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V La primera noche juntos

Luego de una inútil resistencia que Vlad no se tragaba y de una fingida indignación, la sirvienta estafadora y mal hablada, que inventaba calumnias sobre la salud de su trasero, había aceptado dormir con él.

Esa sería la carnada. Si los planes de la mujer eran seducirlo para obtener algún tipo de beneficio económico, ahora empezaría a jugar sus cartas y a mostrar su verdadero rostro. Lo mismo ocurriría si se trataba de una espía de su madre. Esta última era la opción más plausible, no creía que se tratara de una estafadora como Antonella. Le bastaba con mirarla para saber que no era muy lista. Un títere, eso era, una serpiente adiestrada por su madre, para engatusarlo quizás, para vigilarlo y mantenerlo tranquilo como a Ingen. Perfecto, dos pájaros de un tiro. No sabían con quién estaban tratando. Esa mujercita embustera recibiría una cucharada de su propia medicina, se intoxicaría con su propio veneno.

Aguantando la repulsión que le causaba, le rodeó la cintura, creyendo que pasaría la noche en vela con semejante criminal en la cama. Quizás fuera por el té de miel con limón que ella le había preparado, que era bastante aceptable si se lo comparaba con el café o el batido, quizás fuera el agradable aroma de su cabello o la suavidad de su pijama peludo, o tal vez fuera una mezcla de todo eso, no importaba. Lo importante era que, contra todo pronóstico, Vlad se durmió en cuanto se acurrucó junto a ella.

Y soñó.

Sin rostros desfigurados en accidentes espantosos.

Sin familias fracturadas por la maldad más descarnada.

Sin la incertidumbre de una identidad que se formateaba.

—¡Noooo!...

Un grito en el pacífico silencio de la noche despertó a Vlad de golpe. Miró para todos lados y se cayó de la cama al ver que había un bulto peludo junto a él. Su terror duró hasta que recordó que se trataba de la sirvienta malhablada. Encendió la luz.

—¡No, por favor!... —balbuceaba ella.

—¿Qué te pasa?

—No quiero, por favor... no me haga esto... —suplicaba, con angustioso pesar.

Hablaba dormida. Eso no evitó que Vlad se espantara. Lo que fuera que ella estuviera soñando, no era nada bueno. El sufrimiento en su expresión era inquietante.

—Por favor, amo Vlad...

Maldición. Era él quien le hacía quién sabía qué atrocidad en sus sueños. Se sintió asqueado. Tal vez se había pasado un poco al exigirle que durmieran juntos, pero no quería aprovecharse de ella, todo lo contrario, quería evitar que ella se aprovechara de él.

—Oye, yo no quiero hacerte nada.

—¡Por favor!... no me gusta el pimentón, es más rico el brócoli.

Todo el pesar de Vlad se esfumó y quedó algo pasmado. La mujer era bruta hasta cuando dormía. Sintiendo que se había sacado un peso de encima, volvió a acurrucarse junto a ella.

—No tienes que comerte el pimentón, dámelo a mí —le dijo.

—Gracias, amo...

Sam levantó la mano, le dio a Vlad una palmada en la cara y siguió durmiendo en silencio. Él se rio como no recordaba haber hecho en mucho tiempo y volvió a dormirse también.

Al amanecer ella seguía entre sus brazos, de espaldas a él. Calzaba bien allí y era tan suave en el pijama color cervatillo. Qué bien había dormido junto a ella, si hasta más descansado estaba, más relajado, con menos ecos en su cerebro de queso.

No necesitó de alcohol para que su cabeza diera un vuelco, le bastó con ella y su lengua traviesa. Tal vez podía serle de utilidad. Si ella quería aprovecharse de él, él también podía hacerlo. Luego la veía dormir con esa expresión tan inocente y dudaba hasta de que se llamaba Vlad. ¿Sería ella la mente criminal que él sospechaba?

¿Y si no lo era?

Involucrada con él estaría cavando su propia tumba. Debía ser listo y prepararse para ambas opciones.

