonaron a lo lejos. Lobos. Pero no los suyos. Eran bestias salvajes.
Ulva contuvo el aliento. Sabía lo que eso significaba. Sin una manada, sin protección, era una presa fácil.
El crujir de hojas secas la hizo girar la cabeza. En la penumbra, sombras acechaban entre los árboles. Ojos brillantes la observaban desde la oscuridad. El miedo se clavó en su pecho como un puñal.
No tenía fuerza. No podía luchar contra ellos.
Pero no iba a morir sin pelear.
Apretó los dientes, obligándose a ponerse de pie. Los lobos avanzaban en círculos, midiendo sus movimientos. Sus gruñidos bajos reverberaban en la noche.
El más grande se adelantó. Su pelaje oscuro se erizaba, su hocico se arrugó al mostrar los colmillos. El instinto de Ulva gritó que atacaría en cualquier momento.
No podía huir. No podía pedir ayuda. Solo podía pelear.
El lobo se lanzó sobre ella. Ulva reaccionó por puro instinto. Se giró a tiempo para esquivar sus fauces, pero el impacto la derribó. Su espalda golpeó la tierra con fuerza. El animal gruñó, sus colmillos a centímetros de su rostro.
No podía permitir que la matara.
El dolor de la traición ardió en su pecho. La rabia explotó en su interior.
—¡NO! —rugió con todas sus fuerzas. El lobo titubeó un segundo. Fue su error fatal.
Ulva hundió sus uñas en su cuello con todas sus fuerzas. Su lobo interior se desató en ese instante. Con un gruñido feroz, giró sobre sí misma, empujando al animal al suelo.
Sin pensarlo, abrió la boca y clavó los dientes en su garganta. El sabor metálico de la sangre inundó su boca. El lobo gimió una última vez antes de desplomarse.
Silencio.
Su respiración era errática. Su pecho subía y bajaba con violencia mientras intentaba procesar lo que acababa de hacer. Había matado con sus propias manos, pero no había tiempo para asimilarlo. Otros aullidos resonaron en la distancia. No estaba sola. Sus piernas temblaron cuando intentó levantarse. No podía quedarse ahí. No podía seguir siendo la presa. Debía volverse la cazadora.
Siguió caminando y entonces, la luna respondió. Una brisa helada la envolvió. Su piel se erizó. La luz plateada que se filtraba entre los árboles se volvió más intensa, más vibrante. Era como si la noche la estuviera llamando y lo hizo.
—Levántate… La voz resonó en su mente, etérea, imponente. No era humana. Ni siquiera parecía licántropa. Era algo más antiguo. Algo primitivo.
Ulva alzó la vista.
Entre la neblina, una figura emergió de las sombras, un lobo, pero no uno cualquiera. Era gigantesco. Su pelaje blanco como la nieve brillaba bajo la luna. Sus ojos dorados ardían como brasas encendidas. Ulva sintió su cuerpo estremecerse. Lo conocía. No por haberlo visto antes, sino porque su alma lo reconocía. El lobo la observó con una mezcla de autoridad y curiosidad.
—Eres sangre de la luna… pero aún no sabes quién eres. —Ulva no pudo responder. Sus labios estaban sellados por el asombro.
—Tu destino no ha terminado. —La voz del lobo anciano se filtró en su mente como un eco ancestral—. No has nacido para morir en el exilio.
El aire se volvió más pesado, cargado de energía.
—Tienes dos caminos, Ulva Aldebarán. Uno de venganza, que consumirá tu alma. Uno de poder, que te hará renacer.
—Quiero renacer. —habla sin pensar. El lobo sonrió—o al menos eso pareció. Luego, se desvaneció en la neblina, dejando tras de sí una brisa cargada de energía.
Ulva cayó de rodillas una vez más, pero esta vez no fue por debilidad. Fue por la intensidad del poder ardiendo en sus venas. Su regreso apenas había comenzado.
