Luego de una inútil resistencia que Vlad no se tragaba y de una fingida indignación, la sirvienta estafadora y mal hablada, que inventaba calumnias sobre la salud de su trasero, había aceptado dormir con él.
Esa sería la carnada. Si los planes de la mujer eran seducirlo para obtener algún tipo de beneficio económico, ahora empezaría a jugar sus cartas y a mostrar su verdadero rostro. Lo mismo ocurriría si se trataba de una espía de su madre. Esta última era la opción más plausible, no creía que se tratara de una estafadora como Antonella. Le bastaba con mirarla para saber que no era muy lista. Un títere, eso era, una serpiente adiestrada por su madre, para engatusarlo quizás, para vigilarlo y mantenerlo tranquilo como a Ingen. Perfecto, dos pájaros de un tiro. No sabían con quién estaban tratando. Esa mujercita embustera recibiría una cucharada de su propia medicina, se intoxicaría con su propio veneno.Aguantando la repulsión que le causaba, le rodeó la cintura, creyendo que pasaría la noche en vela con semejante criminal en la cama. Quizás fuera por el té de miel con limón que ella le había preparado, que era bastante aceptable si se lo comparaba con el café o el batido, quizás fuera el agradable aroma de su cabello o la suavidad de su pijama peludo, o tal vez fuera una mezcla de todo eso, no importaba. Lo importante era que, contra todo pronóstico, Vlad se durmió en cuanto se acurrucó junto a ella.Y soñó.Sin rostros desfigurados en accidentes espantosos.Sin familias fracturadas por la maldad más descarnada.Sin la incertidumbre de una identidad que se formateaba.—¡Noooo!...Un grito en el pacífico silencio de la noche despertó a Vlad de golpe. Miró para todos lados y se cayó de la cama al ver que había un bulto peludo junto a él. Su terror duró hasta que recordó que se trataba de la sirvienta malhablada. Encendió la luz.—¡No, por favor!... —balbuceaba ella.—¿Qué te pasa?—No quiero, por favor... no me haga esto... —suplicaba, con angustioso pesar.Hablaba dormida. Eso no evitó que Vlad se espantara. Lo que fuera que ella estuviera soñando, no era nada bueno. El sufrimiento en su expresión era inquietante.—Por favor, amo Vlad...Maldición. Era él quien le hacía quién sabía qué atrocidad en sus sueños. Se sintió asqueado. Tal vez se había pasado un poco al exigirle que durmieran juntos, pero no quería aprovecharse de ella, todo lo contrario, quería evitar que ella se aprovechara de él.—Oye, yo no quiero hacerte nada.—¡Por favor!... no me gusta el pimentón, es más rico el brócoli.Todo el pesar de Vlad se esfumó y quedó algo pasmado. La mujer era bruta hasta cuando dormía. Sintiendo que se había sacado un peso de encima, volvió a acurrucarse junto a ella.—No tienes que comerte el pimentón, dámelo a mí —le dijo.—Gracias, amo...Sam levantó la mano, le dio a Vlad una palmada en la cara y siguió durmiendo en silencio. Él se rio como no recordaba haber hecho en mucho tiempo y volvió a dormirse también.Al amanecer ella seguía entre sus brazos, de espaldas a él. Calzaba bien allí y era tan suave en el pijama color cervatillo. Qué bien había dormido junto a ella, si hasta más descansado estaba, más relajado, con menos ecos en su cerebro de queso.No necesitó de alcohol para que su cabeza diera un vuelco, le bastó con ella y su lengua traviesa. Tal vez podía serle de utilidad. Si ella quería aprovecharse de él, él también podía hacerlo. Luego la veía dormir con esa expresión tan inocente y dudaba hasta de que se llamaba Vlad. ¿Sería ella la mente criminal que él sospechaba?¿Y si no lo era?Involucrada con él estaría cavando su propia tumba. Debía ser listo y prepararse para ambas opciones.Cuando salió del vestidor, ella ya estaba despierta.