—¿Entonces no era gay? —Debe ser una tapadera. —Tal vez la novia sea trans. Desde temprano en la mañana, los chismes se esparcían como una plaga en empresas Sarkov. Anya le había pedido el día anterior a su asistente que agendara una hora en el registro civil. El hombre tenía amoríos con Estela, de recursos humanos, que era muy amiga de Andrés, que trabajaba en la división de Vlad y allí la bomba estalló. —¿Tú sabías, Elisa? —La vida privada del jefe no es de mi incumbencia —dijo ella, clasificando unos documentos en su escritorio. Debía llevárselos a Vlad para que los firmara. Tomó asiento en el escritorio del costado mientras él los revisaba. Una llamada entró, Vlad puso el altavoz. —Vlad, querido ¿De qué sabor quieres que sea tu pastel de bodas?—No me gusta el pastel, escógelo tú. —Por supuesto ¿Ya te tomaste las medidas para el traje? —Tengo trabajo, lo haré más tarde. —No vayas a reunirte con Mary Anne, recuerda que es de mala suerte estar con la novia antes de la bod
—Tomken, querido ¿Cuándo volverás? Temprano en la mañana, Anya había recibido una llamada de su esposo. —En unos días ¿Todo bien por allá? —Han pasado algunas cosas, lo hablaremos cuando regreses. —¿Tragos para uno? —le preguntó el garzón a Tomken. El hombre se apresuró a cubrir el micrófono del teléfono. —Para dos —dijo él—. Querida, nos vemos pronto. Dale mis saludos a los chicos. Alguien se sentó en la tumbona junto a la suya. El día estaba maravilloso, perfecto para pasarlo frente al mar. —¿Hablabas con mamá? —Sí. Volveré a casa cuando acabe tu gira. Los tragos llegaron y ambos bebieron, viendo el ir y venir de las olas. A Tomken no le gustaba mucho el mar, al menos no desde la playa. El agua no avanzaba, no como en los ríos. El mar estaba siempre allí, amenazando con llegar hasta ti, pero arrepintiéndose antes de alcanzarte. Él prefería mirar a su hijo. —Ojalá y un día Vlad pudiera estar aquí, bebiendo con nosotros. —Eso jamás pasará mientras siga siendo un imbécil. S
—Debo saber qué ha causado la crisis de Vlad esta vez —dijo Anya en su despacho. —Ha sido una mujer —aseguró Igor. Ya se imaginaba ella quién sería la responsable. —No me lo digas, ha sido Samantha. Igor era un mayordomo excelente. Había ido a una escuela para mayordomos. También había vivido una temporada en oriente, donde se instruyó en diversas disciplinas. Cuando él realizaba la ceremonia del té a la usanza japonesa para Anya y sus amigas, nadie imaginaba que también dominaba, con igual perfección, el arte de los ninjas. Podía desplazarse por donde le daba la gana sin ser visto, podía oír más allá de lo audible y ver más allá de lo evidente. —No, señora. Creo que ha sido la masajista —corrigió él. —¿Su? Creí que ya nos habíamos encargado de ella. Claro que se habían encargado. O lo habían intentado al menos. Notando la dependencia de Vlad hacia la mujer, el mismo Igor había ido a decirle que tomara distancia. Le habían pagado una compensación por las molestias. Esperaban que
¿El sexo sería siempre tan alucinante? Esa era una de las preguntas que se hacía Vlad, descansando unos instantes junto a Sam. Él recordaba su primera vez. Estaba ebrio y lo había hecho con una desconocida que luego se convirtió en su novia. No recordaba otras veces con Rose, sólo esa, la primera. No había estado tan bien, quizás por su falta de experiencia y el alcohol. El alcohol dificultaba la excitación y la erección. También recordaba a Antonella en el armario de Ingen, había sido divertido. Esa era su vida sexual hasta ahora. Nada se comparaba con el presente.La primera vez con Sam había sido toda una locura, con ella medio muerta teniendo delirios religiosos y él, trastornado por un dolor aterrador. En la segunda habían estado más conscientes y había resultado más placentera para ambos, pero seguía pareciéndole extraña la forma en que ella lo atraía, como si se hubiera dado una ducha con afrodisíacos, como si exhalara feromonas. No excitaba su cuerpo, sino su cabeza, su mente l