El viento helado cortaba su piel como cuchillas invisibles, pero Ulva apenas lo sentía. El dolor de su cuerpo y el de su herida, era nada comparado con el vacío en su pecho. Lo había perdido todo. El honor, su hogar, su padre y lo peor, había perdido el derecho a ser quien era, todo por la ambicion de los inescrupulosos y traidores de Selene y Cael.Cada paso que daba era un eco en la oscuridad. Estaba sola. La idea la golpeó como un puñetazo en el estómago. La soledad era más cruel que el destierro. ¿Cómo se sobrevive sin identidad? La marca ardiente de su destierro en su piel latía con cada latido de su corazón, el recordatorio de su deshonra, la herida que poco a poco comenzaba a cicatrizar era la prueba de la traicion. La luna brillaba sobre ella, inmensa y radiante. Ulva alzó la vista, con el pecho ardiendo de rabia.—¿Por qué? —su voz fue apenas un susurro, pero la luna no respondió. Solo la observó, inmutable, como lo había hecho su padre. Un sollozo le subió por la garganta. N
Ulva permaneció de rodillas sobre la tierra húmeda, su respiración aún entrecortada por el peso de la visión que acababa de experimentar. Su mente estaba atrapada entre el presente y el pasado, entre lo que creía saber y la verdad que acababa de revelarse.No era solo la hija del Alfa Darian. No solo era la futura líder de la manada Silvermoon. NO! Era nada más y nada menos que la heredera de un linaje antiguo, uno que todos creían extinto.El anciano guardián la observaba en silencio, con la paciencia de quien ha esperado mucho tiempo por este momento. Sus ojos brillaban como si en su interior escondieran la luz misma de la luna.—Tu madre lo sabía, Ulva. —dijo con voz pausada—. Sabía que su hija no era una simple licántropa. —Ulva sintió un escalofrío recorrerle la espalda.—¿Por qué nunca me dijo nada? ─El anciano dejó escapar un suspiro y comenzó a caminar alrededor del santuario. Su silueta se fundía con la bruma, como si formara parte de ella.—Porque no tuvo tiempo. ─Las palabr
Ulva jadeaba, con las manos temblorosas y la piel cubierta de un sudor frío. El poder que había brotado de su interior seguía vibrando en sus venas, ardiente como la luz de la luna. Frente a ella, los restos de las criaturas de la oscuridad se desvanecían en el viento. Había ganado, pero no se sentía victoriosa. Su cuerpo temblaba. Sus piernas estaban al borde de ceder. Su mente aún no comprendía qué había pasado.¿Qué era esa energía que había surgido de ella? ¿Desde cuándo podía hacer eso? Miró sus manos con horror. Ya no eran solo las de una licántropa. Algo más dormía en su interior, algo que nunca antes había sentido. El anciano guardián la observaba con atención, pero no dijo nada. Esperaba que ella hablara primero, pero Ulva no tenía palabras.>La luna brillaba sobre su cabeza, más intensa que nunca. Era como si estuviera observándola, evaluándola. Un nudo se formó en su pecho. No podía seguir ignorándolo. Algo dentro de ella estaba despertando y no sabía si
El amanecer bañaba el bosque con un resplandor dorado, pero Ulva no estaba de humor para apreciar su belleza. Después de la prueba con el anciano, había despertado con un dolor en cada músculo de su cuerpo. Todo le dolía, sentía sensaciones que no entendía, impulsos y deseos fuertes. Su piel resplandecía mientras experimentaba las nuevas sensaciones y efectos.Caminaba con pasos torpes, sintiendo como si una manada de bisontes le hubiera pasado por encima. Tal vez usar la energía de la luna no era tan fácil como parecía.—Podrías haberme dicho que casi mueres la primera vez que usas tu poder. —murmuró para sí misma, frotándose los hombros. El anciano solo le había sonreído con esa calma desesperante suya antes de despedirse."Sobreviviste. Eso es lo único que importa."—¡Oh, claro! Porque casi explotar en energía lunar era completamente normal. —Bufó y siguió caminando, sintiendo que sus piernas eran dos troncos pesados. ¿En qué momento se había metido en todo esto?Ah, cierto, cuando
