La Torre de Hojas respiraba, literalmente. Las raíces vivas que la sostenían vibraban bajo la influencia del eclipse, como si el mismísimo bosque estuviera unido a Selene por un vínculo sagrado y corrupto. Las paredes gemían, los techos goteaban savia púrpura, y las antorchas ardían con llamas negras que no emitían calor, sino deseo.La fiesta seguía. El frenesí de cuerpos aún chocaba entre susurros, gemidos y música tribal. Algunos de los invitados se desmayaban del exceso de placer o magia, pero siempre llegaba otro dispuesto a ocupar su lugar. Selene lo había organizado todo para esa noche: los hechiceros, los súcubos, los minotauros, los licántropos corrompidos por marcas oscuras… todos entregados a una sola causa: ella.Y sin embargo, no sonreía, no como antes. Se encontraba en lo alto del templo, recostada en una especie de altar flotante hecho de ramas trenzadas y pieles sagradas. Su cuerpo aún brillaba con la humedad del festín anterior, y el olor a sudor, sangre, sexo y hechiz
El portal de eclipse se cerró con un destello sordo, dejando atrás los gritos de la Torre de Hojas y el aroma denso a savia púrpura y muerte. El bosque al otro lado era distinto. Silencioso, encantado. Como si no perteneciera del todo a este mundo.Kaelion aterrizó con firmeza, las botas hundiéndose en el suelo suave y húmedo del claro. Ulva seguía en sus brazos, pero apenas él tocó tierra, ella comenzó a forcejear.—¡Suéltame! —gritó, con los ojos encendidos por la furia.—Estás herida —respondió él, sin inmutarse.—¡Te dije que me sueltes, carajo!Kaelion apretó la mandíbula, pero no discutió. Se agachó y la colocó con firmeza sobre una piedra cubierta de hojas. No la soltó con rudeza, pero tampoco con ternura.—Ahí tienes. Haz lo que quieras. Pero no estoy aquí para complacerte. —Ulva se quedó sentada un momento, respirando rápido. Sus piernas temblaban. Su piel estaba marcada por las raíces vivas, y las heridas ardían como fuego. Pero lo que más le dolía no era eso. Era no haberlo
El bosque estaba en silencio. Uno espeso, espeluznante… y hermoso. Las hojas no crujían. Los animales no cantaban. Solo el murmullo de la brisa que acariciaba las ramas acompañaba los pasos lentos de Kaelion y Ulva mientras avanzaban hacia el campamento. La niebla aún no se había disipado del todo. Cada rincón del sendero parecía respirar con ellos, como si el bosque estuviera atento, juzgando cada palabra no dicha entre los dos.Kaelion caminaba medio paso detrás de ella. No porque temiera adelantarla, sino porque la estaba observando. En silencio. Con la misma concentración con la que uno mira un eclipse. Porque eso era ella, un eclipse, su eclipse. La había visto por primera vez cuando estaba atrapada por las raíces vivas de Selene, suspendida en el aire como una diosa enjaulada. La oscuridad no le quitaba belleza… la multiplicaba. Cada grito, cada rugido, cada intento por liberarse, había grabado su imagen en su memoria con más fuerza que cualquier visión. No fue solo deseo. Fue un
—No viene solo… —dijo Kaelion otra vez, pero esta vez, su voz sonó distinta. Como si sintiera que algo sagrado estaba a punto de profanarse. Ulva sintió un escalofrío bajarle por la espalda. Las sombras entre los árboles se retorcía como si respiraran. El ambiente se tornó pegajoso, denso, casi caliente, pero no de forma natural. Era un calor que se colaba en la piel, que te hacía sudar por dentro.—Eso no es magia común —dijo Ulva, bajando el centro de gravedad, lista para lo que fuera.—Súcubos —escupió Kaelion, girando la lanza entre las manos—. Selene los mandó para jodernos la cabeza… y el cuerpo, si nos dejamos. —Una carcajada aguda salió de algún punto del bosque, luego otra y otra más.—Ay, miren lo que tenemos aquí —dijo una voz melosa, saliendo entre las ramas con un vaivén exagerado—. La parejita estrella.Una mujer de piel rojiza, curvas imposibles y ojos dorados emergió del follaje, lamiéndose los labios. Detrás de ella, otras tres súcubos caminaban como si flotaran. Tod
