LXXVI Vida familiar

Cuando las radiantes luces del escenario se apagan y la euforia de un público enloquecido se silenciaba, los dioses bajaban del olimpo y volvían a ser hombres comunes, como cualquier otro.

Luego de una gira de una semana, en la que apenas y había tenido tiempo para dormir, Caín por fin estaba en el hotel, en su cama y con su amada familia.

—¡Los Ferraris son mejores! —gritó Baruc.

—¡No, los Camaros! —afirmó Elam.

—¡Te digo que los Ferraris!

—¡Los Camaros!

Se agarraron del cabello.

—Basta... necesito dormir... —La cansada voz de Caín se perdió entre los gritos de sus retoños, que ya tenían siete años.

Ni levantarse para sacarlos de la habitación podía. Se cubrió los oídos con las almohadas e intentó morir.

—¡¿Papá, qué es mejor?! ¡¿Un Ferrari o un Camaro?! —preguntó Elam.

—Ninguno le gana en velocidad a mi Bugatti Chiron Super Sport.

—¡Ese no cuenta! —reclamó Baruc.

—¡Escoge uno de los nuestros!

—Los dos son buenos.

—¡No! ¡Tienes que escoger uno! —Insistió Baruc.

—No griten, dañarán s
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