23. El temblor

Hadriel se dio media vuelta y contempló la vista trasera de su Cenicienta; era diferente a cuando estaba acostada, por supuesto la disposición era diferente, pues ahora estaba de pie. La línea del dorso se le evidenciaba más, así como los huesos de los finos omoplatos y más personal aún, la hendidura interglútea. Cerró la regadera y untó jabón en la esponja que no había utilizado que, de igual característica, ambas eran de color escarlata. La pasó con cuidado en por la espalda y la restregó con cuidado. Se entretuvo recorriendo el dorso de su Cenicienta, como si fuera un pintor, pasando la punta del pincel sobre un delicado pliegue. Así, luego se detuvo en la parte baja de la cintura y reflexionó en si debía continuar bajando. Tragó saliva debido a la excitación que de nuevo afloraba en él. No era lo correcto, pero cuando ella le preguntó si le quería lavarle la espalda, ¿le estaba dando vía libre para que lo hiciera? ¿No? Sus manos se sacudían, pero decidió hacerlo. Su mano sobó los
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