Cuando salió del vestidor, ella ya estaba despierta.

—Tu turno comenzará a las dos de la tarde. Asegúrate que alguien cambie las ropas de cama y lave las almohadas, no quiero que huelan a ti.

Sí, se oía despiadado, pero debía recordarle su lugar. Si conquistarlo era parte de su plan, que se esforzara. Y si era ella la que acababa conquistada, debía protegerla.

En cuanto Samantha lo vio dejar la mansión, corrió para evitar ser vista en pijama por la casa. Y como su suerte era nefasta, se encontró con la señora. Grande fue la sorpresa de Anya Sarkov al ver a la muchacha bajando la escalera en tales fachas. Era evidente que venía de la habitación de su hijo. Y tan inocente que parecía, no había tardado nada en metérsele en la cama.

Y él la había aceptado.

—¡Señora, por favor ayúdeme!

La historia que le contó le dejó en claro que todo estaba comenzando de nuevo. ¿Qué veía su hijo en las criadas? Debían ser sus ansias de dominación, claro que sí. Vlad era un hombre poderoso y ese poder se proyectaba también en sus relaciones afectivas.

Habría que actuar con mucha cautela. Lo conversaría con Igor y llamaría a Tomken. Y a la socia cuya hija deseaba presentarle a Vlad también. Si de pronto empezaba a interesarse en las mujeres, debía aprovechar para encontrarle una esposa ahora que estaba receptivo. Una vez casado, él empezaría a sanar, estaba segura de ello. Ya no estaría buscando lo que fuera que buscara, ya no lo atormentaría el recuerdo de la indeseable de Violeta y todo volvería a estar bien.

                                     〜✿〜

—¿Qué le pasa al jefe que no está enojado? ¿Será que él e Iván Petrov?... —murmuró un empleado.

—No lo sé, pero es el momento perfecto para presentarle mi proyecto —dijo otro.

Por alguna razón, la oficina de Vlad había estado bastante concurrida toda la mañana. De la nada, sus empleados se habían vuelto muy proactivos y creativos también, presentándole todo tipo de mejoras y proyectos, y todos de muy buen nivel, qué gran equipo de trabajo que tenía, qué glorioso se vislumbraba el futuro de empresas Sarkov bajo su liderazgo.

Un mensaje le llegó.

Markus: amo Vlad, una de las sirvientas encontró un mensaje para usted en su habitación, es de Samantha. Ella huyó. Le envío una foto del texto.

Sin dar crédito a lo que ocurría, Vlad leyó la nota de la cobarde mujer. Ella no pudo con él, esto lo demostraba. Y se rendía, y sin pagarle un céntimo de lo que le debía. Estaba muy equivocada si creía que sería tan fácil escapar, mucho menos después de habérsele metido en la cama, aunque hubiera sido idea suya, ella había aceptado.

Echó a todos los empleados de su oficina y llamó a su abogado de confianza. En menos de una hora tuvo toda una carpeta con evidencias contra ella. El jefe de la estación de policías era conocido suyo. Sabía de sus problemas de amnesia y lideraba personalmente las operaciones de búsqueda cuando se perdía. Toda la estación estaba al tanto y eran bastante reservados al respecto. Y, por supuesto, Vlad sabía compensar muy bien los buenos tratos. Es así como Samantha pasó a ser la prófuga número uno de la ciudad.

Unas horas después le avisaron que había sido apresada en un bus.

—No ofreció resistencia y ya está en una celda —le dijo el mismísimo jefe de la policía por teléfono.

—No se deje engañar por su cara inocente, la mujer es muy peligrosa. Que esté en una celda ella sola, no quiero que lastime a nadie —le dijo Vlad.

—Así lo haremos.

—Iré en la tarde a verla, muchas gracias una vez más.

Listo. El cervatillo prófugo estaba en la jaula. Y estaría a salvo, lejos de las demás reas. Esperaba que aprendiera la lección. Ya no volvería a olvidar cuál era su lugar, eso era seguro. Y no abandonaría el juego hasta que él lo diera por terminado.

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