Capitulo intenso.
Fenrir se despertó con el cuerpo pesado, los músculos adormecidos y el alma envuelta en bruma. Estaba encadenado en una habitación hecha de madera viva, como si las paredes respiraran. No había ventanas, sólo un techo cubierto de hojas que no dejaba pasar ni un solo rayo de luna. La puerta se abrió. Selene entró, vestida de negro y oro. Su mirada era afilada, pero su sonrisa… dulce como veneno.—Qué hermoso es verte dormir —dijo, caminando alrededor de él—. Eres más resistente de lo que imaginé, pero eso solo hace todo más interesante.—¿Dónde estoy? —gruñó él, tironeando de las cadenas.—En la Torre de Hojas. Un lugar fuera del tiempo. Aquí la luna no canta… y tu loba no puede encontrarte.—¿Ulva…? —su voz se quebró apenas. —Ella ya cree que estás muerto —susurró Selene, acercándose al oído—. Le dejé un pequeño regalo. Un corazón. Una nota. Nada más poético que romper el alma de un Alfa por dentro. —Fenrir rugió, pero el hechizo lo contuvo como una mordaza invisible.—No vas a poder
El amanecer no trajo paz. Solo determinación.Ulva salió de la tienda con el rostro endurecido, los ojos encendidos con la furia de una loba herida… pero no rota. La niebla aún cubría el campamento como una piel espesa, húmeda, silenciosa. No importaba. Con cada paso, los guerreros abrían camino, inclinando la cabeza con respeto.Karsen la esperaba junto al fuego, con el mapa desplegado y la mirada clavada en el este. Tenía los nudillos blancos de tanto apretar los puños. La tensión era palpable, como electricidad antes de la tormenta.—¿Todo está listo? —preguntó Ulva, sin apartar la vista del horizonte, donde la oscuridad se escondía entre los árboles.—La mitad de los guerreros te acompaña por los canales —respondió Karsen—. El resto cubrirá la retaguardia. Cael irá al frente. Aún encadenado, pero útil.Ulva asintió una sola vez. Entonces alzó la voz, clara, firme, cortando el aire como una hoja afilada.—¡Escúchenme! —gritó, y el campamento entero se detuvo—. Hoy no caminamos por
El cielo comenzó a teñirse de un gris violeta que no pertenecía al día ni a la noche. Era un color intermedio, una brecha entre mundos. El tipo de tono que anunciaba que algo antiguo y poderoso estaba despertando. Las nubes se agrietaban en franjas púrpuras, como si el cielo mismo se estuviera desgarrando para dejar pasar a la luna.Aún oculta, ella se abría paso. No como un astro... sino como una reina que venía a reclamar su trono. Ulva avanzaba por los canales como una sombra entre sombras. Iba de pie, en la proa de una de las barcas de guerra. El agua golpeaba con suavidad el casco de madera, pero su sonido parecía más fuerte de lo normal. Como si el mundo entero hubiera decidido guardar silencio para escuchar solo eso: el lento y metódico avance de los hijos de la luna.A su alrededor, la niebla danzaba entre los remos como un velo encantado. Las antorchas se negaban a prender del todo. Las sombras eran más densas. Las criaturas del pantano no se atrevían a cantar. El bosque esta
La Torre de Hojas respiraba, literalmente. Las raíces vivas que la sostenían vibraban bajo la influencia del eclipse, como si el mismísimo bosque estuviera unido a Selene por un vínculo sagrado y corrupto. Las paredes gemían, los techos goteaban savia púrpura, y las antorchas ardían con llamas negras que no emitían calor, sino deseo.La fiesta seguía. El frenesí de cuerpos aún chocaba entre susurros, gemidos y música tribal. Algunos de los invitados se desmayaban del exceso de placer o magia, pero siempre llegaba otro dispuesto a ocupar su lugar. Selene lo había organizado todo para esa noche: los hechiceros, los súcubos, los minotauros, los licántropos corrompidos por marcas oscuras… todos entregados a una sola causa: ella.Y sin embargo, no sonreía, no como antes. Se encontraba en lo alto del templo, recostada en una especie de altar flotante hecho de ramas trenzadas y pieles sagradas. Su cuerpo aún brillaba con la humedad del festín anterior, y el olor a sudor, sangre, sexo y hechi
