Samantha abrazó a Ingen, dándole ánimos para su primer día de vuelta a clases. La escuela era un infierno creado para torturar a los niños, eso pensaba él. Inhaló el aroma del cabello de la mujer, que era su refugio. Y fue feliz hasta que su decrépito hermano lo obligó a separarse de ella. Si había algo peor que la escuela eso era ver a su hermano enojado.
Su hermano cambiaba. No de humor, como la mayoría de la gente, sino de personalidad. A veces era un simple gruñón y otras un loco psicópata, él lo sabía muy bien y sabía que sus padres también sabían, pero nadie hacía nada.
Todos le temían.
A veces torturaba mujeres. Había torturado a su niñera Antonella.
"¡Ay, Vlad, no me castigues!... ¡Me vas a matar con eso!", gritaba ella en el interior de su armario.
Ingen imaginó que Vlad la amenazaba con un cuchillo.
"Tú te lo buscaste por ser una chica mala".
Oyó golpes, bofetadas quizás.
"¡Oh, por Dios! Está tan duro"...
No era un cuchillo, no, debía ser un martillo. Los quejidos de la mujer le llenaron los oídos. Empezó a faltarle el aire y tuvo que salir corriendo por su inhalador.
Por fortuna Antonella había logrado huir de sus garras y nunca más se supo de ella. Eso es lo que deseaba creer.
—¿Qué es esa cara que tienes? Cualquiera diría que vas a la horca —le dijo Vlad en el camino.
—Morir en la horca de seguro es más rápido.
Vlad le posó una mano en el hombro. Ingen dejó de respirar.
—La escuela es el mejor lugar para aprender. Tus compañeros de clases son estúpidos, pero tú serás más estúpido si escuchas las estupideces que te dicen. Y tú eres un Sarkov, no hay un solo gen estúpido en tu cuerpo. Entrarás a ese salón con la cabeza en alto y vas a demostrarles quien eres ¿De acuerdo?
Ingen asintió.
Siguieron el resto del camino en silencio. Markus se detuvo en el estacionamiento y el niño bajó.
—Sam estará en casa cuando vuelva ¿Verdad? —preguntó Ingen.
Vlad tragó saliva.
—Claro que estará, vete ya o llegarás tarde.
El auto partió cuando el niño entró.
—Esa sirvienta aparenta ser bruta, pero es muy lista. Conquistando a mi hermano cree que podrá tener un lugar asegurado en la mansión. Qué ingenua.
Bien sabía él que a sus padres no les importaban los corazones rotos de sus hijos.
Ingen se detuvo afuera de la puerta del salón. Cerró los ojos, inhalando profundamente.
"No importa lo que pase, siempre ten una enorme sonrisa", le había dicho Sam.
También le había dicho que ser diferente era lo máximo y que sus ojos eran hermosos, pero eso lo decía porque era muy dulce.
De su bolsillo sacó el inhalador y lo apretó dos veces en su boca. Tragó y entró. En cuanto cruzó la puerta, un incómodo silencio se apoderó del salón. Todos se lo quedaron mirando a él y a esa exagerada sonrisa de lunático que tenía. Varios retrocedieron a su andar. Iba a sentarse cuando un niño le sacó la silla y la reemplazó por otra.
—Esta es más cómoda —dijo el niño, sonriéndole también.
Era un patán. Había recibido sus golpes varias veces.
—Todas son iguales —dijo Ingen.
Estaba seguro de que algo le habían hecho. ¿Soltarle una pata, quizás?
—Ésta es más nueva y está en perfecto estado —se apresuró a decir el niño.
Se sentó para probarlo, sólo así Ingen se atrevió a usarla.
Y comenzó el espectáculo.
—Hola, Ingen. Tu cabello luce genial.
—Ingen, si necesitas ayuda con la tarea, puedo prestarte la mía.
—Ingen, yo puedo prestarte mis apuntes.
—Ingen, amigo ¿Trabajamos juntos en el proyecto de ciencias?
¿Amigo?
—Tú no eres de esta clase —le dijo Ingen.
—Esos son detalles —dijo el muchacho.
Un familiar aroma hizo a Ingen volverse hacia la puerta, ignorando a la fila de niños y niñas que se agolpaban frente a su pupitre por algo de atención. Allí venía ella, con su delicioso perfume y su cabello dorado al viento, flotando como si fuera un ángel.
—Me alegro de que hayas vuelto —le dijo Ivi—, todo era muy aburrido sin ti.
Qué linda era ella. Si Sam era su refugio en casa, Ivi lo era en la escuela.