El río no cantaba. Solo susurraba entre las piedras, como si también estuviera cansado de tanta guerra. Ulva se agachó al borde, las rodillas en la tierra húmeda, y metió las manos en el agua. El frío le subió por los brazos como una punzada, pero no se quejó. Dejó que el río se llevara la sangre, el sudor, la rabia… al menos por un rato.Kaelion estaba unos pasos detrás, con la lanza recostada a un tronco. Su brazo sangraba, pero no decía nada. Observaba cómo Ulva limpiaba sus manos, cómo el tatuaje lunar en su espalda aún brillaba con una luz tenue. Era hermosa, incluso herida. Especialmente herida.—Estás sangrando —dijo Ulva, sin mirarlo.—Tú también —respondió él.—Yo me curo rápido. —contestó de vuelta Ulva siendo consciente de que sus heridas sanan solas. —Yo también, pero no si me miras así. —Ella giró el rostro, confundida. No estaba segura si era un intento de coqueteo, o si de verdad le dolía el brazo. Se acercó, agarró unas hierbas que había recogido antes y se sentó fren
Las mazmorras de la torre no eran como las de los cuentos. No tenían cadenas colgando ni barro en el suelo. Estaban hechas de piedra negra pulida, suave como el mármol, pero viva, respiraban. Se contraen con cada grito, se calentaban con cada maldición. Allí estaba Fenrir. Atado de pies y manos, colgado de una cruz metálica que lo obligaba a mantenerse erguido. Su cuerpo sudaba veneno y furia. Su pecho subía y bajaba con respiraciones animales. Llevaba días sin alimento. Apenas un poco de agua. A veces, la misma Selene lo bañaba con un líquido oscuro que ardía en su piel como lava.Él no hablaba, no suplicaba, no respondía. Solo gruñía, observaba como una bestia herida que espera el momento exacto para atacar. Selene entró al recinto con pasos de humo. Su vestido parecía flotar detrás de ella, envuelta en una capa de luz púrpura que hacía brillar las paredes.—¿Aún vives? —preguntó con una falsa dulzura—. Qué terco eres, Fenrir. Hasta para morirte lo haces con obstinación. —Él levantó
El amanecer se abría paso entre las copas de los árboles cuando Ulva y Kaelion pisaron los límites del campamento. Aún traían el barro del bosque en las botas y el cansancio en los huesos, pero sus ojos brillaban con una mezcla de determinación y sombras no resueltas. El campamento había sido trasladado a un claro más alto, menos expuesto, rodeado por riscos y formaciones rocosas que hacían más difícil cualquier ataque por sorpresa. Todo parecía más organizado… pero también más tenso.Kaelion soltó un leve gruñido. Lo sintió antes de verlo: sus hombres estaban cerca. No tardaron en aparecer. Cuatro figuras con armaduras ligeras, pieles de lobo y ojos feroces emergieron entre los árboles, lideradas por un hombre alto, de mandíbula marcada y mirada dura. Llevaba una cicatriz en el cuello, y su sola presencia imponía respeto.—Por fin apareces —dijo el hombre, sin saludar—. ¿Te parece buena idea desaparecer justo cuando el campamento cambia de sitio?—No tienes idea de lo que enfrentamos
El viento de la noche llegó cargado de una humedad densa, diferente. Ulva lo sintió antes de que cualquier otro lo notara. No era lluvia… era el anuncio de algo más profundo, más salvaje. Una vibración en la piel, una punzada caliente entre el pecho y el vientre. El celo lunar se aproximaba.Ella lo conocía. Lo había sentido antes, pero nunca con esa fuerza. Esa mezcla de ansiedad, deseo y poder que volvía a los lobos más salvajes, más vulnerables. Solo que esta vez… no lo enfrentaría sola. Kaelion estaba a su lado.Ambos se encontraban dentro de la tienda de comando. Llevaban horas planificando rutas, defensas, sistemas de vigilancia, pero ahora… ahora el silencio lo cubría todo. Solo se oía el crujido de la tela de la tienda movida por el viento y el palpitar de sus respiraciones. Kaelion cerró el mapa con un golpe seco y se pasó la mano por la nuca.—Algo está cambiando en el aire —murmuró.—Lo sé —respondió Ulva, sin levantar la vista. Él la observó. Sus ojos tenían un brillo nuev