El portal de eclipse se cerró con un destello sordo, dejando atrás los gritos de la Torre de Hojas y el aroma denso a savia púrpura y muerte. El bosque al otro lado era distinto. Silencioso, encantado. Como si no perteneciera del todo a este mundo.Kaelion aterrizó con firmeza, las botas hundiéndose en el suelo suave y húmedo del claro. Ulva seguía en sus brazos, pero apenas él tocó tierra, ella comenzó a forcejear.—¡Suéltame! —gritó, con los ojos encendidos por la furia.—Estás herida —respondió él, sin inmutarse.—¡Te dije que me sueltes, carajo!Kaelion apretó la mandíbula, pero no discutió. Se agachó y la colocó con firmeza sobre una piedra cubierta de hojas. No la soltó con rudeza, pero tampoco con ternura.—Ahí tienes. Haz lo que quieras. Pero no estoy aquí para complacerte. —Ulva se quedó sentada un momento, respirando rápido. Sus piernas temblaban. Su piel estaba marcada por las raíces vivas, y las heridas ardían como fuego. Pero lo que más le dolía no era eso. Era no haberlo
El viento aullaba con una intensidad inusual aquella noche, como si la misma luna llorara por lo que estaba a punto de suceder. En lo profundo del bosque, la Gran Manada de Silvermoon se reunía en un círculo solemne, sus miradas cargadas de tensión y expectativa. Al frente, de rodillas sobre la fría tierra, estaba Ulva Aldebarán, la legítima heredera del trono de los licántropos. Su vestido de ceremonia, ahora rasgado y cubierto de barro, contrastaba con la majestuosidad de su presencia.Los ojos dorados de Ulva brillaban con rabia y desconcierto. Jamás habría imaginado que la noche en la que ascendería como Alfa sería también la noche de su sentencia de muerte.Alrededor de ella, la manada la observaba en un silencio sepulcral. Rostros conocidos y desconocidos, algunos con temor, otros con desprecio. Un escalofrío recorrió su espalda cuando sus ojos se cruzaron con los de Darian, su padre, el Alfa Supremo. Su expresión era impasible, pero en su mirada había algo peor que la furia: de
La oscuridad la envolvía como un manto helado. El sonido del agua corriendo fue lo primero que percibió antes de sentir el frío abrasador en su piel. Ulva abrió los ojos de golpe, su cuerpo sacudido por un espasmo de dolor. Su garganta ardía, su cabeza latía con fuerza y cada fibra de su ser gritaba por el daño recibido.Estaba en un río.El agua helada la rodeaba, arrastrándola suavemente entre las rocas. Se obligó a moverse, a luchar contra la corriente, pero su cuerpo no respondía de inmediato. Sus extremidades se sentían pesadas, entumecidas. La sangre se mezclaba con el agua, tiñendo la corriente de un rojo oscuro.Entonces, los recuerdos la golpearon como una embestida feroz.Cael. Selene. La traición.Un dolor punzante en su abdomen la hizo jadear. Intentó moverse, y la agonía la envolvió. Su costado estaba desgarrado, su piel ardía con una herida profunda. La verdad se reveló en su mente con brutal claridad: Cael la había herido gravemente y la habían lanzado al río, esperando
El viento helado cortaba su piel como cuchillas invisibles, pero Ulva apenas lo sentía. El dolor de su cuerpo y el de su herida, era nada comparado con el vacío en su pecho. Lo había perdido todo. El honor, su hogar, su padre y lo peor, había perdido el derecho a ser quien era, todo por la ambicion de los inescrupulosos y traidores de Selene y Cael.Cada paso que daba era un eco en la oscuridad. Estaba sola. La idea la golpeó como un puñetazo en el estómago. La soledad era más cruel que el destierro. ¿Cómo se sobrevive sin identidad? La marca ardiente de su destierro en su piel latía con cada latido de su corazón, el recordatorio de su deshonra, la herida que poco a poco comenzaba a cicatrizar era la prueba de la traicion. La luna brillaba sobre ella, inmensa y radiante. Ulva alzó la vista, con el pecho ardiendo de rabia.—¿Por qué? —su voz fue apenas un susurro, pero la luna no respondió. Solo la observó, inmutable, como lo había hecho su padre. Un sollozo le subió por la garganta. N