—Todos están actuando muy extraño —le contó Ingen.
Debía ser cosa de los consejos de Sam. Las sonrisas eran mágicas.
—Un matón los amenazó —le dijo Ivi.
—¡¿Qué?!
—Es una posibilidad. La otra es que se hayan dado cuenta de lo genial que eres.
Eso era menos probable. Él seguía pensando que eran las sonrisas. Sam tenía razón. Si sonreía todo estaría bien.
〜✿〜
Se apartó de ellos, mirándolos con asco.
La desvergonzada llegó, con el batido que le había pedido. Él siguió mirando el maletín tras ella, buscando la luz en sus negros pensamientos.
—¿Señor?
Ella lo miraba con sus grandes ojos de cervatillo asustado. Esa inocencia que mostraba debía ser puesta a prueba.
—¿Por qué me llamas señor? ¿No has oído cómo me llama el resto de la servidumbre?
Samantha se quedó pensando. Vlad se dispuso a esperar a que procesara la información. Un sorbo al batido le bastó para tranquilizarse. Estaba asqueroso, mucho peor que el café. La mujer no quería seducirlo, quería matarlo. Y por extraño que pareciera, eso era preferible, era algo con lo que podía lidiar. Que fuera su enemiga desde el principio era menos decepcionante que descubrirlo al final. Así le había pasado con Antonella.
—¿Joven amo Vlad?
—Un nombre excesivamente largo ¿No te parece?
—Considerando lo valioso que es su tiempo, creo que algo más corto sería apropiado.
Al fin decía ella algo sensato.
—Llámame amo.
Se quedó mirando a la muchacha. Ella dejó de respirar y abrió los ojos desmesuradamente. Era un cervatillo encandilado por un camión monstruoso, paralizado por el impacto de una bala en pleno corazón. Amo lo llamaba mucha gente, no tenía nada de especial.
Sin embargo, si ella lo llamaba amo, era muy probable que agregara su nombre a la oración. Tal vez, muy en el fondo, eso era lo que quería oír, cómo ella pronunciaría su nombre.
—Samantha también es muy largo —expresó, pensativo.
—¡Sam, señor!... Amo. Puede llamarme Sam —se apresuró a decir ella, antes de que a él se le ocurriera algo descabellado.
—Bien. Te llamaré así hasta que se me ocurra algo mejor. Llévate el vaso y ve a descansar.
Se había tomado todo el batido, ni él se lo creía. La joven retrocedió hasta la puerta con esa extraña sonrisa y echó a correr por el pasillo, como usualmente hacía. Vlad sonrió también, pensando en el destino de su mancillado maletín.
〜✿〜
Los dedos de la muchacha se deslizaron suavemente por entre sus cabellos, con la sutileza de una cálida brisa.
—Tu risa es hermosa, Violeta.
No recordaba su voz, sólo una risa proviniendo de ese rostro de cielo, oculto en tinieblas. Con los ojos cerrados, Vlad la imaginaba, mientras ella seguía riendo.
A la encantadora risa se sumó el abrupto chirrido de las llantas de un auto derrapando. Vlad abrió los ojos de golpe y se encontró con un rostro desfigurado, con la mandíbula desencajada y los ojos colgando. El repentino horror de tal visión lo despertó entre gritos. Estaba en la cama y se aferró la cabeza.
Ya no podría dormir.
Descalzo fue a mirar por la ventana. Si iba hasta la pérgola nada hallaría allí, Violeta no estaba allí. Y ya no sufría. No importaba cuán horrendas fueran sus pesadillas, ya habían pasado casi diez años desde el accidente. Violeta ya no sufría y se consolaba pensando que su muerte había sido rápida, eso deseaba, que hubiera sufrido lo menos posible.
Con la garganta apretada por la congoja dejó la habitación. Quería beber algo fuerte, que le hiciera dar vueltas la cabeza. Pensando en ello fue hasta la cocina de la servidumbre. Allí esperaba encontrar alcohol barato que lo hiciera ver elefantes de colores o algo así. Sólo una noche, sólo eso se permitiría de debilidad, luego seguiría siendo tan anti drogas como siempre.
Se detuvo en el umbral al ver que Sam seguía despierta. Y hablaba sola.
—¿Hay algo que le incomode, amo? Conozco un excelente remedio para las hemorroides.
La descarada declaración fue seguida de una risita traviesa. ¡Qué atrevimiento! Esa mujer no tenía educación, ni decencia, ni respeto por nadie. Faltarle el respeto en su propia casa, eso era imperdonable.
