Vlad se miró disimuladamente la mano. Sin importar lo claro que había sido al despedir a la mujer, ella insistía en regresar. Esta vez por un finiquito pese al pago que le habían dado por adelantado.
Ella había entrado a hurtadillas, casi como si sintiera asco de tocar el impecable piso de su despacho, casi como si estuviera entrando a la guarida de un lobo feroz. Ese rol de víctima no le serviría de nada. Era una mentirosa, muy probablemente una estafadora, que ni siquiera se atrevía a mirarlo a los ojos. Sin embargo, al verse descubierta en sus tretas, sacaba a relucir su verdadera naturaleza perversa: le había tocado la mano para arrebatarle el teléfono e impedirle llamar a la policía.
Un escalofrío recorrió a Vlad de pies a cabeza y reprimió el impulso de correr a lavarse la mano, de llamar a Markus para que se llevara a la atrevida y de encerrarse en algún lugar pequeño y oscuro. Desconocía la naturaleza de su sentir, pero lo inquietaba. Deseó ser dueño de sus recuerdos para poder comprenderse a sí mismo.
Ni modo, habría que improvisar.
Empezó a ordenar los papeles y carpetas desparramadas sobre el escritorio, pensando. Tal vez debía entregarle el dinero del finiquito de una buena vez para ya no volver a verla.
—Ya le dije que no quiero quedarme con su dinero, sólo le pido que me deje pagárselo con trabajo, por favor.
O, tal vez, podía intentar descubrir cuáles eran sus verdaderas intenciones.
—De acuerdo —dijo por fin Vlad, con mirada inescrutable y Samantha sonrió aliviada—. Pero Ingen volverá a la escuela el lunes, así que tendrás que trabajar para mí.
A los enemigos había que tenerlos cerca, así recordaba haber leído en alguna parte.
—¿Necesita ayuda con las tablas de multiplicar? —Se atrevió a bromear ella.
Ja. Ahí estaba. La asustadiza chiquilla de antes, la "víctima" de su hostilidad, ahora se atrevía a burlarse de él. De seguro ya creía que lo tenía en la palma de la mano, que con su cara bonita lo había convencido de no despedirla. Ya se encargaría él de darle una lección.
—No serás mi maestra —aclaró Vlad, con una sonrisa torcida—, serás mi sirvienta.
Ella enmudeció. Ciertamente había trabajado en muchos lugares y haciendo una infinidad de tareas, pero sirvienta nunca había sido. Había trabajado como mesera en un café y le daban muy buenas propinas. Ella lo atribuía a su sonrisa. Siempre les sonreía a los clientes, transmitiéndoles sus buenas vibras, así lo decía su madre y al patán de Vlad Sarkov parecía hacerle falta una tonelada de buenas vibras. Sí, ser sirvienta no debía ser muy diferente de servir café y limpiar. Además, con todas las sirvientas que había en la mansión, las tareas que tendría no serían muchas.
—Trato hecho —dijo, extendiéndole la mano.
La recogió en cuanto vio la cara de perro con que la miró su nuevo jefe. Si ya le tenía bronca, no lo haría enfadar más de la cuenta. Se puso de pie para retirarse.
—Empezarás mañana. Tendrás el mismo horario de las demás sirvientas. Habla con... —Buscó en el archivo de empleados—, con Lina, ella te dará un uniforme.
—Sí, jefe —le dijo ella, sonriendo.
¿Qué significaba ese gesto? ¿Se burlaba nuevamente de él? ¿Celebraba por haber conseguido exactamente lo que quería? No le gustaba para nada.
La sonrisa de Samantha se volvió más amplia, él necesitaba muchas buenas vibras.
—Lárgate.
Ella salió corriendo.
Una vez solo, Vlad buscó en los cajones de su escritorio. Del primero sacó un frasco con alcohol gel. Se limpió la mano mancillada por la rudeza de la mujer y suspiró. Ya limpio, el aroma del alcohol lo distrajo. Era agradable, lo hizo sentir extrañamente relajado. Se puso un poco más.
Tomó su teléfono para guardar el número de su nueva sirvienta. Lo guardó bajo el nombre de "Samantha". Se quedó viéndolo, no muy conforme. ¿Qué era una Samantha? Cuando volviera a olvidar, leer ese nombre no le diría nada. Necesitaba algo más explícito.
"Nueva sirvienta".
No. Demasiado corriente. Debía escoger un nombre actual, bien ubicado en el espacio tiempo. Y en este espacio y en este tiempo, lo que él pensaba de la mujer es que era una desvergonzada delincuente.
"Sirvienta aprovechada".