—Tu turno comenzará a las dos de la tarde. Asegúrate que alguien cambie las ropas de cama y lave las almohadas, no quiero que huelan a ti.Sí, se oía despiadado, pero debía recordarle su lugar. Si conquistarlo era parte de su plan, que se esforzara. Y si era ella la que acababa conquistada, debía protegerla.En cuanto Samantha lo vio dejar la mansión, corrió para evitar ser vista en pijama por la casa. Y como su suerte era nefasta, se encontró con la señora. Grande fue la sorpresa de Anya Sarkov al ver a la muchacha bajando la escalera en tales fachas. Era evidente que venía de la habitación de su hijo. Y tan inocente que parecía, no había tardado nada en metérsele en la cama.Y él la había aceptado.—¡Señora, por favor ayúdeme!La historia que le contó le dejó en claro que todo estaba comenzando de nuevo. ¿Qué veía su hijo en las criadas? Debían ser sus ansias de dominación, claro que sí. Vlad era un hombre poderoso y ese poder se proyectaba también en sus relaciones afectivas.Habría que actuar con mucha cautela. Lo conversaría con Igor y llamaría a Tomken. Y a la socia cuya hija deseaba presentarle a Vlad también. Si de pronto empezaba a interesarse en las mujeres, debía aprovechar para encontrarle una esposa ahora que estaba receptivo. Una vez casado, él empezaría a sanar, estaba segura de ello. Ya no estaría buscando lo que fuera que buscara, ya no lo atormentaría el recuerdo de la indeseable de Violeta y todo volvería a estar bien. 〜✿〜—¿Qué le pasa al jefe que no está enojado? ¿Será que él e Iván Petrov?... —murmuró un empleado.—No lo sé, pero es el momento perfecto para presentarle mi proyecto —dijo otro.Por alguna razón, la oficina de Vlad había estado bastante concurrida toda la mañana. De la nada, sus empleados se habían vuelto muy proactivos y creativos también, presentándole todo tipo de mejoras y proyectos, y todos de muy buen nivel, qué gran equipo de trabajo que tenía, qué glorioso se vislumbraba el futuro de empresas Sarkov bajo su liderazgo.Un mensaje le llegó.Markus: amo Vlad, una de las sirvientas encontró un mensaje para usted en su habitación, es de Samantha. Ella huyó. Le envío una foto del texto.Sin dar crédito a lo que ocurría, Vlad leyó la nota de la cobarde mujer. Ella no pudo con él, esto lo demostraba. Y se rendía, y sin pagarle un céntimo de lo que le debía. Estaba muy equivocada si creía que sería tan fácil escapar, mucho menos después de habérsele metido en la cama, aunque hubiera sido idea suya, ella había aceptado.Echó a todos los empleados de su oficina y llamó a su abogado de confianza. En menos de una hora tuvo toda una carpeta con evidencias contra ella. El jefe de la estación de policías era conocido suyo. Sabía de sus problemas de amnesia y lideraba personalmente las operaciones de búsqueda cuando se perdía. Toda la estación estaba al tanto y eran bastante reservados al respecto. Y, por supuesto, Vlad sabía compensar muy bien los buenos tratos. Es así como Samantha pasó a ser la prófuga número uno de la ciudad.Unas horas después le avisaron que había sido apresada en un bus.—No ofreció resistencia y ya está en una celda —le dijo el mismísimo jefe de la policía por teléfono.—No se deje engañar por su cara inocente, la mujer es muy peligrosa. Que esté en una celda ella sola, no quiero que lastime a nadie —le dijo Vlad.—Así lo haremos.—Iré en la tarde a verla, muchas gracias una vez más.Listo. El cervatillo prófugo estaba en la jaula. Y estaría a salvo, lejos de las demás reas. Esperaba que aprendiera la lección. Ya no volvería a olvidar cuál era su lugar, eso era seguro. Y no abandonaría el juego hasta que él lo diera por terminado.Vlad se acomodó en la silla de su oficina. Giró la cabeza hacia la izquierda. Sintió un tirón en el cuello. La giró hacia la derecha y no alcanzó a llegar con su mentón hasta el hombro. Le había estado doliendo desde la mañana. No había vuelto a usar a la sirvienta como muñeco de felpa y las pesadillas no lo dejaban descansar como debía. Se suponía que usaba una almohada ergonómica, viscoelástica, tecnología de punta creada en la NASA.Se suponía que era un adulto y seguía teniendo pesadillas como si fuera un niño.Se suponía que estaba haciendo todo lo posible por descubrir quién estaba detrás de la muerte de su hermano y de todas las mujeres de su vida, eso debería darle paz.