¿Y por qué diablos él también se estaba riendo?
Anuló la risa de inmediato y, cuando ella se dio la vuelta, se encontró con su fría expresión de demonio implacable. A la infame se le fueron todos los colores de la cara, la taza resbaló de sus manos y gritó como si tuviera en frente a la mismísima muerte. Ni la más deslumbrante sonrisa la habría salvado.
No imaginaba que su condena tomaría un rumbo muy diferente a partir de ahora.
Luego de una inútil resistencia que Vlad no se tragaba y de una fingida indignación, la sirvienta estafadora y mal hablada, que inventaba calumnias sobre la salud de su trasero, había aceptado dormir con él.Esa sería la carnada. Si los planes de la mujer eran seducirlo para obtener algún tipo de beneficio económico, ahora empezaría a jugar sus cartas y a mostrar su verdadero rostro. Lo mismo ocurriría si se trataba de una espía de su madre. Esta última era la opción más plausible, no creía que se tratara de una estafadora como Antonella. Le bastaba con mirarla para saber que no era muy lista. Un títere, eso era, una serpiente adiestrada por su madre, para engatusarlo quizás, para vigilarlo y mantenerlo tranquilo como a Ingen. Perfecto, dos pájaros de un tiro. No sabían con quién estaban tratando. Esa mujercita embustera recibiría una cucharada de su propia medicina, se intoxicaría con su propio veneno. Aguantando la repulsión que le causaba, le rodeó la cintura, creyendo que pasaría
Vlad se acomodó en la silla de su oficina. Giró la cabeza hacia la izquierda. Sintió un tirón en el cuello. La giró hacia la derecha y no alcanzó a llegar con su mentón hasta el hombro. Le había estado doliendo desde la mañana. No había vuelto a usar a la sirvienta como muñeco de felpa y las pesadillas no lo dejaban descansar como debía. Se suponía que usaba una almohada ergonómica, viscoelástica, tecnología de punta creada en la NASA.Se suponía que era un adulto y seguía teniendo pesadillas como si fuera un niño.Se suponía que estaba haciendo todo lo posible por descubrir quién estaba detrás de la muerte de su hermano y de todas las mujeres de su vida, eso debería darle paz.—¿Le ocurre algo, amo Vlad? —preguntó Elisa.Recogía unas carpetas del escritorio.—Tengo dolor en el cuello, mi masajista se encargará.—Por supuesto —dijo ella, con su seriedad habitual.Estaba sonriendo cuando dejó la oficina. Una sonrisa siniestra y victoriosa.—¿Parece que hoy estás feliz, Elisa? —le pregun
Sí, Sam era una persona optimista, el optimismo era un pilar fundamental en su vida. Ver el lado positivo, no cegarse a lo malo sino valorar lo bueno, las enseñanzas de la vida, el aprendizaje continuo para ser una mejor persona, pero ¿Qué enseñanzas quería darle la vida al tener que compartir la cama con su jefe? El tirano le había enviado un mensaje anunciándole que dormirían juntos. ¿Cuál era el sentido de decírselo a las diez de la mañana? Arruinarle el día, por supuesto. Volverla loca, claro que sí. Tenerla todo el día pensando en él, eso pretendía Vlad, sonriendo en su trono en empresas Sarkov. Ya más relajado con la nueva masajista, debía retomar el plan de descubrir qué tramaba la sirvienta. Le daría una carnada más. —Está muy salado —le dijo a Sam la maestra de cocina que su jefe había contratado para seguir volviéndola loca. —¡Pero le puse lo que decía la receta! Decía una pizca, ¿Cuánto era una pizca? El mundo era civilizado, la gente ya conocía los gramos y existían la
—Amo, a las nueve treinta tiene usted programado un juego de golf. Le prepararé el desayuno rápido para que llegue a tiempo. Vlad seguía en la cama luego del ataque nocturno que había sufrido por parte de su sirvienta delincuente, cuyo prontuario no dejaba de crecer. Y se volvía cada vez más oscuro. —Cancélalo, no estoy de humor. Ella se lo quedó mirando con esa expresión de pobreza sináptica que tenía a veces. Vlad le tendió su teléfono. —Llámalo y cancélalo. Dile que no estoy de humor.Ella hizo lo ordenado.En el campo de golf, Evan golpeó la mesa. —Ese infame. Avisarme a última hora, ya estoy acá. Ni siquiera se molesta en inventar una mejor excusa. ¿Está ahí?—Dile que no quiero hablar con él —le dijo Vlad a Sam. Ella volvió a obedecer. No iba a gastar energías en cuestionar al tirano. —¿Ah, sí? Dile que se joda —reclamó Evan. Sam miró a su jefe, tan tranquilo y sonriente viéndola hacer el trabajo sucio por él. Cubrió el micrófono del teléfono. —Evan dice: "Que se joda,