Le envió un mensaje.
En su habitación, Samantha guardaba sus libros y el material de las clases de Ingen. Eso ya era parte del pasado. Tal vez podría seguir ayudándolo en sus ratos libres.
El teléfono en su bolsillo vibró.
Desconocido: como sirvienta, tu lugar es en la cocina. No te quiero en la biblioteca ni en el jardín o cerca de Ingen.
Ella dio un respingo al ver el mensaje y miró para todas partes. Nadie la espiaba, eso era seguro, pero sintió como si alguien hubiera penetrado en su cabeza y leyera sus pensamientos. Tal vez su jefe tuviera poderes telepáticos. La idea le hizo gracia. El hombre era un amargado, sólo eso. No debía darle más importancia de la que se merecía.
Guardó el número como "Vlad Sarkov".
Se quedó mirando la pantalla, no muy convencida. No era muy respetuoso tutear a su jefe, aunque él no lo supiera.
Lo cambió por "Señor Sarkov".
Daba la impresión que se trataba de un viejo, cuando el hombre debía tener apenas unos cuantos años más que ella.
Un nuevo mensaje le llegó.
Señor Sarkov: ¿Leíste el mensaje o tienes problemas de comprensión lectora? Si no respondes, no sabré si entendiste. Haz bien tu trabajo.
¡Qué humor de perros que tenía! Y ella había leído el mensaje con su voz profunda y tono autoritario. Le daban escalofríos y eso que ni siquiera lo tenía cerca. No, no podía permitir que ese hombre la alterara de ese modo, no podía empezar a temerle.
Le cambió el nombre y le respondió.
Sirvienta aprovechada: el mensaje ha sido leído y comprendido. Actuaré en concordancia.
Al ver el mensaje, Vlad sonrió. Sí, había sido una buena elección de nombre. Esa mujer no lo engañaría, todo lo contrario, lo mantendría alerta cada vez que le escribiera.
Jefe idiota: más te vale o enfrentarás las consecuencias.
Sam exhaló y sonrió. No importaba lo que él escribiera, ya sabía que no debía tomárselo personal, el tipo debía tener sus propios problemas para ser como era, no era asunto suyo y ya no le daría miedo.
Todo estaría bien.
〜✿〜
Habían pasado diez minutos desde que Vlad le pidiera un café a su nueva sirvienta. Usualmente esperaba en promedio cinco, eso lo recordaba bien. Cinco minutos bastaban para preparar un buen café y a él le gustaba negro y bien cargado, nada del otro mundo, nada que requiriera más tiempo, a menos que se le añadieran ingredientes extra como parte de un plan maligno.Mientras esperaba por su café y revisaba algunos documentos en su computador, el cerebro de queso de Vlad ideaba todo tipo de conjeturas descabelladas, cada una más retorcida que la anterior, que sólo se detuvieron cuando ella por fin llegó.
—Quince minutos tarde —se quejó él—. Cinco minutos es lo máximo que esperaré por un café, de lo contrario, no lo traigas.
Ella se apresuró a dejarle el café sobre el escritorio. La mala presentación le causó sorpresa: la taza estaba chueca y el líquido salpicado sobre el platillo. Si intentaba drogarlo o envenenarlo, ciertamente se habría esforzado en llevarle algo apetecible. Y las burdas excusas para justificar su torpeza no hacían más que hacerla ver más torpe aún.
¿Estaría actuando?
No, ese sonrojo en las mejillas no podía actuarse. Al menos debía reconocer que el uniforme le quedaba bastante bien. Ella era mucho más alta que el resto de sirvientas por lo que el atuendo le quedaba algo corto y ajustado. Parecía un disfraz sucio y se quedó contemplándola sin pudor alguno.
Ella, nerviosa, retorcía entre sus manos el impecable delantal blanco atado a su cintura, tan suave y encantador, con ese encaje en el borde. Tal era la concentración de Vlad en aquella apreciación que le pareció estar sintiendo la prenda entre sus dedos, como si ellos recordaran algo que su mente ya no. Se le hizo extrañamente apetecible y cercano.
El hombre se recompuso y probó el café. Lo escupió en el acto, sin llegar a tragarlo y cogió el teléfono para llamar a la policía. La mujer ocultaba su perversidad bajo una apariencia torpe, pero ya no lo engañaría. Ese café era lo más asqueroso que recordaba haber probado en su vida.
Ella frustró la llamada una vez más, rozándole las manos.
—Le pusiste veneno, admítelo.
—¡Claro que no! —se defendió ella, sin dar crédito a las acusaciones de su jefe.