—¿Le ocurre algo, amo Vlad? —preguntó Elisa.Recogía unas carpetas del escritorio.—Tengo dolor en el cuello, mi masajista se encargará.—Por supuesto —dijo ella, con su seriedad habitual.Estaba sonriendo cuando dejó la oficina. Una sonrisa siniestra y victoriosa.—¿Parece que hoy estás feliz, Elisa? —le pregun
Sí, Sam era una persona optimista, el optimismo era un pilar fundamental en su vida. Ver el lado positivo, no cegarse a lo malo sino valorar lo bueno, las enseñanzas de la vida, el aprendizaje continuo para ser una mejor persona, pero ¿Qué enseñanzas quería darle la vida al tener que compartir la cama con su jefe? El tirano le había enviado un mensaje anunciándole que dormirían juntos. ¿Cuál era el sentido de decírselo a las diez de la mañana? Arruinarle el día, por supuesto. Volverla loca, claro que sí. Tenerla todo el día pensando en él, eso pretendía Vlad, sonriendo en su trono en empresas Sarkov. Ya más relajado con la nueva masajista, debía retomar el plan de descubrir qué tramaba la sirvienta. Le daría una carnada más. —Está muy salado —le dijo a Sam la maestra de cocina que su jefe había contratado para seguir volviéndola loca. —¡Pero le puse lo que decía la receta! Decía una pizca, ¿Cuánto era una pizca? El mundo era civilizado, la gente ya conocía los gramos y existían la
—Amo, a las nueve treinta tiene usted programado un juego de golf. Le prepararé el desayuno rápido para que llegue a tiempo. Vlad seguía en la cama luego del ataque nocturno que había sufrido por parte de su sirvienta delincuente, cuyo prontuario no dejaba de crecer. Y se volvía cada vez más oscuro. —Cancélalo, no estoy de humor. Ella se lo quedó mirando con esa expresión de pobreza sináptica que tenía a veces. Vlad le tendió su teléfono. —Llámalo y cancélalo. Dile que no estoy de humor.Ella hizo lo ordenado.En el campo de golf, Evan golpeó la mesa. —Ese infame. Avisarme a última hora, ya estoy acá. Ni siquiera se molesta en inventar una mejor excusa. ¿Está ahí?—Dile que no quiero hablar con él —le dijo Vlad a Sam. Ella volvió a obedecer. No iba a gastar energías en cuestionar al tirano. —¿Ah, sí? Dile que se joda —reclamó Evan. Sam miró a su jefe, tan tranquilo y sonriente viéndola hacer el trabajo sucio por él. Cubrió el micrófono del teléfono. —Evan dice: "Que se joda,
—¿Entonces no era gay? —Debe ser una tapadera. —Tal vez la novia sea trans. Desde temprano en la mañana, los chismes se esparcían como una plaga en empresas Sarkov. Anya le había pedido el día anterior a su asistente que agendara una hora en el registro civil. El hombre tenía amoríos con Estela, de recursos humanos, que era muy amiga de Andrés, que trabajaba en la división de Vlad y allí la bomba estalló. —¿Tú sabías, Elisa? —La vida privada del jefe no es de mi incumbencia —dijo ella, clasificando unos documentos en su escritorio. Debía llevárselos a Vlad para que los firmara. Tomó asiento en el escritorio del costado mientras él los revisaba. Una llamada entró, Vlad puso el altavoz. —Vlad, querido ¿De qué sabor quieres que sea tu pastel de bodas?—No me gusta el pastel, escógelo tú. —Por supuesto ¿Ya te tomaste las medidas para el traje? —Tengo trabajo, lo haré más tarde. —No vayas a reunirte con Mary Anne, recuerda que es de mala suerte estar con la novia antes de la bod