—¿Entonces no era gay? —Debe ser una tapadera. —Tal vez la novia sea trans. Desde temprano en la mañana, los chismes se esparcían como una plaga en empresas Sarkov. Anya le había pedido el día anterior a su asistente que agendara una hora en el registro civil. El hombre tenía amoríos con Estela, de recursos humanos, que era muy amiga de Andrés, que trabajaba en la división de Vlad y allí la bomba estalló. —¿Tú sabías, Elisa? —La vida privada del jefe no es de mi incumbencia —dijo ella, clasificando unos documentos en su escritorio. Debía llevárselos a Vlad para que los firmara. Tomó asiento en el escritorio del costado mientras él los revisaba. Una llamada entró, Vlad puso el altavoz. —Vlad, querido ¿De qué sabor quieres que sea tu pastel de bodas?—No me gusta el pastel, escógelo tú. —Por supuesto ¿Ya te tomaste las medidas para el traje? —Tengo trabajo, lo haré más tarde. —No vayas a reunirte con Mary Anne, recuerda que es de mala suerte estar con la novia antes de la bod
—Tomken, querido ¿Cuándo volverás? Temprano en la mañana, Anya había recibido una llamada de su esposo. —En unos días ¿Todo bien por allá? —Han pasado algunas cosas, lo hablaremos cuando regreses. —¿Tragos para uno? —le preguntó el garzón a Tomken. El hombre se apresuró a cubrir el micrófono del teléfono. —Para dos —dijo él—. Querida, nos vemos pronto. Dale mis saludos a los chicos. Alguien se sentó en la tumbona junto a la suya. El día estaba maravilloso, perfecto para pasarlo frente al mar. —¿Hablabas con mamá? —Sí. Volveré a casa cuando acabe tu gira. Los tragos llegaron y ambos bebieron, viendo el ir y venir de las olas. A Tomken no le gustaba mucho el mar, al menos no desde la playa. El agua no avanzaba, no como en los ríos. El mar estaba siempre allí, amenazando con llegar hasta ti, pero arrepintiéndose antes de alcanzarte. Él prefería mirar a su hijo. —Ojalá y un día Vlad pudiera estar aquí, bebiendo con nosotros. —Eso jamás pasará mientras siga siendo un imbécil. S
—Debo saber qué ha causado la crisis de Vlad esta vez —dijo Anya en su despacho. —Ha sido una mujer —aseguró Igor. Ya se imaginaba ella quién sería la responsable. —No me lo digas, ha sido Samantha. Igor era un mayordomo excelente. Había ido a una escuela para mayordomos. También había vivido una temporada en oriente, donde se instruyó en diversas disciplinas. Cuando él realizaba la ceremonia del té a la usanza japonesa para Anya y sus amigas, nadie imaginaba que también dominaba, con igual perfección, el arte de los ninjas. Podía desplazarse por donde le daba la gana sin ser visto, podía oír más allá de lo audible y ver más allá de lo evidente. —No, señora. Creo que ha sido la masajista —corrigió él. —¿Su? Creí que ya nos habíamos encargado de ella. Claro que se habían encargado. O lo habían intentado al menos. Notando la dependencia de Vlad hacia la mujer, el mismo Igor había ido a decirle que tomara distancia. Le habían pagado una compensación por las molestias. Esperaban que
¿El sexo sería siempre tan alucinante? Esa era una de las preguntas que se hacía Vlad, descansando unos instantes junto a Sam. Él recordaba su primera vez. Estaba ebrio y lo había hecho con una desconocida que luego se convirtió en su novia. No recordaba otras veces con Rose, sólo esa, la primera. No había estado tan bien, quizás por su falta de experiencia y el alcohol. El alcohol dificultaba la excitación y la erección. También recordaba a Antonella en el armario de Ingen, había sido divertido. Esa era su vida sexual hasta ahora. Nada se comparaba con el presente.La primera vez con Sam había sido toda una locura, con ella medio muerta teniendo delirios religiosos y él, trastornado por un dolor aterrador. En la segunda habían estado más conscientes y había resultado más placentera para ambos, pero seguía pareciéndole extraña la forma en que ella lo atraía, como si se hubiera dado una ducha con afrodisíacos, como si exhalara feromonas. No excitaba su cuerpo, sino su cabeza, su mente l