Vlad había estado todo el día pensando en Samantha, no se la podía sacar de la cabeza. La intrusa se metía en su cerebro, entre los valores bursátiles y los planes de desarrollo, empujando a un lado sus valiosos estratagemas empresariales. Quizás tendría que descontarle del sueldo por distraerlo, aunque, hasta el momento, no le había significado pérdidas económicas. Debía estar atento a las cifras, no podía acabar obsesionado.Entre los recuerdos inútiles que conservaba, recordaba haber leído que, en promedio, los hombres tenían diecinueve pensamientos sexuales al día. Eran las tres de la tarde y ya llevaba seis. Bien, seguía estando dentro de la norma. Sumó uno más cuando, caminando hacia el ascensor, una ejecutiva se aplastó el dedo con un cajón y se quejó. Un quejido de Sam le resonó en la cabeza. Le siguió una punzada en la entrepierna, así de instantáneo, así de potentes eran sus ideas, así de indebidas. Subió al ascensor. Había tres empleados más allí. Lo saludaron. Hablaban s
—Permiso... tengo que ir al baño —fue lo primero que Sam dijo desde que Evan llegara al horroroso almuerzo planeado por Vlad Sarkov.Evan la siguió con la mirada hasta perderla de vista en la escalera, al final del pasillo. —Entonces, Vlad ¿Quieres que hagamos un trío con Samy? Eso sería llevar nuestra amistad a otro nivel. La pícara sonrisita de Evan le revolvía el estómago. —¿Lo harías? —le preguntó Vlad, con la mirada oscura. —Peores cosas hemos hecho juntos, ya sabes, malvadas travesuras. Hacer algo romántico como tener sexo sería diferente. Me preocuparía que acabaras enamorándote de mí. Vlad rio. Era una risa algo macabra. Desde que Evan llegó notó algo raro en su mirada, una furia solapada. Parecía que Vlad estuviera sentado en el cráter de un volcán a punto de hacer erupción. —Eres un bufón, Evan. Sus palabras eran una pequeña dosis de su ira. Era bueno que fuera liberando su sentir de a poco, nadie quería una explosión de lo que él guardaba. —De todos modos, no creo q
Tomken Sarkov acababa de recibir una de las mejores noticias de su vida: su hijo Vlad era heterosexual. Sin embargo, algo agriaba la felicidad que debía tenerlo dando brincos de alegría. Volvió a fijar la vista en las indecentes marcas plasmadas en el cuello de Sam.*La enrojecida marca en el blanco cuello de la muchacha fue lo primero en captar su atención, no la radiante sonrisa que era una invitación, no la seductora mirada capaz de convertir a los hombres en esclavos, ni el grácil cuerpo enfundado en una camisa de hombre, no, él le miraba el cuello. —Hola, linda. Estoy buscando a Caín —le dijo él, con esa sonrisa cautivadora tan propia de los Sarkovs. Ella la reconoció al instante y lo dejó pasar. —Está algo indispuesto ahora, pero supongo que a usted no puedo decirle que no, búsquelo en la sala. La lujosa casa que Caín rentaba y que usaba en ocasiones, guardaba evidencias de la escandalosa fiesta que allí había ocurrido. Su hijo estaba en el sofá, preparando en la mesa frente
Sam estaba arrodillada frente al sagrado altar, con devoto respeto. Había aprovechado que no tenía nada que hacer durante la mañana para arrancarse un momento a la iglesia. Necesitaba desesperadamente encontrarse a sí misma porque se había perdido. Entre el incidente del baño y luego los jugueteos de su jefe con el antifaz, ya no sabía lo que sentía. Se debatía entre el desprecio y la indiferencia, entre la repugnancia y el deseo.—Soy una pecadora —le susurró a las estatuas, con la cabeza gacha—, y no me refiero a una fan de Caín, eso es algo que me llena de orgullo. Creo que soy una pecadora de verdad. Inhaló profundamente y miró con disimulo a su alrededor. Nadie más había allí, así que continuó. —Creo que he caído en las garras de Vlad Sarkov y me estoy convirtiendo en un monstruo igual que él. Ayúdame a encontrar la luz en toda esta oscuridad. En el sacrosanto silencio de la iglesia, una mano se posó en su hombro y Sam gritó. —Dios me ha enviado para ayudarte, hija mía. Era