Para demostrarle que el café no tenía nada malo, ella misma tomó un sorbo. Y la cara de asco que puso estuvo a punto de arrancarle a Vlad una sonrisa. De acuerdo, tal vez no quería envenenarlo, pero de seguro le causaría una diarrea espantosa. Ella salió para prepararle otro.
Vlad guardó unos documentos en su maletín. Era su primer día de trabajo post crisis y no sabía con lo que se iba a encontrar. Había estado memorizando los nombres y rostros de sus empleados en la empresa y también un plano del edificio para saber dónde estaba su oficina. No quería preguntar por la ubicación de nada. Después de llevar tres años trabajando allí, eso sería muy humillante.
Había hablado con Elisa, su asistente. "Yo le ayudaré en lo que necesite", le había dicho amablemente ella, como si él fuera algún retrasado, un inválido. No soportaba la condescendencia. Si la mujer seguía tratándolo así, la despediría en el acto.
La sirvienta volvió. De soslayo Vlad la veía servir todo con absoluta pulcritud y a paso de caracol. Ella no conocía el valor del tiempo. Mientras más se tardara en una tarea, menos cosas haría, así funcionaba la mente de los pueblerinos. Y ella parecía moverse a cámara lenta ¿Lo haría a propósito para molestarlo? Prefirió ignorarla. Terminó de guardar los documentos y revisar unos correos.
—Señor —llamó ella tímidamente.
Él siguió ignorándola.
—Su café ya está listo.
—Son las nueve y cuarto. No tomo café después de las nueve.
Así aprendería la importancia de la eficiencia y valoraría el tiempo.
La pacífica expresión de Vlad contrastaba con la furia que ella emanaba. Volvió a meter todo en la bandeja, desprovista de toda la delicadeza anterior. El café salpicó las galletas e hizo un desastre. Sin mencionar la cara de maniaca homicida que tenía. Ahí es donde mostraba su verdadero ser. Las personas enojadas no podían fingir.
Y se desquitaba jaloneando el delantalito.
Cuando estaba por dejar el cuarto, Vlad, sin estar muy seguro de la razón, dejó el escritorio y la aferró de la cintura, en un monstruoso déjà vu que le agitó el corazón.
En el camino hasta su oído, él inhaló el aroma de su cabello, tan natural y desprovisto de fragancias artificiales. Ella no usaba perfume y tampoco seguiría usando el delantalito. En cuanto se lo arrancó, ella volvió a salir corriendo, mucho más asustada que antes.
Si era una estafadora, era realmente inexperta. Si trabajaba para su madre, ciertamente la había engañado. Mientras miraba el delantal entre sus dedos, Vlad pensó que sería divertido descubrir la verdad.
Sam seguía corriendo cuando llegó al pie de la escalera. En el pasillo casi chocó con Anya. La señora retrocedió al verla, aferrándose el pecho.
—Dónde... ¿Dónde está tu delantal? —le preguntó.
*La niña, sin alzar la mirada, le contestó:
—Lo perdí, señora.
—Haz que te den uno nuevo, pero se te descontará de la paga.
Violeta asintió y siguió su camino. El episodio se repitió varias veces, la muchacha era realmente desordenada o eso había creído ella. Era en realidad una mentirosa. Todos los delantales perdidos habían sido hallados en la habitación de Vlad luego del accidente. Coleccionarlos parecía ser una extraña afición de la que ella era cómplice.
Lo mismo pasó con Ardelia, otra mentirosa, y Anya no toleraba a las mentirosas, menos a las que pululaban por su casa. *
—Su hijo me lo quitó, señora. No sé el motivo.
La respuesta la sorprendió.
—Entiendo, sigue con tu trabajo, querida.
—¿Es necesario que pida otro? Si me lo quitó es porque no quiere que lo use y yo no quiero hacerlo enfadar.
—Eso está muy bien, Samantha. La tranquilidad de Vlad es lo primordial, espero que no se te olvide.
—No señora.
Anya la vio alejarse, esperando que no se convirtiera en una nueva obsesión de su hijo. Al menos no era una mentirosa.
〜✿〜
Sentado en la amplia mesa de directivos, Vlad inhaló profundamente. Había más de veinte personas allí, todos altos ejecutivos, todos expertos en sus áreas, todos mirándolo como si algo le pasara.Quería salir corriendo. Quería subir a un auto y conducir lo más lejos que pudiera, pero era imposible. Había mucho que hacer antes, muchos misterios que descubrir y criminales que encarcelar. Debía ser fuerte y continuar.