—Tomken, querido ¿Cuándo volverás? Temprano en la mañana, Anya había recibido una llamada de su esposo. —En unos días ¿Todo bien por allá? —Han pasado algunas cosas, lo hablaremos cuando regreses. —¿Tragos para uno? —le preguntó el garzón a Tomken. El hombre se apresuró a cubrir el micrófono del teléfono. —Para dos —dijo él—. Querida, nos vemos pronto. Dale mis saludos a los chicos. Alguien se sentó en la tumbona junto a la suya. El día estaba maravilloso, perfecto para pasarlo frente al mar. —¿Hablabas con mamá? —Sí. Volveré a casa cuando acabe tu gira. Los tragos llegaron y ambos bebieron, viendo el ir y venir de las olas. A Tomken no le gustaba mucho el mar, al menos no desde la playa. El agua no avanzaba, no como en los ríos. El mar estaba siempre allí, amenazando con llegar hasta ti, pero arrepintiéndose antes de alcanzarte. Él prefería mirar a su hijo. —Ojalá y un día Vlad pudiera estar aquí, bebiendo con nosotros. —Eso jamás pasará mientras siga siendo un imbécil. S
—Debo saber qué ha causado la crisis de Vlad esta vez —dijo Anya en su despacho. —Ha sido una mujer —aseguró Igor. Ya se imaginaba ella quién sería la responsable. —No me lo digas, ha sido Samantha. Igor era un mayordomo excelente. Había ido a una escuela para mayordomos. También había vivido una temporada en oriente, donde se instruyó en diversas disciplinas. Cuando él realizaba la ceremonia del té a la usanza japonesa para Anya y sus amigas, nadie imaginaba que también dominaba, con igual perfección, el arte de los ninjas. Podía desplazarse por donde le daba la gana sin ser visto, podía oír más allá de lo audible y ver más allá de lo evidente. —No, señora. Creo que ha sido la masajista —corrigió él. —¿Su? Creí que ya nos habíamos encargado de ella. Claro que se habían encargado. O lo habían intentado al menos. Notando la dependencia de Vlad hacia la mujer, el mismo Igor había ido a decirle que tomara distancia. Le habían pagado una compensación por las molestias. Esperaban que
¿El sexo sería siempre tan alucinante? Esa era una de las preguntas que se hacía Vlad, descansando unos instantes junto a Sam. Él recordaba su primera vez. Estaba ebrio y lo había hecho con una desconocida que luego se convirtió en su novia. No recordaba otras veces con Rose, sólo esa, la primera. No había estado tan bien, quizás por su falta de experiencia y el alcohol. El alcohol dificultaba la excitación y la erección. También recordaba a Antonella en el armario de Ingen, había sido divertido. Esa era su vida sexual hasta ahora. Nada se comparaba con el presente.La primera vez con Sam había sido toda una locura, con ella medio muerta teniendo delirios religiosos y él, trastornado por un dolor aterrador. En la segunda habían estado más conscientes y había resultado más placentera para ambos, pero seguía pareciéndole extraña la forma en que ella lo atraía, como si se hubiera dado una ducha con afrodisíacos, como si exhalara feromonas. No excitaba su cuerpo, sino su cabeza, su mente l
Vlad había estado todo el día pensando en Samantha, no se la podía sacar de la cabeza. La intrusa se metía en su cerebro, entre los valores bursátiles y los planes de desarrollo, empujando a un lado sus valiosos estratagemas empresariales. Quizás tendría que descontarle del sueldo por distraerlo, aunque, hasta el momento, no le había significado pérdidas económicas. Debía estar atento a las cifras, no podía acabar obsesionado.Entre los recuerdos inútiles que conservaba, recordaba haber leído que, en promedio, los hombres tenían diecinueve pensamientos sexuales al día. Eran las tres de la tarde y ya llevaba seis. Bien, seguía estando dentro de la norma. Sumó uno más cuando, caminando hacia el ascensor, una ejecutiva se aplastó el dedo con un cajón y se quejó. Un quejido de Sam le resonó en la cabeza. Le siguió una punzada en la entrepierna, así de instantáneo, así de potentes eran sus ideas, así de indebidas. Subió al ascensor. Había tres empleados más allí. Lo saludaron. Hablaban s