183. La felicidad

El despacho era un espacio íntimo, con las paredes cubiertas de estanterías llenas de libros y una gran ventana que permitía que la luz suave de la mañana iluminara el lugar. El ambiente olía a papel antiguo y cuero, y el escritorio de roble macizo en el centro de la habitación era el punto focal, imponente y lleno de carácter, como el hombre que lo utilizaba. Hadriel cerró la puerta detrás de ellos con un suave clic, sellando el mundo exterior en un gesto casi simbólico. Entre esas cuatro paredes, no existía nada más que ellos dos, su deseo y el ineludible poder de la pasión que los consumía.

Hellen, aún ligeramente sonrojada por la urgencia con la que habían dejado la cocina, no pudo evitar morderse el labio al sentir la presencia de Hadriel tan cerca. Su mirada la devoraba, y el calor que emanaba de su cuerpo era suficiente para hacerla temblar de anticipación. No había duda alguna en su mente de lo que vendría, y en ese momento, lo único que deseaba era rendirse completamente a él
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