Sin que nadie lo viera, metió la mano en su bolsillo. Allí guardaba el delantalito blanco, con su encaje encantador. Era tan suave como suponía. Esa seductora textura lo llevó a la seguridad de su despacho con cerradura eléctrica, al enorme poder que sentía sentado tras su escritorio, a lo firme que se oían sus palabras en aquel lugar... a las rojas mejillas de Samantha y el dulce aroma de su cabello, a los ojos verdes de cervatillo encandilado por una fuerza superior.
Su corazón se tranquilizó ante aquellos pensamientos y estuvo listo.
—Martínez, hazme un resumen de las acciones de tu división durante la semana —pidió Vlad.
—Sí, señor. Aquí le tengo un informe detallado. Como podrá ver, el trato con HTC...
La reunión dio inicio y ya nadie volvió a mirar extraño a Vlad. Él por fin había regresado.
Completamente posicionado de su rol de CEO de una de las empresas más poderosas del país, Vlad Sarkov se preparaba para un nuevo día. La muchacha nueva, completamente posicionada en su rol de sirvienta, le llevó el café en un tiempo prudente y cuidando la presentación. Se mantuvo estática esperando por su veredicto. El café estaba negro y cargado. Demasiado amargo para su gusto ¿Se suponía que así le gustaba? —¿Necesita algo más? —le preguntó ella. No había reemplazado el delantal que él le había quitado. Esperaba que lo hubiera hecho, tenía ganas de quitarle otro. —Largo. Con sus ojos de cervatillo atentos al peligro, la mujer retrocedió hasta la puerta. Vlad oyó sus pasos corriendo por el pasillo y no pudo evitar sonreír. Luego de beberse el café, se dedicó a revisar documentos. Se aburrió pronto y fue a mirar por la ventana. Sólo un jardín monótono había allí afuera, triste y silencioso como una tumba. Había un pozo también. El oscuro ojo apareció en su cabeza, como una puerta
Samantha abrazó a Ingen, dándole ánimos para su primer día de vuelta a clases. La escuela era un infierno creado para torturar a los niños, eso pensaba él. Inhaló el aroma del cabello de la mujer, que era su refugio. Y fue feliz hasta que su decrépito hermano lo obligó a separarse de ella. Si había algo peor que la escuela eso era ver a su hermano enojado.Su hermano cambiaba. No de humor, como la mayoría de la gente, sino de personalidad. A veces era un simple gruñón y otras un loco psicópata, él lo sabía muy bien y sabía que sus padres también sabían, pero nadie hacía nada.Todos le temían.A veces torturaba mujeres. Había torturado a su niñera Antonella."¡Ay, Vlad, no me castigues!... ¡Me vas a matar con eso!", gritaba ella en el interior de
Luego de una inútil resistencia que Vlad no se tragaba y de una fingida indignación, la sirvienta estafadora y mal hablada, que inventaba calumnias sobre la salud de su trasero, había aceptado dormir con él.Esa sería la carnada. Si los planes de la mujer eran seducirlo para obtener algún tipo de beneficio económico, ahora empezaría a jugar sus cartas y a mostrar su verdadero rostro. Lo mismo ocurriría si se trataba de una espía de su madre. Esta última era la opción más plausible, no creía que se tratara de una estafadora como Antonella. Le bastaba con mirarla para saber que no era muy lista. Un títere, eso era, una serpiente adiestrada por su madre, para engatusarlo quizás, para vigilarlo y mantenerlo tranquilo como a Ingen. Perfecto, dos pájaros de un tiro. No sabían con quién estaban tratando. Esa mujercita embustera recibiría una cucharada de su propia medicina, se intoxicaría con su propio veneno. Aguantando la repulsión que le causaba, le rodeó la cintura, creyendo que pasaría
Vlad se acomodó en la silla de su oficina. Giró la cabeza hacia la izquierda. Sintió un tirón en el cuello. La giró hacia la derecha y no alcanzó a llegar con su mentón hasta el hombro. Le había estado doliendo desde la mañana. No había vuelto a usar a la sirvienta como muñeco de felpa y las pesadillas no lo dejaban descansar como debía. Se suponía que usaba una almohada ergonómica, viscoelástica, tecnología de punta creada en la NASA.Se suponía que era un adulto y seguía teniendo pesadillas como si fuera un niño.Se suponía que estaba haciendo todo lo posible por descubrir quién estaba detrás de la muerte de su hermano y de todas las mujeres de su vida, eso debería darle paz.—¿Le ocurre algo, amo Vlad? —preguntó Elisa.Recogía unas carpetas del escritorio.—Tengo dolor en el cuello, mi masajista se encargará.—Por supuesto —dijo ella, con su seriedad habitual.Estaba sonriendo cuando dejó la oficina. Una sonrisa siniestra y victoriosa.—¿Parece que hoy estás feliz, Elisa? —le pregun