EEl fuego crepitaba suavemente en el centro del pequeño claro. La noche había caído, y el aire estaba fresco, con la luna brillando con intensidad sobre sus cabezas. Ulva estaba sentada en una roca, con las piernas cruzadas y los brazos alrededor de sus rodillas, observando las llamas con el ceño fruncido. No lograba entender lo que le estaba pasando.Desde que había despertado su poder, su cuerpo ya no se sentía el mismo. Sus sentidos eran demasiado agudos, incluso para una licántropa normal. El viento le traía olores que antes no distinguía. Podía escuchar el susurro de un ratón moviéndose entre las hojas secas a varios metros de distancia. Y su piel… su piel ardía en ciertos puntos, como si algo intentara manifestarse en ella. Suspiró y apretó las manos contra su rostro.Era frustrante sentir y no saber cómo usar ese poder y lo peor era que sabía que estaba cerca su celo y no sabía cómo podría controlarlo o si este también sería más fuerte.Desde que cumplió sus dieciocho años, su
El fuego crepitaba suavemente en el centro del pequeño claro, pero sus llamas menguaban, dejando solo brasas incandescentes que resplandecían en la oscuridad. El aire fresco de la madrugada se colaba entre los árboles, pero Ulva sentía que su cuerpo ardía por dentro. La luna brillaba con fuerza sobre sus cabezas, implacable, recordándole que su ciclo estaba cerca.Fenrir seguía recostado contra el tronco del árbol, su mirada fija en ella. Había notado su cambio desde hacía horas. Su aroma se había vuelto más intenso, más embriagador. Su energía vibraba en el aire, acariciando su piel como si quisiera arrastrarlo con ella. No era la primera vez que Fenrir se encontraba con una loba en celo, pero esta vez… había algo distinto. Algo que lo hacía mantenerse alerta.Ulva cruzó los brazos sobre su pecho, como si eso bastara para contener la inquietud que la invadía. Su piel hormigueaba, el pulso le latía con más fuerza en la garganta. Sentía que su cuerpo no le pertenecía por completo. No a
La cabaña de cazadores se alzaba frente a ellos, vieja y desgastada por el tiempo, pero su estructura aún se mantenía firme. Ulva podía oler la madera húmeda mezclada con el hierro oxidado de las trampas antiguas que los cazadores solían usar en la zona. Todo estaba en calma, pero la energía que vibraba en el aire no lo estaba. No para ellos.Tras escabullirse en el interior, sus pasos eran ligeros, apenas audibles sobre la vieja madera del suelo. La luz de la luna se filtraba por los resquicios de las ventanas, iluminando el polvo en el aire. La tensión entre ellos era densa, tangible, como un hilo invisible que se estiraba con cada segundo que pasaba.Ulva avanzó hasta una mesa en el centro de la habitación y sus ojos se clavaron en los documentos dispersos. Mapas, registros de prisioneros y, en el centro, una lista de nombres. Su aliento se detuvo cuando vio el primero: **Ulva Aldebarán.**Su sangre se heló, pero lo que hizo que el suelo también pareciera abrirse bajo sus pies fue
El alba aún no había tocado el cielo cuando Ulva sintió el peso de un brazo fuerte sobre su cintura. Su cuerpo se tensó por un instante, pero no porque quisiera apartarse. Sino porque aún sentía el calor de la noche anterior recorriéndole la piel. La respiración de Fenrir era lenta y profunda. Su pecho subía y bajaba con un ritmo tranquilo, pegado a su espalda.Demasiado cerca, demasiado cálido. Ulva cerró los ojos un momento. Sabía que no debía moverse, sí se giraba…Sí se permitía mirar sus ojos…No saldrían de esa cabaña, pero entonces, Fenrir despertó.Ella lo sintió antes de que él siquiera se moviera. Su cuerpo cambió, su respiración se volvió más profunda, sus dedos se tensaron sutilmente contra su piel y entonces su aliento caliente le rozó el cuello. Un escalofrío la recorrió.No fue miedo, no fue frío, fue deseo.La boca de Fenrir rozó su hombro desnudo. Un roce apenas perceptible, como si estuviera probando si podía acercarse más. Ulva sintió cómo su corazón martilleaba co