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LXXXII Fue culpa de la monotonía

Vlad bebía un café mientras pensaba en su vida. El único sonido en la casa era el de la sirvienta que cocinaba frente a él. Había una paz perfecta para perderse en sus trascendentales cavilaciones.

—¿Sabes cuándo volverá la señora?

—Dijo que estaría toda la tarde en su estudio.

Así era siempre con Sam. Llevaba varios días apenas viéndola dormir por lo cansada que llegaba y eso ya era mucho. Últimamente se la pasaba fuera, como si no quisiera estar en casa. No debía preocuparse. Luego de catorce años de matrimonio era natural que las cosas empezaran a enfriarse, por muchas bolas chinas, cervatillos y juguetes que usaran. La monotonía se alzaba como una sombra entre ellos y amenazaba con arrasar con todo, como la sequía.

La mente cansada de Vlad volvió a la cocina y fue consciente de que, durante todas sus reflexiones, le había estado mirando el trasero a la sirvienta. Antes jamás habría hecho algo así, pero no era su culpa. El cohete todavía tenía combustible y ese era el único trasero
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