Sí, Sam era una persona optimista, el optimismo era un pilar fundamental en su vida. Ver el lado positivo, no cegarse a lo malo sino valorar lo bueno, las enseñanzas de la vida, el aprendizaje continuo para ser una mejor persona, pero ¿Qué enseñanzas quería darle la vida al tener que compartir la cama con su jefe? El tirano le había enviado un mensaje anunciándole que dormirían juntos. ¿Cuál era el sentido de decírselo a las diez de la mañana? Arruinarle el día, por supuesto. Volverla loca, claro que sí. Tenerla todo el día pensando en él, eso pretendía Vlad, sonriendo en su trono en empresas Sarkov. Ya más relajado con la nueva masajista, debía retomar el plan de descubrir qué tramaba la sirvienta. Le daría una carnada más. —Está muy salado —le dijo a Sam la maestra de cocina que su jefe había contratado para seguir volviéndola loca. —¡Pero le puse lo que decía la receta! Decía una pizca, ¿Cuánto era una pizca? El mundo era civilizado, la gente ya conocía los gramos y existían la
—Amo, a las nueve treinta tiene usted programado un juego de golf. Le prepararé el desayuno rápido para que llegue a tiempo. Vlad seguía en la cama luego del ataque nocturno que había sufrido por parte de su sirvienta delincuente, cuyo prontuario no dejaba de crecer. Y se volvía cada vez más oscuro. —Cancélalo, no estoy de humor. Ella se lo quedó mirando con esa expresión de pobreza sináptica que tenía a veces. Vlad le tendió su teléfono. —Llámalo y cancélalo. Dile que no estoy de humor.Ella hizo lo ordenado.En el campo de golf, Evan golpeó la mesa. —Ese infame. Avisarme a última hora, ya estoy acá. Ni siquiera se molesta en inventar una mejor excusa. ¿Está ahí?—Dile que no quiero hablar con él —le dijo Vlad a Sam. Ella volvió a obedecer. No iba a gastar energías en cuestionar al tirano. —¿Ah, sí? Dile que se joda —reclamó Evan. Sam miró a su jefe, tan tranquilo y sonriente viéndola hacer el trabajo sucio por él. Cubrió el micrófono del teléfono. —Evan dice: "Que se joda,
—¿Entonces no era gay? —Debe ser una tapadera. —Tal vez la novia sea trans. Desde temprano en la mañana, los chismes se esparcían como una plaga en empresas Sarkov. Anya le había pedido el día anterior a su asistente que agendara una hora en el registro civil. El hombre tenía amoríos con Estela, de recursos humanos, que era muy amiga de Andrés, que trabajaba en la división de Vlad y allí la bomba estalló. —¿Tú sabías, Elisa? —La vida privada del jefe no es de mi incumbencia —dijo ella, clasificando unos documentos en su escritorio. Debía llevárselos a Vlad para que los firmara. Tomó asiento en el escritorio del costado mientras él los revisaba. Una llamada entró, Vlad puso el altavoz. —Vlad, querido ¿De qué sabor quieres que sea tu pastel de bodas?—No me gusta el pastel, escógelo tú. —Por supuesto ¿Ya te tomaste las medidas para el traje? —Tengo trabajo, lo haré más tarde. —No vayas a reunirte con Mary Anne, recuerda que es de mala suerte estar con la novia antes de la bod
—Tomken, querido ¿Cuándo volverás? Temprano en la mañana, Anya había recibido una llamada de su esposo. —En unos días ¿Todo bien por allá? —Han pasado algunas cosas, lo hablaremos cuando regreses. —¿Tragos para uno? —le preguntó el garzón a Tomken. El hombre se apresuró a cubrir el micrófono del teléfono. —Para dos —dijo él—. Querida, nos vemos pronto. Dale mis saludos a los chicos. Alguien se sentó en la tumbona junto a la suya. El día estaba maravilloso, perfecto para pasarlo frente al mar. —¿Hablabas con mamá? —Sí. Volveré a casa cuando acabe tu gira. Los tragos llegaron y ambos bebieron, viendo el ir y venir de las olas. A Tomken no le gustaba mucho el mar, al menos no desde la playa. El agua no avanzaba, no como en los ríos. El mar estaba siempre allí, amenazando con llegar hasta ti, pero arrepintiéndose antes de alcanzarte. Él prefería mirar a su hijo. —Ojalá y un día Vlad pudiera estar aquí, bebiendo con nosotros. —Eso jamás pasará mientras siga siendo un imbécil. S